Belle Époque

Belle Époque
Para otros usos de este término, véase Belle Époque (desambiguación).

Belle Époque (del francés: «Época Bella», con un matiz, además de estético, de pujanza económica y satisfacción social) es una expresión nacida tras la Primera Guerra Mundial para designar el periodo de la historia de Europa comprendido entre la última década del siglo XIX y el estallido de la Gran Guerra de 1914.

Esta designación respondía en parte a una realidad recién descubierta que imponía nuevos valores a las sociedades europeas (expansión del imperialismo, fomento del capitalismo, enorme fe en la ciencia y el progreso como benefactores de la humanidad); también describe una época en que las transformaciones económicas y culturales que generaba la tecnología influían en todas las capas de la población (desde la aristocracia hasta el proletariado), y también este nombre responde en parte a una visión nostálgica que tendía a embellecer el pasado europeo anterior a 1914 como un paraíso perdido tras el salvaje trauma de la Primera Guerra Mundial.

Contenido

Aspectos políticos de La Belle Époque

Después de la Guerra Franco Prusiana (Napoleón III de Francia), Europa vivió un período de paz que favoreció los avances científicos, técnicos, sociales y económicos, particularmente en Francia, Reino Unido, Alemania, Rusia, Austria-Hungría e Italia. Cabe indicar que, en esa época, prácticamente todas las naciones con gran influencia política a nivel mundial eran europeas, las rivalidades (políticas o económicas) entre estas potencias obligaban a guardar un equilibrio de poder que, precisamente, impidió durante cuatro décadas que tales rivalidades fueran solucionadas mediante una guerra.

Es preciso mencionar que en este periodo países como China, Japón, estaban aún lejos de lograr los niveles de poderío a escala mundial que mostraban los grandes estados de Europa, siendo que su poder e influencia sólo se expresaba a escala regional y en competencia con los estados europeos. Inclusive los Estados Unidos eran ya una potencia industrial pero cuyo poderío era superado en varios aspectos por Gran Bretaña, Alemania o Francia.

Fue en esta época cuando las grandes potencias europeas alcanzaron su máxima influencia y poder a nivel mundial, lo cual se ve reflejado en el hecho que, tras el Reparto de África, prácticamente todos los imperios coloniales europeos estaban sólidamente definidos (y sojuzgados) antes de 1914. Durante la Belle Époque, el imperialismo era considerado una política de Estado aceptable y válida para los políticos europeos y para grandes sectores de la población. El imperialismo era justificado en tanto se le consideraba como generador de valiosas fuentes de materia prima, así como de nuevos mercados para la creciente producción industrial, lo cual era crucial para países europeos carentes de materias primas y con mercados internos ya bastante explotados.

En toda Europa, la mano de obra se organizó en sindicatos o en partidos políticos: en este período aparecen los primeros partidos socialistas europeos, cada vez más influyentes. También se organizan en movimientos políticos las corrientes ideológicas propias del conservadurismo y liberalismo, en lo político y económico.

Aspectos sociales

La tendencia general en la gente de esta época era optimista y ambiciosa respecto al porvenir, gracias a las innovaciones tecnológicas que se difundieron masivamente. El positivismo (el defensor de la fe en la ciencia) y el cientifismo (que proclama que la ciencia lo explica todo) hicieron su aparición y empezaron a ganar abiertamente adeptos entre los intelectuales. La Belle Époque se hizo notar sobre todo en la arquitectura de los boulevards de las capitales europeas, en los cafés y los cabarets, en los talleres y galerías de arte, en las salas de conciertos y en los salones frecuentados por una burguesía y unas clases medias que sacaban provecho del desarrollo económico.

La antigua aristocracia europea aún conservó una gran influencia política; no obstante, con el auge del capitalismo a gran escala, los aristócratas debieron compartir por vez primera diversos privilegios junto a una burguesía ambiciosa y mucho más adinerada que en el pasado, la cual exigía (y muchas veces obtenía) una participación importante en las decisiones políticas gracias a su poderío financiero. En los países que no contaban con esta clase de aristocracia, pero estaban influenciados por Europa (como Estados Unidos o Latinoamérica), fueron las respectivas oligarquías (basadas en la industrialización o en la producción de materias primas) quienes empezaron a imponer su poder dentro de la política nacional, por encima de élites tradicionales o caudillos militares.

Los cambios tecnológicos y económicos de este periodo acentuaron las divisiones entre ciudades y campos, así como entre los más pobres y los más ricos; la migración de campesinos hacia las ciudades (ya sea dentro de su propio país o hacia el extranjero) se hizo necesaria a fin de cubrir la urgencia de mano de obra para las industrias, y este fenómeno puso a amplias masas humanas en contacto directo con los adelantos tecnológicos de las urbes, lo cual muy rara vez ocurría en el pasado. Todas las grandes ciudades del mundo, como Londres, París, San Petersburgo o Berlín experimentaron desde 1890 constantes aumentos de población.

A pesar de que la brecha entre pobres y ricos se mantenía, se hacía sentir la necesidad de que el naciente proletariado urbano también participara de esas transformaciones: el auge tecnológico hizo necesario el fomento de la educación en todos sus niveles, mientras que las noticias del mundo exterior se difundían más fácilmente gracias al ferrocarril, al cable submarino, y al telégrafo. Toda esta difusión del conocimiento empezaba a generalizarse al aumentar la alfabetización para atender las necesidades de una economía moderna, mientras crecía el número de publicaciones de consumo popular.

