Imperio español

Imperio español
Imperio español
Monarquía universal española
(Monarquía hispánica /
Monarquía española)

Imperio

14921898

Cruz de Borgoña

Bandera

Lema nacional: Plus Ultra (latín: ‘Más allá’)
Ubicación de
Máxima extensión del Imperio español (diacrónico)
Capital Toledo (14921561)
Madrid (15611601)
Valladolid (16011606)
Madrid (desde 1606)
Idioma principal Español
Otros idiomas Portugués, catalán, cebuano, euskera, aragonés, gascón-aranés, francés, neerlandés, alemán, gallego, ilongo, asturleonés, siciliano, napolitano, lombardo, aymara, quechua, náhuatl, maya, tlaxcalteco, mixteco, zapoteco, guaraní, tagalo, chamorro, árabe, chino entre los principales en número.
Religión Católica
Gobierno Monarquía
(República: 18731874)
Rey
 • 14741516 Reyes Católicos
 • 18731874 Primera República Española
 • 18861931 Alfonso XIII
Período histórico MercantilismoImperialismo
 • Descubrimiento de América 1492
 • Conquista de las Islas Canarias 14021496
 • Conquista de Navarra 1512
 • Conquista del Imperio azteca 15191521
 • Conquista del Imperio incaico 15321537
 • Unión dinástica con Portugal 1580
 • Guerra Hispano-norteamericana 1898
 • Acuerdos de Madrid 1975
Superficie
 • 1790 20,000,000 km2
Población
 • 1790 est. 60,000,000 
     Densidad 3 hab./km²
Moneda Real español, peseta
Gentilicio: español (a), hispano (a)

Se denomina Imperio español o Monarquía universal española[1] (comúnmente simplificado como Monarquía hispánica o Monarquía española) al conjunto de territorios de España o de las dinastías reinantes en España. Alcanzó los 20 millones de kilómetros cuadrados a finales del siglo XVIII, aunque su máxima expansión se produjo entre los años 1580 y 1640, durante los reinados de Felipe II, III y IV. Durante los siglos XVI y XVII creó una estructura propia no llamándose imperio colonial hasta el año 1768,[2] siendo en el siglo XIX cuando adquiere estructura puramente colonial.

No existe una postura unánime entre los historiadores sobre los territorios concretos de España porque, en ocasiones, resulta difícil delimitar si determinado lugar era parte de España o formaba parte de las posesiones del rey de España, o si el territorio era una posesión efectiva o jurídica, en épocas que abarcan siglos, incorporados de forma distinta, heredados o conquistados, y en las que no estaban igualmente definidas la diferencia entre las posesiones del rey y las de la nación, como tampoco lo estaba la hacienda o la herencia ni el derecho internacional. A pesar de todo, el que la Monarquía Hispánica fuera una monarquía autoritaria, casi absolutista, hace que la tesis más lógica sea la de que todas las posesiones del rey, eran posesiones de la nación. De hecho no se puede hablar de una separación de escudo estatal y escudo real hasta bien entrado el siglo XIX, lo cual pone de manifiesto que el rey de España era prácticamente lo mismo que el estado, atendiendo a las delimitaciones del régimen polisinodial por el que se regía el Imperio español.

El Imperio español fue el primer imperio global, porque por primera vez un imperio abarcaba posesiones en todos los continentes, las cuales, a diferencia de lo que ocurría en el Imperio romano o en el carolingio, no se comunicaban por tierra las unas con las otras.

Contenido

Consideraciones generales

Mapa diacrónico que muestra las áreas que pertenecían al Imperio español en algún momento durante un periodo de 400 años. Para más detalle, véase el mapa.       El Imperio español en su cúspide territorial alrededor de 1790       Regiones de influencia (exploradas y/o reclamadas pero nunca controladas) o colonias en disputa o de corto control       Posesiones del Imperio portugués gobernadas por España entre 15801640 por unión dinástica       Territorios perdidos en o después de 1717 por la Paz de Utrecht       Marruecos y Sáhara Occidental 1884–1975.

Durante los siglos XVI y XVII, España llegó a ser la primera potencia mundial, en competencia directa primeramente con Portugal y, posteriormente, con Francia, Inglaterra y el Imperio otomano. Castilla, junto con Portugal estaba en la vanguardia de la exploración europea y de la apertura de rutas de comercio a través de los océanos (en el Atlántico entre España y las Indias, y en el Pacífico entre Asia Oriental y México, vía Filipinas).

Los conquistadores españoles descubrieron y dominaron vastos territorios pertenecientes a diferentes culturas en América y otros territorios de Asia, África y Oceanía. España, especialmente el reino de Castilla, se expandió, colonizando esos territorios y construyendo con ello el mayor imperio económico del mundo de entonces. Entre la incorporación del Imperio portugués en 1580 (perdido en 1640) y la pérdida de las colonias americanas en el siglo XIX, fue uno de los imperios más grandes por territorio, a pesar de haber sufrido bancarrotas y derrotas militares a partir de la segunda mitad del siglo XVII.

La política matrimonial de los reyes permitió su unión con la Corona de Aragón primero, y con Borgoña y, temporalmente, Austria después. Con esta política fueron adquiridos numerosos territorios en Europa, donde se convirtió en una de las principales potencias.

España dominaba los océanos gracias a su experimentada Armada, sus soldados eran los mejor entrenados y su infantería la más temida. El Imperio español tuvo su Edad de Oro entre el siglo XVI y la primera mitad del siglo XVII, tanto militar como culturalmente.

La Corona de Aragón en su máximo esplendor.

Este vasto y disperso imperio estuvo en constante disputa con potencias rivales por causas territoriales, comerciales o religiosas. En el Mediterráneo con el Imperio otomano; en Europa, con Francia, que le disputaba la primacía; en América, inicialmente con Portugal y mucho más tarde con Inglaterra, y una vez que los neerlandeses lograron su independencia, también contra estos en otros mares.

Las luchas constantes con potencias emergentes de Europa, a menudo simultáneamente, durante largos períodos y basadas tanto en diferencias políticas como religiosas, con la pérdida paulatina de territorios, difícilmente defendibles por su dispersión, contribuyeron al lento declive del poder español. Entre 1648 y 1659, las paces de Westfalia y los Pirineos ratificaron el principio del ocaso de España como potencia hegemónica. Este declive culminó, en lo que respecta al dominio sobre territorios europeos, con la Paz de Utrecht (1713), firmada por un monarca que procedía de una de las potencias rivales, Felipe V: España renunciaba a sus territorios en Italia y en los Países Bajos, perdía la hegemonía en Europa, renunciaba a seguir dominando en la política europea.

Sin embargo, España mantuvo y de hecho amplió su extenso imperio de ultramar, acosado por el expansionismo británico, francés y neerlandés, manteniéndose como una potencia económica más importante, hasta que sucesivas revoluciones le desposeyeron de sus territorios en el continente americano a principios del siglo XIX.

No obstante, España conservó algunas fracciones de su imperio en América, principalmente Cuba y Puerto Rico, como también Filipinas y algunas islas en Oceanía como Guam, Palaos o las Carolinas y las Marianas. La Guerra Hispano-Estadounidense de 1898 supuso la pérdida de casi todos estos últimos territorios. Las únicas posesiones que se salvaron fueron las pequeñas islas de Oceanía (excepto Guam), que fueron finalmente vendidas a Alemania en 1899.

El impacto moral de esta derrota fue duro, y se buscó compensarlo creando, con poco éxito, un segundo imperio colonial en África, centrado en Marruecos, el Sáhara Occidental y Guinea Ecuatorial, que perduró hasta la descolonización de las décadas de 1960–1970 al abandonar la última colonia, el Sáhara, en 1975.

Los inicios del Imperio

Artículo principal: Reyes Católicos

La unificación de España y el fin de la Reconquista

El matrimonio de los Reyes Católicos (Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón) unió las dos Coronas cuando, tras ganar a Juana «la Beltraneja» en la Guerra de Sucesión Castellana, Isabel ascendió al trono. Sin embargo, cada reino mantuvo su propia administración bajo la misma monarquía. La formación de un estado unificado solo se materializó tras siglos de unión bajo los mismos gobernantes.[3] Los nuevos reyes introdujeron el estado moderno absolutista en sus dominios, que pronto buscaron ampliar.

Castilla había intervenido en el Atlántico, en lo que fue el comienzo de su imperio extrapeninsular, compitiendo con Portugal por el control del mismo desde finales del siglo XIV, momento en el cual fueron enviadas varias expediciones andaluzas y vizcaínas a las Islas Canarias. La conquista efectiva de dicho Archipiélago había comenzado durante el reinado de Enrique III de Castilla cuando en 1402 Jean de Béthencourt solicitó permiso para tal empresa al rey castellano a cambio de vasallaje. Mientras, a lo largo del siglo XV exploradores portugueses como Gonçalo Velho Cabral colonizarían las Azores, Cabo Verde y Madeira. El Tratado de Alcáçovas de 1479, que supuso la paz en la Guerra de Sucesión Castellana, separó las zonas de influencia de cada país en África y el Atlántico, concediendo a Castilla la soberanía sobre las Islas Canarias y a Portugal las islas que ya poseía, la Guinea y en general «todo lo que es hallado e se hallare, conquistase o descubriere en los dichos términos». La conquista del Reino de Fez quedaba también exclusivamente para el reino de Portugal. El tratado fue confirmado por el Papa en 1481, mediante la bula Aeterni regis. Mientras tanto los Reyes Católicos iniciaban la última fase de la Conquista de Canarias asumiendo por su cuenta dicha empresa, ante la imposibilidad por parte de los señores feudales de someter a todos los indígenas insulares: en una serie de largas y duras campañas, los ejércitos castellanos se apoderaron de Gran Canaria (1478–1483), La Palma (1492–1493) y finalmente de Tenerife (1494–1496).

Rendición de Granada a los Reyes Católicos (1492).

Como continuación a la Reconquista castellana, los Reyes Católicos conquistaron en 1492 el reino taifa de Granada, último reino musulmán de Al-Ándalus, que había sobrevivido por el pago de tributos en oro a Castilla, y su política de alianzas con Aragón y el norte de África.

La política expansionista de los Reyes Católicos también se manifestó en el África continental: Con el objetivo de acabar con la piratería que amenazaba las costas andaluzas y las comunicaciones mercantes catalanas y valencianas, se realizaron campañas en el norte de África: Melilla fue tomada en 1497, Villa Cisneros en 1502, Mazalquivir en 1505, el Peñón de Vélez de la Gomera en 1508, Orán en 1509, Argel y Bugía en 1510 y Trípoli en 1511. La idea de Isabel I, manifiesta en su testamento, era que la reconquista habría de seguir por el norte de África, en lo que los romanos llamaron Nova Hispania.

La política europea

Los Reyes Católicos también heredaron la política mediterránea de la Corona de Aragón, y apoyaron a la Casa de Nápoles aragonesa contra Carlos VIII de Francia y, tras su extinción, reclamaron la reintegración de Nápoles a la Corona. Como gobernante de Aragón, Fernando II se había involucrado en la disputa con Francia y Venecia por el control de la Península Itálica. Estos conflictos se convirtieron en el eje central de su política exterior. En estas batallas, Gonzalo Fernández de Córdoba (conocido como «El Gran Capitán») crearía las coronelías (base de los futuros tercios), como organización básica del ejército, lo que significó una revolución militar que llevaría a los españoles a sus mejores momentos.

Fernando II de Aragón, responsable de la política expansionista en Italia y Europa de la naciente unión

Después de la muerte de la Reina Isabel, Fernando, como único monarca, adoptó una política más agresiva que la que tuvo como marido de Isabel, utilizando las riquezas castellanas para expandir la zona de influencia aragonesa en Italia, contra Francia, y fundamentalmente contra el reino de Navarra al que conquistó en 1512.

El trono castellano lo asumió su hija Juana I «la Loca», declarada incapaz de reinar, manteniendo su padre la regencia (aunque en todos los documentos oficiales aparecían Doña Juana y Don Fernando como reyes, era Fernando quien ejercía el poder).

El primer gran reto del rey Fernando fue en la guerra de la Liga de Cambrai contra Venecia, donde los soldados españoles se distinguieron junto a sus aliados franceses en la Batalla de Agnadello (1509). Sólo un año más tarde, Fernando se convertía en parte de la Liga Católica contra Francia, viendo una oportunidad de tomar Milán —plaza por la cual mantenía una disputa dinástica— y el Navarra. Esta guerra no fue un éxito como la anterior contra Venecia y, en 1516, Francia aceptó una tregua que dejaba Milán bajo su control y de hecho, cedía al monarca hispánico el Reino de Navarra (que Fernando unió a la corona de Castilla), ya que al retirar su apoyo dejaba aislados a los reyes navarros Juan III de Albret y Catalina de Foix. Este hecho fue temporal pues posteriormente volvería a apoyar la lucha de los navarros en 1521.

Con el objetivo de aislar a Francia, se adoptó una política matrimonial que llevó al casamiento de las hijas de los Reyes Católicos con las dinastías reinantes en Inglaterra, Borgoña y Austria. Tras la muerte de Fernando, la inhabilitación de Juana I, hizo que Carlos de Austria, heredero de Austria y Borgoña, fuera también heredero de los tronos españoles.

