Hernán Mejía de Mirabal

Hernán Mejía de Mirabal

Hernán Mejía de Mirabal (Sevilla, España, 1531 - Córdoba de la Gobernación de la Nueva Andalucía, República Argentina, 1598) fue uno de los más activos conquistadores castellanos del Tucumán.

Contenido

Hidalgo, pero pobre

Su nombre a aparece escrito de diferentes maneras, “Mexía”, “Miraval”, con o sin la preposición “de” antepuesta y/o intermedia, a veces reemplazada por “y”, y varias veces combinando las diversas posibilidades (por ejemplo: Hernán de Mexía y Miraval) de donde se deduce que no habría recibido una particular educación, lo que no era poco habitual en su tiempo, sobre todo en los hidalgos pobres educados para la guerra. En aquel entonces, concluida la reconquista española hacía apenas cuarenta años, residía en Andalucía una reducida alta nobleza titulada riquísima y vinculada estrecha y familiarmente a la corona, y un inmenso número de hidalgos pobres, hijos y descendientes de los muchos guerreros que participaron en la conquista del Reino de Granada.[1]

Mejía de Mirabal era hidalgo, o sea noble, que según tradición medieval no es aún necesariamente un privilegio sino un oficio hereditario, el de guerrero. Es por este motivo que los conquistadores solicitan reiteradamente –y también el mismo Mejía de Mirabal- “mercedes con las que sustentar su nobleza”, pues en tanto resabio feudal, en el caso de los conquistadores, no se trata de soldados rentados de un ejército nacional. Por el contrario, abundan casos como este, tal el de Domingo Martínez de Irala –hijo de un escribano real que vende su mayorazgo para venir a América como simple soldado-, o los bandos pregonados en Asunción por orden de Juan de Garay convocando a sus habitantes para concurrir voluntariamente a la fundación de Buenos Aires con sus bastimentos, animales, armas y útiles de labranza, todo a costa de los caudales individuales de los expedicionarios pues no son aún ejércitos nacionales rentados.[2] Si en la Edad Media el pago era el botín como resultado del saqueo, como también podría serlo en la conquista de los grandes imperios precolombinos de México o del Perú, en estas tierras meridionales de Sudamérica donde las riquezas –en términos europeos, oro y plata- eran prácticamente inexistentes las compensaciones se limitaban a la concesión de encomienda de indios o al otorgamiento de mercedes de tierras o pagos. En el caso en que la entrada resultase en una fundación los pobladores accedían a la categoría de primeros vecinos, lo que implicaba obtener el privilegio de la concesión de hidalguía, que no sólo significaba el ascenso social –el propio y el de su progenie pues se fundaba un linaje noble-, sino un beneficio práctico consistente en quedar eximidos del pago del pecho o pechera, tributo del que los hidalgos estaban exentos. Además los calificaba para los cargos del cabildo, particularmente para el de alcalde. Es elocuente la disposición del rey Felipe II, “Por honrar las personas, hijos y descendientes legítimos de los que se obligaren a hacer población y la hubieren acabado y cumplido su asiento, les hazemos Hijosdalgo de solar conocido para que en aquella población, y otras cualesquier partes de las Indias, sea Hijosdalgo y personas nobles de linage, y solar conocido, y por tales sean havidos y tenidos, y les concedemos todas las honras y preeminencias, que deven haver y gozar todos los Hijosdalgo, y Cavalleros destos Reynos de Castilla, según fueros, leyes y costumbres de España.” La ley siguiente esta fechada en el Palacio Real de El Pardo, el 26 de septiembre de 1575.[2]

Mejía de Mirabal será primer vecino no de una sino de múltiples fundaciones: Barco y sus diversas mudanzas, incluyendo Santiago del Estero, Córdoba del Calchaquí, Cañete, San Miguel del Tucumán, Córdoba de la Nueva Andalucía[2] y Nuestra Señora de Talavera.[3] No obstante no se beneficiará de este privilegio pues él ya es hidalgo de sangre.[2]

