Guerra del Brasil

Guerra del Brasil
Guerra del Brasil
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Batalla de Juncal
Fecha 25 de octubre de 1825- 28 de agosto de 1828
Lugar La Banda Oriental (actual Uruguay),
Río de la Plata,
Río Grande del Sur (Sur de Brasil),
Carmen de Patagones (sur de la Provincia de Buenos Aires).
Conflicto Disputa territorial entre el Imperio del Brasil y las Provincias Unidas del Río de la Plata.[1] [2] [3] [4] [5] [6]
Resultado Convención Preliminar de Paz, Creación del Estado Oriental del Uruguay.
Beligerantes

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Provincias Unidas del Río de la Plata

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Imperio del Brasil
Comandantes
Bernardino Rivadavia
Guillermo Brown
Carlos María de Alvear
Juan Antonio Lavalleja
Fructuoso Rivera
Pedro I de Brasil
Rodrigo Pinto Guedes
Marques de Barbacena
Fuerzas en combate
Ejército de las Provincias Unidas del Río de la Plata
Armada de las Provincias Unidas del Río de la Plata
Ejército Imperial del Brasil
Armada Imperial del Brasil

La Guerra del Brasil, o Guerra Argentino-Brasileña o Guerra rioplatense-brasilera (en portugués Guerra da Cisplatina) fue un conflicto armado que tuvo lugar en la década de 1820 entre las Provincias Unidas del Río de la Plata, que recientemente se habían emancipado de España, y el Imperio del Brasil, por la posesión de los territorios que corresponden a la actual República Oriental del Uruguay y parte del actual estado brasileño de Río Grande del Sur.

En 1816, numerosas y bien pertrechadas fuerzas del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve comenzaron la invasión lusobrasileña de la Provincia Oriental y de la casi totalidad de Misiones, así como practicaban incursiones en las provincias de Corrientes y Entre Ríos.

En 1821 la entonces llamada Provincia Oriental, anteriormente Banda Oriental y actual Uruguay, tras ser derrotado José Gervasio Artigas el año anterior en la Batalla de Tacuarembó, fue anexada al Brasil por Portugal con el nombre de Provincia Cisplatina.

Cinco años después, en 1825, y con el apoyo del gobierno argentino, un grupo de orientales y de otras provincias, llamados los Treinta y Tres Orientales y liderados por Juan Antonio Lavalleja, ingresó en la Provincia Oriental para desalojar a los ocupantes brasileños. A ellos se sumó oportunamente (tras haber servido a los brasileros) Fructuoso Rivera y en pocos meses logran retirar al ejército brasilero. El 25 de agosto de 1825, en el Congreso de Florida, se declaró la independencia del territorio oriental, y su voluntad de formar parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata (actual Argentina).

Pese a que al comienzo las fuerzas imperiales eran mayores a las rioplatenses, las Provincias Unidas lograron derrotar a Brasil luego de una lucha de tres años por tierra y mar; la batalla decisiva fue la de Ituzaingó. Sin embargo, los problemas económicos provocados por el bloqueo de la Armada de Brasil al puerto de Buenos Aires obligaron a aceptar reclamos brasileños por lo que finalmente, Bernardino Rivadavia envió al ministro Manuel José García a gestionar la paz. García firmó un tratado que luego sería conocido como el «tratado deshonroso», ya que reconocía la soberanía del Imperio sobre la Provincia Oriental y se comprometía a pagarle a Brasil una indemnización de guerra. El presidente Rivadavia rechazó el convenio y posteriormente presentaría su renuncia.

El conflicto continuó hasta el 28 de agosto de 1828, cuando durante el gobierno de Manuel Dorrego se llegó a una Convención Preliminar de Paz, donde se disponía la independencia de la Provincia Oriental y el cese de las hostilidades.

Contenido

Antecedentes

España y Portugal en la Cuenca del Plata

En 1594, poco después del Descubrimiento de América, el Tratado de Tordesillas fijó los límites entre los dominios de España y Portugal en América del Sur a lo largo de una línea que, en la práctica, resultó muy difícil de determinar, aunque distintos autores coincidieron en fijarla alrededor del meridiano 46º O.[7] Por ello las fundaciones portuguesas en la costa del Brasil se extendieron hasta São Vicente.[8] En la práctica, la colonización portuguesa del Brasil nunca respetó totalmente ese límite, y en el interior la colonización se extendió mucho más al oeste, sobre todo en la región de São Paulo y continuando a partir de la década de 1540 hacia el Sur, llegando hasta la localidad de Laguna.

Desde principios del siglo XVII, los colonizadores portugueses consideraron como su límite natural al Río de la Plata. En fecha tan temprana como el año 1631 ya existía cartografía que consideraba que la margen izquierda de este río era de soberanía portuguesa.[9] En 1580, aprovechando la ausencia de colonización española en la región, el Maestre de Campo Manuel de Lobo fundó la Colonia del Sacramento en la costa norte del Río de la Plata, fijando la pretensión de Portugal de extender su dominio hasta aquella región. Si bien fue inmediatamente expulsado por fuerzas españolas provenientes de Buenos Aires, la corona española prefirió conservar la paz con Portugal y devolver la Colonia a la misma. Durante casi un siglo, la Colonia fue varias veces capturada por fuerzas españolas y otras tantas, rápidamente devuelta a Portugal.[10]

Un nuevo intento de colonización portuguesa fue frenado por la fundación de la ciudad de Montevideo en 1724.[11] A ello respondieron los portugueses con la ocupación de la actual Río Grande del Sur en 1737.[12]

En 1750, el Tratado de Madrid anuló la Línea de Tordesillas y fijó un nuevo límite entre las colonias portuguesas y españolas en América del Sur, adjudicándole a Portugal las Misiones Orientales a cambio de la posesión de Colonia; el Tratado trajo serios conflictos en la región y terminó por ser modificado por el Tratado de San Ildefonso, de 1777, que definía claramente los límites entre el Brasil y el recientemente creado Virreinato del Río de la Plata.[13] Los virreyes del Río de la Plata se esforzaron en fundar pueblos en lo que ya se llamaba la Banda Oriental a partir de esa fecha, para asegurarse la soberanía efectiva de España sobre ese territorio.[14] La ciudad de Montevideo fue amurallada y contaba también con una fuerte guarnición militar.

Los dos tratados parecían dejar en claro que ambas potencias aceptaban la ocupación de territorio como fuente para reclamar la soberanía,[15] pero las recuerrentes guerras entre Portugal y España causaban la inestabilidad de los límites, y ningún tratado logró estabilizarlos: durante la Guerra de las Naranjas, en 1801, tropas portuguesas ocuparon las Misiones Orientales, sin que las fuerzas de Buenos Aires pudieran hacer nada para impedirlo o recuperarlas.[13]

Ocupación portuguesa

Artículo principal: Invasión Luso-Brasileña

Desde que en 1808, a raíz de las guerras napoleónicas, la casa real portuguesa se instaló en Río de Janeiro, las pretensiones portuguesas sobre la Banda Oriental – e incluso, a través del proyecto carlotista, sobre todo el Virreinato del Río de la Plata[16] – fueron en aumento.

El estallido de la Revolución de Mayo y la Revolución Oriental, y las Expediciones Libertadoras de la Banda Oriental dieron nuevo impuso a esas pretensiones, sobre todo cuando el último virrey, Francisco Javier de Elío, solicitó la intervención portuguesa en defensa de su dominio en la Banda Oriental. Ese pedido causó la invasión portuguesa de 1811, que duró hasta fines de 1812.[17]

Con la ruptura entre el caudillo federal José Artigas y el gobierno bonaerense, la situación en la Banda Oriental se destacó por la inestabilidad política y social. La victoria de Artigas, que a principios de 1815 ocupó Montevideo y todo el resto de la Banda Oriental, permitió ciertos avances democráticos y en el reparto de tierras entre los gauchos pobres.[18] Este avance democrático fue visto como una amenaza por el rey de Portugal, Juan VI, que – aprovechando la debilidad de la Provincia Oriental, que no podía contar con apoyo del gobierno central – planeó la invasión de la Banda Oriental. Además fue impulsado a ello por los españoles exiliados de Montevideo cuando esta ciudad había caído en manos de los independentistas, y de los partidarios de distintos bandos de la misma ciudad, enemistados con Artigas.[19]

Portugal ambicionaba la Banda Oriental por dos razones principales: en primer lugar, si el Río de la Plata se transformaba en un río limítrofe, la navegación por el mismo sería libre para ambas naciones, lo cual le posibilitaría alcanzar la cuenca superior del río, en la cual estaba ubicada la mayor parte de la población alejada del mar del Imperio.[20] La otra razón de las ambiciones portuguesas estaba relacionada con la riqueza rural, especialmente ganadera, de la Banda Oriental, cuyo ganado cimarrón podría ser una fuente barata de alimentación para la población brasileña, especialmente para sus esclavos.[21]

Con la excusa de terminar con las fuerzas artiguistas, acusadas de atacar las estancias de los antiguos territorios españoles que Portugal ocupara en 1801 y que en 1816 fueran anexados al Brasil, la Invasión Luso-Brasileña se inició a mediados de 1816. A principios del año siguiente ya ocupaban Montevideo – ciudad que fue ocupada gracias a una capitulación con el cabildo – y varias otras plazas.[22] La defensa del territorio fue dirigida por Artigas, el cual, aún cuando sufrió varias derrotas a manos de los invasores, logró sostenerse durante más de tres años en distintos puntos de la campaña.

