Senaquerib

Senaquerib
Sargón II (a la derecha) con su hijo el príncipe Senaquerib en un bajorrelieve de Dur-Sharrukin (Museo del Louvre).

Senaquerib (Acadio: Śïn-ahhe-eriba, "Sin ha reemplazado a mis hermanos (perdidos) por mí") fue rey de Asiria desde el 12 de Av[1] de 705 a. C. hasta su muerte, el 20 de Tevet[2] de 681 a. C., así como de Babilonia entre 705 y 703, y nuevamente de 689 hasta su muerte.

Hijo y sucesor de Sargón II, estuvo ocupado en guerras por todo el Creciente fértil durante la mayor parte de su reinado, guerreando con Elam, Urartu y Egipto. Combatió al rey Ezequías de Judá, asedió infructuosamente Jerusalén y arrasó Babilonia tras varias revueltas. Reconstruyó Nínive, convirtiéndola en la gran capital de Asiria, y murió asesinado por dos de sus hijos. Le sucedió su hijo menor y vengador, Asarhaddón.

Contenido

Vida

Comienzo del reinado: la campaña de Babilonia

Sargón II legó a su hijo Senaquerib un imperio de bases aparentemente sólidas y un ejército poderoso y bien entrenado. El nuevo rey de Asiria había sido bien instruido por su padre, y era ya un experto en los asuntos militares, administrativos y diplomáticos. Sin embargo, apenas había subido al trono cuando comenzaron a asaltarle las dificultades habituales para un déspota, en especial para alguien que surgía de un imperio tan odiado como fue el suyo.

Debido a sus recientes conquistas Asiria se encontraba entonces en contacto directo con sus enemigos más poderosos: Egipto, Urartu y Elam, países que iban a procurar garantizar su propia seguridad suscitando más dificultades que nunca a los asirios. Elam, en particular, vivía un nuevo período de esplendor bajo el gobierno de reyes enérgicos, y estaba dispuesto a disputar a Asiría el control de Babilonia y la Baja Mesopotamia. Además, el Imperio Asirio comenzaba a padecer los efectos de su política sistemática de deportaciones masivas y mezcla de pueblos. Éstas habían favorecido su expansión y dominio debilitando a los pueblos vencidos, pero diluyeron también en Asiria la cohesión interna y el "sentimiento nacional". La pasión de brutal jingoísmo que conoció Asiria bajo el reinado de Senaquerib, fue probablemente más una reacción instintiva de defensa que un arrebato de nacionalismo agresivo.

Senaquerib durante la campaña babilonia. Relieve de su palacio de Nínive.

A la muerte de Sargón II, los fuegos de rebelión que éste había extinguido se encendieron nuevamente. Un desconocido, Mardukzakirshumi, se hizo del poder en Babilonia y fue destituido, casi enseguida por el obstinado ex monarca Merodac-Baladán, derrotado por Sargón, quien emergió de las marismas del País del Mar donde se había escondido y se hizo proclamar de nuevo rey de Babilonia. En toda la Baja Mesopotamia, sedentarios y nómadas se unieron a la rebelión para expulsar a los asirios. Empleando los tesoros del templo Esagila, se aseguró el poderoso auxilio del rey de Elam, Shutruknakhkhunte II, que le envió importantes refuerzos al mando de su lugarteniente en jefe, Imbappa, el segundo de éste y diez generales más.

Senaquerib reaccionó con vigor. A la cabeza de un primer ejército, cercó, en las proximidades de Kutha, a una parte de sus enemigos, mientras que sus generales se enfrentaban delante de la antigua ciudad de Kish al grueso de la coalición. Una vez tomó al asalto Kutha, Senaquerib acudió en auxilio de sus generales y derrotó en batalla a Merodac-Baladán, que huyó de nuevo al País del Mar. Senaquerib entró vencedor en Babilonia e instaló en el trono a un notable babilonio educado en Asiria, Belibni. Pero los regimientos asirios persiguieron en vano a Merodac-Baladán por las marismas de la Baja Mesopotamia. No se le pudo encontrar. Senaquerib se vengó devastando su país de origen, Bit-Yakin. Todas las tribus sublevadas se sometieron, y el soberano volvió a Asiria con un enorme botín.