Su llegada al Perú

Concluida la reconquista española en la Península, América se presentaba como el escenario ideal para un que un hidalgo pobre educado para la guerra pudiese servir a su rey, pues los Reinos castellanos de Indias correspondían al rey de Castilla, aunque no al Reino de Castilla, conforme lo estipulado en las bulas alejandrinas. Marchó a las Indias con sus hermanos siendo aún muy joven, pues con tan sólo quince años de edad se encontraba ya en Panamá a la llegada del licenciado Pedro de la Gasca (o de Lagasca), enviado por la corona castellana en 1546 para poner fin al alzamiento de Gonzalo Pizarro en el Perú. Con tan corta edad se enrola en las tropas de La Gasca, quien había sido designado presidente de la Real Audiencia de Lima con amplias facultades de gobierno y reunía una importante flota para dirigirse hacia el virreinato del Perú. Tras una travesía por aguas del Pacífico hasta Ecuador, y de allí en adelante una penosa marcha por tierra organizó una gran fuerza conformada por cuatrocientos caballeros, quinientos peones y setecientos arcabuceros. Con semejante ejército, nunca visto hasta entonces en América, arrolló a las huestes de Pizarro en la batalla de Jaquijahuana, próxima a Cusco, el 9 de abril de 1548.

Tras imponerse militarmente Lagasca inició un profundo proceso de reorganización administrativa. Primeramente efectuó el reparto de Guaynarima en la que se repartieron importantes encomiendas entre muchos de los combatientes y privilegiando marcadamente a los capitanes, pues Lagasca aspiraba a crear una poderosa aristocracia virreinal como soporte local de la corona. Mejía de Mirabal, quizás por su corta edad, contó entre los muchos que nada recibieron, lo que provocó no poco descontento y algunas tensiones. Para neutralizar ese descontento y a la vez restaurar la paz definitiva dispersando a los muchos hombres de armas que se encontraban concentrados en el Perú después de las guerras civiles dispuso la fundación de nuevas ciudades. Así nace Nuestra Señora de la Paz, hoy sede del gobierno de Bolivia, tercera fundación castellana en el Alto Perú -después de Chuquisaca (1538) y Potosí (1545)-, y estratégico punto intermedio en el trayecto de casi mil kilómetros entre Cusco y Potosí, donde en 1545 acababan de descubrirse las riquísimas yacimientos de plata en el cerro Rico. El nombre elegido conmemoraba la restauración de la paz tras la guerra civil. Otras expediciones de conquista y de población marcharon hacia los confines del virreinato, a zonas todavía inexploradas en la región selvática del norte peruano, y hacia el Sur, a Chile y el Tucumán.[4]

La entrada al Tukmán

Artículo principal: Juan Núñez de Prado
Artículo principal: El Barco (Argentina)

La entrada al Tukmán constituía una prioridad para Lagasca, quien visualizó la conveniencia de la utilización del camino del río de La Plata, como eficaz medio para sortear las dificultades que ofrecía el viaje al Perú a través del istmo centroamericano. Para ello debía ser dominado el Tukmán, y ello era funcional a su cometido de descongestionar el Perú de gente de armas, y a la vez satisfacer a aquellos que no habían sido satisfechos en el reparto de Guaynarima. Consecuentemente designó a Juan Núñez de Prado encomendándole tal misión. Este extremeño nacido en Badajoz había pasado a Indias alrededor de 1540. Partidario de los Pizarro, participó en ese bando durante las guerras civiles. En 1948 era alcalde de las minas de Potosí, donde se habría labrado una importante fortuna que resultaba imprescindible a la hora de solventar una expedición de conquista. A la llegada de Pedro de la Gasca acata su autoridad y se incorporar a las tropas del rey para la batalla de Jaquijahuana. El capitán Núñez de Prado se avecindaba nuevamente en el Alto Perú, en la ciudad de Charcas (Sucre/La Plata) próxima a Potosí cuando La Gasca le encomienda la entrada al Tucumán, a su exclusiva costa, para lo que debió involucrar económicamente su patrimonio. Reunió ochenta y cuatro voluntarios entre quienes se encontraría Hernán Mejía de Mirabal.

