Acumulación originaria

Acumulación originaria

La acumulación originaria, acumulación previa o acumulación primitiva es un concepto acuñado por Karl Marx en los capítulos XXIV y XXV del primer volumen de El Capital. (En alemán: ursprüngliche Akkumulation, también ha sido traducido como "acumulación previa"). Es un concepto clave en la arquitectura de El Capital, pues es el que señala el carácter histórico en las categorías de la economía política y del propio capitalismo. Es una precondición de los procesos de Acumulación del capital.

Marx dice que la acumulación primitiva significa la expropiación de los productores directos, y más específicamente, "el aniquilamiento de la propiedad privada que se funda en el trabajo propio, esto es, la expropiación del trabajador", permitiendo un elemento clave del capitalismo: "la explotación del trabajo formalmente libre de otros, es decir, el trabajo asalariado". El sentido de la acumulación primitiva es privatizar los medios de producción, de tal modo que sus propietarios puedan aprovecharse de la existencia de población sin medios que tiene que trabajar para ellos. Esa privatización afectó sobre todo a las grandes masas rurales, que eran expulsadas del campo y respondía a un programa político que se ha llamado individualismo agrario. La privatización destruía decenas de formas tradicionales de definir los derechos de acceso de la población a los medios de producción y los recursos naturales: vinculación de los siervos a la tierra, derechos comunales, derechos de compascuo, derechos de campo abierto y otros.[1]


Contenido

Los mitos de la Economía política

Marx acuñó la noción de acumulación originaria y usó ejemplos históricos para darle cuerpo, como forma de criticar lo que pensaba que eran mistificaciones ideológicas sobre los orígenes del capitalismo. Y escribió:

Esta acumulación originaria desempeña en economía política aproximadamente el mismo papel que el pecado original en la teología. Adán mordió la manzana y con ello, el pecado se posesionó del género humano. Se nos explica su origen contándolo como una anécdota del pasado. En tiempos muy remotos había, por un lado, una elite diligente, y por el otro una pandilla de vagos y holgazanes. Ocurrió así que los primeros acumularon riqueza y los últimos terminaron por no tener nada que vender excepto su pellejo. Y de este pecado original arranca la pobreza de la gran masa (que aún hoy, pese a todo su trabajo, no tiene nada que vender salvo sus propios personas) y la riqueza de unos pocos, que crece continuamente aunque sus poseedores hayan dejado de trabajar hace mucho tiempo.[2]

Frente a estos mitos de la economía política, Marx considera que lo que tiene que explicarse es cómo se establecieron históricamente las relaciones de producción capitalistas. Es decir, cómo los medios de producción se convirtieron en mercancías que se poseen y se pueden comprar y vender, y cómo es que los capitalistas pueden encontrar trabajadores en el mercado de trabajo desposeídos de medios de vida y, en esas condiciones, dispuestos a trabajar para ellos.

Rasgos históricos generales de la acumulación primitiva

En la prehistoria del capitalismo, según Marx, se dieron dos procesos relativamente independientes que, al encontrarse, definieron el capitalismo.

Por una parte se formó un mercado cada vez más globalizado vinculado al crecimiento del comercio durante siglos, con florecimientos parciales en el Mediterráneo durante los siglos XIV y XV, y que quedó firmemente establecido a escala global en el siglo XVI, con la expansión imperial europea por todo el globo. En ese proceso se acumulaba dinero y éste se reinvertía en aventuras comerciales, dando lugar a grandes fortunas y nuevos polos de poder financiero. Sin embargo, ese capitalismo comercial y financiero por sí mismo no cambiaba la forma general de las sociedades agrarias europeas. En este proceso, sus protagonistas actuaban siguiendo lo que Max Weber denominó el "espíritu del capitalismo" pero, para Marx, eso no generaba sociedades capitalistas.

Por otro lado estaba la desvinculación del productor de los medios de producción, un proceso marcado por la violencia, la conquista, la piratería y el robo. En Europa, esa desvinculación significaba acabar con las formas tradicionales de uso colectivo de la tierra y los derechos de señoriales o feudales sobre la tierra o sus productos que protegían a una gran masa de campesinos europeos. En otros lugares podía tomar formas diversas, así, Von Humboldt cuenta cómo una flota ballenera se acercó una isla del pacífico y ofreció contratos de trabajo a sus habitantes. Éstos no mostraron interés, pues tenían sus propias formas de vida, ante lo que lo los balleneros asaltaron la isla, quemaron los almacenes de víveres y los bosques donde la población recogía libremente la fruta. Desprovistos de sus medios de subsistencia, los habitantes de la isla pasaron a ser voluntarios trabajadores asalariados para la flota ballenera.[3]

Los ejemplos históricos

En El Capital, Marx utiliza dos ejemplos históricos, el caso británico entre el siglo XV y el siglo XIX, y las colonias británicas del siglo XIX.