La campaña de los Zagros

La gran rebelión de la Baja Mesopotamia, sostenida por Elam, tuvo repercusiones hasta en los Zagros, entre las poblaciones montañesas, y principalmente en Ellipi, cuyo rey, Ishpabara, creyó llegado el momento de sacudirse el yugo asirio. En una segunda campaña, en 702 a. C., Senaquerib devastó estas regiones, castigó a los rebeldes y se anexionó dos nuevos distritos. Uno de ellos, alrededor de la fortaleza, restaurada y repoblada, de Bit-Kilarnzakh, pasó a depender del gobierno de Arrapkha; el otro, arrebatado a Ellipi y que tenía por capital Elenzash, rebautizado "Fortaleza de Senaquerib" (Dür-Śïnakheheriba), formó parte en lo sucesivo del círculo militar de Kharkhar (Kar-Sharrukín). El éxito de esta difícil campaña trajo consigo la sumisión de nuevas y lejanas tribus medas.

La campaña del Oeste

La caída de Senaquerib, obra temprana de Rubens.

También al oeste la muerte de Sargón II había provocado la rebelión de varios principados de la zona, tributarios de los asirios, entre ellos Ascalón y Sidón, sin duda instigados por Egipto. Asimismo, el gobernador asirio de Cilicia se rebeló, y los griegos de Tarso se alzaron en armas con él. En 701 a. C., Senaquerib marchó contra los sublevados para someterlos nuevamente al yugo asirio. La revuelta cilicia fue aplastada y la ciudad de Tarso destruida. El rey Luli de Tiro se vio forzado a huir a Chipre, y los asirios impusieron un nuevo príncipe en la ciudad, para a continuación dirigirse hacia el sur. Senaquerib recibió tributo de Samsimuruna, Arvad, Biblos, Asdod, Beth-Ammon, Moab, Edom y otros lugares, en prueba de sumisión. Ascalón fue tomada por la fuerza, junto con las ciudades cercanas de Jope y Bet-dagón. Sin emabargo, el dominio asirio distaba mucho de restablecerse.

Entre quienes rechazaban a los asirios, se encontraba el rey Ezequías de Judá, aunque no hay indicios de haberse coligado con los otros reinos sublevados. Según una inscripción asiria, la ciudad filistea de Ecrón había entregado a su monarca pro-asirio, Padi a Ezequías, quien mantuvo encarcelado. Temiendo las brutales represalias asirias, llamaron en su defensa al faraón de Egipto, en contra de la opinión de Isaías.[3] Él Faraón le envió un ejército al mando de su hermano y sucesor Taharqa, que tomó posiciones con los filisteos en la llanura de Eltheke. En la batalla subsiguiente el ejército asirio los destrozó por completo, haciendo numerosos prisioneros, incluyendo al estado mayor egipcio.

La Biblia indica que en represalia, Senaquerib atacó Judá, sitiando y capturando muchas de sus ciudades y pueblos fortificados. Ezequías envió un mensaje a los asirios que estaban en Lakís, ofreciéndoles pagar el tributo que Senaquerib impusiera.[4] La captura asiria de Lakís se presenta en un célebre friso, donde el cruel monarca aparece sentado sobre un trono ante la ciudad vencida, aceptando los despojos que le llevaban de aquella ciudad mientras se torturaba a algunos de los cautivos. Senaquerib envió a tres de sus capitanes, Rabsaqué, Tartán y Rabsarís, con una poderosa fuerza militar para pedir al rey y al pueblo de Jerusalén que capitularan y con el tiempo se sometieran a ser enviados al exilio. El mensaje asirio despreciaba de manera particular la fe de Ezequías en Yahvé. Mediante su heraldo, Senaquerib alardeó diciendo que su dios sería tan impotente como los dioses de los países que ya habían caído ante el poder asirio.[5] El relato bíblico no indica si se liberó al rey Padi (que según las inscripciones asirias fue restaurado en Ecrón), pero muestra que Ezequías pagó el exorbitante tributo de 300 talentos de plata y 30 talentos de oro que pidió Senaquerib.[6]

La embajada asiria regresó con su monarca, quien a la sazón estaba luchando contra Libná, y se oyó decir respecto a Taharqa, futuro faraón kushita, "Mira que ha salido a pelear contra ti".[7] Las inscripciones de Senaquerib hablan de una batalla en Elteqeh (c. 15 Km. al NNO. de Eqrón), en la que afirma haber derrotado un ejército egipcio y las fuerzas del rey de Etiopía. Luego narra su conquista de Ecrón y cómo volvió a poner en el trono al liberado Padi.