Carlos tenía un concepto político todavía medieval, y lo desarrolló empleando las riquezas de sus reinos peninsulares en la política europea del Imperio, en vez de seguir la que, con mayor amplitud de miras, había marcado su abuela Isabel en su testamento: continuar la Reconquista en el norte de África. Aunque algunos consejeros españoles lograron que hiciera algunas campañas hacia ese objetivo (Orán, Túnez, Argelia) no consideró ese fin tan importante como las inacabables disputas religioso-políticas de su herencia centroeuropea y, como además, gran parte del ímpetu conquistador de los castellanos se dirigió hacia las tierras nuevamente descubiertas de las Indias Occidentales, no colaboró decididamente en el engrandecimiento de sus reinos peninsulares, salvo en lo que se refiere a las campañas italianas. Ese abandono de la política de conquista del norte de África daría quebraderos de cabeza a la Europa mediterránea hasta el siglo XIX.

La conquista del Nuevo Mundo

Cristóbal Colón tomando posesión de La Española.

Sin embargo, la expansión atlántica sería la que daría los mayores éxitos. Para alcanzar las riquezas de Oriente, cuyas rutas comerciales (especialmente de las especias de las islas del Pacífico) bloqueaban los otomanos o monopolizaban los italianos, portugueses y españoles compitieron por hallar una nueva ruta que no fuera la tradicional, por tierra, a través de Oriente Próximo. Los portugueses, que habían terminado mucho antes que los españoles su Reconquista, empezaron entonces sus expediciones con el objetivo primero de acceder a las riquezas africanas y luego circunnavegar África, lo que les daría el control de islas y costas del continente, para abrir una nueva ruta a las Indias Orientales, sin depender del comercio a través del Imperio otomano, monopolizado por Génova y Venecia, poniendo el germen del Imperio portugués. Más tarde, cuando Castilla terminó su reconquista, los Reyes Católicos, apoyaron a Cristóbal Colón quien, al parecer convencido de que la circunferencia de la Tierra era menor que la real, quiso alcanzar Cipango (Japón), China, las Indias, el Oriente navegando hacia el Oeste, con el mismo fin que los portugueses: independizarse de las ciudades italianas para conseguir las mercancías de Oriente: principalmente, especias y seda (más fina que la producida en el reino de Murcia desde la dominación árabe). Lo más probable es que Colón nunca hubiese llegado a su meta, pero a medio camino estaba el continente americano y, sin saberlo, «descubrió» América, iniciando la colonización española del continente.

Las nuevas tierras fueron reclamadas por los Reyes Católicos, con la oposición de Portugal. Finalmente el Papa Alejandro VI medió, llegándose al Tratado de Tordesillas, que dividía las zonas de influencia española y portuguesa a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde (el meridiano situado a 46º 37’) longitud oeste, siendo la zona occidental la correspondiente a España y la oriental a Portugal. Así, España se convertía teóricamente en dueña de la mayor parte del continente con la excepción de una pequeña parte, la oriental —lo que hoy día es el extremo de Brasil—, que correspondía a Portugal. En adelante, esta cesión papal, junto a la responsabilidad evangelizadora sobre los territorios descubiertos, fue usada por los Reyes Católicos como legitimación en su expansión colonial.

La colonización de América continuó mientras tanto. Además de la toma de La Española, que se culminó a principios del siglo XVI, los colonos empezaron a buscar nuevos asentamientos. La convicción de que había grandes territorios por colonizar en las nuevas tierras descubiertas produjo el afán por buscar nuevas conquistas. Desde allí, Juan Ponce de León conquistó Puerto Rico y Diego Velázquez, Cuba. Alonso de Ojeda recorrió la costa venezolana y centroamericana. Diego de Nicuesa ocupó lo que hoy día es Nicaragua y Costa Rica, mientras Vasco Núñez de Balboa colonizaba Panamá y llegaba al Mar del Sur (Océano Pacífico).

Años después, bajo Felipe II, este «Imperio Castellano» se convirtió en una nueva fuente de riqueza para los reinos españoles y de su poder en Europa, pero también contribuyó a elevar la inflación, lo que perjudicó a la industria peninsular. Como siempre ocurre la economía más poderosa, la española, comenzó a depender de las materias primas y manufacturas de países más pobres, con mano de obra más barata, lo cual facilitó la revolución económica y social en Francia, Inglaterra y otras partes de Europa. Los problemas causados por el exceso de metales preciosos fueron discutidos por la Escuela de Salamanca, lo que creó un nuevo modo de entender la economía que los demás países europeos tardaron mucho en comprender.

Por otro lado, los enormes e infructuosos gastos de las guerras a las que arrastró la política europea de Carlos I heredados por su sucesor Felipe II, llevaron a que se financiasen con préstamos de banqueros, tanto españoles como de Génova, Amberes y Sur de Alemania, lo que hizo que los beneficios que pudo tener la Corona (el Estado, al cabo) fueran mucho menores que los que obtuvieron más tarde otros países con intereses coloniales, como los Países Bajos y posteriormente Inglaterra.

El Siglo de Oro (1521–1643)

Artículo principal: Siglo de Oro

El periodo comprendido entre la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII es conocido como el Siglo de Oro por el florecimiento de las artes y las ciencias que se produjo.

Territorios controlados por Carlos I en 1519.

Durante el siglo XVI España llegó a tener una auténtica fortuna de oro y plata extraídos de «Las Indias». En el estudio económico realizado por Earl J. Hamilton, «El tesoro americano y la Revolución de los precios en España, 1501–1659», esa fortuna tiene unas cifras concretas. Hamilton describe que en los siglos XVI y XVII, desde 1503 y durante los 160 años siguientes, durante la mayor actividad minera, arribaron desde las colonias americanas 16.900 toneladas de plata y 181 toneladas de oro. Sus cuentas son minuciosas: 16.886.815.303 gramos de plata y 181.333.180 gramos de oro.[4] [5]

Se decía durante el reinado de Felipe II que «el Sol no se ponía en el Imperio», ya que estaba lo suficientemente disperso como para tener siempre alguna zona con luz solar. Este imperio, imposible de manejar, tenía su centro neurálgico en Madrid sede de la Corte con Felipe II, siendo Sevilla el punto fundamental desde el que se organizaban las posesiones ultramarinas.

Retrato de Carlos I por Tiziano.
Escudo de Carlos I.

Como consecuencia del matrimonio político de los Reyes Católicos y de los casamientos estratégicos de sus hijos, su nieto, Carlos I heredó la Corona de Castilla en la península Ibérica y una incipiente expansión en América (herencia de su abuela Isabel); las posesiones de la Corona de Aragón en el Mediterráneo italiano e ibérico (de su abuelo Fernando); las tierras de los Habsburgo en Austria a las que él incorporó Bohemia y Silesia logrando convertirse tras una disputada elección con Francisco I de Francia en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre de Carlos V de Alemania; además de los Países Bajos a los que añadió nuevas provincias y el Franco Condado, herencia de su abuela María de Borgoña; conquistó personalmente Túnez y en pugna con Francia la región de Lombardía. Era un imperio compuesto de un conglomerado de territorios heredados, anexionados o conquistados.

La dinastía Habsburgo gastaba las riquezas castellanas y ya desde los tiempos de Carlos V pero en mayor medida a partir de Felipe II, las americanas, en guerras en toda Europa con el objetivo fundamental de proteger los territorios adquiridos, los intereses de los mismos, la causa católica y a veces por intereses meramente dinásticos. Todo ello produjo el impago frecuente de deudas contraídas con los banqueros, primero alemanes y genoveses después, y dejó a España en bancarrota. Los objetivos políticos de la Corona eran varios:

  • El acceso a los productos americanos (oro, plata) y asiáticos (porcelana, especias, seda).
  • Minar el poder de Francia y detenerla en sus fronteras orientales.
  • Mantener la hegemonía católica de los Habsburgo en Alemania, defendiendo el catolicismo contra la Reforma Protestante.
  • Defender a Europa contra el Islam, sobre todo oponiéndose al Imperio otomano. Además, se buscaba neutralizar la piratería berberisca que asolaba las posesiones mediterráneas españolas e italianas.

Ante la posibilidad de que Carlos I decidiera apoyar la mayor parte de las cargas de su imperio en el más rico de sus reinos, el de Castilla, lo cual no gustaba a los castellanos que no deseaban contribuir con oro, plata o caballos a guerras europeas que sentían ajenas, y enfrentados a un creciente absolutismo por parte del rey comenzó una sublevación que aún se celebra cada año llamada de los Comuneros, en la cual los rebeldes fueron derrotados. Carlos I de España y luego V de Alemania se convertía en el hombre más poderoso de Europa, con un imperio europeo que sólo sería comparable en tamaño al de Napoleón. El Emperador intentó sofocar la Reforma Protestante en la Dieta de Worms, pero Lutero renunció a retractarse de su herejía. Firme defensor de la Catolicidad, durante su reinado se produjo sin embargo lo que se llamó el Saco de Roma, cuando sus tropas fuera de control atacaron la Santa Sede después de que el Papa Clemente VII se uniera a la Liga de Cognac contra él.

Pese a que Carlos I era flamenco y su lengua materna era el francés vivió un proceso de españolización o, más concretamente, de castellanización. Así, cuando se entrevistó con el Papa, le habló en español y más tarde, cuando recibió al embajador de Francia, el diplomático se sorprendió de que no usara su lengua materna, a lo que el emperador contestó: «No importa que no me entendáis. Que yo estoy hablando en mi lengua española, que es tan bella y noble que debería ser conocida por toda la cristiandad». Esta frase ha calado bastante en los españoles y, siglos después, aún se utiliza el dicho «Que hable en cristiano» cuando un español (o casi todo otro hispanoparlante) quiere que se le traduzca lo dicho. Por otro lado, los alemanes tienen otra frase que también proviene de Carlos I de España o Carlos V de Alemania que dice Das kommt mir spanisch vor o "esto me resulta español" que sería el equivalente en español a "esto me suena a chino" que se dice pronunció el rey cuando observó los protocolos de la corte española.

De la batalla de Pavía a la Paz de Augsburgo (1521–1555)

En América, tras Colón, la colonización del Nuevo Mundo había pasado a ser encabezada por una serie de guerreros-exploradores conocidos como los Conquistadores. Algunas tribus nativas estaban a veces en guerra unas con otras y muchas de ellas se mostraron dispuestas a formar alianzas con los españoles para derrotar a enemigos más poderosos como los Aztecas o los Incas. Este hecho fue facilitado por la propagación de enfermedades comunes en Europa (p.e.: viruela), pero desconocidas en el Nuevo Mundo, que diezmó a los pueblos originarios de América.

Virreinato de Nueva España, fruto de las conquistas de Hernán Cortés entre otros muchos, tales como Miguel López de Legazpi, Juan Ponce de León y Pedro de Alvarado.

Los principales conquistadores fueron Hernán Cortés, quien entre 1519 y 1521, con alrededor de 200.000 aliados amerindios, derrotó al Imperio azteca, en momentos que este era arrasado por la viruela,[6] y entró en México, que sería la base del virreinato de Nueva España. Y Francisco Pizarro quien conquistó al Imperio incaico en 1531 cuando estaba gravemente desorganizado por efecto de la guerra civil y de la epidemia de viruela de 1529.[7] Esta conquista se convertiría en el Virreinato del Perú.

Tras la conquista de México, las leyendas sobre ciudades «doradas» (Cibola en Norteamérica, El Dorado en Sudamérica) originaron numerosas expediciones, pero muchas de ellas regresaron sin encontrar nada, y las que encontraron algo dieron con mucho menos valor de lo esperado. De todos modos, la extracción de oro y plata fue una importante actividad económica del Imperio español en América, estimándose en 850.000 kilogramos de oro y más de cien veces esa cantidad en plata durante el período colonial.[8] No fue menos importante el comercio de otras mercaderías como la cochinilla, la vainilla, el cacao, el azúcar (la caña de azúcar fue llevada a América donde se producía mejor que en el sur de la península, donde había sido introducida por los árabes).

La exploración de este nuevo mundo, conocido como las Indias occidentales, fue intensa, realizándose hazañas tales como la primera circunnavegación del globo en 1522 por Juan Sebastián Elcano (que sustituyó a Fernando de Magallanes, promotor de la expedición y que murió en el camino).

En Europa, sintiéndose rodeado por las posesiones de los Habsburgo Francisco I de Francia invadió en 1521 las posesiones españolas en Italia e inició una nueva era de hostilidades entre Francia y España, apoyando a Enrique II de Navarra para recuperar el reino arrebatado por los españoles. Un levantamiento de la población navarra junto a la entrada de 12.000 hombres al mando del general Asparrots, André de Foix, recuperaron en pocos días todo el reino con escasas víctimas. Sin embargo el ejército imperial se reconstituyó con rapidez, formando unas tropas de 30.000 hombres bien pertrechadas, entre ellas muchos de los comuneros rendidos para redimir su pena. El general Asparrots, en vez de consolidar el reino, se dirigió a sitiar Logroño, con lo que los navarro-gascones sufrieron una severa derrota en la sangrienta Batalla de Noáin, dejando el control de Navarra en manos de España.

Por otra parte, en el frente de guerra de Italia, fue un desastre para Francia, que sufrió importantes derrotas en Bicoca (1522), Pavía (1525) —en la que Francisco I y Enrique II fueron capturados— y Landriano (1529) antes de que Francisco I claudicase y dejase Milán en manos españolas una vez más.

La victoria de Carlos I en la Batalla de Pavía, 1525, sorprendió a muchos italianos y alemanes, al demostrar su empeño en conseguir el máximo poder posible. El Papa Clemente VII cambió de bando y unió sus fuerzas con Francia y los emergentes estados italianos contra el Emperador, en la Guerra de la Liga de Cognac. La Paz de Barcelona, firmada entre Carlos I y el Papa en 1529, estableció una relación más cordial entre los dos gobernantes y de hecho nombraba a España como defensora de la causa católica y reconocía a Carlos como Rey de Lombardía en recompensa por la intervención española contra la rebelde República de Florencia.