En primer lugar, toma el caso británico como prototipo de la desposesión de derechos de los campesinos en Europa. Los siervos, al ser liberados de sus obligaciones feudales, también perdieron sus derechos a ocupar una parcela y cultivarla, pues ésta pasó a ser propiedad privada del antiguo señor feudal. Además, pocos pero pequeños propietarios que dejaron de utilizar las tierras comunales de los municipios cuando éstas se convirtieron en bienes privados, de modo que vieron disminuidos sus medios de vida y se vieron obligados a endeudarse y, a medio plazo, perder las pocas tierras que poseyesen.

Marx analiza la legislación que desde el siglo XV, gradualmente, permitió ese proceso de expropiación (hay que tener en cuenta que el parlamento británico representaba los intereses de los grandes propietarios agrarios) También da cuenta de las alarmas sociales generadas por las sucesivas oleadas de población desposeída que, impedida de ganarse la vida, pasaron a vagar por los caminos. La aparición de tantos hombres y mujeres sin recursos, pidiendo por los caminos y ciudades generó una red de casas para pobres (poorhouses) en las que se les recluía y se les obligaba a trabajar para tener derecho a la caridad pública. Esas instituciones, en las que se podía concentrar el trabajo forzado de centenares de personas sin cualificaciones artesanales, incluyendo niños, se transformaron en un modelo para la producción de bienes manufacturados en serie. Con el desarrollo de del capitalismo industrial, las fábricas de enrolamiento "libre" sustuirían a las casas para pobres.

Mapa de las colonias británicas a finales del siglo XIX.

En segundo lugar, Marx habla de la colonización. Pero no para dar cuenta de la relación entre la metrópolis y las colonias, es decir del colonialismo o el imperialismo. Habla de lo que se podía ver en las colonias a mediados del siglo XIX como un ejemplo de lo que ya había pasado en Gran Bretaña, y en la mayor parte de Europa: la expropiación de la población. Y le da un sentido ontológico-geográfico: los obreros sólo son obreros allí donde ya han sido expropiados de los medios de producción, cosa que no sucede en las colonias en la medida en que existan tierras vírgenes y no se ponga en vigor una legislación represiva que impida a la población apropiarse de ellas y cultivarlas de modo independiente.

Por eso Marx cuenta la anécdota de Mr. Peel en las colonias del río Swan, que se llevó allí unos centenares de obreros empaquetados con familia y todo. Esperaba beneficiarse de tener una fábrica de textiles colocada cerca de donde se producían las materias primas, pero se encontró que esos obreros, llegados a tierras casi vírgenes, prefirieron convertirse todos en campesinos independientes: adentrarse en la selva, abrir un claro del terreno y cultivar por su cuenta. La existencia de tierras vírgenes (medios de producción a su libre disposición) hacia que dejasen de ser obreros, condición que sólo portaban en Inglaterra, donde no tenían acceso a ningún medio de producción. Así, lo que Peel veía claro con las categorías de la economía política: que él poseía el dinero y las máquinas, que los obreros eran obreros y que estarían encantados de firmar los contratos de trabajo; lejos de Inglaterra se demostraba falso. Allí donde no existían las relaciones de producción capitalistas, es decir, allí donde los medios de producción no estaban monopolizados en las manos de una clase social restringida, los obreros no acudían voluntariamente a trabajar en su fábrica.

Ante estos casos, Marx muestra la abundante legislación en las colonias destinada a impedir que los indígenas y los emigrantes blancos se apropiasen libremente de tierras vírgenes. La economía de plantación esclavista, inexistente en Gran Bretaña, podía explicarse en Estados Unidos por la dificultad de tener trabajadores asalariados, pues todo hombre libre siempre podía preferir ir al oeste.

