Éxodo oriental

Éxodo oriental

Éxodo oriental

Se denomina éxodo oriental o éxodo del pueblo oriental a la emigración colectiva de habitantes de la Banda Oriental que siguió a José Gervasio Artigas hasta el Salto Chico (actual ciudad argentina de Concordia) después del armisticio de octubre de 1811. Los protagonistas denominaron "la redota" a la marcha, palabra que no figura en el Diccionario de la Real Academia Española y que se originó al ser mal pronunciado el vocablo "derrota".[1] El término "éxodo" fue puesto por el historiador Clemente Fregeiro en 1883.

Se le considera uno de los hechos centrales y primogénitos en la formación del sentimiento nacionalista uruguayo, una especie de conciencia prefigurada de ser un pueblo “distinto” o “diferente”, al porteño, al español y a cualquier otro, por eso se le considera al hecho de la Redota, como fermental para el nacimiento de la “orientalidad”.

Contenido

Causa

Luego de producidos lohttp://es.wikipedia.org/skins-1.5/common/images/button_extlink.pngs levantamientos rebeldes en la Banda Oriental, como el acaecido en Casablanca, actual departamento de Paysandú, el gob[[ernador español de Montevideo, Francisco Javier de Elío, decidió declararle la guerra a la Primera Junta el 18 de febrero. Luego de esto Pedroires, tratando de luchar por él, para extender sus dominios revo]]lucionarios hacia la Banda Oriental.

Luego de este hecho, llamado Grito de Asencio, se produjo un hecho generalizado de sublevaciones por todo el

territorio de la Banda Oriental (toma de Mercedes, sublevaciones en Durazno, Tacuarembó, Casupuá etc.), en respuesta a estas acciones subversivas los españoles se enfrentaron en tres oportunidades con los orientales, una escaramuza en el Paso del Rey, la toma de San José y la Batalla de las Piedras,

[[Título del enlace]] perdiendo los españoles las tres veces seguidas, y viéndose obligados por ende a replegarse hacia Montevideo, dejando así t[[Media:oda la campaña y casi toda la totalidad de la Banda Oriental en manos de los revolucionarios. Debido a esto los revolucionarios orientales decidieron implantar un sitio en Montevideo, apoyados en gran medida por tropas revolucionarias de la Junta de Buenos Aires. A estos reveses respondió Francisco Javier de Elío con energía; extremó la represión interna en la ciudad de Montevideo, expulsando a 31 familias, y a los franciscanos por sospechar simpatías con los revolucionarios, también bloqueo el puerto de Buenos Aires y autorizó a las tropas portuguesas que comandaba Diego de Souza, instaladas en la frontera, a invadir el terri]]Título del enlacetorio, los portugueses ocuparon sucesivamente Melo, la fortaleza de Santa Teresa, Rocha y Maldonado.

Ante esta situación, el gobierno de Buenos Aires, a cargo de la Junta Grande hasta el 23 de septiembre, cuando se instaló el Primer Triunvirato, tomó contacto con Francisco Javier de Elío en procura de lograr un armisticio que le permitiera emplear sus recursos militares en zonas más peligrosas y de mayor importancia estratégica (el Alto Perú). La idea era dejar todo el == ¡Unión, caros compatriotas, y estad seguros de la victoria! ==

Texto de titular

territorio oriental en poder de Francisco Javier de Elío, que se comprometía en reciprocidad a levantar el bloqueo naval de Buenos Aires y no tomar medidas de represalia contra quienes hubieran luchado en su contra. Los portugueses, por su parte, debían retirarse. Las negociaciones fueron largas, pero fructificaron gracias al apoyo del embajador español en Río de Janeiro, marques de Casa Irujo, y el ministro inglés lord Strangford, interesado, de acuerdo con la política británica, en la paz que habilitaba el comercio y en evitar conflictos con aliados españoles en la lucha anti-napoleónica. También un sector de la opinión montevideana (representado por el Cabildo y los llamados “moderados” en oposición a los “empecinados” que lideraban Diego Ponce de León, sargento mayor de la plaza, y el propio Elío). Los principales adversarios de estas negociaciones, como era de esperar, los orientales, que eran abandonados en manos del enemigo. En la lucha por evitar esa entrega comenzó a conformarse la conciencia de orientalidad.