En 1528, el gran almirante Andrea Doria se alió con el Emperador para desalojar a Francia y restaurar la independencia genovesa. Esto abrió una nueva perspectiva: en este año se produce el primer préstamo de los bancos genoveses a Carlos I.

La colonización americana seguía mientras imparable. Después de la conquista del Imperio inca la primera ciudad fundada originalmente española fue Santiago de Quito(posteriormente y en otra localización Santiago de Guayaquil) por Sebastián de Benalcázar y Diego de Almagro por órdenes de Francisco Pizarro en las llanuras del Tapi, Ecuador, mientras más al norte Santa Fe de Bogotá fue fundada durante la década de 1530 sobre las ruinas de Bacata y Pedro de Mendoza fundó Buenos Aires en 1536. En la década de 1540, Francisco de Orellana exploraba la selva y llegó al Amazonas. En 1541, Pedro de Valdivia, continuó las exploraciones de Diego de Almagro desde Perú, e instauró la Capitanía General de Chile. Ese mismo año, se terminó de conquistar el Imperio muisca, que ocupaba el centro de Colombia.

Como consecuencia de la defensa que la Escuela de Salamanca y Bartolomé de las Casas hicieron de los nativos, España se dio relativa prisa en hacer leyes para protegerlos en sus colonias americanas. Las Leyes de Burgos de 1512 fueron sustituidas por las Leyes Nuevas de Indias de 1542. Sin embargo, a menudo fue muy difícil llevar estas leyes a la práctica, una pauta que siguieron otras naciones europeas.

En 1543, Francisco I de Francia anunció una alianza sin precedentes con el sultán otomano Solimán el Magnífico, para ocupar la ciudad de Niza, bajo control español. Enrique VIII de Inglaterra, que guardaba más rencor contra Francia que contra el Emperador, a pesar de la oposición de éste al divorcio de Enrique con su tía, se unió a este último en su invasión de Francia. Aunque las tropas imperiales sufrieron alguna derrota como la de Cerisoles, el Emperador consiguió que Francia aceptara sus condiciones. Los austriacos, liderados por el hermano pequeño del Emperador Carlos, continuaron luchando contra el Imperio otomano por el Este. Mientras, Carlos I se preocupó de solucionar un viejo problema: la Liga de Esmalcalda.

Mapa de los dominios de los Habsburgo en Europa tras la Batalla de Mühlberg en 1547.

La Liga tenía como aliados a los franceses, y los esfuerzos por socavar su influencia en Alemania fueron rechazados. La derrota francesa en 1544 rompió su alianza con los protestantes y Carlos I se aprovechó de esta oportunidad. Primero intentó el camino de la negociación en el Concilio de Trento en 1545, pero los líderes protestantes, sintiéndose traicionados por la postura de los católicos en el Concilio, fueron a la guerra encabezados por Mauricio de Sajonia. En respuesta, Carlos I invadió Alemania a la cabeza de un ejército hispano-neerlandés. Confiaba en restaurar la autoridad imperial. El emperador en persona infligió una decisiva derrota a los protestantes en la histórica Batalla de Mühlberg en 1547. En 1555 firmó la Paz de Augsburgo con los estados protestantes, lo que restauró la estabilidad en Alemania bajo el principio de Cuius regio, eius religio («Quien tiene la región impone la religión»), una posición impopular entre el clero italiano y español. El compromiso de Carlos en Alemania otorgó a España el papel de protector de la causa católica de los Habsburgo en el Sacro Imperio romano.

Mientras, el Mediterráneo se convirtió en campo de batalla contra los turcos, que alentaban a piratas como el argelino Barbarroja. Carlos I prefirió eliminar a los otomanos a través de la estrategia marítima, mediante ataques a sus asentamientos en los territorios venecianos del este del Mediterráneo. Sólo como respuesta a los ataques en la costa de Levante española se involucró personalmente el Emperador en ofensivas en el continente africano con expediciones sobre Túnez, Bona (1535) y Argel (1541), por el Sudeste Asiático se consolidaba el dominio español en el archipiélago de las Filipinas (nombradas así en honor a Felipe II) e islas adyacentes (Borneo, Molucas - fortaleza de Tidore-, fuertes en la isla de Formosa y anexos en las ya oceaníacas Palaos, Marianas, Carolinas y Ralicratac, etc.).

De San Quintín a Lepanto (1556–1571)

El Emperador Carlos repartió sus posesiones entre su único hijo legítimo, Felipe II, y su hermano Fernando (al que dejó el Imperio de los Habsburgo). Para Felipe II, Castilla fue la base de su imperio, pero la población de Castilla nunca fue lo suficientemente grande para proporcionar los soldados necesarios para sostener el Imperio. Tras el matrimonio del Rey con María Tudor, Inglaterra y España fueron aliados.

España no consiguió tener paz al llegar al trono el agresivo Enrique II de Francia en 1547, que inmediatamente reanudó los conflictos con España. Felipe II prosiguió la guerra contra Francia, aplastando al ejército francés en la Batalla de San Quintín, en Picardía, en 1558 y derrotando a Enrique de nuevo en la Batalla de Gravelinas. La Paz de Cateau-Cambrésis, firmada en 1559, reconoció definitivamente las reclamaciones españolas en Italia. En las celebraciones que siguieron al Tratado, Enrique II murió a causa de una herida producida por un trozo de madera de una lanza. Francia fue golpeada durante los siguientes años por una guerra civil que ahondó en las diferencias entre católicos y protestantes dando a España ocasión de intervenir en favor de los católicos y que le impidió competir con España y la Casa de Habsburgo en los juegos de poder europeos. Liberados de la oposición francesa, España vio el apogeo de su poder y de su extensión territorial en el periodo entre 1559 y 1643.

La bancarrota de 1557 supuso la inauguración del consorcio de los bancos genoveses, lo que llevó al caos a los banqueros alemanes y acabó con la preponderancia de los Fúcares como financieros del Estado español. Los banqueros genoveses suministraron a los Habsburgo crédito fluido e ingresos regulares.

Mientras tanto la expansión ultramarina continuaba: Florida fue colonizada en 1565 por Pedro Menéndez de Avilés al fundar San Agustín, y al derrotar rápidamente un intento ilegal del capitán francés Jean Ribault y 150 hombres de establecer un puesto de aprovisionamiento en el territorio español. San Agustín se convirtió rápidamente en una base estratégica de defensa para los barcos españoles llenos de oro y plata que regresaban desde los dominios de las Indias.

En Asia, el 27 de abril de 1565, se estableció el primer asentamiento en Filipinas por parte de Miguel López de Legazpi y se puso en marcha la ruta de los Galeones de Manila (Nao de la China). Manila se fundó en 1572.

Después del triunfo de España sobre Francia y el comienzo de las guerras de religión francesas, la ambición de Felipe II aumentó. En el Mediterráneo el Imperio otomano había puesto en entredicho la hegemonía española, perdiéndose Trípoli (1531) y Bugía (1554) mientras la piratería berberisca y otomana se recrudecía. En 1565, sin embargo, el auxilio español a los sitiados Caballeros de San Juan salvó Malta, infligiendo una severa derrota a los turcos.

La muerte de Solimán el Magnífico y su sucesión por parte del menos capacitado Selim II, envalentonó a Felipe II y éste declaró la guerra al mismo Sultán. En 1571, la Santa Liga, formada por Felipe II, Venecia y el Papa Pío V, se enfrentó al Imperio otomano, con una flota conjunta mandada por Don Juan de Austria, hijo ilegítimo de Carlos I, que aniquiló la flota turca en la decisiva Batalla de Lepanto.

La derrota acabó con la amenaza turca en el Mediterráneo e inició un periodo de decadencia para el Imperio otomano. Esta batalla aumentó el respeto hacia España y su soberanía fuera de sus fronteras y el Rey asumió la carga de dirigir la Contrarreforma.

El Reino en dificultades (1571–1598)

Escudo de Felipe II a partir de 1580

El tiempo de alegría en Madrid duró poco. En 1566, los calvinistas habían iniciado una serie de revueltas en los Países Bajos que provocaron que el rey enviase al Duque de Alba a la zona. En 1568, Guillermo I de Orange-Nassau encabezó un intento fallido de echar al Duque de Alba del país. Estas batallas se consideran como el inicio de la Guerra de los Ochenta Años, que concluyó con la independencia de las Provincias Unidas de los Países Bajos. Felipe II, que había recibido de su padre la herencia de los territorios de la Casa de Borgoña (Países Bajos y Franco Condado), para que la poderosa Castilla defendiese de Francia el Imperio, se vio obligado a restaurar el orden y mantener su dominio sobre estos territorios. En 1572, un grupo de navíos neerlandeses rebeldes conocidos como los watergeuzen, tomaron varias ciudades costeras, proclamaron su apoyo a Guillermo I y rechazaron el gobierno español.

Duque de Alba.

Para España la guerra se convirtió en un asunto sin fin. En 1574, los Tercios de Flandes, bajo el mando de Luis de Requesens, fueron vencidos en el Asedio de Leiden después de que los neerlandeses rompieran los diques, causando inundaciones masivas.

En 1576, abrumado por los costes del mantenimiento de un ejército de 80.000 hombres en los Países Bajos y de la inmensa flota que venció en Lepanto, unidos a la creciente amenaza de la piratería en el Atlántico y especialmente a los naufragios que reducían las llegadas de dinero de las colonias americanas, Felipe II se vio obligado a declarar una suspensión de pagos (que fue interpretada como bancarrota).

El ejército se amotinó no mucho después, apoderándose de Amberes y saqueando el sur de los Países Bajos, haciendo que varias ciudades, que hasta entonces se habían mantenido leales, se unieran a la rebelión. Los españoles eligieron la vía de la negociación y consiguieron pacificar la mayor parte de las provincias del sur con la Unión de Arras en 1579.

Este acuerdo requería que todas las tropas españolas abandonasen aquellas tierras, lo que fortaleció la posición de Felipe II cuando en 1580 murió sin descendientes directos el último miembro de la familia real de Portugal, el cardenal Enrique I de Portugal. El Rey de España, hijo de Isabel de Portugal y por tanto nieto del rey Manuel I hizo valer su reclamación al trono portugués, y en junio envió al Duque de Alba y su ejército a Lisboa para asegurarse la sucesión. El otro pretendiente, Don Antonio, se replegó a las Azores, donde la armada de Felipe terminó de derrotarle.

La unificación temporal de la Península Ibérica puso en manos de Felipe II el Imperio portugués, es decir, la mayor parte de los territorios explorados del Nuevo Mundo además de las colonias comerciales en Asia y África. En 1582, cuando el Rey devolvió la corte a Madrid desde Lisboa, donde estaba asentada temporalmente para pacificar su nuevo reino, se produjo la decisión de fortalecer el poderío naval español.

España estaba todavía renqueante de la bancarrota de 1576. En 1584, Guillermo I de Orange-Nassau fue asesinado por un católico trastornado. Se esperaba que la muerte del líder popular de la resistencia significara el fin de la guerra, pero no fue así. En 1586, la reina Isabel I de Inglaterra envió apoyo a las causas protestantes en los Países Bajos y Francia, y Sir Francis Drake lanzó ataques contra los puertos y barcos mercantes españoles en El Caribe y el Pacífico, además de un ataque especialmente agresivo contra el puerto de Cádiz.

En 1588, confiando en acabar con los entrometimientos de Isabel I, Felipe II envió la «Armada Invencible» a atacar a Inglaterra. La resistencia de la flota inglesa, una serie de fuertes tormentas, problemas de coordinación entre los ejércitos implicados e importantes fallos logísticos en los aprovisionamientos que la flota había de hacer en los Países Bajos provocaron la derrota de la Armada española.

Derrota de la Armada Invencible.

No obstante, la derrota del contraataque inglés contra España, dirigido por Drake y Norris en 1589, marcó un punto de inflexión en la Guerra anglo-española a favor de España. A pesar de la derrota de la Gran Armada, la flota española siguió siendo la más fuerte en los mares de Europa durante años, a pesar de que en 1639, fue derrotada por los neerlandeses en la batalla naval de las Dunas, cuando una visiblemente exhausta España empezaba a debilitarse.

España se involucró en las guerras de religión francesas tras la muerte de Enrique II. En 1589, Enrique III de Francia, el último del linaje de los Valois, murió a las puertas de París. Su sucesor, Enrique IV de Francia y III de Navarra, el primer Borbón rey de Francia, fue un hombre muy habilidoso, consiguiendo victorias clave contra la Liga Católica en Arques (1589) y en Ivry (1590). Comprometidos con impedir que Enrique IV tomara posesión del trono francés, los españoles dividieron su ejército en los Países Bajos e invadieron Francia en 1590. Implicada en múltiples frentes, la potencia hispana no pudo imponer su política en el país galo y finalmente se llegó a un acuerdo en la Paz de Vervins.

«Dios es español» (1598–1626)

Pese a que actualmente sabemos que la economía española estaba minada y que su poderío se debilitaba, el Imperio seguía siendo con mucho el poder más fuerte. Tanto es así que podía librar enfrentamientos con Inglaterra, Francia y los Países Bajos al mismo tiempo. Este poderío lo confirmaban el resto de pueblos europeos; así el hugonote francés Duplessis-Mornay, por ejemplo, escribió tras el asesinato de Guillermo de Orange a manos de Balthasar Gérard:[9]

La ambición de los españoles, que les ha hecho acumular tantas tierras y mares, les hace pensar que nada les es inaccesible.