Es significativo comprobar la sensibilidad a los problemas de la acumulación originaria por parte de intereses manufactureros estadounidenses de la costa este desde finales del S.XVIII, intereses que quisieron frenar la expansión al oeste. Su expresión clásica, el Informe sobre las Manufacturas de Alexander Hamilton (que es considerado uno de los padres del liberalismo clásico) solicitaba al Congreso encarecer el acceso a las tierras de frontera, establecer contratos de inmigración que obligasen a los europeos recién llegados a trabajar en las manufacturas (antítesis de la libre elección de profesión) y enrolar en las fábricas a personas sin derechos políticos: mujeres y niños.[4] Sin embargo, las mayorías republicanas en el Congreso (frente a los federalistas de Hamilton), y después las demócratas, tuvieron en la conquista del Oeste el mito de la independencia individual y, a expensas del genocidio indígena, atrasaron la formación de una clase obrera estadounidense totalmente desposeída hasta finales del siglo XIX. Había trabajadores asalariados, pero con un alto poder de negociación en la medida en que siempre podían tener como opción "irse al oeste".

La crítica de Schumpeter a la teoría de Marx

El economista y sociólogo Joseph Schumpeter planteó las razones de su desacuerdo con la explicación marxista del origen del capital, partiendo de las mismas premisas y enfocándose en su carácter autocontradictorio:

El problema de la acumulación originaria se presentó primero a muchos autores, principalmente, a Marx y los marxistas, que adherían a una teoría de la explotación del interés y que, por lo tanto, tuvieron que hacer frente a la cuestión de cómo los explotadores se aseguraron el control de una reserva inicial de 'capital' (como sea que se defina) con el cual explotar - una cuestión que la teoría es per se incapaz de responder, y la cual sólo puede responderse, obviamente, de una manera irreconciliable con la idea de explotación.[5]

Schumpeter argumentó que el imperialismo no pudo ser un sistema de arranque necesario para el capitalismo, ya que el capitalista debió entonces disponer de un capital previo para lograr el poder social que lo transformara en imperialista. Tampoco el capitalismo podría haber sido necesario para fortalecer el imperialismo, ya que el imperialismo fue preexistente al capitalismo. Schumpeter considera que, sea cual sea la evidencia empírica acerca de la existencia del imperialismo, el comercio mundial capitalista, por principio, sólo se pudo ampliar por razones pacíficas. Si el imperialismo se produjo, afirma Schumpeter, no tuvo nada que ver con la naturaleza intrínseca del capitalismo o con la expansión del mercado capitalista. La distinción entre Schumpeter y Marx aquí es sutil. Marx afirmó que el capitalismo requiere de la violencia y el imperialismo, en primer lugar para poner en marcha el capitalismo con un botín inicial y para desposeer a una población que así podría ser inducida a entrar en las relaciones capitalistas en condición de obreros, y, a continuación, como una forma para superar los mortales contradicciones generadas dentro de las relaciones capitalistas a lo largo del tiempo. Schumpeter argumentaba que el imperialismo es un impulso atávico que persigue un Estado en forma independiente de los intereses económicos de la clase dominante en la sociedad burguesa:

El imperialismo es una de las herencias de la monarquía absoluta o de Estado. Nunca podría haber evolucionado de la 'lógica interna' del capitalismo. Sus fuentes provienen de la política de los príncipes y las costumbres de un ambiente pre-capitalista. Pero incluso no es imperialismo la exportación de un monopolio, y éste nunca se habría transformado en imperialista por las solas manos de una burguesía pacifica. Si esto ocurrió es sólo porque la máquina de guerra, su ambiente social, fue producto de una clase marcialmente orientada (es decir, la nobleza) que se mantuvo a sí misma en una posición dominante y con la cual todos los diversos intereses productores de armamento de la burguesía de la guerra podían aliarse. Esta alianza mantuvo viva los instintos de lucha y las ideas de dominación. Esto llevó a relaciones sociales que tal vez en última instancia se pueden explicar en los términos de las relaciones de producción, pero no como un producto de las relaciones productivas del capitalismo por sí mismo.[6]

Debates actuales

Para el marxismo los procesos de expropiación propios de la acumulación originaria han formado parte de la acumulación y expansión transnacional del capital durante los dos últimos siglos. Desde este punto de vista puede considerarse que el proceso de desposesión generalizada de medios de producción está prácticamente consumado. El desempleo y los grandes flujos migratorios en la actualidad muestran que la condición de los expropiados de medios de producción sigue marcando a la sociedad capitalista. Por otra parte, propuestas políticas reformistas como la creación de un salario universal de ciudadanía, o renta básica que desvincule el derecho a tener acceso a medios de vida de la obligación de trabajar para otro, interpelan a esa condición de expropiado y revierten, en una escala de gestión social de la riqueza, la expropiación.

