Samādhi

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Samādhi

En varias tradiciones religiosas y místicas del Extremo Oriente, se denomina samādhi a un estado de conciencia de ‘meditación’, ‘contemplación’ o ‘recogimiento’ en la que el meditante siente que trasciende las limitaciones fenoménicas y alcanza la unidad con el cosmos y con lo divino. El objetivo último de la práctica meditativa del yoga, en su octavo grado, es el logro del samādhi. El samādhi es un objetivo buscado tanto dentro del hinduismo como en el budismo. El término proviene del sánscrito sam o samyak: ‘completo’ y ādhi: ‘absorción’.

De acuerdo al grado y manera en que el que medita experimenta la superación de las barreras materiales, las fuentes suelen distinguir tres grados de samādhi:

  • janija, en el que la fijación es pasajera y limitada;
  • upachara, en el que la totalidad de los sentidos se absorben transitoriamente en el objeto; y
  • appana, en la que la distinción entre sujeto y objeto se elimina por completo. El resultado de esta última es el samapātti, la percepción de lo absoluto a través del control completo de la conciencia.

Diferentes tradiciones religiosas conciben el samādhi de manera diferente:

  • Para el budismo se trata de la iluminación de la condición de Buda.
    • También está estrechamente relacionado con la experiencia que en el budismo zen se denomina satori.
  • Para el hinduismo, la unidad con Brahman en un trance místico.
  • Para el jainismo, la realización individual del espíritu.

Al igual que otras prácticas de la tradición religiosa oriental, el samādhi ha atraído la atención de los estudiosos occidentales desde al menos el siglo XIX. Estudios científicos sugieren que el efecto de unidad cósmica producido en el samādhi es un resultado de un tipo de hipnosis generada por la técnica de meditación.

Contenido

El samādhi en la religión

Para el hinduismo, el samādhi es una iluminación en la que el meditante trasciende la apariencia fenoménica y se libera así del samsara, con el ciclo aparejado de nacimiento, muerte y reencarnación. Se lo considera así, junto con el supremo conocimiento o gñana, el momento del moksha o liberación.

Un estado en que la conciencia está tan disociada del cuerpo, que éste permanece insensible. Es un estado de éxtasis en que la mente tiene plena conciencia, aunque el cuerpo no siente, y que al volver a su ordinario estado físico, trae consigo y recuerda las experiencias pasadas en el estado superfísico. Samadhi es la conciencia individual activa mientras queda insensible el cuerpo. Por ejemplo, si un individuo actúa conscientemente en el plano astral, se dice que su samadhi está en el astral, y si su conciencia está en el plano mental, su samadhi está en el mental. El hombre capaz de retirarse de su cuerpo, dejándolo insensible, mientras su mente se halla en plena conciencia, puede practicar el samadhi.

Las prácticas devocionales (bhakti) hindúes más frecuentes para llegar al samādhi suelen ser la reiteración de mantras, yantras o la fijación de la atención en diagramas generalmente circulares (mándalas). Así, en diversas prácticas de origen hindú se tiende a realizar la transcendencia de lo fenoménico mediante ritos y, especialmente, a través de la dhyana (meditación ascética).

En la práctica religiosa del yoga, el samādhi es el objetivo del Óctuple Sendero, así como de la liberación producida por el tantra.[cita requerida]

Mircea Eliade, en su estudio de las religiones orientales, ha evitado traducir la palabra samādhi como éxtasis, ya que afirma que el concepto del samādhi implica un «ensimismamiento» por el cual el sujeto se identifica con lo real absoluto; por ello ha elaborado para vertirla el neologismo énstasis.[cita requerida] De modo semejante, otro estudioso occidental del yoga, Mason Oursel, ha traducido la palabra samādhi con el neologismo isolación ya que según su opinión el samādhi se logra a partir de un aislamiento (tanto «aislamiento» como el neologismo «isolación» tienen como origen la palabra italiana ísola: ‘isla’) del sujeto, aislamiento que le dejaría sólo con lo real absoluto.[cita requerida]