Se ha mostrado en varias obras literarias y especialmente en películas el agobio causado por la continua piratería contra sus barcos en el Atlántico y la consecuente disminución de los ingresos del oro de las Indias. Sin embargo, investigaciones más profundas[10] indican que esta piratería realmente consistía en varias decenas de barcos y varios cientos de piratas, siendo los primeros de escaso tonelaje, por lo que no podían enfrentarse con los galeones españoles, teniéndose que conformar con pequeños barcos o los que pudieran apartarse de la flota. En segundo lugar está el dato según el cual, durante el siglo XVI, ningún pirata ni corsario logró hundir galeón alguno; además de unas 600 flotas fletadas por España (dos por año durante unos 300 años) sólo dos cayeron en manos enemigas y ambas por marinas de guerra no por piratas ni corsarios.[11] Los ataques corsarios en todo caso, entre los cuales destacó Francis Drake causaron serios problemas de seguridad tanto para las flotas como para los puertos, lo que obligó al establecimiento de un sistema de convoys así como al incremento exponencial en gastos defensivos destinados al entrenamiento de milicias y a la construcción de fortificaciones. Sin embargo fueron las inclemencias meteorológicas las que bloquearon con mayor gravedad todo el comercio entre América y Europa. Más grave era la piratería mediterránea, perpetrada por berberiscos, que tenía un volumen diez o más veces superior a la atlántica y que arrasó toda la costa mediterránea así como a las Canarias, bloqueando a menudo las comunicaciones con este Archipiélago y con las posesiones en Italia.

Pese a todos los ingresos provenientes de América, España se vio forzada a declararse en bancarrota en 1596.

El sucesor de Felipe II, Felipe III, subió al trono en 1598. Era un hombre de inteligencia limitada y desinteresado por la política, prefiriendo dejar a otros tomar decisiones en vez de tomar el mando. Su valido fue el Duque de Lerma, quien nunca tuvo interés por los asuntos de su país aliado, Austria.

Los españoles intentaron librarse de los numerosos conflictos en lo que estaban involucrados, primero firmando la Paz de Vervins con Francia en 1598, reconociendo a Enrique IV (católico desde 1593) como Rey de Francia, y restableciendo muchas de las condiciones de la Paz de Cateau-Cambrésis. Con varias derrotas consecutivas y una guerra de guerrillas inacabable contra los católicos apoyados por España en Irlanda, Inglaterra aceptó negociar en 1604, tras la ascensión al trono del Estuardo Jacobo I.

La paz con Francia e Inglaterra implicó que España pudiera centrar su atención y energías para restituir su dominio en las provincias neerlandesas. Los neerlandeses, encabezados por Mauricio de Nassau, el hijo de Guillermo I, tuvieron éxito en la toma de algunas ciudades fronterizas en 1590, incluyendo la fortaleza de Breda. A esto se sumaron las victorias ultramarinas neerlandesas que ocuparan las colonias portuguesas (y por tanto españolas) en Oriente, tomando Ceilán (1605), así como otras Islas de las Especias (entre 1605 y 1619), estableciendo Batavia como centro de su imperio en Oriente.

Después de la paz con Inglaterra, Ambrosio Spinola, como nuevo general al mando de las fuerzas españolas, luchó tenazmente contra los neerlandeses. Spinola era un estratega de una capacidad similar a la de Mauricio, y únicamente la nueva bancarrota de 1607 evitó que conquistara los Países Bajos. Atormentados por unas finanzas ruinosas, en 1609 se firmó la Tregua de los Doce Años entre España y las Provincias Unidas. La Pax Hispanica era un hecho.

España tuvo una notable recuperación durante la tregua, ordenando su economía y esforzándose por recuperar su prestigio y estabilidad antes de participar en la última guerra en que actuaría como potencia principal. Estos avances se vieron ensombrecidos por la expulsión de los moriscos entre 1611 y 1614 que dañaron gravemente a la Corona de Aragón, privando al imperio de una importante fuente de riqueza. Aunque como contrapartida a la expulsión, se desterraba a un grupo que apoyaba el principal problema de piratería de España, la piratería berberisca, que asolaba las costas de levante, produciéndose rebeliones moriscas, y con el peligro de que el apoyo a la piratería otomana, pasara a ser apoyo de una invasión del Imperio Otomano de la península, razón esta última de la expulsión de los moriscos.

Actualmente la opinión de los historiadores es casi unánime respecto al error de involucrarse en guerras europeas por la única razón de que los reinos heredados debían transmitirse íntegros. Sin embargo esta postura también existía en aquellos años. Así un procurador en cortes escribió:

¿Por ventura serán Francia, Flandes e Inglaterra más buenos cuanto España más pobre? Que el remedio de los pecados de Nínive no fue aumentar el tributo en Palestina para irlos a conquistar, sino enviar la persona que los fuera a convertir.[12]

En 1618 el Rey reemplazó a Spinola por Baltasar de Zúñiga, veterano embajador en Viena. Éste pensaba que la clave para frenar a una Francia que resurgía y eliminar a los neerlandeses era una estrecha alianza con los Habsburgo austriacos. Ese mismo año comenzando con la Defenestración de Praga, Austria y el Emperador Fernando II se embarcaron en una campaña contra Bohemia y la Unión Protestante. Zúñiga animó a Felipe III a que se uniera a los Habsburgo austriacos en la guerra, y Ambrosio Spinola fue enviado en cabeza de los Tercios de Flandes a intervenir. De esta manera, España entró en la Guerra de los Treinta Años.

En 1621 el inofensivo y poco eficaz Felipe III murió y subió al trono su hijo Felipe IV.

Felipe IV

Al año siguiente, Zúñiga fue sustituido por Gaspar de Guzmán, más conocido por su título de Conde-Duque de Olivares, un hombre honesto y capaz, que creía que el centro de todas las desgracias de España eran las Provincias Unidas. Ese mismo año se reanudó la guerra con los Países Bajos. Los bohemios fueron derrotados en la Batalla de la Montaña Blanca en 1621, y más tarde en Stadtlohn en 1623.

La rendición de Breda (1625) o «Las Lanzas», de Velázquez.

Mientras, en los Países Bajos, Spinola tomó la fortaleza de Breda en 1625. La intervención de Cristián IV de Dinamarca en la guerra inquietó a muchos —Cristian IV era uno de los pocos monarcas europeos que no tenía problemas económicos—, pero las victorias del general imperial Albrecht von Wallenstein sobre los daneses en la Batalla del puente de Dessau y de nuevo en Lutter, ambas en 1626, eliminaron tal amenaza.

Había esperanza en Madrid acerca de que los Países Bajos pudiesen ser reincorporados al Imperio, y tras la derrota de los daneses, los protestantes en Alemania parecían estar acabados. Francia estaba otra vez envuelta en sus propias inestabilidades (el asedio de La Rochelle comenzó en 1627) y la superioridad de España parecía irrefutable. El Conde-Duque de Olivares afirmó «Dios es español y está de parte de la nación estos días», y muchos de los rivales de España parecían estar infelizmente de acuerdo.

El camino a Rocroi (1626–1643)

Olivares era un hombre avanzado para su tiempo y se dio cuenta de que España necesitaba una reforma que a su vez necesitaba de la paz. La destrucción de las Provincias Unidas se añadió a sus necesidades, ya que detrás de cualquier ataque a los Habsburgo había dinero neerlandés. Spinola y el ejército español se concentraron en los Países Bajos y la guerra pareció marchar a favor de España, retomándose Breda. En ultramar se combatió también a la flota neerlandesa, que amenazaba las posesiones españolas. Así, la presencia neerlandesa en Taiwán y su amenaza sobre las Filipinas llevó a la ocupación del norte de la isla, fundándose la ciudad de Santísima Trinidad (actual Keelung) en el año 1626 y Castillo (actual Tamsui) en 1629.

1627 acarreó el derrumbamiento de la economía castellana. Los españoles habían devaluado su moneda para pagar la guerra y la inflación explotó en España como antes lo había hecho en Austria. Hasta 1631, en algunas partes de Castilla se comerció con el trueque, debido a la crisis monetaria, y el gobierno fue incapaz de recaudar impuestos del campesinado de las colonias. Los ejércitos españoles en Alemania optaron por pagarse a sí mismos. Olivares fue culpado por una vergonzosa e infructuosa guerra en Italia. Los neerlandeses habían convertido su flota en una prioridad durante la Tregua de los Doce Años y amenazaron el comercio marítimo español, del cual España era totalmente dependiente tras la crisis económica; en 1628 los neerlandeses acorralaron a la Flota de Indias provocando el Desastre de Matanzas, el cargamento de metales preciosos que era fundamental para el sostenimiento del esfuerzo bélico del Imperio fue capturado y la flota que lo transportaba totalmente destruida, con parte de las riquezas obtenidas los neeerlandeses iniciaron una exitosa invasión de Brasil.

La Guerra de los Treinta Años también se agravó cuando, en 1630, Gustavo II Adolfo de Suecia desembarcó en Alemania para socorrer el puerto de Stralsund, último baluarte continental de los alemanes beligerantes contra el Emperador. Gustavo II Adolfo marchó hacia el sur y obtuvo notables victorias en Breitenfeld y Lützen, atrayendo numerosos apoyos para los protestantes allá donde iba.

La situación para los católicos mejoró con la muerte de Gustavo II Adolfo precisamente en Lützen en 1632 y la victoria en la Batalla de Nördlingen en 1634. Desde una posición de fuerza, el Emperador intentó pactar la paz con los estados hastiados de la guerra en 1635. Muchos aceptaron, incluidos los dos más poderosos: Brandeburgo y Sajonia. Francia se perfiló entonces como el mayor problema. Paralelamente, la Guerra de Sucesión de Mantua, en Italia, dio una nueva victoria a España, consolidándose su presencia en Italia.

El Cardenal Richelieu había sido un gran aliado de los neerlandeses y los protestantes desde el comienzo de la guerra, enviando fondos y equipamiento para intentar fragmentar la fuerza de los Habsburgo en Europa. Richelieu decidió que la Paz de Praga, recientemente firmada, era contraria a los intereses de Francia y declaró la guerra al Sacro Imperio Romano Germánico y a España dentro del periodo establecido de paz. Las fuerzas españolas, más experimentadas, obtuvieron éxitos iniciales: Olivares ordenó una campaña relámpago en el norte de Francia desde los Países Bajos españoles, confiando en acabar con el propósito del rey Luis XIII y derrocar a Richelieu.

En 1636, las fuerzas españolas avanzaron hacia el sur hasta llegar a Corbie, amenazando París y quedando muy cerca de terminar la guerra a su favor. Después de 1636, Olivares tuvo miedo de provocar otra bancarrota y el ejército español no avanzó más. En la derrota naval de las Dunas en 1639, la flota española fue aniquilada por la armada neerlandesa, y los españoles se encontraron incapaces de abastecer a sus tropas en los Países Bajos.

En 1643 el ejército de Flandes, que constituía lo mejor de la infantería española, se enfrentó a un contraataque francés en Rocroi liderado por Luis II de Borbón, Príncipe de Condé. Aunque fuentes francesas decimonónicas y sobre todo las fuentes originales, siempre informaron de que los españoles, liderados por Francisco de Melo, no fueron ni mucho menos arrasados, la propaganda gala logró un notable éxito mitificando aquella victoria.[13] La infantería española fue seriamente dañada pero no destruida, mil muertos y dos mil heridos de un total de seis mil soldados de los tercios, los tercios resistieron tres ataques conjuntos de la infantería, artillería y caballería francesas sin perder la integridad. Agotados ambos bandos, se acabó negociando la rendición y el asedio fue levantado. La batalla tuvo pocas repercusiones a corto plazo, pero un impacto tremendo a nivel propagandístico.

La gran habilidad del cardenal Mazarino para manejar esa victoria logró dañar la reputación de los Tercios de Flandes, creando un mito que aún permanece; el de una victoria en la que, para saber el número de enemigos al que se enfrentaron, los franceses sólo tenían que Contar los muertos. Tradicionalmente, los historiadores señalan la Batalla de Rocroi como el fin del dominio español en Europa y el cambio del transcurso de la Guerra de los treinta años favorable a Francia.

Últimos años de supremacía

Artículo principal: Decadencia española

Sublevaciones internas, pérdida de la Guerra de los Treinta Años y once años más de guerra con Francia (1640–1665)

Durante el reinado de Felipe IV y concretamente a partir de 1640 hubo múltiples secesiones y sublevaciones de los distintos territorios que se encontraban bajo su cetro. Entre ellas, la guerra de Separación de Portugal, la rebelión de Cataluña (ambos conflictos iniciados en 1640), la conspiración de Andalucía (1641) y los distintos incidentes acaecidos en Navarra, Nápoles y Sicilia a finales de la década de 1640. A estos hechos se sumaban los distintos frentes extrapeninsulares: la guerra de los Países Bajos (reanudada en 1621 tras expirar la Tregua de los Doce Años) y la guerra de los Treinta Años. A su vez, el enfrentamiento con Francia en esta última (desde 1635) quedó conectado con el problema catalán.

Juan de Braganza es proclamado rey de Portugal 1640

Portugal se había rebelado en 1640 bajo el liderazgo de Juan de Braganza, pretendiente al trono. Éste había recibido un apoyo general de pueblo portugués, y los españoles que tenían múltiples frentes abiertos fueron incapaces de responder. Españoles y portugueses mantuvieron un estado de paz de facto entre 1641 y 1657. Cuando Juan IV murió, los españoles intentaron luchar por Portugal contra su hijo Alfonso VI de Portugal, pero fueron derrotados en la batalla de Ameixial (1663) y en la batalla de Montes Claros (1665), lo que llevó a España a reconocer la independencia portuguesa en 1668.