Campaña de Senaquerib en Judá: historia y mito

En cuanto a Jerusalén, aunque Senaquerib había enviado cartas amenazadoras advirtiendo a Ezequías que no había desistido de su determinación de tomar la capital de Judá,[8] la Biblia dice que los asirios ni siquiera "[dispararon] allí una flecha", "ni [alzaron] contra ella cerco de sitiar". La Biblia dice que "no disparará contra ella (Jerusalén) una flecha" (2 Re 19, 32) en una profecía del profeta Isaías, no es un hecho histórico. La Biblia menciona como hecho histórico la campaña de Senaquerib en la que se apoderó de las ciudades amuralladas de Judá (2 Re 18, 13). Según el relato bíblico Yahvé envió un ángel, que en una noche derribó a "ciento ochenta y cinco mil hombres en el campamento de los asirios": "se levantaron por la mañana, y he aquí que todos eran cadáveres". Tal desastre obligó a Senaquerib a regresar "con rostro avergonzado a su propio país".[9] El historiador judío del siglo I, Flavio Josefo, citaba al babilonio Beroso, cuando escribía:

La destrucción de Senaquerib

Bajaron los asirios como al redil el lobo:
brillaban sus cohortes con el oro y la púrpura;
sus lanzas fulguraban como en el mar luceros,
como en tu onda azul, Galilea escondida.

Tal las ramas del bosque en el estío verde,
la hueste y sus banderas traspasó en el ocaso:
tal las ramas del bosque cuando sopla el otoño,
yacía marchitada la hueste, al otro día.

Pues voló entre las ráfagas el Angel de la Muerte
y tocó con su aliento, pasando, al enemigo:
los ojos del durmiente fríos, yertos, quedaron,
palpitó el corazón, quedó inmóvil ya siempre.

Y allí estaba el corcel, la nariz muy abierta,
mas ya no respiraba con su aliento de orgullo:
al jadear, su espuma quedó en el césped, blanca,
fría como las gotas de las olas bravías.

Y allí estaba el jinete, contorsionado y pálido,
con rocío en la frente y herrumbre en la armadura,
y las tiendas calladas y solas las banderas,
levantadas las lanzas y el clarín silencioso.

Y las viudas de Asur con gran voz se lamentan
y el templo de Baal ve quebrarse sus ídolos,
y el poder del Gentil, que no abatió la espada,
al mirarle el Señor se fundió como nieve.

Lord Byron.
"Senaquerib, de la expedición de Egipto regresó a Jerusalén, donde encontró a las tropas comandadas por Rapsaces en gran peligro por la peste. Dios les envió una enfermedad que, en la primera noche en que sitiaron a la ciudad mató a ciento ochenta mil soldados, con sus capitanes y centuriones."

Las inscripciones de Senaquerib no mencionan nada respecto a este desastre, pero en vista del tono jactancioso que domina habitualmente las inscripciones de los soberanos asirios, difícilmente cabría esperar que Senaquerib registrara tal derrota. No obstante, llama la atención la versión asiria del asunto, inscrita en el llamado Prisma de Senaquerib, conservado en el Instituto Oriental de la Universidad de Chicago:

"En cuanto a Ezequías el Judío, no se sometió a mi yugo. Puse sitio a 46 de sus ciudades fuertes, baluartes e innumerables aldehuelas de sus inmediaciones, y (las) conquisté mediante terraplenes bien construidos y arietes acercados (a los muros), (combinados con) el ataque de infantes, y (usando) minas, brechas y trabajo de zapa. Saqué (de ellas) 200.150 personas, jóvenes y ancianos, varones y hembras, caballos, mulas, asnos, camellos, ganado mayor y menor sin cuento, y (los) consideré botín. A él mismo (Ezequías) hice prisionero en Jerusalén, su residencia real, como a un pájaro en una jaula. [...] Las ciudades que había pasado a saco desgajé de su país y las entregué a Mitinti, rey de Ašdod, a Padi, rey de Eqrón, y a Sillibel, rey de Gaza. (...) El propio Ezequías (...) me envió más tarde a Nínive, mi ciudad señorial, además de 30 talentos de oro, 800 talentos de plata, piedras preciosas, antimonio, grandes bloques de piedra roja, lechos (ataraceados) con marfil, sillas nimedu [ataraceadas] con marfil, cueros de elefante, madera de ébano, madera de boj [y] toda clase de valiosos tesoros, sus hijas, concubinas, músicos y músicas. Para entregar el tributo y rendir obediencia como un esclavo envió su mensajero (personal)."