Camino del Tucumán, debieron combatir a los belicosos indios del valle de Humauhaca, y pasaron a los valles Calchaquíes, para luego buscar las llanadas orientales. El 24 de junio de 1550 a orillas del río Dulce, quedó fundada la ciudad de El Barco en honor de La Gasca, nacido en El Barco de Ávila.

El emplazamiento escogido no pareció adecuado, por lo que la ciudad fue movida de asiento, no una sino dos veces, en 1551 y en 1552. Son las conocidas como Barco II, en los valles Calchaquíes y Barco III, en los Juríes, un emplazamiento situado en las cercanías de donde hoy se yergue la ciudad de Santiago del Estero, y traslados en los cuales estuvo siempre presente Mejía Mirabal.

Problemas de jurisdicción

Al tiempo que se le encargaba al capitán Núñez de Prado la conquista del Tucumán se le encomendó a Pedro de Valdivia la de Chile. Valdivia participaba de esa psicología señorial y feudal, expansiva y centrífuga que caracterizó a los primeros conquistadores de América del Sur. Coincidía con la hipótesis de La Gasca de buscar una mejor salida a Europa a través del Río de la Plata, pero para ello entendía que debía erigirse una sola gobernación, desde el océano Pacífico al Atlántico, coincidentemente con el espíritu original de la corona de subdividir los Reinos de Indias ubicados al sur del Ecuador y que surgía de los criterios con que se firmaran las capitulaciones suscriptas con Pizarro, Almagro, Mendoza y Sotomayor.[2]

Por lo tanto el Tucumán se constituía en un escollo para el criterio expansivo de Valdivia. El capitán Francisco de Aguirre, a las órdenes de Pedro de Valdivia y de su política, argumentando que aquellos términos correspondían a la jurisdicción de Chile, depuso a Núñez de Prado y lo envió preso a Chile. Una vez que hubo tomado posesión Aguirre, la ciudad fue nuevamente mudada y rebautizada como “Santiago del Estero del Nuevo Maestrazgo”. Esta es la ciudad argentina conocida actualmente como Santiago del Estero, la primera fundación hispánica existente aún en nuestros días en el actual territorio de la República Argentina. Quienes acompañaban a Aguirre sumados a algunos que habían llegado con Juan Núñez de Prado, entre ellos Hernán Mejía de Mirabal, se constituyeron en primeros vecinos de Santiago del Estero, muchas de las cabezas de las familias criollas más antiguas de la República Argentina. La nueva fundación no fue docilmente aceptada por los pueblos preexistentes. Previendo un inminente ataque de los naturales, Mejía de Mirabal participó con el capitán Juan Vázquez en una entrada preventiva al pueblo de Meaja, que culminó en que los derrotados aborígenes debieran someterse a los conquistadores castellanos.

La disputa jurisdiccional entre Chile y el Tucumán no fue fácilmente resuelta. Quienes llegaran con Núñez de Prado no les satisfacía someterse a un lejano gobierno trasandino sino a ser autónomos en su propia jurisdicción, el Tucumán, de la cual su ciudad entendían que debía ser cabecera. Mientras España peninsular entraba de lleno en el modernismo en América aún sobrevivían conceptos feudales atomizadores. En consecuencia, en septiembre de 1557 una asonada pretendió designar gobernador a Juan Núñez de Prado. La revuelta fracasó y el movimiento separatista fue sofocado. Los sediciosos fueron apresados y a Mejía de Mirabal le fue confíada la custodia de los prisioneros para conducirlos a Chile donde serían juzgados.