En 1648 los españoles firmaron la paz con los neerlandeses y reconocieron la independencia de las Provincias Unidas en la Paz de Westfalia, que acabó al mismo tiempo con la Guerra de los Ochenta Años y la Guerra de los Treinta Años. A esto le siguió la expulsión de Taiwán y la pérdida de Tobago, Curazao y otras islas en el mar Caribe.

La guerra con Francia continuó once años más, ya que Francia quería acabar totalmente con España y no darle la oportunidad de que se recuperara. La economía española estaba tan debilitada que el Imperio era incapaz de hacerle frente. La sublevación de Nápoles fue sofocada en 1648 y la de Cataluña en 1652 y además se obtuvo una victoria contra los franceses en la batalla de Valenciennes (1656, última de las victorias españolas), pero el fin efectivo de la guerra vino en la batalla de las Dunas (o de Dunquerque) en 1658, en la que el ejército francés bajo el mando del vizconde de Turenne y con la ayuda de un importante ejército inglés, derrotó a los restos de los Tercios de Flandes. España aceptó firmar la Paz de los Pirineos en 1659, en la que cedía a Francia el Rosellón, la Cerdaña y algunas plazas de los Países Bajos como Artois. Además se pactó el matrimonio de una infanta española con Luis XIV.

En los últimos años del reinado de Felipe IV, concluidos los grandes conflictos, Felipe IV pudo concentrarse en el frente portugués. Sin embargo, ya era demasiado tarde. Meses antes de su muerte (ocurrida en Madrid, el 17 de septiembre de 1665), la derrota en la batalla de Villaviciosa (17 de junio) permitía vaticinar la pérdida de Portugal. La situación en España no era más halagüeña, y la crisis humana, material y social afectaba profundamente a las regiones del interior.

España tenía un inmenso imperio en ultramar (ahora reducido por la separación de Portugal y su imperio así como por ataques franceses e ingleses), pero Francia era ahora la primera potencia en Europa.

El Imperio con el último Habsburgo (1665–1700)

A la muerte de Felipe IV, su hijo Carlos II tenía sólo cuatro años, por lo que su madre Mariana de Austria gobernó como regente. Ésta acabó por entregarle las tareas de gobierno a un valido, el padre Nithard, un jesuita austriaco. El reinado de Carlos II puede dividirse en dos partes. La primera abarcaría de 1665 a 1679 y estaría caracterizada por el letargo económico y las luchas de poder entre los validos del Rey, el padre Nithard y Fernando de Valenzuela, con el hijo ilegítimo de Felipe IV, Don Juan José de Austria. Éste último dio un golpe de Estado en 1677 que obligó al monarca a expulsar a Nithard y a Valenzuela del gobierno.

La segunda parte comenzaría en 1680 con la toma de poder del Duque de Medinaceli como valido. Se propuso una nueva política económica devaluando la moneda, lo que permitió acabar con las subidas de precios y ayudó a recuperar lentamente la economía. En 1685, llegó al poder el Conde de Oropesa, que propuso un presupuesto fijo para los gastos de la Corte como medio para evitar nuevas bancarrotas.

A lo largo de todo su reinado las continuas guerras contra Francia mermaron los dominios hispánicos en Europa y en América, en este contexto se sitúa entre otros el Tratado de Ryswick por el que se produce la partición de la isla de La Española entre Francia y España

Las últimas décadas del siglo XVII vieron una decadencia y estancamiento totales en España; mientras el resto de Europa se embarcaba en tremendos cambios en los gobiernos y las sociedades —la Revolución de 1688 en Inglaterra y el reinado del Rey Sol en Francia—, España continuaba a la deriva. La burocracia que se había constituido alrededor de Carlos I y Felipe II demandaba un monarca fuerte y trabajador; la debilidad y dejadez de Felipe III y Felipe IV contribuyeron a la decadencia española. Carlos II era retrasado e impotente, y murió sin un heredero en 1700.

La historiografía moderna tiende a ser más condescendiente con Carlos II y sus limitaciones, haciendo ver que el Rey, pese a estar en el límite de la normalidad mental, era consciente de la responsabilidad que tenía, la situación de codicia que vivía su imperio y la idea de majestad que siempre trató de mantener. Esto lo demostró en su testamento que, según la canción popular, fue su mejor obra; en él declaraba:

Declaro mi sucesor (en el caso de que Dios se me lleve sin dejar hijos) el de Anjou, hijo segundo del Delfín de Francia; y, como a tal, lo llamo a la sucesión de todos mi reinos y dominios sin excepción de ninguna parte de ellos.[14]

El Imperio de los Borbones: Reforma y recuperación (1713–1806)

El cambio de dinastía

El nuevo rey no fue excesivamente bien recibido en España, aparte de los retrasos en su entrada en Madrid por el mal tiempo y las continuas recepciones, los cortesanos comenzaron a ver que era abúlico, casto, piadoso, muy seguidor de los deseos de su confesor y melancólico, redactándole una coplilla:

Anda, niño, anda,
Porque el cardenal lo manda
.[14]

Pero Felipe V no tenía intención de acaparar España para él y sus allegados como pretendió hacer Felipe el Hermoso, él quería ser un buen monarca pese a las muchas diferencias que tenía con su nuevo pueblo. Tanto es así que tras el famoso discurso que pronunció el marqués de Castelldosrius, embajador de España en Francia, Felipe no comprendió nada, ni siquiera la famosa frase «Ya no hay Pirineos»; porque no sabía español y fue su abuelo Luis XIV quien debió interceder por él; pero al finalizar su réplica al embajador, el Rey Sol le dijo al futuro rey «Sed un buen español». Aquel joven de 17 años cumplió toda su vida con aquel mandato.[15]

El deseo de las otras potencias por España y sus posesiones no podía quedar zanjado con el testamento real. Por lo que los confrontamientos eran casi inevitables; el Archiduque Carlos de Austria no se resignó, lo que dio lugar a la Guerra de Sucesión (17021713).

Esta guerra y las negligencias cometidas en ella llevaron a nuevas derrotas para las armas españolas, llegando incluso al propio territorio peninsular. Así se perdió Orán, Menorca y la más dolorosa y prolongada: Gibraltar, donde había únicamente 50 españoles defendiéndolo contra la flota anglo-neerlandesa.

Felipe V no estaba preparado para dirigir el imperio más grande de aquel momento y él lo sabía; pero también sabía rodearse de las personas más preparadas de su época. Así los monarcas Borbones y los hombres que vinieron con ellos trajeron un proyecto para el Imperio español y un deseo de fundirse con él; por ejemplo Alejandro Malaspina decía que se sentía «Un italiano en España y un español en Italia», Carlos III mandó esculpir estatuas de todos los reyes y dignatarios españoles desde los visigodos como heredero que se sentía de ellos, el marqués de Esquilache se molestaba cuando los nobles españoles no le tuteaban como era la costumbre o, por las tardes, tomaba chocolate, tradición que diferenciaba a la corte española de otras europeas; pero el más claro quizá fuese Felipe V delante de su abuelo Luis XIV, cuando tenía ante sí una posibilidad en el futuro de volver a Francia como rey de un país en auge en lugar de otro en decadencia como era España, dicen que respondió:

Está hecha mi elección y nada hay en la tierra capaz de moverme a renunciar a la corona que Dios me ha dado, nada en el mundo me hará separarme de España y de los españoles.[14]
Cesiones por el tratado de Utrecht

En el Tratado de Utrecht (11 de abril de 1713), las potencias europeas decidían cuál iba a ser el futuro de España en cuanto al equilibrio de poder. El nuevo rey de la casa de Borbón, Felipe V, mantuvo el imperio de ultramar, pero cedió Sicilia y parte del Milanesado a Saboya; y Gibraltar y Menorca a Inglaterra y los otros territorios continentales (los Países Bajos españoles, Nápoles, Milán y Cerdeña) a Austria. Además significó la separación definitiva de las coronas de Francia y España, y la renuncia de Felipe V a sus derechos sobre el trono francés. Con esto, el Imperio le daba la espalda a los territorios europeos. Asimismo, se garantizaba a Inglaterra el tráfico de esclavos durante treinta años («asiento de negros»).

La reforma del Imperio

Con el monarca Borbón se modificó toda la organización territorial del Estado con una serie de decretos llamados Decretos de Nueva Planta eliminándose fueros y privilegios de los antiguos reinos peninsulares y unificándose todo el Estado Español al dividirlo en provincias llamadas Capitanías Generales a cargo de algún oficial y casi todas ellas gobernadas con las mismas leyes; con esto se consiguió homogeneizar y centralizar el Estado Español utilizando el modelo territorial de Francia.

Por otra parte con Felipe V llegaron ideas mercantilistas francesas basadas en una monarquía centralizada, puesta en funcionamiento en América lentamente. Sus mayores preocupaciones fueron romper el poder de la aristocracia criolla y también debilitar el control territorial de la Compañía de Jesús: los jesuitas fueron expulsados de la América española en 1767. Además de los ya establecidos consulados de Ciudad de México y Lima, se estableció el de Vera Cruz.

Entre 1717 y 1718 las instituciones para el gobierno de las Indias, el Consejo de Indias y la Casa de la Contratación, se trasladaron de Sevilla a Cádiz, que se convirtió en el único puerto de comercio con las Américas.

Los órganos ejecutivos fueron reformados creando las secretarías de estado que serían el embrión de los ministerios. Se reformó el sistema de aduanas y aranceles y el contributivo, se creó el catastro (pese a no llegar a reformarse totalmente la política contributiva) se reestructuró el Ejército de Tierra en regimientos en lugar de en tercios...; pero quizá el gran logro fue la unificación de las distintas flotas y arsenales en la Armada.[14] A estas reformas se dedicaron hombres como José Patiño, José Campillo o Zenón de Somodevilla, que fueron ejemplos de meritocracia y algunos de los mejores expertos en material naval de su época.

A estas reformas le siguió una nueva política expansionista que buscaba recuperar las posiciones perdidas. Así, en 1717 la armada española recobró Cerdeña y Sicilia, que tuvo que abandonar pronto ante la coalición de Austria, Francia, Gran Bretaña y los Países Bajos, que vencieron en Cabo Pessaro. Sin embargo la diplomacia española, apoyada por los Pactos de Familia con sus parientes franceses, lograría que la corona del Reino de las Dos Sicilias recayera en el segundo hijo del rey español. La nueva rama dinástica sería conocida posteriormente como Borbón-Dos Sicilias.

Las guerras coloniales durante el siglo XVIII

Fortaleza de San Felipe de Barajas en Cartagena. En 1741 una enorme flota británica liderada por el Almirante Vernon fue derrotada por las fuerzas españolas de Blas de Lezo que defendían este fuerte.

Una de las victorias españolas más importantes de todo el periodo colonial en América, y sin duda la más trascendente del Siglo XVIII, fue la de la Batalla de Cartagena de Indias en 1741 (ver Guerra de la Oreja de Jenkins) en la que una colosal flota de 186 buques ingleses con 23.600 hombres a bordo atacaron el puerto español de Cartagena de Indias (hoy Colombia). Esta acción naval fue la más grande de la historia de la marina inglesa, y la segunda más grande de todos los tiempos después de la Batalla de Normandía. Tras dos meses de intenso fuego de cañón entre los buques ingleses y las baterías de defensa de la Bahía de Cartagena y del Fuerte de San Felipe de Barajas, los asaltantes se batieron en retirada tras perder 50 navíos y 18.000 hombres. La acertada estrategia del gran almirante español Blas de Lezo fue determinante para contener el ataque inglés y lograr una victoria que supuso la prolongación de la supremacía naval española hasta principios del siglo XIX. Tras la derrota, los ingleses prohibieron la difusión de la noticia y la censura fue tan tajante que pocos libros de historia ingleses contienen referencias a esta trascendental contienda naval. Incluso en nuestros días poco se sabe de esta gran batalla, frente al muy conocido episodio de Trafalgar o incluso al de la Armada invencible.

España también se enfrentó con Portugal por la Colonia del Sacramento en el actual Uruguay, que era la base del contrabando británico por el Río de la Plata. En 1750 Portugal cedió la colonia a España a cambio de siete de las treinta reducciones guaraníes de los jesuitas en la frontera con Brasil. Los españoles tuvieron que expulsar a los jesuitas, generando un conflicto con los guaraníes que duró once años.

El desarrollo del comercio naval promovido por los Borbones en América fue interrumpido por la flota británica durante la Guerra de los Siete Años (17561763) en la que España y Francia se enfrentaron a Gran Bretaña y Portugal por conflictos coloniales. Los éxitos españoles en el norte de Portugal se vieron eclipsados por la toma inglesa de La Habana y Manila. Finalmente, el Tratado de París (1763) puso fin a la guerra. Con esta paz, España recuperó Manila y La Habana, aunque tuvo que devolver Sacramento. Además Francia entregó a España la Luisiana al oeste del Misisipi, incluida su capital, Nueva Orleáns, y España cedió la Florida a Gran Bretaña.

En cualquier caso, el siglo XVIII fue un periodo de prosperidad en el imperio de ultramar gracias al crecimiento constante del comercio, sobre todo en la segunda mitad del siglo debido a las reformas borbónicas. Las rutas de un solo barco en intervalos regulares fueron lentamente reemplazando la antigua costumbre de enviar a las flotas de Indias, y en la década de 1760, había rutas regulares entre Cádiz, La Habana y Puerto Rico, y en intervalos más largos con el Río de la Plata, donde se había creado un nuevo virreinato en 1776. El contrabando, que fue el cáncer del imperio de los Habsburgo, declinó cuando se pusieron en marcha los navíos de registro.