Luego de varias negociaciones con delegados de Buenos Aires (Funes, Juan José Paso, Manuel de Sarratea y otros), realizadas en la panadería del Vidal, la primera asamblea del pueblo oriental. Los delegados del gobierno dieron sus razones para firmar el armisticio y garantizaron que los vecinos no sufrirían represalias, pero estos se manifestaron radicalmente contrarios a la medida proyectada y afirmaron que estaban dispuestos a continuar la lucha por sí mismos. Luego se celebró el 10 de octubre, en un paraje conocido como la quinta (o chacra) La Paraguaya, hubo una segunda reunión de vecinos con José Julián Pérez, representante del Triunvirato en las negociaciones con Francisco Javier de Elío. Pese a que éste prometió “toda clase de socorros”, la opinión unánime no cambió: los orientales se comprometían a mantener el sitio por sus propios medios, comandados por Artigas. Finalmente, el armisticio se celebró el 20 de octubre. Artigas, que había sido nombrado Teniente Gobernador Justicia Mayor y Capitán del Departamento de Yapeyú, inició la retirada ese mismo día. El 23 de octubre, a orillas del río San José, tuvo lugar una reunión o asamblea espontánea de los orientales que se hallaban incorporados al sitio, que revistió extraordinaria importancia en la constitución de un sentimiento nacionalista uruguayo. En esa ocasión Artigas comunicó a los asistentes la ratificación del armisticio y su decisión de acatarlo y retirarse hacia el norte. En medio del dolor y la desazón, todos proclamaron entonces la voluntad de no abandonar las armas y reemprender la lucha cuando fuese posible. La segunda resolución no se expresó con palabras, sino con un hecho colectivo: la emigración en pos de Artigas.

Suceso

En ese clima de frustración y derrota, en la que quedó de manifiesto la voluntad de los orientales de reanudar el combate apenas las circunstancias lo permitieran. De inmediato Artigas al frente de 3.000 soldados, retomó su camino hacia en Norte, y un alto número de civiles lo acompañó. El caudillo se opuso a esta emigración masiva en un principio, pero luego ordenó levantar un registro de las familias e individuos que lo seguían.

Protagonistas del suceso

“Veinticinco familias (sobre 880; el 3%) tienen muchos esclavos (más de cinco) y sus bienes promedian los 700 pesos por persona; allí están los Artigas – don Martín llevaba 3 carretas y 8 esclavos suyos -, Pablo Preafán, el padre de Rivera, con 7 carruajes y 16 esclavos (…); 130 familias (14%) tienen varios esclavos (hasta 5) y bienes que promedian los 125 pesos por persona; 450 familias (52%) llevaban un transporte con su mobiliario, sin tener esclavos (sus bienes promedian los 50 pesos; en la clase media, integrada por ‘ocupantes’ de tierras); 270 (31%) no tienen esclavos ni llevan transportes, carecen de bienes; se contabilizan en total 500 esclavos (el 12% de la población computada). Son cifras incompletas, pues Artigas advierte que no se computan, además de la tropa, ni los hombres ‘sueltos’ ni las familias que acampan distantes ni ‘los que van llegando””. Carlos Machado. En total el censo realizado por Artigas contabiliza un total de 4.435 personas y 846 carruajes, pero en opinión general de los historiadores al no contabilizarse los ejércitos, ni las personas que se sumaban al acontecimiento general en el camino (“los que van llegando”), ni demás, se llega a un número aproximado a las 16.000 personas o más.

Participaron personas de todas las clases sociales que se movían en las condiciones materiales más precarias.

“Cada día miro con admiración sus rasgos singulares de heroicidad y constancia; unos, quemando sus casas y los muebles que no podían conducir; otros, caminando leguas a pie (…); mujeres ancianas, viejos decrépitos, párvulos inocentes acompañan esta marcha, manifestando todos la mayor energía y resignación, en medio de todas las privaciones”.[2]


Rumbo y cronología del camino

1811
1812
  • 10 de junio: Artigas instala su campamento en el Ayuí (Entre Ríos).

Entre el 11 y 13 de noviembre la caravana (que se extendía 50 km, según algunas fuentes) cruzó el arroyo Yapeyú (aguas abajo de la actual represa de Palmar); hacia el 15 de noviembre estaban en Paysandú, de donde partieron el 21; el 7 de diciembre llegaron al río Daymán y el 10 iniciaron el cruce del río Uruguay por el Salto Chico, en una empresa particularmente dura y sacrificada. Ya en territorio de Entre Ríos, actual Argentina, permanecieron acampados hasta abril y luego se instalaron en la desembocadura del arroyo Ayuí Grande. Allí permanecieron, bajo la protección de Artigas, hasta el mes de septiembre de 1812, cuando se reanudó el sitio de Montevideo y el caudillo regresó a la Banda Oriental. Los historiadores anti-artiguistas han minimizado el hecho y afirmado que Artigas obligó a la gente a seguirlo, pero no hay indicios siquiera mínimos de que haya sido así.