Las desavenencias entre Artigas y varios de sus seguidores, que le exigían llegar a algún punto de arreglo con el gobierno de Buenos Aires, llevaron al abandono de éstos de las filas artiguistas.[23] Finalmente, en enero de 1820, en la Batalla de Tacuarembó, Artigas fue definitivamente derrotado y expulsado del territorio, al que ya no volvería.[22]

El último resto de sus seguidores, acaudillado por Fructuoso Rivera, terminó por incorporarse al ejército portugués.[24]

El rey Juan VI quiso darle alguna forma legal a la ocupación, y ordenó al gobernador del territorio invadido, Carlos Federico Lecor, que organizara un Congreso Cisplatino que decidiera si ese territorio debería ser devuelto a las Provincias Unidas del Río de la Plata, incorporarse al Brasil – opción que por razones diplomáticas no era la que el rey prefería – u obtener la independencia. Pero el gobernador Lecor digitó las elecciones hasta obtener un Congreso formado por sus seguidores y aliados; este Congreso declaró la incorporación de la Banda Oriental al Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve, con el nombre de Provincia Cisplatina.[25]

La Provincia Cisplatina

Artículo principal: Provincia Cisplatina
Bandera de la Provincia Cisplatina.

En 1822, el Imperio de Brasil se independizó de Portugal; durante la crisis subsiguiente, los dirigentes orientales intentaron lograr que las fuerzas portuguesas que ocupaban Montevideo, le entregaran la ciudad a ellos, aún cuando el interior de la Cisplatina estaba ocupada por las fuerzas leales al Brasil, comandadas por Lecor. Pero los portugueses entregaron Montevideo a Lecor, que siguió gobernando la Provincia Cisplatina en nombre del Emperador Pedro I.[26] No todo el territorio de la Banda Oriental quedó dentro de la Cisplatina: la fracción más septentrional pasó a depender la Capitanía de San Pedro del Río Grande del Sur.

Durante esa crisis, los sectores orientales que intentaban expulsar a los brasileños pidieron ayuda a las provincias argentinas. La Provincia de Buenos Aires, la más cercana, rica y poderosa, se negó por completo a participar en cualquier campaña militar para liberar ese territorio. El único gobernante que prometió ayuda fue Estanislao López, de la provincia de Santa Fe, pero su gesto no pasó de buenas intenciones.[27]

Un grupo de oficiales orientales intentó organizar una revolución en el territorio oriental, pero fracasó en su intento debido a la habilidad política del gobernador Lecor. De modo que, dirigidos por Juan Antonio Lavalleja, se trasladaron a Buenos Aires, donde reunieron fondos y recursos bélicos, aportados sobre todo por estancieros y comerciantes, entre los cuales se destacaron Juan Manuel de Rosas y Pedro Trápani.[28]

Terminada la Guerra de la Independencia respecto a España, la opinión pública en Buenos Aires y en el Litoral exigía la recuperación del territorio ocupado. Por su parte, el pueblo oriental intensificaba sus proyectos de liberación.[29]

Los Treinta y Tres y el Gobierno Nacional

Los Treinta y Tres Orientales

El Juramento de los Treinta y Tres Orientales, óleo de Juan Manuel Blanes.

Con el apoyo de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, fue organizada una pequeña expedición: al mando de Juan Antonio Lavalleja secundado por Manuel Oribe, los llamados Treinta y Tres Orientales partieron de la localidad bonaerense de San Isidro y desembarcaron en las costas orientales del río Uruguay, más exactamente en el lugar conocido como «Arenal Grande» o La Agraciada, el 19 de abril de 1825.[30]

Avisados con antelación, centenares de orientales se unieron a las fuerzas de Lavalleja. Una semana más tarde, fuerzas de Lavalleja tomaron prisionero al Comandante de Campaña imperial, el antiguo lugarteniente artiguista Fructuoso Rivera, a quien Lavalleja incorporó a sus fuerzas, en el hecho conocido como «Abrazo del arroyo Monzón».[31] Las fuerzas leales a Rivera se incorporaron a la Cruzada Libertadora de Lavalleja, comandadas por éste y por el después general Julián Laguna.[32]

En una rápida campaña, las fuerzas revolucionarias ocuparon el interior del territorio, superando al ejército ocupante, que estaba muy debilitado desde la retirada de las fuerzas portuguesas. Por otro lado, el Emperador no había podido enviar refuerzos a Lecor, debido a que debía enfrentar una peligrosa revuelta en Pernambuco.[33] El 2 de mayo fue ocupada la villa de Canelones,[34] y el día 8 de mayo, Oribe puso sitio a Montevideo,[35] rechazando en una escaramuza a las fuerzas que quisieron disputarle el Cerrito de la Victoria.[36]

Desde Canelones, Lavalleja envió diversas columnas en todas direcciones: a Rivera hacia Durazno, a Leonardo Olivera hacia Maldonado, a Manuel Durán hacia San José de Mayo, más otra en dirección a Colonia. Simón del Pino defendería Canelones.[36]

El gobernador de Buenos Aires, Las Heras, organizó en el mes de mayo un Ejército de Observación, que se instaló en octubre en Concepción del Uruguay, sobre el río Uruguay, en la provincia de Entre Ríos, bajo el mando del general Martín Rodríguez.[37] Estaba formado por dos escuadrones de caballería, tres compañías de infantería y cuatro piezas de artillería, a los cuales se agregaron 200 hombres de Entre Ríos, comandados por Pedro Espino.[38] Su comandante tenía instrucciones de prestar apoyo a los orientales únicamente si éstos retrocedían hacia Entre Ríos, aunque de estas instrucciones se podía inferir que el objetivo no era facilitarles volver a la lucha, sino impedírselo.[39]

El Congreso de La Florida

Artículo principal: Congreso de La Florida

Lavalleja convocó de inmediato a una asamblea de los representantes de los pueblos orientales; éste se reunió en el pueblo de Florida el 14 de junio, formado por algunos representantes de los pueblos. Presidida por Manuel Calleros, este primer Gobierno Provisorio nombró a Lavalleja Brigadier General y Comandante en Jefe del Ejército. Su principal misión fue convocar a los representantes de todos los pueblos liberados, los cuales se reunieron en el llamado Congreso de La Florida el 20 de agosto. Éste, presidido por Juan Francisco Larrobla, eligió a Lavalleja Gobernador y Capitán General de la Provincia Oriental, y sancionó el 25 de agosto tres leyes: por la Ley de Independencia, se proclamaba a la Provincia Oriental

«libre e independiente del Rey de Portugal, del Emperador del Brasil y de cualquier otro del universo».

Por la Ley de Unión se proclamaba:

«Queda la Provincia Oriental del Río de la Plata unida a las demás de este nombre en el territorio de Sud América».