El samādhi en el yoga

Necesidad de un gurú

En yoga es clásica la creencia —repetida por los más respetados yoguis en una tradición milenaria— de que solamente se puede alcanzar el samādhi con la ayuda de un gurú y la práctica diaria durante toda la vida de las técnicas de meditación que el gurú enseña al discípulo, y se recomienda practicarlas al menos entre una y dos horas diarias, cosa que el discípulo promete hacer. Muchos dejan de cumplirlo al no conseguir lo que esperaban tan pronto como esperaban.

Según los adeptos de los gurúes y según los gurúes mismos: «Una vela no se enciende sola, hay que encenderla con otra llama. Nadie puede iluminarse a sí mismo, antes tiene que ser un humilde discípulo de un "maestro iluminado"». Hay un dicho: «La puerta del samādhi es muy baja y nadie puede entrar sin agachar la cabeza», o sea, no se puede entrar con ego. El gurú ha dominado su ego totalmente tras su propia lucha de muchas vidas, y tiene la experiencia para ayudar al alumno a conquistar su propio ego.

La evolución espiritual puede definirse de muchas formas, y una es como la largísima conquista del propio ego a lo largo de muchas vidas, logrando finalmente el dominio completo de nuestra naturaleza inferior egoista por nuestra naturaleza superior divina. Véase por ejemplo lo que le decía a Yogananda su gurú Swami Sri Yukteswar sobre los estrictos métodos para controlar el ego en el artículo sobre la "Autobiografía de un Yogui" en Wikipedia.

Los gurúes dicen que su relación con el discípulo dura varias vidas, pues se necesita más de una vida para llegar al samādhi desde que se empieza a meditar. En cada vida los discípulos se sienten atraídos por su gurú de manera intuitiva y misteriosa, a veces progresivamente y a veces más rápidamente, en algo parecido al «amor a primera vista».

La doctrina clásica del yoga, de los maestros verdaderos y respetados de todas las épocas, no ha cambiado ni puede cambiar. Todos estos maestros, en Oriente y Occidente, poseían una especial sabiduría que no viene de ninguna universidad, ni tiene que ver con la cultura o la intelectualidad, aunque algunos maestros tengan títulos universitarios en tiempos modernos, pues antiguamente los maestros no solían tenerlos. Esta sabiduría se ve no solo en sus palabras y en sus libros, sino también en sus vidas.

Han sido maestros con diversos aspectos, caracteres, idiomas y razas y manera diferente de presentar el mensaje, lógicamente a menudo según la audiencia, la época y lugar, etc., pero el mensaje no ha cambiado a lo largo de miles de años, no se sabe cuántos. Junto a ellos siempre ha habido, hay, y habrá numerosas doctrinas desviadas y deformadas, que con el pretexto de adaptar, modernizar, etc., a veces están en las antípodas del yoga. El mensaje tiene que ser «el mensaje», y no una invención.

Los movimientos que se apartan radicalmente de la doctrina clásica no suelen sobrevivir mucho tiempo a los maestros autonombrados que los crean. Hay también un refrán en yoga que dice: «Cada buscador encuentra al gurú/maestro que se merece».

La necesidad de la meditación

Las técnicas de meditación son siempre interiores, siendo inútil cualquier clase de meditación en que intervengan los sentidos y el mundo exterior. El hecho de que para la meditación sea necesaria la concentración a veces se malentiende al revés, como que si hay concentración hay meditación. No siempre que hay concentración hay meditación, pues de lo contrario sería meditación ver la televisión, un partido de fútbol y muchas otras cosas que hacemos con gran concentración, y que no tienen nada que ver con la meditación ni el yoga.

Inutilidad de mantras y ritos

Aunque tienen un valor para mantener y promover la fe en un Creador, todos los ritos son también inútiles para alcanzar el samādhi, y probablemente esta afirmación sea causa de que algunos maestros hayan sufrido ataques de la religión dominante en cada época y lugar.