Esta inscripción muestra que, efectivamente, Senaquerib no llegó a tomar Jerusalén. Debe notarse, sin embargo, que Senaquerib presenta el asunto del pago del tributo de Ezequías como posterior al sitio de Jerusalén, mientras que el relato bíblico indica que fue anterior. Sobre la probable razón para esta inversión en el orden de los sucesos, el Funk and Wagnalls New Standard Bible Dictionary (1936, p. 829) observa:

"El final de esta campaña está velado por la oscuridad. Lo que hizo después de capturar Ecrón [...] todavía es un misterio. En sus anales, S[enaquerib] sitúa en estos momentos el castigo que infligió a Ezequías, su incursión en el territorio de Judá, y su reparto del territorio y las ciudades de Judá. Este orden en los acontecimientos parece un velo para cubrir algo que no desea mencionar".

Algunos comentaristas intentan explicar el desastre refiriéndose a un relato de Heródoto[12] en el que cuenta que sobre el campamento asirio "cayó durante la noche un tropel de ratones campestres que royeron sus aljabas, sus arcos y, asimismo, los brazales de sus escudos", lo que los incapacitó para la invasión de Egipto. Este relato obviamente no coincide con el registro bíblico, ni tampoco armoniza con las inscripciones asirias. No obstante, los relatos de Beroso y Heródoto reflejan el hecho de que las fuerzas de Senaquerib sufrieron una repentina calamidad en esta campaña.

La segunda campaña de Babilonia

Sin embargo, las dificultades de Senaquerib no habían terminado. Aprovechando que el monarca asirio estaba comprometido junto al grueso de sus fuerzas en el oeste, el tenaz Merodac-Baladán reapareció y volvió a alzar en armas al sur de Mespotamia. Con objeto de acabar de una vez con la revuelta, Senaquerib envió en 700 a. C. una expedición al corazón mismo de Bit-Yakin. Merodac-Baladán retrocedió ante las huestes asirias, pero, finalmente, fue acorralado en sus últimos reductos. Embarcó entonces una parte de sus tropas, las estatuas de sus dioses e incluso los huesos de sus antepasados, y navegó por la costa hasta la ciudad elamita de Nagitu, donde buscó refugio.

Las tropas asirias, que no pudieron impedir su huida, batieron las marismas y los cañaverales de Bit-Yakin, saquearon la región hasta la frontera de Elam y trajeron, entre los prisioneros, a varios príncipes reales y a los hermanos del fugitivo. Asimismo llevaron cautivo al entonces rey de Babilonia, Belibni, cuya lealtad había sido más que sospechosa durante la nueva rebelión antiasiria. A fin de solventar este irritante y siempre renaciente problema, Senaquerib decidió esta vez poner en el trono babilonio a su propio primogénito, el príncipe heredero, Asurnadinsumi, el cual ejercería un férreo dominio sobre la Baja Mesopotamia al tiempo que iba aprendiendo el ejercicio del poder.

Estos acontecimientos tuvieron pronta repercusión en Elam. Una revuelta palaciega derribó a Sutruknakhunte II, en provecho de su hermano más joven, Khallushuinsusinak, que reinó en Susa desde 699 a 693 a. C. En todo caso, la tranquilidad parecía reinar de nuevo en el Imperio Asirio. Senaquerib, después de una campaña contra la ciudad de Utku, en los montes de Nippur, al este del Tigris, dejó que sus generales se encargaran solos de reprimir los disturbios que estallaron en Cilicia en 696, y, al año siguiente, en Til-Garimme, cerca del Tauro. Él mismo se quedó en Asiria, consagrándose a la realización de una obra que deseaba vivamente: la construcción de su propia capital.

Nínive

Artículo principal: Nínive
Un toro alado o Shedu asirio, procedente de Dur Sharrukin.