Las guerras calchaquíes

La Real Audiencia, sin embargo, falló a favor de Núñez de Prado y de la erección de la gobernación del Tucumán. Al frente de la nueva gobernación fue designado Juan Pérez de Zurita, quien se hizo cargo del gobierno con mano de hierro. Su designación coincidió con un alzamiento generalizado de los aborígenes de los valles Calchaquíes, pueblos diaguitas que participaban del mundo cultural andino, con un alto grado de organización social, habitantes de núcleos urbanos precolombinos. Al frente de este alzamiento se encontraba el cacique omaguaca Juan Calchaquí. Mejía de Mirabal demuestra con su accionar que en todas las mudanzas de la política de esos tiempos se somete leal y estrictamente a las decisiones de la autoridad real o de sus legítimos representantes, y acata la designación del nuevo gobernador. En consecuencia, las cruentas guerras calchaquíes lo encuentran participando activamente en ellas, ya como capitán de las fuerzas castellanas del gobernador Pérez de Zurita.

En tal carácter le fue encomendado la exploración de los valles próximos a Londres (hoy provincia de Catamarca) buscando el lugar adecuado para establecer una nueva fundación desde la cual contrarrestar el alzamiento indígena. En estas exploraciones sostuvo un enfrentamiento con los naturales en el cual logró tomar prisionero al cacique Chumbicha, hermano de Juan Calchaquí. A continuación fue fundada Córdoba del Cachaquí en 1559, en la que intervino, siendo designado uno de sus primeros regidores.

Como la hostilidad de diversas parcialidades indígenas contra la ciudad de Santiago del Estero no cesasen, en 1560 Pérez de Zurita encabezó una entrada punitiva a las ciénagas del río Salado, en la que Mejía de Mirabal resultó herido.

Nuevas fundaciones

Su actividad colonizadora es incesante. En 1560 se encuentra presente en la fundación de Cañete, ciudad que con Córdoba del Calchaquí y Londres constituyeron el cinturón defensivo de la de Santiago del Estero. Cañete se encontraba asentada en el primitivo emplazamiento de El Barco I, pero no perduró, como tampoco perduraron ni Londres ni Córdoba del Calchaquí. Cinco años más tarde se encuentra también presente en la fundación de San Miguel de Tucumán llevada a cabo por Diego de Villarroel, insistiendo en el antiguo asentamiento de Barco I y Cañete y el 15 de agosto de 1567 está presente en la fundación de Nuestra Señora de Talavera.[5]

En 1572 lo encontramos actuando como cercano colaborador del gobernador de Santiago del Estero don Jerónimo Luís de Cabrera, participando como uno de sus capitanes en la entrada que éste realiza a los Comechingones. En 1573 asiste a la fundación de Córdoba, de la que será el primer alcalde.

En 1579 se encuentra nuevamente en Santiago del Estero, por aquel entonces cabecera de la gobernación y la ciudad española más importante de toda la región. En ese año es designado corregidor de la ciudad, o sea justicia mayor y lugarteniente de capitán general, con plenos derechos de administración de justicia y mando de las fuerzas militares. Así, informado de un ataque masivo de indios diaguitas, olcos y juríes contra la ciudad de San Miguel del Tucumán marcha con celeridad y salva a la ciudad asediada que estaba siendo incendiada.

Sin embargo, depuesto Abreu, el nuevo gobernador Lerma le confiscó sus bienes y lo desterró. Entonces, en 1580, Mejía Mirabal se retira a La Plata, por entonces sede de la audiencia, ciudad que por otros nombres es conocida como Charcas, Chuquisaca y Sucre, hoy capital de Bolivia.

Allí se pierde momentáneamente su rastro. Quizás en 1586 se encontró participando junto a su hermano Pedro en la defensa de Cartagena de Indias contra el asedio del pirata inglés Francis Drake pero podría haber sido confundido con su sobrino homónimo.

El meteorito de Campo del Cielo

En Julio de 1576 el gobernador Gonzalo de Abreu y Figueroa le envió a explorar la zona de Otumpa, en el Chaco, región de planicie boscosa que se extiende alrededor del deslinde entre las hoy provincias de Chaco y Santiago del Estero. El objetivo era encontrar una presunta mina de hierro de donde los aborígenes obtenían el metal para confeccionar las puntas de sus lanzas y flechas.

