Costumbrismo literario

Costumbrismo literario

El costumbre literario es la aplicación del movimiento artístico conocido como costumbrismo a las obras literarias. El costumbrismo literario consiste en reflejar los usos y costumbres sociales sin analizarlos ni interpretarlos, ya que de ese modo se entraría en el realismo literario, con el que se halla directamente relacionado. Así, se limita a la descripción, casi pictórica, de lo más externo de la vida cotidiana. Por lo general se da en prosa más que en verso, lo cual no quiere decir que sea privativo; el género teatral ha dado grandes obras costumbristas.[1]

Contenido

Concepto

Dentro de obras de mayor calado y de diferentes estilos se da el incluir cuadros costumbristas a lo largo de toda la historia de la literatura y no sólo en el siglo XIX, cuando tuvo su apogeo este tipo de literatura, especialmente en la literatura española.

Tendencia o género literario que se caracteriza por el retrato e interpretación de las costumbres y tipos del País. La descripción que resulta es conocida como "cuadro de costumbres" si retrata una escena típica, o "artículo de costumbres" si describe con tono humorístico y satírico algún aspecto de la vida..[2]

Se tiende a hablar del costumbrismo referido sobre todo a autores a partir del siglo XIX, cuando la burguesía, tras el estallido romántico o incluso dentro de él, siente la melancolía de sus perdidos orígenes campesinos y ve que con la Revolución Industrial y el éxodo del campo a la ciudad ciertas costumbres y valores tradicionales empiezan a perderse o transformarse, pero también para diferenciarse y ditinguirse claramente de ellas.

El costumbrismo, a diferencia del Realismo, con el que se halla estrechamente relacionado, no realiza un análisis de esos usos y costumbres que relata y por tanto se queda en un mero retrato o reflejo sin opinión de dichas costumbres, motivo por el que a menudo se habla de cuadros costumbristas o de género para referirse a cualquiera de estas manifestaciones, no sólo a las pictóricas. Por otra parte, el género literario del libro de viajes se muestra, cuando no aparece analizado y crítico, sino meramente impresionista, la misma desviación superficial o defecto que cabe denominar Pintoresquismo.

Los cuadros de costumbres

Los cuadros de costumbres, llamados también artículos de costumbres son bocetos cortos en los que se pintan costumbres, usos, hábitos, tipos característicos o representativos de la sociedad, paisaje, diversiones y hasta animales, unas veces con el ánimo de divertir (cuadros amenos) y otras con marcada intención de crítica social y de indicar reformas con dimensión moralizadora.

El artículo de costumbre es uno de los géneros más ampliamente leídos en el Mundo Hispánico, al parecer porque interpretan raíces hondas de la raza y corresponden al gusto por estos estudios de la realidad circundante. Son características de los cuadros de costumbres: acendrado localismo en sus tipos y lengua; color local, énfasis en el enfoque de los pintoresco y representativo; popularismo; sátira y crítica social, con intención de reforma; infiltración del tema político-social; reproducción casi fotográfica de la realidad con escenas a veces muy crudas y vocabulario rudo y hasta grosero; colorido, plasticidad. Constituye el costumbrismo el punto de partida para el realismo y el naturalismo que vendrían después. El cuadro costumbrista nació indisolublemente ligado al periodismo, quizás por su carácter popular y su anhelo de resaltar costumbres contemporáneas.[3]

La novela costumbrista

La novela costumbrista tuvo numerosos cultores. En parte, la novela costumbrista debe considerarse como la hermana mayor del cuadro de costumbres, que tanta difusión alcanza en la época. Aunque en realidad lo que hacía por lo común la novela costumbrista era disponer como fondo una sucesión de escenas populares, de acentuado color local, a las cuales estaba íntimamente ligada la trama de la obra.

A su vez, conviene declarar que ciertos contactos entre la novela social y la novela costumbrista se rompen al considerar que la segunda acentúa en particular lo local, lo pintoresco que trata de justificarse precisamente por eso, en su carácter propio, distintivo, fuera de alegatos o choques de capas sociales.

La novela costumbrista tuvo especial resonancia en algunos países. Así, en México o en Colombia, donde el costumbrismo se inserta también en el campo de otras novelas, no específicamente costumbristas. Por ejemplo, es notorio el peso que elementos de esta naturaleza tienen en una novela sentimental como María (novela), de Jorge Isaacs. Es evidente que el costumbrismo no se superpone aquí al eje fundamental de relato, pero es indudable también que—aun sin fusionarse—lo sentimos (y evocamos) como un elemento imprescindible del relato: fondo vivo y --¿y por qué no?-- tema secundario que sirve a menudo de necesaria, aquíetadora alternancia a la historia sentimental. También, punto de referencia, ámbito de hombre y circunstancia en que la novela nace.