La tercera ley establecía la bandera de las tropas orientales, que sería la misma de tres colores que había usado Artigas.[40]

Primeras batallas

El primer combate de alguna envergadura fue el combate de Las Vacas, del 25 de junio, victoria oriental sobre tropas de desembarco, seguido por el combate de Arroyo Grande, en que se lució la caballería de Rivera sobre una avanzada enemiga. El 14 de agosto hubo un choque en Fraile Muerto, cerca del extremo oriental de la provincia, que resultó una victoria de Oribe sobre Bento Manuel Ribeiro.[36] El 18 de agosto, las fuerzas independentistas sitiaron la ciudad de Colonia.[34]

Otros combates se produjeron entre fines de agosto y principios de septiembre en San Francisco, Mercedes y las Puntas del Águila.[36]

En la primavera, las tropas libertadoras sumaban 3.230 hombres, según un parte redactado por Lavalleja al gobierno en La Florida. Por su parte, los brasileños contaban alrededor de 4.200 hombres.[36]

El avance de los independentistas había dejado algunas fuerzas a retaguardia, la mayor parte de las cuales se habían retirado hacia el norte. Entre las que no lo habían hecho estaba una división que se encargaba de cuidar los caballos que necesitaba el ejército portugués, junto al río Uruguay; una audaz maniobra de Rivera le dio la victoria sobre estos enemigos en la Batalla del Rincón el 24 de septiembre.[41] Poco después, Lecor envió unos 2.000 hombres, al mando de Bento Manuel Ribeiro, a atacar a los independentistas en su propia capital; Lavalleja alcanzó a reunir una fuerza equivalente, que alcanzó una completa victoria en la Batalla de Sarandí, del 12 de octubre.[34] Ese mismo día, la población de Buenos Aires atacó la residencia del embajador brasileño, por lo que éste abandonó la ciudad.[42]

Las fuerzas orientales también lograron desalojar a los brasileños de Maldonado y de la Fortaleza de Santa Teresa, ésta última liberada por fuerzas al mando de Leonardo Olivera, comandante militar de Maldonado, el último día de 1825.[36]

Sólo a mediados de noviembre de 1825 comenzó el embarque en Río de Janeiro de las primeras tropas brasileñas para reforzar las derrotadas o sitiadas de la Banda Oriental. Al finalizar el año 1825, las fuerzas orientales en campaña sumaban 4.245 hombres.[36] Debido a que enfrentaba algunas rebeliones en su contra — que a la larga resultarían intrascendentes, pero en ese momento parecieron amenazar el Imperio — el gobierno imperial tardó mucho en poder reunir las tropas necesarias. Durante el posterior ataque rioplatense, los brasileños quedarían en inferioridad numérica frente al enemigo dentro de su propia provincia de San Pedro del Sur.[43]

Las victorias de las tropas orientales encendieron el patriotismo de la opinión pública porteña, que forzó al Congreso Argentino, reunido en esa ciudad, a aceptar la reincorporación de la Provincia Oriental el 25 de octubre de 1825,[44] y ese mismo día fueron aprobados los diplomas del diputado Javier Gomensoro, electo por la Provincia Oriental.[45] En respuesta, el Imperio declaró la guerra a las Provincias Unidas el día 10 de diciembre, e inmediatamente la poderosa escuadra brasileña bloqueó el puerto de Buenos Aires y la boca del Río de la Plata, bloqueo que se mantuvo hasta el final del conflicto, en 1828.[46]

La declaración de guerra fue respondida por el Congreso argentino el 1 de enero de 1826.[47]

Recursos bélicos

La guerra presentó desde su comienzo, dos fuerzas disímiles en material, recursos y hombres.[48]

Las Provincias Unidas del Río de la Plata recién habían concluido por el norte y el oeste la guerra de liberación respecto al Imperio español, por el noreste debieron afrontar la oportunista invasión lusobrasileña, que ocupó, tras las Misiones Orientales, toda la Banda Oriental y extensas regiones en el este de la Mesopotamia Argentina, actualmente correspondientes a las provincias argentinas de Misiones, Corrientes y Entre Ríos. Tras concluir la amenaza realista (española y proespañola), las Provincias Unidas debieron afrontar las tendencias secesionistas que desde la recién creada Bolivia terminaron con la existencia de la extensa provincia de Tarija.[cita requerida]

Las Provincias Unidas del Río de la Plata, en su sector actualmente argentino, poseían fronteras secas muy lábiles y la extensión de las catorce provincias era mucho menor que en el presente. Las diferencias de riquezas accesibles entre las Provincias Unidas y el Brasil eran abismales: prácticamente los únicos recursos exportables (que sólo posibilitaban una muy magra redistribución, y con esto fuertes tensiones por la coparticipación) que entonces poseían las Provincias Unidas eran la exportación de cueros «en crudo» y la carne secada y salada, el tasajo. Por otra parte, existían entonces unas pocas, modestas y difícilmente accesibles minas de oro en Famatina, que apenas bastaban para la acuñación de unas pocas monedas. La escasa riqueza de las Provincias Unidas terminaron siendo factor de grave conflicto entre un gobierno centralista y los gobiernos provinciales.[cita requerida]

Por contrapartida, el Brasil – aunque poseía también fuertes contradicciones – era un estado territorialmente muy extenso y monolítico, cohesionado y con mucha más población, con mayor posibilidad de reclutar efectivos para la guerra. Éstos debieron ser reclutados a la fuerza, lo que no resultó una excesiva desventaja frente a la escasa colaboración de las provincias interiores argentinas. El Imperio se había independizado del Portugal tras unas breves y poco onerosas acciones bélicas.[49]

Aunque — en comparación con su población — el mercado interno brasileño era débil, estaba mucho más desarrollado que el de las Provincias Unidas, y sus recursos económicos eran muy importantes a nivel internacional: explotación de millones de personas como mano de obra esclava, exportación de café, caña de azúcar, algodón, tabaco, pieles, maderas finas, pesca, bálsamos, tinturas, productos medicinales naturales, plumas llamativas, importantes minas de oro, diamantes y hierro. Incluso en cuanto a riquezas regionales, como cuero vacuno, tasajo y mate, el Brasil, tras haber anexado gradualmente territorios en la cuenca del Plata, había superado a todos los estados concurrentes.[50]

La situación geopolítica era absolutamente favorable para Brasil: se encontraba geográficamente mucho más cerca de sus mercados (Europa, América del Norte e incluso el África). Tal situación geopolítica también le permitía al Brasil interrumpir o dificultar enormemente el tránsito comercial entre las Provincias Unidas y los principales mercados de la época. La diferencia geopolítica a favor de Brasil se acentuaba en otros aspectos; mientras que Brasil poseía ya un extensísimo litoral marítimo – por lo cual era impracticable todo intento de aplicarle bloqueos navales – las Provincias Unidas poseían casi exclusivamente una única salida y entrada para el comercio ultramarino: el Río de la Plata, fácilmente bloqueable.[cita requerida]

Brasil doblaba prácticamente la cifra de efectivos terrestres, y gran parte de las tropas a su servicio estaba constituida por mercenarios alemanes. No obstante, la diferencia en moral combativa y experiencia bélica contaba enteramente a favor de las Provincias Unidas, con tropas de larga experiencia bélica debido a las guerras de independencia y civiles, y convencidas además de la justicia de su causa.[51]

Respecto de su flota de guerra, que contaba cerca de 80 unidades, sólo destacó en el Plata unas 50, mientras que las Provincias Unidas disponían tan sólo de unos pocos barcos – llegaron a reunir catorce – en su mayoría pequeños y medianos navíos mercantes improvisados para combatir, uno de medio tonelaje y algunas lanchas cañoneras.[52]

Organización del Ejército Argentino

El Congreso Nacional Argentino – primera vez que se usó ese nombre oficialmente – cohesionó a todas las provincias, las cuales, según sus posibilidades, enviaron contingentes para formar el Ejército de Observación. Poco después de la declaración de Guerra, el Congreso, entendiendo que debía centralizas las decisiones militares, económicas y diplomáticas, creó un Poder Ejecutivo nacional el 8 de febrero de 1826, eligiendo como presidente de las Provincias Unidas a Bernardino Rivadavia.

Al estallar la guerra, el Ejército de las Provincias Unidas había dejado de existir; sus fuerzas habían quedado desperdigadas entre las provincias, y el único resto de ejército con algún carácter nacional se había incorporado al Ejército Unido Libertador del Perú. El 31 de mayo una ley del Congreso volvió a crear el Ejército Argentino.[53]

Un serio problema que enfrentaba Rivadavia era que su autoridad no estaba respaldada por una constitución, de modo que las provincias dieron su colaboración con mucha reticencia y suspicacia. Esta suspicacia fue en aumento cuando varios de los oficiales enviados al interior del país a reunir tropas utilizaron las fuerzas a su mando para hacer prevalecer el partido del presidente; el caso más destacado fue el de Gregorio Aráoz de Lamadrid, que derrocó al gobernador de la provincia de Tucumán, Javier López, y se hizo elegir gobernador en su lugar. La guerra entre Lamadrid y Facundo Quiroga impidió la incorporación de tropas de muchas provincias al Ejército nacional.[54] Las posteriores acciones del Congreso, en particular la sanción de la Constitución Argentina de 1826, de neto corte unitario, rechazada por la mayoría de las provincias del interior, disminuyeron aún más el aporte de las provincias al esfuerzo bélico.[55] [56]

La comandancia de las tropas rioplatenses le fue propuesta al gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, con el propósito de lograr el máximo de adhesión de las provincias del Interior, de las cuales Bustos era uno de los principales referentes desde el Tratado de Benegas; pero Bustos declinó la oferta.[57]

En segundo lugar le fue ofrecida por los oficiales del Ejército al general José de San Martín, considerado en su momento el máximo estratega argentino, pero el general se negó a ofrecer al gobierno sus servicios, porque consideraba que éstos serían rechazados por el presidente Rivadavia y su ministro de guerra, Carlos María de Alvear, dos de los más tenaces enemigos internos de San Martín.[58] [59]