También es inútil la repetición oral o mental de mantras. El mantra sin duda calma la mente, pero tiene sus límites. El principio psicológico del mantra está presente también en los rezos repetitivos o letanías de las religiones, como el rosario católico, etc., pues todos los rezos repetitivos se pueden considerar mantras, funcionan igual en la mente. Aunque tenemos bastantes ejemplos de los beneficios de la oración, repetitiva o no, es insuficiente para disparar el samādhi. Tampoco hay mantras mágicos para iluminación fácil y rápida. De lo contrario todos los maestros que se esforzaron durante años o vidas habrían cometido un error, y es impensable que haya un método fácil y rápido y los maestros no lo hayan descubierto ni propagado.

Cualquier técnica que se haga pocos minutos al día tampoco es suficiente, es necesario un buen esfuerzo, o en palabras de Sivananda, "una voluntad adamantina". Se recomienda un mínimo de 1 a 2 horas diarias, según el maestro y las circunstancias del alumno, lo que al cabo de algunos años supone miles de horas. Tampoco aquí hay atajos mágicos para perezosos. Muchos prefieren creer que sí, quizá con lo que en inglés se llama wishful thinking, o creencia impulsada inconscientemente por el deseo, y prueban otros métodos rápidos, cómodos o agradables, que son inútiles para alcanzar el samādhi, aunque algunos proporcionen satisfacción emocional. El samādhi no es una emoción.

Críticas a la Nueva Era

En la New Age hay numerosas cosas que muchos llaman meditación, pero que no lo son según el concepto clásico del yoga, que es concentración absoluta en el interior, con técnicas aprendidas de un maestro verdadero. Gran parte de la New Age son cócteles de doctrinas orientales (también y/o cristianas, etc.) mezcladas con productos de la imaginación del autor. Salvo excepciones de ocasiones especiales, la meditación se debe practicar a solas, en silencio y con oscuridad, pues eso facilita el aislamiento del mundo exterior para poder concentrarse más en el interior. El ruido de cualquier clase, incluyendo la música relajante, es uno de los mayores obstáculos para la concentración interior, pues, según Yogananda, la mente tiene una sola "vía" (track), y por lo tanto no puede estar a la vez en el exterior y en el interior.

Límite y objeto del hatha yoga

Lógicamente, el hatha yoga, las posturas que flexibilizan el cuerpo y mejoran la salud, y que practican millones de personas, solos o en grupo, no es tampoco suficiente para alcanzar el samādhi, ni es ese su objeto, al menos inmediato. Para el yoga es solamente una preparación del cuerpo para mejorar la salud y así hacerlo mejor instrumento para la meditación, pues no es fácil meditar si existe enfermedad o dolor. No tendría sentido practicar solamente hatha-yoga con intención de alcanzar el samādhi.

Samādhi y misticismo

La regla de la meditación aprendida y practicada con la guía de un gurú como único camino al samādhi, como toda regla, puede tener excepciones, como el misticismo y el vedanta. Es posible que en casos excepcionales, sin practicar meditación clásica de yoga, los místicos de diversas religiones, mediante la superconcentración del devoto en el objeto de devoción (como puede ser Santa Teresa de Ávila o San Juan de la cruz, superconcentrados en una imagen de Jesucristo), puedan haber desencadenado el samādhi, pero sería el mismo mecanismo de la superconcentración, solo que en el caso místico sería la superatracción que siente el devoto por el objeto de la devoción (objeto diferente según su religión), lo que generaría la superconcentración que dispara el mecanismo de samādhi. La superconciencia se conseguiría así de manera diferente pero con algo en común. Es además posible y quizá probable que lo que la vida monástica cristiana llama contemplación tenga puntos en común con lo que lo que en oriente llaman meditación, al menos como concentración en lo divino, entendido de una forma u otra.