Uniforme español del ejército de América de 1785 del regimiento veterano de Cumaná.

En 1777 una nueva guerra con Portugal acabó con el tratado de San Ildefonso, por el que España recobraba Sacramento y ganaba las islas de Annobon y Fernando Poo, en aguas de Guinea, a cambio de retirarse de sus nuevas conquistas en Brasil.

Posteriormente, dos hechos conmocionaron la América española y al mismo tiempo demostraron la elasticidad y resistencia del nuevo sistema reformado: el alzamiento de Túpac Amaru en Perú en 1780 y la rebelión en Venezuela. Las dos, en parte, eran reacciones al mayor centralismo de la administración borbónica.

En la década de 1780 el comercio interior en el Imperio volvió a crecer y su flota se hizo mucho mayor y más rentable. El fin del monopolio de Cádiz para el comercio americano supuso el renacimiento de las manufacturas españolas. Lo más notable fue el rápido crecimiento de la industria textil en Cataluña, que a finales de siglo mostraba signos de industrialización con una sorprendente y rápida adopción de máquinas mecánicas para hilar, convirtiéndose en la más importante industria textil del Mediterráneo. Esto supuso la aparición de una pequeña pero políticamente activa burguesía en Barcelona. La productividad agraria se mantuvo baja a pesar de los esfuerzos por introducir nueva maquinaria para una clase campesina muy explotada y sin tierras.

La recuperación gradual de las guerras se vio de nuevo interrumpida por la participación española en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (17791783), en apoyo de los Estados sublevados y los consiguientes enfrentamientos con Gran Bretaña. El Tratado de Versalles de 1783 supuso de nuevo la paz y la recuperación de Florida y Menorca (consolidando la situación, puesto que habían sido recuperadas previamente por España) así como el abandono británico de Campeche y la Costa de los Mosquitos en el Caribe. Sin embargo, España fracasó al intentar recuperar Gibraltar después de un duradero y persistente sitio, y tuvo que reconocer la soberanía británica sobre las Bahamas, donde se habían instalado numerosos partidarios del rey procedentes de las colonias perdidas, y el Archipiélago de San Andrés y Providencia, reclamado por España pero que no había podido controlar.

Mientras, con la Convención de Nutka (1791), se resolvió la disputa entre España y Gran Bretaña acerca de los asentamientos británicos y españoles en la costa del Pacífico, delimitándose así la frontera entre ambos países. También en ese año el Rey de España ordenó a Alejandro Malaspina buscar el Paso del Noroeste (Expedición Malaspina).

España hacia 1800

Territorios españoles y de otras potencias en 1800. (Los territorios ingleses incluyen territorios nominalmente poseídos, en el resto, son los territorios controlados de manera efectiva, por ejemplo Brasil y Australia)

Las reformas económicas e institucionales produjeron sus frutos, militarmente hablando, cuando se derrotó a los ingleses durante la Guerra de la Oreja de Jenkins en su intento de conquistar la estratégica plaza de Cartagena de Indias.

Como resultado, la España del XVIII fue una potencia de nivel medio en los juegos de poder, sin su antiguo nivel de superpotencia. Su extenso imperio en las Indias le daba una notable relevancia y, aunque era mayor en Europa la importancia de Francia, de Inglaterra o de Austria, aún mantenía la más importante flota del mundo y su moneda era la más fuerte.

A pesar de que el Imperio español no había recuperado su antiguo esplendor, sí se había rehecho considerablemente de los días oscuros de principios de siglo, en los que estaba a merced de otras potencias. El ser un siglo principalmente pacífico bajo la nueva monarquía, permitió reconstruir y comenzar un largo proceso de modernización de las instituciones y la economía. El declive demográfico del XVII se había invertido, aunque fue necesario incentivar las inmigraciones de otros países europeos, fundamentalmente de alemanes y suizos. Pero todo iba a quedar ensombrecido por el tumulto que iba a ocupar a Europa con el cambio de siglo: las Guerras Revolucionarias Francesas y las Guerras Napoleónicas.

El fin del Imperio global (1808–1898)

La Revolución francesa y las Guerras Napoleónicas

Tras la Revolución francesa de 1789, España se unió a los países que se aliaron para combatir la revolución. Un ejército dirigido por el general Ricardos reconquistó el Rosellón, pero apenas unos años después, en 1794 las tropas francesas les expulsaron e invadieron territorio español. El ascenso de Godoy a primer ministro supuso una política de apaciguamiento con Francia: con la paz de Basilea de 1795 se logró la retirada francesa a cambio de la mitad de la Española (lo que hoy en día es Haití).

El Bucentaure y el Batalla de Trafalgar, en 1805. El buque británico está aquí representado por error por el pintor Auguste Mayer, pues el Sandwich no participó en Trafalgar.[16]

En 1796 el tratado de San Ildefonso supuso la alianza con la Francia napoleónica contra Gran Bretaña, lo que supuso la unión de sus respectivas fuerzas armadas. El combate naval del cabo de San Vicente fue una victoria relativa para los británicos, que no supieron aprovechar, aunque en Cádiz y Santa Cruz de Tenerife la flota británica sufrió sendos fracasos. Lo más reseñable fue la pérdida de Isla Trinidad (1797) y Menorca. En 1802, se firmó la Paz de Amiens, tregua que permitió a España recobrar Menorca.

Pronto se reanudaron las hostilidades, desarrollándose el proyecto napoleónico de una invasión a través del Canal de la Mancha. Sin embargo, la destrucción de la flota aliada franco-española en la Batalla de Trafalgar (1805) arruinó el plan y minó la capacidad de España para defender y mantener su imperio. Tras la derrota de Trafalgar, España se encontró sin una Armada capaz de enfrentarse a la inglesa, y se cortó la comunicación efectiva con ultramar.

Mientras las sucesivas coaliciones eran derrotadas una y otra vez por Napoleón Bonaparte en el continente, España libró una guerra menor contra Portugal (Guerra de las Naranjas) que le permitió anexionarse Olivenza. En 1800 Francia recobró Luisiana. Cuando Napoleón decretó el Bloqueo Continental, España colaboró con Francia en la ocupación de Portugal, país que desobedeció el bloqueo. Así las tropas francesas entraron en el país, acuartelándose unidades en guarniciones de la frontera.

En 1808 Napoleón se aprovechó de las disputas entre el rey español Carlos IV y su hijo, el futuro Fernando VII, y consiguió que estos le cediesen el trono, de modo que España fue tomada por Napoleón sin disparar ni una bala.

Entonces se produjo el levantamiento popular del 2 de mayo de 1808. Los españoles rebeldes a Napoleón se desplazaron al sur de España y comenzaron la conocida como Guerra de la Independencia Española que tendría un momento de optimismo con la derrota de los ejércitos franceses en la Batalla de Bailén al mando del general Castaños (la primera derrota de un ejército de Napoleón), que los españoles no supieron aprovechar, pues se desmovilizaron a continuación. El posterior contraataque francés capitaneado por Napoleón restableció la autoridad de su hermano José I de España, al que nombró rey. Los enfrentamientos continuaron, ahora con la aparición de la «guerra de guerrillas». Cuando con la ayuda inglesa España logró expulsar a los franceses, y tras la Batalla de Waterloo, Fernando VII recuperó el trono, tuvo que enfrentarse con la independencia de las colonias.

La independencia de las colonias americanas

Artículo principal: Guerra de Independencia Hispanoamericana
Véase también: Realistas
Situación del Imperio español en 1824. En azul los territorios independizados en la Guerra de Independencia Hispanoamericana (1809–1824)
La Revolución Hispanoamericana
     La reacción Realista     Bajo control independentista     Bajo control independentista     España durante la invasión francesa     España bajo la revolución liberal

Después de sucesivas insurrecciones a lo largo de toda la era colonial desde el seno de la propia monarquía se formulan proyectos españoles para la independencia de América, sin embargo la Independencia Hispanoamericana comenzó a desencadenarse cuando emergen las disputas por el trono entre el rey español Carlos IV y su hijo, el futuro Fernando VII, que fueron aprovechadas por Napoleón para intervenir e imponer las llamadas «abdicaciones de Bayona» de 1808, por las cuales ambos renunciaron sucesivamente al trono de España en favor finalmente de José Bonaparte, luego de lo cual Fernando quedó cautivo. De manera que la intervención francesa desencadenó un levantamiento popular conocido como Guerra de la Independencia Española (1808–1814) que trajo incertidumbre sobre cuál era la autoridad efectiva que gobernaba España.

Ante la ausencia de una autoridad cierta en España y el cautiverio de Fernando VII, los pueblos hispanoamericanos, muchas veces bajo la dirección de los criollos, comenzaron una serie de insurrecciones desconociendo a las autoridades coloniales, que en las reformas previas habían quedado reducidas a meros agentes de un gobierno ahora en entredicho. El 5 de agosto de 1808 se reunió en Ciudad de México la primera junta revolucionaria [4],a la que le siguieron levantamientos en todo el continente para formar juntas de autogobierno.

Las autoridades españolas en América y luego el rey Fernando VII al recuperar la corona española en 1814, negaron legitimidad a las juntas de autogobierno americanas. El virrey Fernando de Abascal, y Pablo Morillo jefe de la expedición pacificadora, fueron los principales organizadores de la defensa de la monarquía española.

Los movimientos populares de las colonias españolas profundizaron las insurrecciones para enfrentarse abiertamente al rey español en una guerra de alcance continental con el objetivo de establecer estados independientes, que generalmente devinieron en regímenes republicanos. En las Guerras de Independencia Hispanoamericana se destacaron Simón Bolívar y José de San Martín, llamados Libertadores, que condujeron los ejércitos insurrectos que derrotaron definitivamente a las tropas leales a la monarquía española, llamadas Realistas, en la batalla de Ayacucho en 1824.

A partir de la década de 1810, y luego de complejos procesos políticos, las colonias españolas en América formaron los actuales estados hispanoamericanos. El expansionismo estadounidense se hizo presente tanto sobre los últimos restos del Imperio español (forzándose la compra de Florida[cita requerida] por cinco millones de dólares en el año 1821 así como adquiriendo posteriormente los derechos sobre las pretensiones españolas en Oregón) como sobre los nuevos países americanos (a través de influencia económica y política y con la anexión de Texas y el norte del nuevo estado mexicano: Nuevo México, Utah, California y Nevada).

Decadencia final y el Desastre del 98

En lo que quedó del Imperio, la Guerra de la Independencia fue seguida por una monarquía absoluta (década ominosa), conflictos dinásticos, levantamientos absolutistas, pronunciamientos liberales y luchas por el poder entre facciones liberales que sólo permitieron ciertos periodos lo bastante estables para el desarrollo de una política exterior activa. Destaca entre estos el gobierno de Leopoldo O'Donnell (1856–1863), que tras una dura represión de la disidencia, pudo volver a intervenir activamente en la escena internacional: se ganó una guerra a Marruecos con las victorias de Tetuán y Wad-Ras que permitió ampliar Ceuta y recuperar la plaza de Santa Cruz de la Mar Pequeña, en la costa atlántica; se trató de pacificar Filipinas, se apoyó a Emperador de México sostenido por las potencias coloniales y junto a los franceses se envió una expedición de castigo a Conchinchina, donde habían sido asesinados varios misioneros. Paralelamente, Pedro Santana, a la cabeza de cierta facción dominicana, devolvió la hoy República Dominicana a un estatus colonial sólo para que los avatares de la política interna de la isla y el apoyo haitiano la hicieran perderse definitivamente en 1865.

La crisis económica derivada de la subida del precio del algodón por la Guerra de Secesión estadounidense, las malas cosechas y los pobres resultados de los intentos de modernización de la agricultura (desamortización), infraestructuras (ferrocarril) acabaron con el régimen de O'Donnell y su experiencia imperialista. Las guerras y disputas entre progresistas, liberales y conservadores, que se negaban a aceptar que el país tuviera un estatus bajo a escala internacional, se hicieron frecuentes. El descontento creciente por la inestabilidad y la perenne crisis económica llevó al estallido de una revolución que dio paso a experimentos políticos y a la Primera República Española. La posterior restauración monárquica de 1875 marcó un nuevo periodo, más favorable, cuando Alfonso XII y sus ministros tuvieron cierto éxito en recobrar el vigor de la política y el prestigio españoles, en parte por haber aceptado la realidad de las circunstancias españolas y trabajar inteligentemente.

A pesar de estos vaivenes, España había mantenido el control de los últimos fragmentos de su imperio hasta el incremento del nivel de nacionalismo y de levantamientos anticolonialistas en varias zonas, que se fueron desencadenando durante la década de 1870. Este conflicto se tornaría internacional a raíz de la implicación de los Estados Unidos, teniendo lugar a la Guerra Hispano-estadounidense de 1898, cuando una débil España se enfrentó a un Estados Unidos mucho más fuerte que necesitaba nuevos mercados para seguir ampliando su ya fuerte economía.

Restos del hundimiento del Maine

El desencadenante de esta guerra fue el hundimiento del acorazado Maine, del que se culpó a España (tras una agresiva campaña de prensa de William Randolph Hearst). Las últimas investigaciones no han llegado a demostrar nada de forma concluyente: ni si fue un accidente o un sabotaje externo, ni quién sería el responsable, aún así existe la teoría de que fueron los propios estadounidenses quienes provocaron el incendio en el Maine con el propósito de hundirlo, culpar a España y provocar una guerra para apoderarse de las colonias españolas, autodefiniéndose como defensores de los cubanos contra la tiranía española. Esta guerra acabó con una humillante derrota española y la independencia de Cuba. En Filipinas, los independentistas también contaron con el apoyo estadounidense. España se vio forzada a pedir un armisticio, y se firmó el Tratado de París, por el cual se renunciaba definitivamente a Cuba y se cedían a EE.UU.: Filipinas, Puerto Rico y Guam. Esta serie de sucesos son conocidos como el Desastre del 98.