El ministro Alvear aprovechó su cargo para equipar generosamente al Ejército, mientras negociaba con los diputados y el presidente, de resultas de lo cual, poco después fue nombrado su comandante. Asumió el mando en Salto, ya en territorio oriental, adonde había trasladado el campamento el general Rodríguez. El Ejército Republicano – nombre que le asignaron sus oficiales, para diferenciarlo del Ejército Imperial – se formó con aportes de la mayor parte de las provincias, aunque mucho más de la mitad provenían de Buenos Aires y la Provincia Oriental.[60]

El Ejército Imperial

El Ejército Imperial contaba con 12.420 hombres, diseminados en varios destinos: el grueso del mismo eran los 8.500 hombres comandados por el Marqués de Barbacena en Santa Ana del Libramento. Otros 3.000 hombres estaban estacionados en Montevideo y 1.500 en Colonia. En el norte de la Provincia operaban dos cuerpos de milicias de caballería gaúcha – es decir, gauchos lusoparlantes de Río Grande del Sur, al mando de Bentos Manuel Ribeiro y Bento Gonçalves da Silva.[61]

Las tropas portuguesas, excepción hecha de los gaúchos, eran mayoritariamente de infantería. Su artillería no era superior a la rioplatense, pero su poder de fuego en fusiles eran mucho mayor. Parte importante de la caballería y de la infantería eran mercenarios de origen alemán y agricultores del mismo origen, residentes en las colonias agrícolas establecidas en Santa Catarina en 1824. El comandante de estas tropas extranjeras era el mariscal de campo británico Gustave Henry Brown.[62]

El general Barbacena se había propuesto un ambicioso objetivo: en una carta al Emperador, lo invitaba a ocupar toda la Mesopotamia y el Paraguay. Incluso, comprendiendo mal la naturaleza del régimen confederal que propugnaban los caudillos de esas provincias, le proponía incitar a sus gobiernos a unirse voluntariamente al Imperio.[63] No obstante, cuando se produjera el avance republicano, Barbacena permanecería estrictamente a la defensiva, tal como lo anunció al Emperador a fines de enero del año siguiente.[64]

Guerra naval

Guillermo Brown, comandante de la escuadra argentina.

El primer acto hostil de buques de guerra brasileños fue la ocupación intermitente de la rada de la Ensenada de Barragán por varios buques de esa nacionalidad a partir del 13 de noviembre de 1825, aunque se limitaron a anclar en ese sitio y aprovisionarse de leña en las islas cercanas, pero no a desembarcar en tierra firme.[65]

En su declaración de guerra a las Provincias Unidas, el Emperador incluyó un párrafo autorizando el corso de forma expresa:

«Por tanto ordeno que por mar y tierra se le hagan todas las hostilidades posibles, autorizando el corso y el armamento que quieran emprender mis súbditos contra aquella nación; declarando que todas las tomas y presas, cualquiera sea su calidad, pertenecerán completamente a sus aprehensores, sin deducción alguna a beneficio del erario público.»
Declaración de guerra de Don Pedro I a las Provincias Unidas, 10 de diciembre de 1825.[66]

En consecuencia, el día 22 de diciembre de 1825, el vicealmirante Ferreira de Lobo estableció el bloqueo del puerto de Buenos Aires, y declaró que

«no van a pasar ni los pájaros»

La escuadra bloqueadora dominaría el Plata durante la casi totalidad del conflicto, trayendo enormes perjuicios comerciales.

Comienzos de la guerra naval

Desde un principio, el gobierno argentino dio la máxima importancia a la guerra naval, tanto por la importancia económica de forzar el levantamiento del bloqueo, como por la estratégica de permitir transportes ágiles desde y hacia la Banda Oriental. Los argentinos intentaron contrarrestar la superioridad naval brasileña, logrando resultados espectaculares, aunque no concluyentes.

Es de notar que la mayor parte de los marinos de ambas escuadras eran originarios del Reino Unido, de modo que se trató, en cierto sentido, de una «guerra entre ingleses»[67]

Lo primero que intentó el gobierno fue comprar en Valparaíso, Chile, algunos buques de la escuadra de ese país, a través del general Ignacio Álvarez Thomas y del coronel Ventura Vázquez. La operación resultó un desastre: de los tres buques que efectivamente fueron comprados, la Fragata María Isabel naufragó al cruzar el Cabo de Hornos, muriendo en el hecho su capitán y 500 hombres, incluido el coronel Vázquez. La corbeta Independencia estaba en tan mal estado, que debió regresar al puerto de Talcahuano, donde meses más tarde debió ser vendida como leña. Únicamente la nave más pequeña, la corbeta Chacabuco logró llegar al Océano Atlántico, pero en tal estado que pasó meses reparándose en Carmen de Patagones. Aun así, prestaría importantes servicios, bajo el mando de su capitán Santiago Jorge Bynnon.[68]

La estrategia de las tropas argentinas consistió en el hostigamiento constante y sorpresivo. Al mando de la escuadra fue puesto el coronel mayor Guillermo Brown, marino irlandés nacionalizado argentino, que inició sus operaciones al mando de una flotilla muy reducida: aparte de varios buques mercantes menores, artillados para la guerra, sólo contaba con una nave de gran porte: la Corbeta 25 de Mayo.

Al frente de ese buque y con 4 bergantines, 3 goletas y 9 lanchas cañoneras atacó el 9 de febrero a la escuadra enemiga, de superior capacidad de fuego, en el Combate de Punta Colares, de incierto resultado. Como resultado, Brown exigió y consiguió la separación del mando de su segundo jefe, Juan Bautista Azopardo, y tres capitanes más, por haber evitado entrar en combate.[69]

Dos semanas más tarde, Brown atacó, aunque sin éxito, la plaza artillada de Colonia del Sacramento. Pese al evidente fracaso y las graves pérdidas sufridas, la audacia de su ataque incitó a la escuadra brasileña a ser más prudente, con lo que se logró alejar por un tiempo el bloqueo más próximo a Buenos Aires. Un grave error estratégico brasileño permitió a los argentinos recuperar la isla Martín García, que había sido ocupada por la flota bloqueadora.[70]

El vicealmirante Lobo fue reemplazado en el mando de su escuadra. En su lugar ocupó el mando el almirante James Norton. Brown lanzó un audaz ataque al puerto de Montevideo, intentando capturar la fragata del comandante enemigo en dos oportunidades, en el mes de abril. Pese al doble fracaso, demostró que podía burlar el bloqueo. Además Brown continuó su camino hacia Montevideo, aunque no logró otras capturas; en su regreso, en cambio, se topó con la Fragata Nictheroy sobre el Banco Ortiz, encallando ambas e intercambiando disparos desde esa posición, con escasos daños en ambos buques. Tras escapar de la varadura, ambos buques se dirigieron a sus bases; estos hechos pusieron en ridículo a Norton, que fue reemplazado poco después, volviendo a asumir el mando el vicealmirante Ferreira de Lobo.[71]

El Combate de Los Pozos

Artículo principal: Combate de Los Pozos

Las operaciones de la escuadra de Brown demostraron que el bloqueo no había sido suficientemente estricto, de modo que a fines de mayo, la escuadra brasileña formalizó tres líneas de bloqueo, desde la desembocadura del Plata hacia adentro, hasta enfrentar a Buenos Aires. Por dos veces, los días 23 y 25 de mayo, la escuadra brasileña intentó ataques parciales al puerto de Buenos Aires, sin resultado alguno.[72]

Aprovechando que una parte de la escuadra argentina había escoltado el traslado de un nuevo contingente de tropas a la Banda Oriental, el 11 de junio se presentó ante el puerto de Buenos Aires una poderosa escuadra enemiga, compuesta de 31 barcos. Allí se hallaba anclada solamente una parte de la flota de Brown, que sólo disponía de 4 buques y 7 cañoneras. Antes de comenzar el combate, Brown arengó a sus hombres:

«Marinos y soldados de la República: ¿Véis esa gran montaña flotante? ¡Son los 31 buques enemigos! Pero no creáis que vuestro general abriga el menor recelo, pues no duda de vuestro valor y espera que imitaréis a la 25 de Mayo que será echada a pique antes que rendida. Camaradas: confianza en la victoria, disciplina y tres vivas a la Patria!»
«¡Fuego rasante, que el pueblo nos contempla!»

En efecto, gran parte de la población de la ciudad había subido a las azoteas de las casas y edificios públicos o se había agolpado en la playa para presenciar el combate. Éste comenzó poco antes de las dos de la tarde, con sucesivas descargas de artillería. La escasa profundidad impidió a las naves brasileñas obtener completa ventaja de su superioridad numérica.