Pocos seres humanos son capaces de tal devoción excepcional, y Yogananda afirma que los místicos habrían practicado meditación en vidas previas y nacerían con esta capacidad «innata». Aunque Teresa de Ávila o San Juan de la cruz usen palabras diferentes (las que usaban los españoles de su época), por encima de diferencias semánticas se ve un paralelo claro entre sus descripciones de sus trances místicos, las de otros místicos cristianos y no cristianos y las descipciones (más sistemáticas) del yoga.

Los místicos (los experimentadores) coinciden entre sí, aun siendo de diferentes culturas religiosas, mucho más que los teólogos (los teóricos), a veces incluso de la misma corriente religiosa, pues éstos solamente podían especular sobre frases misteriosas de las escrituras, y lógicamente con los escasos conocimientos científicos que solían tener.

Teresa de Ávila no aprendió yoga ni estuvo en la India, pero una de las divisiones o caminos del yoga es el de la unión por devoción, bhakti yoga. Es un camino excepcional para un amor excepcional que pocos podemos sentir, pues ha habido muy pocos místicos en porcentaje de la población, aunque hayan sido numerosos en cifras absolutas a lo largo de la historia.

La otra excepción, los vedantistas, también habrían meditado antes en otras vidas. Parece pues que ni el misticismo ni el vedanta son algo para todos. La meditación en cambio, según la doctrina clásica del yoga, es universal y adecuada para todas las personas, sin importar sexo, edad, cultura, etc.


El samādhi y la ciencia

Si bien la explicación religiosa del samādhi es siempre preternatural —sosteniendo que durante el mismo el yo se reúne con la deidad, y se identifica totalmente con ella—, ha habido intentos de proporcionar una explicación en términos científicos de la misma.

Se ha afirmado que las prácticas empleadas para alcanzar el samādhi —como la concentración en un mándala, o la iteración de un mantra— provocan efectos hipnóticos.
Del mismo modo, se ha visto en las prácticas eróticas del tantra una estrecha similitud entre la fisiología del samādhi y la del orgasmo, presentándose en ambos casos la síntesis endocrina de importantes cantidades de psicotrópicos y neurotransmisores endocannabinoides; endorfinas; dopamina y serotonina. El efecto de ésta sería una sensación de placer, plenitud y «falta de límites espacio-temporales», que explicaría a su vez la percepción del sujeto de hallarse liberado de toda realidad fenoménica; se han visto también paralelos con la sensación de vivencia inefable producida por la estimulación de las áreas prefrontales del cerebro.

Entre los muchos estudios científicos que avalan estas opiniones se puede citar al publicado por Roland Fischer en la revista Science (1971), los del médico francés Bernard Auriol, o los del neuropsiquiatra Marco Margnelli en el Centro Studi e Richerche sulla Psicofisiologia degli Stati di Coscienza, en Milán (Italia), etc.

Si la opinión científica es la correcta, entonces, aunque la conceptualización primaria (la mística) supone al samādhi como un «estado de hiperconciencia» o —en todo caso— un «estado de consciencia iluminada», fisiológicamente el samādhi parecería estar bastante alejado de la actividad consciente.


Dos clases de samādhi

Existen dos clases de samādhi. El primero, savikalpa samādhi, es un trance o visión o experiencia aún involuntaria, que viene inesperadamente y se va también inesperadamente, pues no se tiene todavía el control, como le pasaba a Teresa de Ávila con sus trances, que venían y se iban independientemente de su voluntad, y aunque naturalmente ella querría tener el control, no sabía cómo hacerlo, la experiencia parecía tener voluntad propia. Esto es lo que les sucede también a los yoguis durante la primera etapa de savikalpa samādhi. Tras muchos años más o algunas vidas más de práctica de meditación, según el nivel del yogui, se alcanzaría el superior y definitivo nirvikalpa samādhi.

En el nirvikalpa samādhi, los yoguis muy avanzados adquirirían el control voluntario del estado de superconciencia, pudiendo entrar y salir del mismo a voluntad.


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