Los últimos territorios, África (1885–1975)

Artículo principal: Protectorado español en Marruecos
Posesiones en el norte de África

Desde 1778 con el Tratado de El Pardo, por el que los portugueses cedieron a España a cambio de territorios en Sudamérica la isla de Bioko y sus islotes cercanos así como los derechos comerciales del territorio entre los ríos Níger y Ogooué, España mantenía una presencia en el Golfo de Guinea. En el siglo XIX, algunos exploradores, como Manuel Iradier, cruzaron este límite.

Mientras, los enfrentamientos en el Mediterráneo habían continuado, perdiéndose las posiciones españolas en el norte de África. En 1848, sin embargo, las tropas españolas conquistaron las Islas Chafarinas.

La pérdida de la mayor parte del Imperio Americano llevó a España a volcarse cada vez más en su dominios en África, especialmente tras la derrota contra los Estados Unidos en 1898.

En 1860, tras la guerra contra Marruecos, este país cedió Sidi Ifni por el Tratado de Wad-Ras. Las siguientes décadas de colaboración franco-española implicaron el establecimiento y la extensión de protectorados españoles al sur de la ciudad, y la soberanía española fue reconocida en la Conferencia de Berlín de 1884: España administraba Sidi Ifni y el Sáhara Occidental conjuntamente.

España reclamó también un protectorado en la costa de Guinea desde Cabo Bojador hasta Cabo Blanco. Río Muni se convirtió en un protectorado en 1885 y en colonia en 1900. Las reclamaciones conflictivas sobre Guinea fueron resueltas en el Tratado de París (1898).

En 1911, Marruecos se dividió entre franceses y españoles. El Desastre de Annual (1921) fue una grave derrota militar infligida al ejército español, compensada años después,el 8 de septiembre de 1925, por el desembarco que tuvo lugar al oeste de la bahía de Alhucemas conocido como desembarco de Alhucemas dirigida por el general y dictador español Miguel Primo de Rivera.

Entre 1926 y 1959, Bioko y Río Muni estuvieron unidas bajo el nombre de Guinea Española.

España perdió el interés de desarrollar una extensa estructura económica en las colonias africanas durante la primera parte del siglo XX. Sin embargo, España desarrolló extensas plantaciones de cacao, para lo que se introdujo a miles de nigerianos como trabajadores. Los españoles también ayudaron a Guinea Ecuatorial a alcanzar uno de los mejores niveles de alfabetización del continente y a desarrollar una red de instalaciones sanitarias.

En 1956, cuando el Protectorado francés de Marruecos se convirtió en independiente, España entregó el suyo al nuevo Marruecos independiente, pero mantuvo el control sobre Sidi Ifni, la región de Tarfaya y el Sahara Occidental. El rey de Marruecos, Mohamed V, estaba interesado en los territorios españoles y desató la Invasión del Sahara Español en 1958 por parte del ejército marroquí. Esta guerra fue conocida como Guerra de Ifni o Guerra Olvidada. Ese mismo año, España cedió a Mohamed V Tarfaya y se anexionó Saguia el Hamra (al norte) y Río de Oro (al sur) al territorio del Sahara Español.

La Guinea española

En 1959, se le otorgó al territorio español del Golfo de Guinea el estatus de provincia española ultramarina. Como Región Ecuatorial Española, era regida por un gobernador general que ejercía los poderes militares y civiles. Las primeras elecciones locales se celebraron en 1959, y se eligieron los primeros procuradores en cortes ecuatoguineanos. Mediante la Ley Básica de diciembre de 1963, las dos provincias fueron reunificadas como Guinea Ecuatorial y dotadas de una autonomía limitada, con órganos comunes a todo el territorio (entre ellos un cuerpo legislativo) y organismos propios de cada provincia. Aunque el comisionado general nombrado por el gobierno español tenía amplios poderes, la Asamblea General de Guinea Ecuatorial tenía considerable iniciativa para formular leyes y regulaciones.

En marzo de 1968, bajo la presión de los nacionalistas ecuatoguineanos y de las Naciones Unidas, España anunció que concedería la independencia. Ya independiente en 1968, Guinea Ecuatorial tenía una de las mayores rentas per cápita de toda África. En 1969, debido a la presión internacional, España entregó Sidi Ifni a Marruecos. El dominio español en el Sahara Occidental duró hasta que en 1975 la Marcha Verde forzó la retirada española. El futuro de la antigua provincia española continúa siendo incierto.

Marruecos reclama todavía Ceuta, Melilla y las plazas de soberanía como parte del llamado Gran Marruecos. La Isla Perejil fue ocupada el 11 de julio de 2002 por la policía y las Fuerzas armadas de Marruecos, siendo más tarde expulsados sin derramamiento de sangre por el ejército español en la Operación Romeo Sierra.

Territorios del Imperio español

América

Máxima extensión de territorios americanos considerados propios por el Imperio español

actual de Venezuela y la Isla de Trinidad.

Asia

África

Europa

La mayoría de los territorios europeos españoles se perdieron en 1713 en la Paz de Utrecht.

Oceanía

Administración del Imperio

Artículo principal: De Hispania a España

El matrimonio de los Reyes Católicos (Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón) supuso una única dirección de ambos reinos bajo una administración superior única, el Consejo Real. Se unificó la hacienda (pero no los impuestos), la política interior y exterior, el ejército, las órdenes militares y la Inquisición, y, en lo que no afectase a estos temas, cada reino mantuvo su propia administración, moneda, leyes etc.

De esa forma, la formación de un estado unificado al estilo de las Naciones-Estado nunca llegó a ser una realidad en España. Los Reyes Católicos introdujeron un estado moderno absolutista en sus dominios, restringiendo el poder de la nobleza, organizando su gobierno en torno a los Consejos y dividiendo el país en Reales Audiencias como órganos superiores de justicia, y manteniendo los fueros y tradiciones de sus pueblos.

La organización administrativa de las nuevas conquistas en América parte con la incorporación de las Indias a la corona castellana a título de «descubrimiento» (res nullius), apoyados por la donación papal. Isabel la Católica, en su testamento, refuerza la pertenencia a esta corona. Sin embargo, será el Consejo de Indias y no el Consejo de Castilla el que asesore al rey sobre las nuevas tierras. Este Consejo se convirtió en el máximo órgano administrativo sobre las colonias. El comercio con América se centralizó en la Casa de Contratación de Sevilla, restringiéndose a esta los derechos comerciales sobre el nuevo mundo, lo que supuso un impulso demográfico para Sevilla, al obligar a los comerciantes españoles y extranjeros a establecerse en Sevilla.

A la muerte de los Reyes Católicos, Carlos I de España, manteniendo formalmente a su madre como reina, pasó a gobernar las nuevas tierras. Las Indias fueron incorporadas definitivamente a la Corona de Castilla en 1519.

La situación se mantuvo similar durante el reinado de Felipe II, que hereda de su padre la Corona de España, pero no la del Sacro Imperio Romano Germánico y las posesiones de los Habsburgo. Bajo su reinado, Portugal y su imperio fueron anexionados a la Monarquía Hispánica, aunque no así a la Corona de Castilla, manteniendo Portugal una posición semejante a la Corona de Aragón. Bajo los llamados Austrias Menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) las Provincias Unidas alcanzaron una independencia de facto que les sería reconocida en 1648.

A la muerte de Carlos II, le sucede Felipe V. Dos años después de su toma de posesión, se presenta un nuevo pretendiente, Carlos de Austria, apoyado por Inglaterra y Austria, y esto provoca Guerra de Sucesión Española, que supuso, la pérdida de los reinos italianos y de lo que quedaba de los Países Bajos Españoles.

Tras la derrota del pretendiente austriaco a la sucesión del trono, el nuevo rey, Felipe V de España va publicando los decretos de Nueva Planta, diferentes para Aragón y Valencia (1707), Aragón (1711), Baleares (1715), y Cataluña (1716). En ellos, como castigo por su rebelión, deroga parte de los fueros y derechos de los territorios de la Corona de Aragón sobre los que considera tener derecho de conquista. Los decretos tenían matices y efectos diferentes según el territorio histórico (por ejemplo, Cataluña mantiene su derecho civil y parte de sus fueros e instituciones, mientras que Valencia no) y no afectaron ni al Valle de Arán, ni a Navarra ni a las Provincias Vascongadas, los cuales mantienen todos sus fueros por haber sido leales a Felipe de Anjou.

Por territorios

América y Filipinas

La organización de las Indias, dada su lejanía con la capital, dependía de los Virreyes y del Consejo de Indias, organismos autónomos que manejaban in situ el gobierno de las tierras.

Consejo de Indias
Artículo principal: Consejo de Indias

El Consejo de Indias, desde su fundación en 1524, fue el máximo órgano administrativo de las colonias. Entre sus funciones estaban:

  • En el Gobierno Temporal: toda la administración gubernativa compete al Consejo de Indias:
    • Planificación y proposición al Rey de las políticas relativas al Nuevo Mundo (poblamiento, relación con los aborígenes, comercio, etc.).
    • Organización administrativa de las Indias, ya sea con la creación de nuevos Virreinatos, nuevas Gobernaciones, etc., y su autonomía respecto de la metrópoli.
    • Proposición al Rey de los cargos de grandes autoridades americanas (Virreyes, Gobernadores, Oidores, etc.).
    • Tutela del buen funcionamiento de las autoridades, dictando medidas de probidad administrativa y nombrando un Juez de Residencia para que realice el respectivo Juicio de residencia.
    • Revisión a diario de la correspondencia que viene de América y demás posesiones. Así mismo, autorización de la exportación o importación de libros a América.
    • Desde 1614, autorización de la aplicación de la legislación castellana en las Indias.
    • Aprobación o rechazo de la legislación originada en América.
    • Elaboración de las normas que regirían en Indias y que eran dictadas por el rey como Reales Cédulas o Reales Provisiones (similares a las Reales Cédulas pero más solemnes).
  • En Gobierno Espiritual: preocupación por materias de orden espiritual, analizando los derechos otorgados por la Santa Sede, así por ejemplo:
    • Ejercicio del Derecho de presentación.
    • División de los Obispados.
    • Revisión de las Bulas Papales; en conformidad, se les da Exequatur o Pase Regio; sin éste no se cumplen las bulas.
    • Examen de las disposiciones de la Iglesia en América y de los Sínodos; estos no se cumplen sin la aprobación del Consejo de Indias.
  • Durante la Guerra:
    • Reunión con el Consejo de Guerra en la Junta de Guerra de Indias (1600), elaborando las estrategias militares. A fines del siglo XVI y principios del siglo XVII se integran en esta junta los «ministros de capa y espada» (Consejeros militares).
  • En Hacienda:
    • Examen de las cuentas de los oficiales reales.
  • En Justicia:
    • Era el más alto tribunal en América y para los efectos de administrar justicia, se reunía el consejo en una sala de justicia, integrado por ministros letrados. En esta materia, el Consejo era absolutamente independiente, incluso del Rey.
    • Conocimiento de ciertos asuntos criminales (delitos cometidos en la «carrera de Indias», evasión tributaria, delitos de comiso por contrabando).
    • Conocimiento de las apelaciones en lo civil, de que habría conocido la Casa de Contratación cuando la suma disputada fuera superior a 40.000 maravedíes.
    • Conocimiento de las apelaciones de los Juicios de residencia.
    • Conocimiento del Recurso de segunda suplicación.
    • Excepcionalmente en sala de gobierno: conocimiento del Recurso de injusticia notoria.
Casa de Contratación de Indias
Artículo principal: Casa de Contratación de Indias

Se convirtió en la responsable del aprovechamiento económico de las colonias americanas. Entre sus responsabilidades figuraba el cobro de los impuestos al comercio con América (entre ellos, el famoso Quinto Real), y tenía competencias en asuntos de política poblacional.

Establecida primero en Sevilla y luego en Cádiz, éstos fueron los puertos obligados de salida y entrada para el comercio de Indias. La prohibición de comerciar con América impuesta a los demás puertos españoles fue la base del crecimiento y prosperidad primero de Sevilla y luego de Cádiz, al obligar a los comerciantes españoles y extranjeros a establecerse en el puerto base de la Casa de Contratación si deseaban comerciar con América. Esto hizo que las colonias forasteras (castellanos, vascos, catalanes, gallegos, valencianos, etc.) y extranjeras (genoveses, franceses, etc.) fuesen importantes en Sevilla y Cádiz.[19]

Radios jurisdiccionales

Reyes Virreinato Real Audiencia
Casa de Austria Virreinato de Nueva España
Virreinato del Perú
Casa de Borbón Virreinato de Nueva Granada
(1717–1723; 1739–1810)
Virreinato del Río de la Plata
(1776)

Corona de Aragón

Artículo principal: Corona de Aragón

La integración de los territorios de la Corona en la nueva monarquía estuvo marcada por el poder hegemónico de Castilla. Como en todos los territorios no incorporados en la estructura castellana (Flandes, Indias, Nápoles, Sicilia, Navarra, Vizcaya, etc.), el Consejo de Aragón y el virrey se convierten en el centro de la administración. El Consejo Supremo de Aragón era un órgano consultivo de la corona creado en 1494, a raíz de una reforma en la cancillería real realizada por Fernando el Católico, que desde 1522 estaría integrada por un vicecanciller y seis regentes, dos para el reino de Aragón, dos para el reino de Valencia y dos para el Principado de Cataluña, Mallorca y Cerdeña. Por su parte, los virreyes asumieron funciones militares, administrativas, judiciales y financieras.