En general, el costumbrismo suele hallarse como ingrediente en gran parte de las novelas hispanoamericanas de todo tipo, de la misma manera que suele hallarse el paisaje americano. Así como a veces recurrían a épocas y tierras lejanas, en ansías de evasión, otras veces gustaban de lo cercano y cotidiano, que—entonces, sobre todo—despuntaba primicias inéditas. Era esta también una manera de ganar lectores y aun de dar "sello" americano a las novelas. Por una parte, realidad conocida (para el lector de estas tierras), y, por otra, diferenciación frente a obras más famosas que venían del otro lado del Atlántico.

Naturalmente, resultaba común que la obra costumbrista americana, en su afán de reflejar de la manera más fiel posible una realidad, abundara en localismos. De ahí también las notas y explicaciones en textos que aspiran a ganar lectores lejanos .[4]

El costumbrismo literario en Europa

Es curioso comprobar que en países con una gran tradición de novela realista no se ha dedicado atención crítica a sus escritores costumbristas, mientras que sí la han dedicado a los de otros países. En Inglaterra fueron escritores costumbristas Richard Steele (1672-1729), que publicó su revista costumbrista The Tatle, y Joseph Addison (1672-1719), quien en unión del anterior fundó The Spectator, una publicación de las más influyentes en cuanto al costumbrismo europeo se refiere; no en vano ambos han sido considerados los fundadores del costumbrismo o los inventores de lo que ellos mismos denominan Essay or sketch of manners.

Francia, tras las traducciones de Pierre de Marivaux (1688-1763) y los ensayos de Louis Sébastien Mercier (1740-1814), posee al abate Étienne de Jouy (1764 - 1846), cuya obra, que influyó notablemente la del costumbrista español Mariano José de Larra, apareció en la Gazette de France entre los años 1811 y 1817. Posee también un Paul-Louis Courier (1772-1825), menos conocido entre los españoles pero tan importante como Jouy.

Costumbrismo literario en la literatura española

Una de las características del arte español, especialmente en su literatura, es su tendencia al Realismo, que empieza a perfilarse ya incluso en el primer texto escrito conservado de su literatura narrativa, el Cantar de Mio Cid, y se prolonga a través del elemento popular que impregna el Libro de Buen Amor, La Celestina, el Lazarillo o el mismo Don Quijote.

Como uno de los elementos que constituyen este complejo rasgo, el costumbrismo empieza a desarrollarse en España sobre todo en el siglo XVII a causa de las directrices popularizantes que vienen desde el Concilio de Trento y la Contrarreforma y el cierre de fronteras culturales decretado por Felipe II. Vemos así a pintores como Caravaggio tomar como modelos a personas y ambientes populares nada presuntuosos que permiten al pueblo identificarse con un tipo de religiosidad más cercana. Vemos tipos populares en cuadros de Diego Velázquez y Bartolomé Esteban Murillo, y el costumbrismo se convierte en uno de los elementos que forman géneros literarios satíricos como la novela picaresca y cómicos como el entremés; se considera, por lo general, que son Juan de Zabaleta, Francisco Santos, Antonio Liñán y Verdugo y Bautista Remiro de Navarra los primeros escritores barrocos costumbristas que se especializaron en este tipo de temas.

El entremés se transforma en sainete en el siglo XVIII, con autores tan importantes como Ramón de la Cruz, especializado en un cierto madrileñismo, y Juan Ignacio González del Castillo, quien reproduce tipos y costumbres gaditanas. En el setecientos algunos pintores empiezan a fijarse en costumbres y tipos populares a través de modas como el majismo, y Francisco de Goya en sus cartones para tapices o en sus grabados sobre tauromaquia y la familia Bécquer, con sus escenas populares sevillanas, llegan a crear toda una escuela de pintura consagrada a las costumbres andaluzas, formada por José Domínguez Bécquer (1805–1841), padre del famoso poeta y del pintor Valeriano Bécquer (1833–1870), cuyo primo fue también pintor costumbrista: Joaquín Domínguez Bécquer (1817–1879). Por otra parte en los ambientes culturales se contraponía al cosmopolitismo y el afrancesamiento de la Ilustración el Casticismo, una tendencia a fijar un patrón nacional, natural y popular para el estilo literario con fundamento en la tradición autóctona.