Al poco tiempo se presentaron a retaguardia de los brasileños dos buques argentinos, la goleta Río de la Plata, mandada por Leonardo Rosales y el bergantín General Balcarce, comandado por Nicolás Jorge, que evitaron a los buques enemigos y se unieron a la escuadra de Brown. Poco antes del atardecer, la flota brasileña se retiró.[73]

El pueblo de Buenos Aires recibió a Brown y a su tripulación con grandes manifestaciones de admiración.

Quilmes y Juncal

La Batalla de Juncal fue el enfrentamiento naval más importante de la Guerra del Brasil.

El fracaso del ataque a Buenos Aires volvió a relativizar el bloqueo, oportunidad que la escuadra argentina aprovechó para pasar una gran cantidad de tropas y pertrechos a la Banda Oriental, burlando la vigilancia enemiga. Pero a su regreso, la flota republicana fue atacada en el Combate de Quilmes, del 29 y 30 de julio; el resultado fue de serios daños a la 25 de Mayo — que debería ser desmantelada — y numerosas bajas, aunque todos los buques lograron llegar a Buenos Aires.[74] En esta batalla tuvo destacada actuación el coronel Tomás Espora.

Durante los meses siguientes la escuadra argentina no logró lanzar ataques de mayor importancia, y el bloqueo aumentó sus daños a la economía porteña. No obstante, un pequeño buque, con apoyo terrestre, logró desbaratar las operaciones navales brasileñas en Maldonado.

La larga inactividad de la flota argentina finalmente incitó a la escuadra enemiga a tomar la iniciativa: en los últimos días de 1826 se propuso ingresar al río Uruguay, cortando las comunicaciones entre la provincia de Entre Ríos y el ejército del general Alvear. Brown se adelantó a la maniobra y artilló la Isla Martín García. A continuación se instaló en la desembocadura del río Uruguay, desembarcando parte de sus hombres en Punta Gorda, en espera del regreso de la escuadra enemiga. Éste se produjo el 8 de febrero, dándose inicio a la Batalla de Juncal, el combate naval de mayor importancia de la guerra.

Tras dos días de combate, de los 17 buques que habían ingresado en el río Uruguay, tres fueron destruidos, doce capturados y sólo dos lograron escapar. El propio comandante Jacinto Roque de Sena Pereira se rindió, insistiéndolo en hacerlo a manos del capitán Francisco José Seguí.[75]

La guerra de corso

Pese a las victorias navales, el mayor daño que causaban los buques de guerra argentino era el de buques armados por particulares, con patente de corso. Éstos recorrían la costa del Brasil en sucesivas campañas, capturando gran cantidad de buques mercantes. Posteriormente, el Emperador se quejaría a los diplomáticos argentinos de la acción de los corsarios, olvidando que en la declaración de guerra que él mismo firmara en diciembre de 1825, el primer recurso militar que había mencionado había sido, justamente, la guerra de corso.

En esas campañas se destacaron especialmente el propio general Brown – que había lanzado una campaña de esas características entre los combates de Quilmes y de Juncal[76] – el navegante italiano César Fournier y los marinos porteños Tomás Espora y Leonardo Rosales, con naves artilladas para especialmente para esa actividad.

Para la guerra de corso, los argentinos llegaron a construir dos pequeños veleros (lugres) dotados con seis cañones por cada borda, llamados respectivamente «El hijo de Mayo» y «El hijo de Julio». Éstos, como los demás buques corsarios, estaban impedidos de acercarse a Buenos Aires por el bloqueo, de modo que operaban principalmente desde puertos ocultos en la bahía de Samborombón, y en Carmen de Patagones y en la cercana Bahía San Blas, en la Patagonia. Allí reparaban sus buques y desembarcaban sus presas.

Batalla de Carmen de Patagones

Artículo principal: Batalla de Carmen de Patagones

La escuadra brasileña decidió dar un golpe sobre Carmen de Patagones, como medio para disminuir las acciones de los corsarios argentinos. Los brasileños consideraban que esa población debía estar desguarnecida, pero la captura a fines de 1825 de cuatro oficiales brasileños desembarcados en sus cercanías en misión de espionaje – y buscando alianzas con los indígenas fieles a los hermanos Pincheira, ex soldados realistas devenidos bandoleros y caciques – había llevado al Comandante de Frontera de la Provincia de Buenos Aires, coronel Juan Manuel de Rosas, a fortificar la plaza y dotarla de tropas y armamento adicional.[77]

El 28 de febrero de 1827 cuatro naves brasileñas al mando del capitán inglés James Shepherd llegaron a la boca del río Negro, uno de ellos el Duquesa de Goyaz varó en un barco de arena y naufragó, muriendo 40 de sus ocupantes, siendo rescatados los demás por el Constancia. Los otros dos barcos, la Itaparica y la Escudeira ingresaron en el río sorteando el bombardeo de la batería «La Pantomima», que fue desmantada. Continuaron remontando el río, perdiendo seis días valiosos que los defensores aprovecharon para organizarse. Finalmente, el 6 de marzo, desembarcó unos 600 efectivos y marchó sobre la villa del Carmen de Patagones. En el camino se extraviaron, y finalmente fueron rodeados en el Cerro de la Caballada, donde las milicias populares comandadas por el coronel Martín Lacarra y las tropas de línea del oficial Sebastián Olivera los destrozaron, muriendo en la acción el capitán James Shepherd. Obligados a retirarse por la quema de pastizales, al llegar hasta los buques, encontraron que éstos habían sido ya capturados por los marinos al mando de Santiago Bynon, de modo que debieron rendirse.[78] Las dos banderas que se hallan expuestas en la iglesia parroquial de Carmen de Patagones como trofeo, atestiguan el triunfo argentino.[79]

Los brasileños también intentaron tomar el destacamento de la bahía San Blas, en el sur de la actual provincia de Buenos Aires.

Últimos combates

Con la llegada de la noticia de Patagones, el gobierno ordenó a Brown tomar nuevamente la ofensiva, zarpando desde la desembocadura del río Salado hacia las costas del Brasil. Cuando marchaba hacia su apostadero con cuatro embarcaciones, Brown fue alcanzado por 18 buques enemigos frente la Ensenada de Barragán, frente al punto conocido como Monte Santiago. Pese a la tenaz defensa de los buques argentinos, la Batalla de Monte Santiago, de los días 7 y 8 de abril de 1827, fue un completo desastre para la Armada Argentina, que perdió dos buques y tuvo más de 100 bajas, entre ellas el comandante Francisco Drummond. La escuadra brasileña también perdió dos barcos, pero no tuvo tanto efecto debido a la superioridad numérica de la escuadra bloqueadora.[80]

Desde ese momento, la escuadrilla argentina, muy reducida, quedó sumida en la impotencia y no pudo volver a actuar sobre el bloqueo, que fue firmemente reforzado. El bloqueo provocó grandes problemas económicos a la provincia de Buenos Aires, causando la paralización del comercio exterior, el descontrol de los precios, pérdida del valor de la moneda y escasez de productos. Por primera vez, la inflación se abatió sobre los porteños, mientras la campaña perdía muchos trabajadores para levantar las cosechas.[81]

Igualmente se mantuvieron las actividades de corso, en las que una vez más destacó el capitán Fournier, junto al capitán estadounidense Jorge De Kay.A lo largo de la guerra, cerca de 300 naves brasileñas fueron capturadas y saqueadas por corsarios argentinos.[82]

Por su parte, el coronel Espora recibió orden de coordinar sus operaciones con las fuerzas del comandante Olivera cerca de Maldonado, para transportar tropas a la desembocadura del río Grande, combinando el ataque con un avance terrestre entre la Laguna Merín y el mar, en una proyectada campaña sobre la costa de Castillos.[83]

Pero la mayor vigilancia imperial dio finalmente sus frutos: Fournier – que anteriormente había perdido sus dos buques y había partido en una nueva y más exitosa campaña corsaria – naufragó en alta mar.[84] De Kay fue derrotado en un encuentro en la Ensenada de Barragán, donde perdió el bergantín General Brandsen.[85]

A su vez, Espora pasó semanas intentando combinarse con Olivera, que no estableció contacto con él. De modo que avanzó hasta Río Grande, donde capturó un bergantín y su cargamento. A su regreso, fue a su vez derrotado en el combate de los Bajíos de Arregui, sobre la Bahía de Samborombón, perdiendo su embarcación y viéndose obligado a rendirse; su tripulación pudo desembarcar.[86] [83]

El bloqueo no había sido levantado, y sus efectos económicos serían, en definitiva, los que decidieran el resultado final de la guerra.[81] Por otro lado, la presión del Reino Unido para doblegar la intransigencia argentina — que comenzó a atacar a los pocos navíos corsarios argentinos restantes, so pretexto de que practicaban «piratería» — obligó a una mucha mayor prudencia hasta la finalización de la guerra, y las acciones de corso cesaron casi por completo.[82]