La llamada Primera Independencia y el sentido del suceso para la futura Identidad Oriental

Sobre la independencia del Uruguay hay dos teorías básicas: la que sostiene que se produjo como consecuencia lógica de un proceso diferenciador anterior y por voluntad colectiva de su pueblo, y la que considera que fue un producto circunstancial de una determinada coyuntura histórica, una creación artificial de Inglaterra confabulada con la clase dirigente de Montevideo, siempre opuesta al pueblo de la campaña oriental. La primera teoría de ellas tiene sus raíces esenciales en la “Redota”, según lo vieron algunos de los protagonistas del hecho. En un oficio librado al Cabildo de Buenos Aires el 27 de agosto de 1812 y firmado por los jefes de la división del ejército de Artigas, se decía:

Y entonces nosotros, en el goce de nuestro derecho primitivo, nos constituimos en la forma bajo todo los aspectos legales y juramos continuar la guerra hasta que los sucesos de ella solidacen en nuestro suelo una libertad rubricada ya con la sangre de nuestros conciudadanos […] allí, obligados por el tratado convencional de superior gobierno, quedó roto el lazo nunca expresó que ligo a el nuestra obediencia, y allí, sin darla al de Montevideo, celebramos el acto solemne, sacrosanto siempre, de una constitución social, erigiéndose una cabeza en la persona de nuestro dignísimo conciudadano José Artigas…”.[3]

Se habla aquí de “ruptura” de un lazo “nunca expreso” que acaba a los orientales a los gobiernos emergidos de Mayo, como consecuencia del “Tratado universal”, o sea, del armisticio que los había abandonado a voluntad de los españoles. Se afirma que ello no implica obediencia alguna al gobierno de Montevideo, y se termina reclamando con toda claridad que se habían celebrado el acto “solemne, sacrosanto siempre” de una “constitución social”. No significa esto, desde luego, que pudiera en el ánimo de aquellos hombres la creación de un país distinto: pero sí es evidente que se consideraban una realidad social aparte de la constituida por los unitarios de Buenos Aires, al igual que los provincianos que más tarde se les unirían a los orientales en la liga de los pueblos Libres. Una sociedad “constituida”, protagonista directa y voluntaria de su destino. Por ello, los historiadores clásicos llamaron a este período la Primera Independencia. Este hecho en sí, es de principal importancia, para un sector de la histografía uruguaya que promulga la importancia de la “orientalidad” para la futura independencia del país en 1828 y considera a este hecho como fermental para el nacimiento de ese sentimiento de “orientalidad”.

“La Redota llamaron sus protagonistas a este hecho medular. La “derrota” sin duda; no la derrota viril de las armas, sino la mas dolorosa de la decepción y la traición, Pero también “el derrotero”, el camino. El camino hacia una tierra lejana, refugio transitorio, respiro forzado y relativo de una lucha que apenas comenzaba. Hay quien ha definido a este episodio como un “gran miedo”, una suerte de huida masiva; se escapaba de la muy probable venganza de Elio y se buscaba la protección de las tropas armadas. Y algo de hubo, sin duda. Ello no quita ni grandeza ni importancia histórica a este hecho colectivo; el miedo, la rebeldía y el dolor constituyeron el caldo de cultivo en el cual se fue generando la conciencia de ser algo destino, un grupo de personas condenadas a sobrevivir o perecer todos juntos, por encima de distancias económicas, raciales y culturales. El sentimiento de “orientalidad” surgió sin duda de esta doliente coyuntura como consecuencia de la tristísima peripecia que les tocaba vivir. Enfrentados a los españoles, no podían sentirse tales; traicionados – así lo sentían – por el gobierno de Buenos Aires, no podían jamás considerarlo como propio. Definitivamente, eran otra cosa; eran los orientales”.[4]

Entre los emigrantes que seguían a Artigas viajaba un joven poeta llamado Bartolomé Hidalgo. Estas estrofas nacieron entre los tumbos de las carretas el llanto de los recién nacidos, y el dolor y la esperanza que campeaban en aquella caravana:

Orientales, la Patria peligra;
reunidos al Salto volad.
Libertad entonad en la marcha
Y al regreso decid libertad.

Referencias

  1. Sylvia Puentes de Oyenard: Romance de la Redota
  2. [ Libro “Orientales” tomo 1, de Lincoln Maztegui Casas]
  3. [Libro “Orientales” tomo 1, de Lincoln Maztegui Casas]
  4. [ Libro “Orientales” tomo 1, de Lincoln Maztegui Casas]

Véase también

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