En el siglo XIX ese elemento adquiere independencia por medio del elemento subjetivo que impregna el Romanticismo, haciendo que se renueve el interés por la identidad colectiva o volkgeist (carácter nacional o popular) por medio del Nacionalismo y el Regionalismo, plasmándose en géneros a propósito como el artículo o cuadro de costumbres, cultivado en la prensa y luego recogido en colecciones individuales o colectivas por autores como Sebastián Miñano y Bedoya, Mariano José de Larra, Ramón de Mesonero Romanos y Serafín Estébanez Calderón, entre muchos otros, y la novela de costumbres, pero también en el teatro a través del género chico, y aparece como elemento no despreciable en las novelas del Realismo (Fernán Caballero, José María de Pereda, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán y Juan Valera. En el Naturalismo destaca por sus novelas de ambientación valenciana Vicente Blasco Ibáñez, quien halla correlato en las vistosas y deslumbrantes pinturas valencianas de Joaquín Sorolla. Otro género literario, el libro de viajes, cultivado tanto por autores nacionales como extranjeros, es también hijo de la curiosidad que siente la época por todo lo relacionado con las costumbres pintorescas,

El costumbrismo invade la zarzuela decimonónica y un cierto tipo de teatro por horas heredero del entremés. La nacida ciencia del folklore, que estudia de forma científica las tradiciones populares, se ocupa en recopilar, clasificar y estudiar lírica tradicional, Cuentos, coplas, música, juegos, supersticiones y creencias, refranes, artesanía, gastronomía, ceremonias, ritos, Tradiciones populares, fiestas, leyendas, canciones, bailes y romances vulgares, materia en la que destacan algunos eruditos como Agustín Durán, Antonio Machado Álvarez, Francisco Rodríguez Marín, Eusebio Vasco y muchos otros. En la literatura este interés por la literatura popular se vierte a través del llamado Neopopularismo de los siglos XIX y XX. En el siglo XIX se llega a escribir literatura seria en dialectos como el extremeño (José María Gabriel y Galán, Luis Chamizo), el bable o incluso el murciano.

Ya en el siglo XX destacan por sus comedias costumbristas andaluzas los hermanos Quintero y por sus piezas madrileñas Carlos Arniches; el elemento costumbrista aparece como primordial en el pintor y escritor expresionista José Gutiérrez Solana, uno de los pocos escritores costumbristas que no ensalza lo popular y se muestra crudamente crítico en, por ejemplo, su La España negra (1920), contra las pinturas complacientes de Julio Romero de Torres (sin embargo, de fondos expresionistas) o más equilibradas de Ignacio Zuloaga; sin embargo, a partir de la Guerra Civil, este costumbrismo involuciona identificándose con el superficial y acrítico pintoresquismo de los viajeros europeos a España del siglo XIX y con un empobrecedor reduccionismo andalucista que venía bien a la necesidad económica de fomentar el Turismo, especialmente en el cine, donde se llegó a denominar este tipo de productos como españoladas. Se salvan, sin embargo, algunos autores de preguerra y de posguerra, que siguen la tradición dedimonónica del cuadro de costumbres, un grupo de los cuales, encabezado por Ramón Gómez de la Serna (Elucidario de Madrid, El Rastro) gira en torno al llamado madrileñismo, como Eusebio Blasco (1844-1903), Pedro de Répide (1882-1947), Emiliano Ramírez Ángel (1883-1928), Luis Bello o, ya en la posguerra, Federico Carlos Sainz de Robles. En cuanto al andalucismo, la caudalosa vena decimonónica se renueva con escritores como José Nogales (1860-1908), Salvador Rueda (1857-1933), Arturo Reyes (1864-1913) y otros. Más valor y tintes sombríos posee el costumbrismo de la llamada Generación del 98, que busca en sus viajes la España real frente a la España oficial: Miguel de Unamuno escribe De mi país (1903), Pío Baroja su Vitrina pintoresca (1935), acogiendo en sus trilogías vascas costumbres de esa comarca, al igual que en sus aguafuertes y literatura su hermano Ricardo Baroja; Azorín se asoma al paisaje castellano y andaluz (Los pueblos, Alma española, Madrid. Guía sentimental...). Posteriormente, sólo parecen haber contado con el elemento costumbrista autores como Camilo José Cela, creador de un nuevo tipo de cuadro de costumbres, el esbozo carpetovetónico, cercano al esperpento, y autores como Francisco Candel, Ramón Ayerra o Francisco Umbral, autor este último de un cierto tipo de costumbrismo antiburgués de esplendoroso estilo.

Referencias

  1. Bustos Tovar, José Jesús (coord.) (1985). Diccionario de literatura universal. Madrid: Anaya. ISBN 84-7525-369-9. 
  2. Raquel Chang-Rodríguez and Malva E. Filer, Voces de Hispanoamérica 535
  3. Orlando Gómez Gil, Historia crítica de la literatura hispanoamericana 344
  4. Emilio Carilla, El romanticismo en la América hispánica 323-25

Véase también

Enlaces externos


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