Operaciones del Ejército Republicano

Primeras acciones en la Provincia Oriental

Martín Rodríguez cruzó el río Uruguay el 28 de enero de 1826, instalándose en Paysandú, donde se incorporaron varios contingentes provenientes de Buenos Aires y del interior de las Provincias Unidas. Los cuerpos de Entre Ríos formaron el Regimiento Nro. 1 de caballería, al mando del coronel Federico Brandsen; el batallón de Cazadores de Salta, que incluía también efectivos de Santiago del Estero fue transformado en el Regimiento Nro. 2 de Caballería, al mando del coronel José María Paz, que los había llevado desde sus provincias de origen; desde Buenos Aires fueron enviados los Regimientos Nro. 3, Nro. 4 y Nro. 16 de Caballería, al mando de los coroneles Manuel de Escalada, Juan Lavalle y José Valentín de Olavarría. El Regimiento Nro. 15 era el que había organizado Gregorio Aráoz de Lamadrid, pero quedó en Tucumán, luchando en la guerra civil. Un Batallón de Cazadores al mando de Manuel Correa y uno de artillería ligera, al mando de Tomás de Iriarte, completaban el Ejército. Hasta entonces, eran solamente 2.800 hombres, según el propio Rodríguez. El jefe de estado mayor era el general Miguel Estanislao Soler.[87]

El sitio de Montevideo persistió a todo lo largo de la guerra; las tropas a órdenes de Oribe no eran suficientes para conquistar la plaza, pero aun así lograron un importante triunfo en el Cerro de Montevideo y el arroyo Pantanoso el 9 de febrero, rechazando una salida de las tropas sitiadas.[88] Posteriormente el general Lucio Norberto Mansilla dirigió el sitio durante algún tiempo, para dejarle nuevamente el mando a Oribe meses más tarde.

Los orientales no tenían preparación militar adecuada, y sus jefes estaban divididos en dos facciones, dirigidas por Lavalleja y Rivera. Éste se sublevó con todo su regimiento y se incorporó al ejército de Rodríguez, pero el jefe nacional lo transformó en el Regimiento Nro. 8 de Caballería, al mando de Juan Zufriategui. Lavalleja – a quien el ministro de guerra había ordenado ponerse a órdenes de Rodríguez, desobedeció abiertamente a éste y atacó Colonia, fracasando en su intento. Por su parte, Rivera, siguiendo órdenes de Rodríguez, atacó a Bentos Manuel Ribeiro en su avance sobre Paysandú, derrotándolo. Pero se negó a continuar su avance y destruir el campamento enemigo en la costa del río Cuareim, e incluso avisó al jefe enemigo de las intenciones de Rodríguez. El 17 de junio, por exigencia de Lavalleja, Rodríguez envió a Rivera a Buenos Aires, informando de lo sucedido. El presidente ordenó arrestar a Rivera, pero en el mes de septiembre, éste escapó hacia Santa Fe, donde se puso bajo la protección de Estanislao López.

Rodríguez inició la marcha a mediados de 1826 hacia sudeste, buscando incorporar las tropas orientales. Se instaló en Durazno, donde recibió nuevas incorporaciones. También envió ayuda a Ignacio Oribe, que comandaba las operaciones en Cerro Largo, que estaba siendo atacado por las fuerzas del jefe gaúcho Bento Gonçalves da Silva; pero éste destruyó las avanzadas enviadas por Oribe y Paz a fines de julio.[89]

En agosto, Rodríguez tuvo noticias de que iba a ser relevado del mando, por lo que marchó a Buenos Aires sin esperar el cambio. El general Alvear se hizo cargo del Ejército el 1 de septiembre.[90] [91] Se incorporó también el Regimiento de Colorados de las Conchas, milicias de caballería, al mando de José María Vilela, y los Coraceros, cuyo jefe era el oriental Anacleto Medina. Con los Batallones Nro. 1, Nro. 2, Nro. 3 y Nro. 5 – al mando de Manuel Correa, Ventura Alegre, Eugenio Garzón y Félix Olazábal respectivamente – aumentó el número de efectivos de infantería, pero igualmente estaba en franca minoría, con sólo 1.500, contra 500 de artillería y 3.116 de caballería. La vanguardia estaba ubicada en Durazno, y estaba formada por 2.600 hombres, todos de caballería, comandados por Lavalleja, Laguna, los hermanos Oribe y Servando Gómez. El grueso del ejército se organizó junto al Arroyo Grande, al norte de Colonia.[92]

Avance de Alvear

Carlos María de Alvear, comandante del ejército vencedor en la Batalla de Ituzaingó.

Las fuerzas del Imperio – descontada la guarnición de Montevideo – estaban divididas en dos ejércitos: el grueso, al mando de Barbacena, en Santa Ana del Libramento, y las milicias gaúchas en Cerro Largo. Alvear ordenó a Lavalleja avanzar en busca de la caballería de Bento Goncalves y los jinetes alemanes de Gustave Henry Brown, pero éstas se desplazaron hacia la costa de la Laguna Merín. Entonces Alvear pensó en introducirse entre ambas fuerzas, impidiendo la reunión entre ellas. De modo que se lanzó a una marcha forzada en dirección a Bagé; este movimiento hizo que las tropas brasileñas acantonadas en Santa Ana del Libramento, temiendo ser rodeadas por las republicanas, se retiraran velozmente hacia el este. La marcha forzada era una maniobra relativamente fácil para la caballería, pero en cambio la infantería – y muy especialmente la artillería – fueron sometidas a un desplazamiento extenuante.[93]

Al llegar a Bagé una fuerte lluvia complicó la situación del Ejército Republicano, y el general Alvear ordenó detener la marcha durante varios días las operaciones. En cambio, Goncalves continuó su retirada y logró incorporarse al ejército de Barbacena. Los imperiales lograron restablecerse puestos y sistemas de abastecimientos desde retaguardia, con lo cual Alvear debía enfrentar de inmediato al enemigo o retroceder.

El ejército brasileño continuó la retirada hacia el norte, buscando alcanzar las escabrosas serranías del centro de Río Grande del Sur, donde esperaba obtener ventajas contra un ejército formado mayoritariamente por caballería. Por su parte, Alvear cambió completamente el rumbo y marchó hacia el oeste, anunciando a sus subordinados que lo hacía para atraer a Barbacena hacia el llano. Aunque nadie lo contradijo en esa oportunidad, sus detractores afirmarían que no era lógico intentar atraer al enemigo mientras le dejaba el camino libre hacia la Banda Oriental.[94]

Barbacena envió a la caballería de Goncalves a hostilizar al ejército rioplatense, hasta que una partida comandada por el coronel Juan Lavalle lo derrotó en la Batalla de Bacacay, el 13 de febrero. Tres días más tarde, el mismo Goncalves fue atacado por casi toda la infantería y el regimiento de Lavalle, bajo el mando del nuevo jefe del estado mayor republicano, general Lucio Norberto Mansilla, y – pese a las varias torpezas cometidas por el mismo Mansilla – dispersado en la Batalla de Ombú.[95]

Ituzaingó

Artículo principal: Batalla de Ituzaingó

Después de estos combates, Alvear continuó su marcha hacia el oeste, perseguido por Barbacena, que renunciaba a la posibilidad de marchar nuevamente sobre la provincia en disputa y caía en la trampa tendida por Alvear. Se detuvo dos días en el arroyo Cacequí, donde ordenó aligerar los bagajes, e incluso destruir armamento y parque de artillería en perfecto estado.[96]

El Ejército Republicano llegó hasta el Paso del Rosario sobre el río Santa María, en las nacientes del río Ibicuy, que encontró crecido e imposible de vadear. De modo que retrocedió hasta quedar enfrentado a las tropas de Barbacena junto al arroyo Cutizaingó, nombre que posteriormente cambiaría por el un arroyo cercano, llamando Ituzaingó. Barbacena perdió una magnífica oportunidad de destruir a su enemigo mientras remontaba el desfiladero que le permitía salir del encajonado valle del Santa María.[97]

El 20 de febrero, los 6.800 republicanos enfrentaron a 7.700 imperiales en la Batalla de Ituzaingó, en que la acción en el centro del campo de batalla recayó en la artillería, mandada por Iriarte, secundado por José María Pirán y Martiniano Chilavert. Las fuerzas de caballería atacaron de frente a la infantería enemiga, lo que causó grandes bajas en los regimientos de Paz y de Brandsen, y éste último murió en combate. Una acción notable le cupo al regimiento de Lavalle, que rodeó un zanjón que dividía sus fuerzas de las del cuerpo de caballería que tenía a su frente, y lo destrozó en un ataque repentino.[98]