Los críticos pueden argumentar, que ese salario universal sólo es técnicamente posible en las sociedades ricas y que la riqueza de esas sociedades se basa en la explotación del tercer mundo. Contra esta última tesis se levanta la réplica de Peter Bauer en su Crítica de la teoría del desarrollo donde objeta las diferentes teorías acerca del colonialismo económico y el círculo vicioso de la pobreza, y plantea que tiene más sentido decir que el capital es creado durante el proceso de desarrollo que afirmar que el desarrollo es una función del capital.

El economista austríaco Ludwig von Mises en su obra El socialismo: análisis económico y sociológico ya había planteado que la concentración del capital sucedió no por una expoliación originaria sino por la falta de competitividad de la mayoría de casi todos los capitales de las industrias diversificadas o en manos de quienes las trabajan, llevando así, en una tendencia connatural a la economía de mercado, a la ruptura del trabajador individual independiente en capitalistas y asalariados; tendencia que, a la inversa, el mercado revierte en el caso del comercio y ciertas industrias específicas cuya productividad es mayor en unidades pequeñas (por esto es que uno de los principales adversarios del autor, Karl Polanyi, haría énfasis en la crítica al liberalismo y a su imposición coercitiva, previa al capitalismo, del derecho burgués, de la realidad insegura de la libertad y la propiedad individual). En consecuencia, concluye Mises, la concentración del capital hubiera ocurrido sin "expropiación originaria", y si esta concentración no hubiera sido eficiente en el mercado se habría disuelto a pesar de la "expropiación originaria", por lo cual no tiene caso rastrear los orígenes de la propiedad sino establecer su capacidad presente en desarrollar la adecuada asignación de la producción.[7] Si para el marxismo la pequeña burguesía con su capital disperso en mayores manos está destinada a desaparecer por su ineficiencia tecnológica frente a un gran capital concentrado (que requiere eficiencia independientemente de su origen y cuya concentración no sólo debe ser física sino económica: en pocas manos desligadas de cualquier statu quo gremial o cooperativo de los trabajadores existentes en cada instalación), entonces no debería hacerse diferencia a la hora de explicar la proletarización del campesinado recurriendo a una expropiación extraeconómica originaria, cuya existencia empírica ha sido a su vez puesta en duda por diferentes historiadores y economistas (algunos de ellos sus sucesores) en la obra compilatoria El capitalismo y los historiadores.

Notas

  1. Como aproximación a la memoria de todos esos derechos perdidos puede verse la película Los espigadores y la espigadora de Agnès Varda
  2. Karl Marx, El Capital, cap XXIV, p.891
  3. Citado por Carlos Fernández Liria y Santiago Alba Rico Volver a Pensar
  4. cit. en Matthews, Richard K (1984), The radical politics of Thomas Jefferson: A revisionist view
  5. Joseph Schumpeter, Los ciclos económicos
  6. Joseph Schumpeter, "Sociología del imperialismo"
  7. Ludwig von Mises, El socialismo, sección I, cap. I, p. 53, p. 61 y sección II, cap. XXV, pp. 374-380, 2003, Unión Editorial

Bibliografía

  • Bauer, Peter (1975). Crítica de la teoría del desarrollo. Barcelona: Ariel. ISBN 84-344-1989-0. 
  • Fernández Liria, Carlos y Alba Rico, Santiago (1989). Volver a pensar. Madrid: Akal. 
  • Martínez Marzoa, Felipe (1980). La filosofía de El Capital. Madrid: Taurus. 
  • Marx, Karl (1980). El Capital. Crítica de la economía política.. Madrid: Siglo XXI. ISBN 84-323-0192-2. 
  • Matthews, Richard K (1984). The radical politics of Thomas Jefferson: A revisionist view. University Press of Kansas (1984). ISBN 0-7006-0256-9. 
  • Perelman, Michael (2000). The Invention of Capitalism: Classical Political Economy and the Secret History of Primitive Accumulation. Duke University Press. ISBN 0-8223-2491-1. 
  • Schumpeter, Joseph (1951). Imperialism and Social Classes. DAugustus M Kelley Pubs. ISBN 0-678-00020-4. 
  • Weber, Max (2001). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Madrid: Alianza. ISBN 84-206-7237-8. 

Véase también

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