El progreso científico propició también nuevos oficios especializados para el proletariado urbano (desde electricistas y chóferes de tranvía hasta plomeros y obreros metalúrgicos), lo cual influyó para un mayor desarrollo de los movimientos sindicales en todo el mundo. Esta transformación significó un cambio muy importante pues las masas populares no estaban sólo ubicadas en las zonas rurales sino además en las grandes urbes, por lo cual los movimientos ideológicos y políticos buscaron cortejar el apoyo de estas nuevas masas de obreros y pequeños artesanos.

Las exposiciones universales realizadas en París en los años 1889 y 1900 son los símbolos de la Belle Époque, por su insistencia en la promoción del progreso científico y por atraer la atención a nivel realmente mundial. Tales exhibiciones servían también para resaltar ante un público mundial la fe en la ciencia y la tecnología, exaltando la capacidad del individuo para dominar y vencer los obstáculos que le planteaba la naturaleza. Si bien tales ideas databan de la época de la Ilustración, ahora eran difundidas, entendidas, y aceptadas como válidas por grandes masas humanas y no sólo por una élite intelectual.

El apogeo de la tecnología implicaba también que las potencias de Europa difundieran sus conocimientos técnicos, junto con la cultura occidental, y sus ideas políticas (democracia, parlamentarismo) en casi todo el orbe, ya sea mediante la influencia indirecta (respecto de los países económicamente más débiles de Asia o América) o por el simple uso de la fuerza (en su respectivo imperio colonial).

Aspectos económicos

El Ford T.

La economía empezó a "globalizarse" durante este periodo en la medida que, gracias a la expansión europea, cada vez más áreas del planeta se hallaban en mutuo contacto y dependencia económica debido al auge de la industria pesada y el desarrollo del comercio internacional; esto causa que los mercados de consumidores se expandan a niveles mucho más vastos.

La Revolución Industrial en Europa causó que desde fines del siglo XIX la producción masiva de materias primas quedase a cargo de las colonias o de los estados periféricos (América Latina o China), mientras que Europa y Estados Unidos se especializaron en la producción industrial, cuyos mercados se hallaban ahora en todo el mundo. Además los avances tecnológicos y las nuevas fuentes de energía (reemplazo del carbón y el vapor por la electricidad y el petróleo) permitieron que la producción industrial sea más barata y en cantidad mucho mayor que en épocas pasadas.

En la práctica todos los sectores económicos se hallaban mutuamente interrelacionados por una mayor facilidad y velocidad en las comunicaciones (con la nueva tecnología del buque a vapor, ferrocarriles, telégrafo, teléfono), a una escala planetaria que nunca antes se había conocido. La información, por vez primera, empezó a difundirse fácilmente a grandes distancias, y de una forma masiva y veloz que no existía hasta entonces.

La tecnología hacía que los costos de transporte se redujeran drásticamente y que las mercancías de toda especie pudieran recorrer distancias larguísimas. Con ello los mercados internacionales abarcaron no sólo a los países industrializados sino también a las colonias y a los países periféricos.

El período de "paz y progreso" llegó a su fin de modo repentino con el estallido de la Primera Guerra Mundial en julio de 1914. Los inventos maravillosos del desarrollo tecnológico, como el avión, perdieron su imagen mágica cuando fueron utilizados para matar. Algunos historiadores señalan como el final de la Belle Époque el naufragio del Titanic, en 1912, percibido como el comienzo de la desconfianza humana hacia la tecnología.

En el arte

Además, aparecieron las tres corrientes pictóricas que marcarían el siglo XX: el expresionismo y el fauvismo, también se desarrolló el modernismo. Aparecieron también, a principios del siglo XX, nuevas corrientes de expresión pictórica, basadas en la ruptura con los cánones previos y en la admiración hacia la tecnología como el futurismo.

La música reflejó un momento de esplendor con las óperas de Richard Wagner y Giuseppe Verdi, situados dentro de la tradición musical alemana e italiana respectivamente. Otras escuelas musicales propugnaban el retorno a las tradiciones nacionales pero dentro de los cánones clásicos, como los rusos Chaikovski, Músorgski, o Rimski-Kórsakov, mientras otros fusionaban elementos clásicos y populares como el austriaco Johann Strauss. Apareció el psicoanálisis, fundado por el austriaco Sigmund Freud, como forma de tratar los problemas de la mente humana, posteriormente otros estudiosos como el suizo Carl Gustav Jung continuarían con el avance de la psicología.

Nuevas costumbres ocuparon el interés de los ciudadanos, como los deportes; los ingleses jugaban al fútbol, al cricket, golf, y tenis, exportando estos pasatiempos a todo el mundo. Asimismo en Francia se popularizó el ciclismo y esgrima.

Véase también

Enlaces externos

Bibliografía

  • Losada, Leandro, La alta sociedad en la Buenos Aires de la Belle Époque. Sociabilidad, estilos de vida e identidades, Colección Historia y Política dirigida por Juan Carlos Torre, Siglo XXI Iberoamericana, Buenos Aires, 2008, ISBN 978-987-1013-65-4 (445 pág)
  • Verlichak, Carmen, Las diosas de la Belle Époque y de los 'años locos' , Editorial Atlántida, Buenos Aires, 1996, ISBN 950-08-1599-0 (232 pág)

Wikimedia foundation. 2010.

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