Los conflictos entre las instituciones locales y los reyes absolutistas se sucedieron a lo largo de los siglos modernos, hasta la Guerra de Sucesión. En 1521 tenían lugar las Germanías, un movimiento surgido en Valencia entre la incipiente burguesía contra su aristocracia, que se extendió hasta 1523. En Mallorca tuvo lugar en los mismo años otro movimiento similar, dirigido por Joanot Colom. La derrota final de los agermanados supuso una fuerte represión y la reafirmación del dominio señorial. Asimismo, en 1569, todos los diputados de la Generalidad de Cataluña eran encarcelados bajo la acusación de herejía, en el marco de la disputa por el pago del impuesto del excusado.

En 1591, tuvieron lugar las «alteraciones de Aragón», generadas cuando el Justicia de Aragón se niega a entregar a Felipe II al ex-secretario del rey, Antonio Pérez, condenado por la muerte del secretario de don Juan de Austria, que se había refugiado en Aragón. El monarca transgredió todos los privilegios aragoneses para apresarlo e incluso hizo ejecutar al Justicia Mayor de Aragón, Juan de Lanuza.

Durante el siglo XVII, las tensiones fueron bastante mayores. Las necesidades financieras de los monarcas les condujeron a intentar aumentar por todos los medios la presión fiscal sobre los territorios de la Corona de Aragón, tratando de igualar los impuestos en toda España. Pero los fueros garantizaban importantes protecciones frente a las pretensiones reales. Los proyectos de Unión de Armas de Olivares, que buscaban que los otros reinos compartieran las cargas bélicas de Castilla, son un ejemplo de ello.

Tras entrar en guerra la corona con Francia en 1635, el despliegue de los tercios sobre Cataluña generó graves conflictos, que desencadenaron la Guerra de los Segadores en 1640. La Generalidad de Cataluña, tratando de dominar la sublevación popular, declara la formación de una República catalana, pero, ante la imposibilidad de mantenerla, nombra a Luis XIII de Francia conde de Barcelona. El conflicto terminó con la Paz de los Pirineos (1659), por la cual el condado del Rosellón y la mitad norte del condado de la Cerdaña pasaban para siempre a dominio francés y Francia devolvía a España la Cataluña del sur de los Pirineos. Felipe IV no tomó ninguna represalia ante la traición catalana. A finales del siglo, en 1693, estallaría también en Valencia la Segunda Germanía, un alzamiento campesino y antiseñorial en torno a la partición de las cosechas.

Tras el reinado de Carlos II, la Guerra de Sucesión Española dividió el país. La antigua Corona de Aragón fue partidaria del Archiduque Carlos de Austria, cuya derrota acarrearía la supresión de sus instituciones y fueros y la extensión de la organización administrativa del Reino de Castilla por los Decretos de Nueva Planta.

Población y ordenamiento jurídico

América y Filipinas

Artículo principal: Sociedad política indiana

La sociedad del Imperio español en América se rigió por estatutos completamente nuevos, pero inspirados en los cuerpos legales castellanos, que distinguían diversos tipos de súbditos y los asignaban a ordenamientos jurídicos diferentes: las Repúblicas de españoles y las Repúblicas de indios. La población de los nuevos territorios pertenecía a varias categorías raciales y jurídicas:

Españoles

Aquellos súbditos de origen europeo, nacidos en América (criollos) o en la metrópoli (peninsulares). Los españoles nunca fueron mayoritarios en ninguno de los territorios del imperio, salvo en la metrópoli. El costo demográfico para España, especialmente para la Corona de Castilla, fue apreciable, de forma que el crecimiento de población se vio anulado por la emigración a América.

Indígenas

El costo demográfico de las conquistas españolas fue duro: la población amerindia pasó de 80 millones al comienzo del siglo XVI a 12 millones sólo años después, a consecuencia de las guerras de conquista, las deportaciones, los trabajos forzados y las enfermedades propagadas por los colonizadores (contra las que no tenían defensas naturales).

Bartolomé de Las Casas.

La defensa de los derechos de los indígenas tuvo en la Escuela de Salamanca y en Bartolomé de las Casas sus máximos exponentes. En la Junta de Valladolid de 1550, y pese a la oposición de Juan Ginés de Sepúlveda, se dictaminó que los indígenas tenían alma. Previamente, el testamento de la reina Isabel la Católica había declarado a los amerindios súbditos de la Corona de Castilla, y por tanto, no susceptibles de esclavitud, lo que propició la llegada de esclavos negros de África. Sin embargo, esta protección legal en muchos casos fue más teórica que práctica. La institución socio-económica de la encomienda, que suponía el deber del encomendero de proteger y evangelizar a los indígenas a cambio de percibir los tributos exigidos a éstos, derivo en explotación y trabajos forzados (por ejemplo, a través del sistema de mita).

En el siglo XVII, los jesuitas establecieron misiones o «reducciones» en la zona fronteriza entre el Brasil portugués y la América española con el propósito de evangelizar la región. Dichas reducciones gozaron de una gran autonomía, inspiradas en las libertades y fueros de las ciudades, aunque adaptadas al modo de vida indígena. Su existencia no fue muy bien vista por los colonos, especialmente los portugueses de Brasil, siendo motivo de tensión en la región. Tras la expulsión de los jesuitas con Carlos III, fueron desmanteladas.

Mestizos

A pesar de lo anterior, cabe destacar que la sociedad hispanoamericana tenía un fuerte componente mestizo que no se hallaba en las colonias francesas o británicas. Desde el principio de la conquista se dio el mestizaje entre personas de diferentes razas, lo que dio lugar a denominaciones basadas en los orígenes raciales de cada súbdito. Los mestizos, minoritarios al principio de la Colonia, estaban llamados a formar la mayoría de la población en casi todos los territorios del imperio.

Africanos y otros

La protección legal a los amerindios (patrocinada por Fray Bartolomé de las Casas) y las Leyes de Indias, favoreció la importación de esclavos africanos, que llegaron a ser la mayoría de la población en algunos territorios de la cuenca del Mar Caribe y en Brasil.

Legado lingüístico del Imperio

Por la gran extensión de Imperio español por todo el mundo, su legado cultural es grande y fuerte (esto sin contar los actuales flujos migratorios). Desde los actuales oeste y sur de Estados Unidos hasta Argentina y Chile en América, las Filipinas en Asia o Guinea Ecuatorial en África, puede encontrarse tal legado de dicho Imperio colonial.

La lengua española, tras el chino mandarín, es la lengua más hablada del mundo por el número de hablantes que la tienen como lengua materna. Es también idioma oficial en varias de las principales organizaciones político-económicas internacionales (ONU, UE, UA, OEA, TLCAN, MERCOSUR, ALCA, UNASUR y CAN, entre otras). Lo hablan como primera y segunda lengua entre 450 y 500 millones de personas, pudiendo ser la tercera lengua más hablada considerando los que lo hablan como primera y segunda lengua. Por otro lado, el español es el segundo idioma más estudiado en el mundo tras el inglés, con al menos 17,8 millones de estudiantes, si bien otras fuentes indican que se superan los 46 millones de estudiantes distribuidos en 90 países.

Otras especulaciones

Tradicionalmente se considera a los Países Bajos como parte del Imperio español[20] [21] (tesis mayoritaria en España y los Países Bajos entre otros); pero existen autores como Henry Kamen que proclaman que esos territorios nunca se integraron en el Imperio español, sino en las posesiones personales de los Austrias.[22]

Véase también

Referencias

  1. Esta denominación se aplicaba para diferenciarlo del Sacro Imperio.
    Felipe Ruiz Martín. La monarquía de Felipe II. Real Academia de la Historia. Madrid 2003. ISBN 978-84-95983-30-5 página 466.
  2. En 1768 el informe de Croix habla de «uniformar el gobierno de estas grandes colonias con el de su metrópoli», siendo el primer documento conocido que redefine los reinos de «Indias» como «colonias».
  3. Henry Kamen comentaría después, España fue creada por el Imperio, y no el Imperio por España
  4. El Tesoro Americano y la revolución de los precios en España, 1501–1650 [1]
  5. Actualmente son cífras equivalentes a la extracción industrial de Plata de poco más de dos años (26 meses) y la aurífera de medio año. Y aunque el estudio de Hamilton no abarca los casi 150 años hasta que en 1808, bajo un mismo ritmo, desde la Conquista hasta el año 1808 no se alcanza a superar el equivalente a cuatro años de extracción de Plata y un año de Oro. El contrabando estimado Hamilton, pudo estar más cerca del 10% que de un imposible 50%. Los cálculos equivalentes se basan en datos actuales de extracción tomados de Gold Fields Mineral Services Ltd (GFMS) y el International Copper Study Group, y reproducidos por publicaciones mineras, y que describen como la República del Perú solamente durante el año 2007 tuvo una extracción industrial de 170 Toneladas de Oro, respecto de la producción mundial de oro (2008) [2]
  6. El historiador estadounidense Charles Mann dice que España «no habría vencido al Imperio (azteca) si, mientras Cortés construía las embarcaciones, Tenochtitlán no hubiera sido arrasada por la viruela en la misma pandemia que posteriormente asoló el Tahuantinsuyu... La gran ciudad perdió al menos la tercera parte de población a raíz de la epidemia, incluido Caitlahuac». Mann, Charles (2006). 1491; Madrid: Taurus, pp. 179–180
  7. El Imperio incaico. La primera ola epidémica fue en 1529 y mató entre otros al Emperador Huayna Cápac, padre de Atahualpa. Nuevas epidemias se declararon en 1533, 1535, 1558 y 1565, así como de tifus en 1546, gripe en 1558, difteria en 1614 y sarampión en 1618. Dobyns estimó que el 90% de la población del Imperio inca murió en esas epidemias. Mann, Charles (2006). 1491; Madrid:Taurus, pag. 133
  8. Según las cuidadosas pesquisas del economista Earl S. Hamilton, quien manejó los registros de la Casa de Contratación sevillana, en el período de esplendor de las exportaciones metalíferas comprendido entre 1503 y 1660, llegaron a Sevilla a 185.000 kilos de oro y 16.886.000 kilos de plata. Sobre esa investigación Luis Vitale ha estimado que para establecer el total del oro extraído por España durante la colonia había que sumar 700.000 kg. — Earl Hamilton (1934): American Treassure and the Price Revolution Spain, Harvard Press, U.S.A.; Luis Vitale: «Modos de producción y formaciones sociales en América Latina», en Introducción a una teoría de la historia para América Latina. Bs. As., Planeta. 1992. Capítulo IV.
  9. Carlos Carnicer y Javier Marcos, «Felipe II instó el asesinato de Guillermo de Orange», nº 89 de La aventura de la Historia, Arlanza Ediciones, Madrid, marzo de 2006
  10. J. Díez Zubieta, recensión sobre el libro de Ramiro Feijoo Corsarios berberiscos, nº 61 de La aventura de la Historia, Arlanza Ediciones, Madrid, noviembre de 2003
  11. Mariano González Arnao, «A prueba de piratas», nº 61 de La aventura de la Historia, Arlanza Ediciones, noviembre de 2003
  12. Carlos Gómez-Centurión, La Armada Invencible, Biblioteca Básica de Historia —Monografías—, Anaya, Madrid, 1987, ISBN 84-7525-435-5
  13. Fernando Quesada Sanz, «Los mitos de Rocroi», nº 97 de La aventura de la Historia, Arlanza Ediciones, Madrid, noviembre de 2006
  14. a b c d María Alonso Mola, «El rey melancólico del dossier Llegan los Borbones», nº 25 de La aventura de la Historia, Arlanza Ediciones, Madrid, noviembre de 2000.
  15. José Luis Gómez Urdáñez, «Ensenada, la meritocracia al poder», nº 43 de La aventura de la Historia, Arlanza Ediciones, Madrid, mayo de 2002
  16. Descripción del cuadro en el sitio web del Museo Nacional de la Marina Francesa
  17. [3]
  18. Jaime Orosa Díaz, Historia de Yucatán, Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán, 1985, ISBN 968-6160-00-0
  19. Manuel Bustos Rodríguez. Historia de Cádiz, Vol. II (Los siglos decisivos). Editorial Silex, Madrid, 1990, ISBN 84-7737-031-1
  20. José N. Alcalá-Zamora. Felipe IV: el hombre y el reinado. Real Academia de la Historia – Centro de Estudios Europa Hispánica, Madrid, 2005, ISBN 84-95983-67-2 página 137 y ss.
  21. John Huxtable Elliott. España en Europa: Estudios de historia comparada. Universidad de València Servicio de Publicaciones, 2002, ISBN 84-370-5493-1 página 70
  22. Henry Kamen, La aventura de la Historia, nº 76, febrero de 2005, Arlanza Ediciones, S.A., Madrid.

Bibliografía

  • Thomas, Hugh. El imperio español: de Colón a Magallanes. Editorial Planeta, S.A. ISBN 84-08-04951-8
  • Kamen, Henry. Imperio. Editorial Santillana. ISBN 84-03-09316-0
  • Carnicer García, Carlos J. y Marcos Rivas, Javier. Espías de Felipe II: Los servicios secretos del imperio español. Editorial La Esfera de los Libros, S.L. ISBN 84-9734-278-X
  • Klein, Herbert S. (1994). Las finanzas americanas del imperio español, 1680–1809. Edita Instituto Mora y UAM-Iztapalapa. ISBN 968-6914-23-4
  • Balfour, Sebastian. El fin del Imperio español (1898–1923). Editorial Crítica. ISBN 84-7423-815-3

Enlaces externos


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