Senaquerib abandonó la inacabada ciudad de su padre, Dur Sharrukin, y puso sus miras en la antigua ciudad santa de Nínive, con objeto de convertirla en la más bella ciudad del reino y en la capital de su pujante imperio. Nínive había sido siempre una de las ciudades más imporantes de Asiria, pero nunca había sido capital. El rey la reconstruyó desde sus cimientos e hizo de ella una fastuosa metrópolis. La primera versión de los anales de su reinado, escrita después de la campaña de 703, ya comprendía un balance prometedor de las obras de Nínive. La quinta, en 694 a. C., fecha en que fue inaugurado solemnemente el nuevo palacio, ofrece una descripción completa.

El rey asirio amplió el perímetro de la ciudad enormemente, de 9.300 a 21.815 codos. Agrandó sus plazas y calles, hizo construir a la puerta de la ciudad interior un puente de ladrillos y cal, dispuso una triunfal «vía real», de más de treinta metros de ancha y bordeada de estelas que, a través de la ciudad, venía a parar a la «Puerta de los Jardines», una de las quince grandes puertas de la muralla exterior, de 40 ladrillos de espesor y 100 de alta, y protegida por un foso de cincuenta metros de anchura. Tenía entre 15 y 18 puertas impresionantes, cada una de ellas dedicada a una divinidad. Se había desviado el curso del canal Tebiltu, cuyas aguas habían minado los cimientos del antiguo palacio, que no medía más que 395 codos por 95. Tras rellenar el antiguo cauce, fue elevado el terraplén del palacio a 914 codos por 440, y alzado hasta una altura de 190 hileras de ladrillos.

Senaquerib poseía un vivo interés por el urbanismo y la ingeniería, pasión por la belleza y refinados gustos artísticos. Su nuevo palacio tenía al menos 80 habitaciones, y 3 kilómetros de decoración mural sobre placas de alabastro adosadas a los muros de adobe. Senaquerib lo bautizó como "Palacio sin rival". Para su construcción hizo venir de todas partes los materiales necesarios. Hizo buscar y abrir nuevas canteras, explorar bosques aún inexplotados, fomentó la escultura y la metalurgia. Nuevos procedimientos fueron puestos a punto para afinar la fundición del bronce. Monstuosos toros alados con cabezas de reyes barbudos, los Shedu, franqueaban sus principales puertas.

Parques y jardines embellecían los accesos de la ciudad. El monarca hizo plantar, en las partes alta y baja de la ciudad, frutales de todas las procedencias, esencias aromáticas, viñedos y olivos. En los terrenos comunales del norte hizo distribuir parcelas para todos los habitantes, a condición de que se emplearan para el cultivo de cereales y hortalizas.

La ciudad, los jardines y las plantaciones exigían mucha agua, lo que llevó a la construcción de notables obras hidráulicas. Un primer canal de 16 km de longitud regularizó el curso del río Khosr; fue prolongado con un abanico de 18 canales que iban a recoger entre las pendientes del monte Muari las aguas de manantiales y arroyos. Para atenuar la posible violencia de las crecidas, se construyó por encima de Nínive un pantano artificial plantado de cañas y poblado con aves y animales salvajes para la caza. En sus márgenes se plantaron árboles.

De 694 en adelante, la extensión de parques y cultivos eligió nuevos trabajos hidráulicos, siendo necesario ir a buscar mucho más lejos el agua, a la elevada región del monte Tas, en los confines de Urartu. Se pusieron diques al curso superior de un afluente del Zab; por medio de esclusas, las aguas fueron derivadas hacia un largo canal, una parte del cual formó el célebre acueducto de Jerwan.

La campaña de Elam

Birreme asirio, c. 700 a. C.

Senaquerib, sin embargo, no se olvidaba de su viejo archienemigo, el babilonio Merodac-Baladán. No se sabe si tuvo conocimiento de que éste preparaba una nueva tentativa de rebelión, o prefirió tomar la iniciativa, pero el hecho es que se decidió a ir a atacarlo a territorio elamita, al otro lado del Golfo Pérsico. Hizo construir en Nínive, por especialistas sirios y fenicios, una flota de altura, para la cual enroló tripulaciones de cautivos sidonios, tirios y chipriotas. Los navíos descendieron el Tigris hasta Opis, luego, haciéndolos rodar sobre troncos, los llevó hasta el Eufrates, por el cual descendieron. En Caldea se embarcaron tropas, caballos, material y provisiones. Retrasada por una tempestad, la flota llegó al fin a las costas de Nagitu, en la desembocadura del río Ulai (el moderno Kerkha). Las tropas desembarcaron con ímpetu, tomaron y destruyeron las ciudades costeras de Khilmu, Pillatu y Khupapanu, y luego, cargadas de botín y de prisioneros, volvieron, victoriosas, hacia las costas caldeas, donde Senaquerib les esperaba en su campamento base de Bab-Salimeti.