El Ejército Imperial retrocedió tras grandes pérdidas de hombres, incluyendo más de 200 muertos[99] y 800 perdidos, contando entre estos últimos a muertos cuyos cadáveres no se pudieron rescatar y desertores.[100] Sin embargo, ante la desesperación de sus oficiales, Alvear prohibió la persecución de los vencidos. Cuando éstos lograron recuperar un tanto sus fuerzas, la falta de recursos y caballadas le impidió a los rioplatenses perseguir al enemigo y emprender nuevas acciones ofensivas para definir la campaña.[101]

Falto de recursos, Alvear retrocedió hacia Corrales, cerca de Cerro Largo, abandonando el territorio invadido a los brasileños. En su retirada encontraron muchos desertores alemanes de infantería del Ejército Imperial, que fueron incorporados al Ejército Republicano; pero no se adaptaron a la alimentación exclusivamente de carne del ejército y fueron enviados a Buenos Aires.[102] [103]

Recién dos meses más tarde, el Ejército volvió a avanzar en dirección al norte, y el 13 de abril ocupó Bagé por segunda vez. Desde allí, Alvear envió hacia el norte a Lavalle, que el 23 de abril destruyó a los imperiales en la Batalla de Camacuá. Esa victoria no permitió ulteriores avances, y el campamento republicano quedó establecido en el río Yaguarón. Desde allí, Alvear volvió a enviar hacia el norte a Lavalle, pero si bien éste fracasó en capturar las caballadas del Ejército Imperial, derrotó a las fuerzas que lo atacaron a su regreso en la batalla de Yerbal el 25 de mayo.[104]

El Ejército al mando de Lavalleja

El 13 de julio de 1827, Alvear traspasó el mando de las fuerzas republicanas interinamente al general Paz. El gobierno nombró en su reemplazo a Lavalleja. La situación del ejército era deplorable: las tropas estaban impagas y con el vestuario destruido, y ni siquiera contaban con municiones para más de una batalla.[105] Los oficiales orientales se dedicaron a arrear ganado desde Río Grande del Sur hacia la Provincia Oriental, de modo de recomponer los ganados de ese territorio, que habían sido saqueados durante y después de la invasión de 1816-1820. La inactividad provocó que las deserciones aumentaran enormemente.[106]

El sitio de Montevideo por parte de Oribe seguía sin vistas de solución, mientras Colonia era sitiada por el coronel Isidoro Suárez.[107]

Las operaciones se empantanaron, y aunque Lavalleja intentó algunos ataques, como en la batalla de Padre Filiberto, del 22 de febrero de 1828, no obtuvo éxito alguno.[108] Una flotilla que operaba en la Laguna Merín fue derrotada por otra similar brasileña, pero logró salvarse de ser destruida al refugiarse en un río, bajo la protección de una batería de tierra.[109]

Poco más tarde, Lavalleja se replegó hacia el sur, dejando sólo una avanzada al mando del general Laguna en Yaguarón, para utilizar sus mejores tropas en una proyectada campaña sobre la costa de Castillos, desde donde lanzaría un ataque por la franja de terreno que separaba la Laguna Merín del mar, pero ésta no pudo se llevada a cabo por falta de coordinación con la flota que debía apoyarla.[83] En el ínterin, el jefe brasileño Brown atacó a las fuerzas de Laguna en el Combate de Las Cañas, en que tras un intercambio de disparos ambas fuerzas abandonaron su posición: las tropas de Laguna se retiraron al sur del Yaguarón, hacia Cerro Largo. De ese modo, las tropas de ambos bandos quedaron separadas por una gran distancia hasta el final de la guerra.[110]

Campaña de Rivera a las Misiones Orientales

Artículo principal: Campaña de Rivera a las Misiones Orientales
El general Fructuoso Rivera, que conquistó las Misiones Orientales.

Tras la caída de Rivadavia de la presidencia, asumió el gobierno de la provincia de Buenos Aires el coronel Manuel Dorrego, partidario de continuar la guerra pese a los problemas financieros, y a quien las demás provincias encargaron la dirección de las relaciones exteriores entre septiembre y diciembre de 1827.[111] Aunque las provincias del interior, agotadas por la reciente guerra civil y recelosas aún de las intenciones del gobierno porteño, no aportaron nuevos contingentes,[112] sí lo hizo el gobernador de la provincia de Santa Fe, Estanislao López. Con la anuencia de los gobernadores de Entre Ríos y Corrientes, organizó una campaña para la liberación de las Misiones Orientales. Enterado de ello Dorrego, le prestó algunos apoyos para la proyectada campaña. El objetivo final era no sólo reocupar los siete pueblos de las Misiones al oriente del río Uruguay, sino operar por la retaguardia del ejército imperial y amenazar incluso la ciudad de Porto Alegre.

López encargó al jefe de su avanzada, general Rivera, el mismo que había huido de Entre Ríos un año antes, ante la amenaza de un juicio por connivencia con los brasileños, que se trasladó a buscar apoyos a Entre Ríos. Allí encontró que la población continuaba acusándolo de alianzas con el Brasil, y por lo demás parte importante de su población apta para llevar armas estaba enrolada en el ejército a órdenes de Lavalleja. De modo que, sin autorización del gobernador Lavalleja, cruzó a la Provincia Oriental y comenzó a reunir adictos. Varias unidades que habían servido a sus órdenes se pasaron a sus fuerzas.

Lavalleja envió a su encuentro al coronel Oribe, con orden de arrestarlo, pero Rivera se trasladó hacia el norte. Fue alcanzado junto al río Ibicuí por las tropas de Oribe, que pensaba que el general rebelde se iba a pasar a los brasileños. Esquivando a Oribe y atacando por sorpresa la guarnición imperial que custodiaba el río al mando de Joaquín de Alencastre, Rivera invadió las Misiones Orientales al frente de unos 500 hombres el 21 de abril de 1828.[113]

Por su parte, López cruzó Entre Ríos y Corrientes con tropas santafesinas y de esas dos provincias y cruzó el río Uruguay por La Cruz. Dorrego ordenó a López ponerse al mando de la invasión, pero Rivera no acató la orden. Para evitar un enfrentamiento frente al enemigo, López regresó a Santa Fe con parte de su escolta y dejó el resto de sus tropas a las órdenes de Rivera. Por orden de Dorrego, también Oribe se retiró.

Sin encontrar resistencia, Rivera ocupó sucesivamente los pueblos de las Misiones Orientales hasta Cruz Alta. Fijó la capital del territorio, que fue declarado provincia autónoma, en Itaquí.[114]

Mientras Dorrego intentaba sobornar a los mercenarios alemanes, entró en relación con los principales líderes riograndenses, Bento Gonçalves da Silva y Bento Manuel Ribeiro, pero éstos prefirieron seguir a órdenes del Emperador.

El gobernador porteño también envió algunos refuerzos a Rivera, y especialmente oficiales capacitados. Entre ellos se contaron los coroneles Manuel de Escalada – el que había abandonado el ejército en repulsa de Alvear – el cual ejerció como jefe de estado mayor, y el coronel Eduardo Trolé, que había sido jefe de ingenieros del ejército republicano, y que en las Misiones ejerció como jefe de la artillería.[115]

El éxito de la campaña forzó al Imperio a reiniciar negociaciones, pese al juramento que había hecho el Emperador de expulsar a las «fuerzas invasoras» tras la derrota de Ituzaingó. Pero si bien don Pedro I aceptaría reconocer la independencia de la Banda Oriental, exigió como condición excluyente para cualquier acuerdo la evacuación de las Misiones Orientales por Rivera. Si bien esa exigencia no estaba incluida en la Convención Preliminar de Paz firmada en octubre de 1828, por pedido de Dorrego, entonces, Rivera inició la retirada hacia el sur. Acompañado por gran cantidad de indígenas guaraníes, y llevando un gran arreo de ganado vacuno, cruzó el Ibicuí el 22 de diciembre.