Organiza una partida en la que es acompañado por ocho soldados y en el trayecto se enfrenta con un grupo de chiriguanos errantes, “yndios chiringuanales que comían carne humana”, como él mismo relataría en 1584, a los que conduce a la ciudad. Finalmente, y tras penosa marcha, arriba al lugar en el que descubre una gran roca de color grisáceo -que supone de plata-, cuyo peso estima en veintitrés toneladas, y de la cual extrae muestras.

En realidad, se trataba de un inmenso meteorito de material ferroso caído hace alrededor de cuatro o cinco mil años. Toda la región está sembrada de estos meteoritos y el lugar, ubicado entre el sudoeste de la hoy provincia de Chaco y su límite con la de Santiago del Estero, República Argentina, se denomina Campo del Cielo.

Una visión geopolítica notable

En 1589 ejerce como Teniente de gobernador de Córdoba. A instancias del cabildo de Córdoba y con poder del cabildo de Santiago del Estero viaja a la Península con una particular solicitud al rey. El cabildo de Córdoba solicitaba la unificación judicial del Tucumán, Chile, Río de la Plata y Patagonia, fechado 6 de diciembre de 1589, “poner en esta ciudad (Córdoba) una audiencia con términos del Río de la Plata y esta gobernación (Tucumán) y Chile…(y) el descubrimiento de la gran noticia de la Trapalanda que llaman de los Césares”. Esta propuesta refleja la postura que la corona había sostenido al crear la gobernación de la Nueva Andalucía, y que posteriormente Lagasca juzgase pertinente. También Valdivia lo había pretendido y ahora son los cabildantes cordobeses quienes lo solicitan formalmente con el agregado de la "Trapalanda", las tierras patagónicas al sur del paralelo de 35°S, que los castellanos nunca pudieron sojuzgar sino nominalmente.[6] Tras la emancipación sudamericana se diluyó la posibilidad de la creación de un estado bioceánico en el extremo meridional de Sudamérica. Sin embargo habrá un último intento, esta vez de la mano de la política francesa, con la creación del Reino de Patagonia.

Se sabe que falleció en los últimos años del siglo XVI, aunque no hay acuerdo acerca del sitio específico de su muerte, que podría haber sido en Córdoba de la Nueva Andalucía alrededor del año 1592 o 1593[7] Otras fuentes presumen que ocurrió en Sevilla -adonde marchara para resolver asuntos pendientes, entre ellos su testamento-, y otros en tierra firme, en las costas del Mar Caribe, de regreso al Tucumán, y en este caso quizás también se lo esté confundiendo con su nombrado sobrino.

Referencias

  1. Claudio Sánchez Albornoz, Del ayer de España, trípticos históricos, Editorial obras selectas S.A., Madrid 1973, ISBN 84-7161-008-6
  2. a b c d e Edmundo Hialmar Gammalsson, Los pobladores de Buenos Aires y su descendencia, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, Secretaría de Cultura, Edición en homenaje al cuarto centenario de la fundación de la ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1980.
  3. Diccionario biográfico colonial argentino, Enrique Udaondo, Institución Mitre, Editorial Huarpes S.A., Buenos Aires, 1945.
  4. Diccionario biográfico colonial argentino, Enrique Udaondo, Institución Mitre, Editorial Huarpes S.A., Buenos Aires, 1945.
  5. Diccionario biográfico colonial argentino, Enrique Udaondo, Institución Mitre, Editorial Huarpes S.A., Buenos Aires, 1945.
  6. Narciso Binayán Carmona, Historia genealógica argentina, editorial EMECÉ, Buenos Aires, 1999, ISBN 950-04-2058-9
  7. Diccionario biográfico colonial argentino, Enrique Udaondo, Institución Mitre, Editorial Huarpes S.A., Buenos Aires, 1945.

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