Pero el soberano asirio no tuvo casi tiempo de alegrarse. Con una maniobra osada e imprevista, el rey de Elam le devolvió golpe por golpe. Dejó su país defendido por una pequeña fuerza, y en el otoño de este mismo año invadió Babilonia por el norte, entró en Sippar a sangre y fuego, hizo prisionero al propio hijo de Senaquerib, Asurnadinsumi, y puso en su lugar, en el trono de Babilonia, a uno de sus protegidos, Nergalusezib. Por muy grande que fuera su resentimiento, el rey de Asiria tuvo que esperar cerca de un año, hasta septiembre de 693 a. C., para poder atacar, cerca de Nippur, al ejército aliado de babilonios y elamitas. Lo hizo trizas y apresó a Nergalusezib. Entretanto, en Elam, una revuelta expulsó del poder a Khallusuinsu II e instaló en el trono a su hermano mayor Kurdurnakhunte. Pese a la llegada del invierno, Senaquerib quiso aprovechar su ventaja y continuó la campaña. Pero los elamitas retrocedieron hacia Khidalu y los rigores de la estación obligaron a los asirios a volver atrás. En junio de 692 a. C., el nuevo rey de Elam fue a su vez asesinado y reemplazado en el trono por su joven hermano Khumbannimena II, al que los mesopotamios llamaron Menanu y que reinaría hasta 687.

Por su parte, los babilonios, lejos de someterse, recurrieron a un caldeo, Musezibmarduk, que había dirigido en el sur una obstinada guerrilla contra los asirios. Basta leer las injurias que Senaquerib aplica en sus anales a los nuevos reyes de Babilonia, para ponderar la violencia de la ira que aún alimentaba contra elamitas y babilonios.

La destrucción de Babilonia

Relieve de un guerrero asirio, procedente de Dur Sharrukin (Museo del Louvre).

Musezibmarduk compró a precio de oro aliados por todas partes, y, con Menanu, consiguió en 691 a. C. coaligar a todos los pueblos de los Zagros, Parsuash, Anzan, Ellipi y Pasheru, así como a todos los nómadas arameos o caldeos de las regiones fronterizas. La base de este inmenso conjunto de guerreros era el ejército elamita, movilizado en masa, con carros de combate soldados de caballería y bagajes de toda suerte. Todas estas tropas se unieron al ejército babilonio cerca de Khalule, junto al Tigris, no lejos de la actual Samarra. Es allí donde Senaquerib se les enfrentó. La batalla fue muy dura. Aunque los anales asirios se atribuyeran la victoria, y aunque el lugarteniente en jefe elamita perdió en ella la vida, Senaquerib no salió vencedor. Pero sus adversarios, a causa de sus pérdidas, no pudieron explotar esta victoria pírrica.

Dos años más tarde, Senaquerib había rehecho sus fuerzas. Aprovechando que, desde abril del 689, el rey de Elam sufría un ataque de parálisis, marchó contra Babilonia, dispuesto a castigarla duramente. Por medio de brechas y escalas, se apoderó de ella con gran violencia, en diciembre del 689, e hizo prisionero a su rey Mushezibmarduk. La ciudad fue tratada con extremo rigor. Los escasos habitantes que escaparon a las matanzas fueron expulsados, deportados o vendidos corno esclavos. Las estatuas de los dioses fueron destrozadas o llevadas en cautividad a Nínive. Se saquearon y destruyeron todos los edificios civiles o religiosos, y sus escombros fueron arrojados al río. El arrasado emplazamiento de la ciudad fue sumergido bajo las aguas. Incluso el suelo fue castigado. Su tierra fue arrojada al Eufrates para que fuera a perderse en el mar, y el suelo del templo del Año Nuevo transportado a Asiria.

Semejante furor devastador resulta sorprendente incluso para los reyes asirios, que siempre habían respetado las ciudades santas de Babilonia y Borsippa, cuyos dioses Marduk y Nabu, contaban con numerosos adoradores tanto en Sumer como en Asiria. Ello encuentra su explicación en tres hechos:

  1. Los sacerdotes de Marduk no se opusieron a que los tesoros de su máximo templo, el Esagila, sirvieran para financiar la coalición contra Asiria.
  2. Babilonia se había convertido en el polo de atracción político y religioso de los nómadas y seminómadas del sur, y en el centro de todas las revueltas contra el poder asirio.
  3. Babilonia era tan responsable como Elam de la muerte del príncipe heredero Asurnadinsumi.

Estos agravios más graves aún en un momento en que Asiria atravesaba una crisis de nacionalismo agudo y denunciaba con violencia todo lo que pudiera ser un influjo religioso, cultural o político de Babilonia.

El problema sucesorio

Con la muerte del príncipe heredero, estalló un grave problema. La tradición mesopotámica exigía que el hijo mayor del rey fuera, de derecho y con la conformidad de los dioses, el legítimo heredero del trono. Pero, si llegaba a morir antes que su padre, éste recobraba la libertad de designar entre sus otros hijos, sin tener en cuenta en lo sucesivo el privilegio de la edad, a su sucesor en el poder. Senaquerib tenía aún cinco hijos, el más joven de los cuales, Asarhaddón (Assurakhaiddina), había nacido de su última esposa, Naqi'a, a la que se llamaba en asirio Zakutu. Esta mujer poseía gran carácter, era enérgica y, sin duda, ambiciosa, y debió intrigar apasionadamente en favor de su hijo. Pero los hermanos mayores defendían no menos encarnizadamente sus posibilidades; contaban con el apoyo de los nacionalistos asirios, que denunciaban como crímenes las simpatías probabilonias de la reina y su hijo.

Mientras Asiria se desgarraba en estas intrigas y luchas, los anales no señalan, en el exterior, ningún hecho importante. Apenas tres meses después de la caída de Babilonia, murió Khumbannimena II, rey de Elam, y le sucedió Khumbankhaltash II, que debió ser su sobrino. Bajo su pacífico reinado. Elam vio crecer su influencia: Ellipi y el País del Mar se sacudieron la tutela asiria para volverse hacia él. En Anatolia, el país de Tabal también ha vuelto a ser independiente, y Urartu había ocupado de nuevo Musasir y algunas regiones vecinas del norte.

Así pues, Senaquerib no pudo conservar intacto el legado de Sargón. Las dificultades internas paralizaban su acción. Se desconoce cuándo se decidió a nombrar un heredero, pero, cuando al fin lo hizo, su elección recayó sobre su hijo más joven, Asarhaddón, quien escribiría más tarde en sus anales:

"Aunque de mis hermanos yo fuera el benjamín, mi padre, por orden de los dioses (...), me dio legítimamente la primacía sobre mis hermanos (proclamando) 'Es el quien me sucederá'. Cuando, a este respecto, interrogó por medio de una consulta hepatoscópica a los dioses Shamash y Adad, estos dioses le respondieron con un 'sí' sin ambigüedades: 'es él quien te reemplazará'. Ateniéndose con devoción a su solemne sentencia (mi padre) reunió entonces, todos juntos, a los habitantes de Asiria, pequeños y grandes, a mis hermanos y a la descendescia masculina de la casa de mi padre, y delante de (...) los dioses de Asiria y los dioses que habitan el cielo y la tierra, para que todos respetaran mi derecho a la sucesión, les hizo jurar por el augusto nombre de estos dioses."

No obstante, la amplitud y la solemnidad de estos compromisos, fueron insuficientes para acallar las rivalidades; más bien sucedió lo contrario. Los pretendientes rechazados y sus partidarios se encarnizaron contra el nuevo príncipe heredero. Calumnias, maledicencias, conspiraciones... todo se utilizó para desacreditarlo o atemorizarlo. A los antagonismos políticos se mezclaba además un sordo malestar religioso. La destrucción de Babilonia y de sus templos, bien acogida al principio por una parte de la opinión asiria, no había tardado en suscitar en el país un vago sentimiento de culpabilidad sacrílega. El clero asirio había llegado a intentar justificar por medio de especulaciones teológicas el castigo infligido a los dioses de Babilonia. Al mismo tiempo se abría camino, entre los deportados o fugitivos babilonios, una especie de esperanza «mesiánica» que anunciaba la reconstrucción de la ciudad, el retorno de los dioses y el fin del exilio. Lo quisiera o no Asarhaddón, es a él a quien las profecías que circulaban clandestinamente designaban como el futuro libertador. Sus enemigos le acusaban de ser traidor a su patria, e incluso su padre estaba algo irritado. Sin perder por ello el título de príncipe heredero, debió alejarse entonces de Nínive, buscando refugio en algún lugar desconocido más allá de Khanigalbat.

El 20 de tevet de 681 a. C., según el Antiguo Testamento, "sucedió que mientras adoraba en el templo de Nisroc, su dios, sus hijos Adramelec y Sarezer lo mataron a espada y huyeron a la tierra de Ararat".[13] Una inscripción de su hijo, sucesor y vengador, Assarhadón, confirma esta declaración bíblica,[14] aunque no menciona los verdaderos nombres de los asesinos.

Referencias

Notas

  1. Julio-agosto
  2. Diciembre-enero
  3. Is 18,1-7; 19,1-15
  4. A los catorce años del rey Ezequías, subió Senaquerib rey de Asiria contra todas las ciudades fortificadas de Judá y las tomó. Entonces Ezequías rey de Judá envió a decir al rey de Asiria que estaba en Laquis: Yo he pecado; apártate de mí, y haré todo lo que me impongas. Y el rey de Asiria impuso a Ezequías rey de Judá trescientos talentos de plata y treinta talentos de oro (2Re 18:13, 14).
  5. Que no te engañe tu Dios, en quien confías, haciéndote pensar que Jerusalén no será entregada en manos del rey de Asiria.
    Tú has oído, seguramente, lo que hicieron los reyes de Asiria a todos los países, al consagrarlos al exterminio total. ¿Y tú, te vas a librar?
    ¿Libraron acaso sus dioses a esas naciones que mis padres han destruido, a Gozán, Jarán, Résef y a la gente de Edén que está en Telasar?
    ¿Dónde están el rey de Jamat, el rey de Arpad, el rey de la ciudad de Sefarvaim, el de Hená y el de Ivá? (2Re 18:17-35).
  6. Dio, por tanto, Ezequías toda la plata que fue hallada en la casa de IHVH, y en los tesoros de la casa real (2Re 18:14-16).}}
  7. 2Re 19:8, 9.
  8. Isa 37:9-20.
  9. Isa 37:33-37; 2Cr 32:21.
  10. Antigüedades Judías, libro X, cap. I, sec. 5.
  11. La Sabiduría del Antiguo Oriente, pp. 236, 237.
  12. Historia, II, 141.
  13. 2Cr 32:21; Isa 37:37, 38.
  14. Ancient Records of Assyria and Babylonia, de D. Luckenbill, 1927, vol. 2, págs. 200-201: "El día 20 de Tebet, Senaquerib fue muerto por sus hijos en una revuelta. El día 18 de Sivan, Assarhadón, su hijo, ascendió al trono."

Bibliografía

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  • Bottéro, Jean, Cassin, Elena, y Vercoutter, Jean. Los imperios del Antiguo Oriente III. La primera mitad del primer milenio. Siglo XXI, Madrid, 1990. ISBN 84-323-0118-3
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  • Masó Ferrer, Felipe. Nínive. Capital del Imperio Asirio. Revista National Geographic Historia, nº 37. ISSN 1696-7755
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  • Sanmartín, Joaquín. Historia antigua del Próximo Oriente. Akal, Madrid. ISBN 84-460-1032-1
  • Federico Lara Peinado, Diccionario Biográfico del Mundo Antiguo: Egipto y Próximo Oriente, Editorial Aldebarán (1998), ISBN 84-88676-42-5

Véase también

Enlaces externos


Predecesor:
Sargón II
Rey de Asiria
705 a. C. - 681 a. C.
Sucesor:
Asarhaddón
Predecesor:
Sargón II
Rey de Babilonia
705 a. C. - 703 a. C.
Sucesor:
Marduk-zakir-shumi II
Predecesor:
Mušezib-Marduk
Rey de Babilonia
689 a. C. - 681 a. C.
Sucesor:
Asarhaddón

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