Fuerzas del mariscal Sebastiao Barreto Pereira Pinto vigilaban sus movimientos de cerca, de modo que Rivera no pudo detenerse al sur del Ibicuí, que los rioplatenses consideraban la frontera norte de la Banda Oriental.[116] El jefe brasileño esperaba forzar a los misioneros a retirarse hasta el río Daymán, que los brasileños consideraban su límite sur,[117] pero Rivera inició negociaciones con él. Si bien el coronel Trolé, primer enviado de Rivera, fue arrestado, finalmente Barreto se avino a firmar el 25 de diciembre el acuerdo de Irere-Ambá, por el cual Rivera quedaba autorizado a instalar a la población y milicias que lo acompañaban al sur del río Cuareim. Más tarde, Ponsonby aseguraría al gabinete inglés que la ambición de Rivera era formar un gran estado con Río Grande del Sur, el Uruguay, Entre Ríos, Corrientes, y tal vez el Paraguay.[118]

A principios de 1829, Rivera fundó con los misioneros la villa de Bella Unión en la margen sur del río Cuareim. A pesar de que la villa fue despoblada tras la llamada matanza del Salsipuedes, a largo plazo este acto resultaría un antecedente determinante para la fijación del límite entre el Uruguay y el Brasil sobre este río, que recién serían fijados en 1851.[119]

Final de la guerra e independencia del Uruguay

Primeras gestiones de Gran Bretaña

Desde agosto de 1822, el ministro de relaciones exteriores de Gran Bretaña era George Canning. Sus objetivos centrales, en lo que respecta a las relaciones con América Latina, eran neutralizar los intentos de las potencias europeas de extender la acción de la Santa Alianza a las nuevas naciones sudamericanas, y recuperar la iniciativa frente a los Estados Unidos, que habían ganado un gran prestigio a través de la enunciación de la Doctrina Monroe. Consiguió explotar las rivalidades entre las monarquías europeas, con lo que la Santa Alianza pronto dejaría de existir, y reconoció la independencia de los estados hispanoamericanos a través de sucesivos tratados de amistad, comercio y navegación, con lo que Gran Bretaña volvía a ser la potencia más ligada a los gobiernos de aquellos.[120]

En septiembre de 1823, José Valentín Gómez había exigido al Emperador la devolución de la Banda Oriental a las Provincias Unidas, arguyendo su pertenencia histórica a éstas y la invalidez de las actuaciones del Congreso Cisplatino. Sus reclamos fueron rechazados.

Poco después, los enviados del Congreso de las Provincias Unidas ofrecieron a Simón Bolívar ponerse al frente de una campaña contra el Imperio, pero el proyecto no terminó de atraer al Libertador, tanto por el escaso eco que sus pretensiones respecto a la ulterior organización política de Sudamérica tenían en Buenos Aires, como por los problemas en el Perú, que lo retuvieron lejos del nuevo teatro de guerra.

De modo que, en julio de 1825 y nuevamente en noviembre, el embajador rioplatense en Londres, Manuel de Sarratea, solicitó la intervención de Gran Bretaña en el conflicto por la Banda Oriental, cuando ya era conocida la expedición de los Treinta y Tres. Ya el cónsul británico en Buenos Aires, Woodbine Parish, había hecho notar al Foreign Office que estaba por estallar una crisis por esa cuestión.[121]

No obstante las gestiones del embajador británico en Río de Janeiro, en enero de 1826 la guerra estaba declarada y los ejércitos y escuadras a punto de enfrentarse.

La Misión Ponsonby

El diplomático británico John Ponsonby tuvo una actuación muy destacada en la resolución de la Guerra del Brasil.

El ministro Canning nombró embajador en Buenos Aires al aristócrata John Ponsonby,[122] Antes de partir hacia su destino, en marzo de 1826, recibió nuevas instrucciones, para que mediara entre las Provincias Unidas y el Imperio del Brasil. En primer lugar, debería presentar la oferta del gobierno de Buenos Aires, de que la Provincia Oriental volviera a las Provincias Unidas, a cambio de una indemnización generosa por los gastos luso-brasileños durante la ocupación. Si ese pedido fuera rechazado, debía sugerir al Emperador la independencia de la Banda Oriental como un estado separado.[123]

Entre mayo y agosto de 1826, Ponsonby permaneció en Río de Janeiro, presentando esas dos propuestas a Pedro I a través de su ministro de relaciones exteriores, Antônio Luís Pereira da Cunha. El Emperador rechazó toda mediación, y ofreció una contrapropuesta: la Provincia Cisplatina sería reconocida como parte del Imperio por las Provincias Unidas, a cambio de que el puerto de Montevideo fuera puerto franco para los buques que llegaban a o partían desde Buenos Aires.[124]

Ponsonby llegó en septiembre de 1826 a Buenos Aires, lugar que le desagradó al extremo de calificarlo

«...el sitio más despreciable que jamás vi, estoy cierto que me colgaría de un árbol si esta tierra miserable tuviese árboles apropiados... es un sitio para bestias.»[125]

Presentó la contraoferta brasileña a Rivadavia, pero recibió un rotundo rechazo. Entonces dijo al presidente que la única base posible para la negociación con el Brasil sería la independencia oriental.[126] En este punto, la mayor parte de los historiadores, tanto argentinos como uruguayos y brasileños, están de acuerdo en que estaba defendiendo exclusivamente los intereses británicos: a sus comerciantes les interesaba crear un estado tapón a partir de la Provincia Oriental, que les permitiría tener un acceso al comercio y las finanzas en la Cuenca del Plata, sin que mediara la autoridad naval y comercial de un gobierno central rioplatense.[127] [128]

Rivadavia se mostró favorable a la independencia oriental, pero exigió como condición excluyente que Gran Bretaña garantizara la continuidad de esa nueva situación. Además se deberían retirar inmediatamente las fuerzas de ambos países beligerantes de la Banda Oriental, y se demolerían las fortificaciones de Montevideo y Colonia. Esa contrapropuesta fue presentada al Emperador por el embajador británico Robert Gordon, pero recibió como respuesta un altivo rechazo. Unas semanas más tarde, sin embargo, el Emperador cambió de idea y decidió aceptar la «única base de la independencia», con la condición de que en el tratado se le reconocería haber obrado de acuerdo a derecho al incorporar la Provincia Cisplatina al Imperio.[129]

La presión económica sobre el gobierno argentino

El presidente argentino Bernardino Rivadavia apoyó inicialmente la guerra, pero posteriormente intentó llegar a la paz a cualquier precio, lo que lo llevó a perder su cargo.

El inicio de la guerra puso fin a la llamada «feliz experiencia»[130] de la situación económica favorable en Buenos Aires, debida al fin de la participación de esa provincia en la guerra de independencia y al monopolio de esta provincia en la utilización de los recursos de la Aduana. La nueva guerra significó un aumento muy significativo de los gastos militares, primero de la provincia y luego del país reunificado.

Pero la guerra causó una crisis económica en mucha mayor medida debido al exitoso bloqueo del Río de la Plata. Si bien la escuadra de Guillermo Brown había obtenido varias y muy significativas victorias, y aunque el bloqueo no era tan estricto que impidiera enviar refuerzos a las tropas expedicionarias en la Provincia Oriental, el bloqueo siguió su curso y limitó muy severamente el comercio exterior del país.

La severa disminución de los ingresos públicos causó varios efectos simultáneos, entre los que se contaron la salida masiva de moneda metálica, lo que a su vez causaba inflación. El cierre de las exportaciones afectaba especialmente a los ganaderos – fuente casi única de mercancías exportables de la época – y la inflación combinada con un tímido intento de control de precios generó una grave disminución del ingreso de ganado y harina para el consumo de la capital.

El embajador Ponsonby, en carta a Canning, le relataba que

«Las rentas de la república ascienden, más o menos, a 1.200.000 pesos aproximadamente al año; los gastos, a unos 600.000 pesos al mes... No veo ninguna posibilidad de mejorar el estado de las finanzas, mientras el bloqueo continúe y destruya el comercio.»[131]

Bajo la presión de los comerciantes y ganaderos, que necesitaban imperiosamente la apertura del puerto, y de Ponsonby, que buscaba una solución favorable al comercio británico, Rivadavia cambió el tono belicista de su discurso por la búsqueda desesperada de la paz a cualquier precio. Por otro lado, necesitaba el ejército que luchaba contra los brasileños para imponer por la fuerza el predominio del Partido Unitario. También se estaba gestando un complicado conflicto con Bolivia por la provincia de Tarija.

Misión García y primer tratado de paz

El plenipotenciario Manuel José García firmó el «tratado deshonroso» de 1827, repudiado por la opinión pública, por el Congreso y por el presidente Rivadavia.

La falta de recursos y el fracaso de la Constitución unitaria impusieron la necesidad de lograr la paz. Ponsonby propuso enviar al Brasil para gestionarla a Manuel José García,

...cuya coincidencia con todas mis opiniones... lo indican como particularmente apropiado para ser utilizado.

De modo que Rivadavia envió a García a Río de Janeiro,[132] [133] munido de instrucciones que indicaban que debía llegarse a la paz sobre la base del reconocimiento de los derechos argentinos, o bien de la independencia de la Banda Oriental. Al despedirlo, el ministro Julián Segundo de Agüero le encargó conseguir la paz a todo trance;

...de otro modo, caeremos en la demagogia y en la barbarie.

La frase denuncia el interés de parte de la dirigencia porteña, más preocupada por imponer el dominio de su partido sobre las provincias que de recuperar la soberanía argentina sobre una de ellas.[134]

García llegó en mayo de 1827 a Río de Janeiro; allí se encontró con que el Emperador, consternado por la victoria rioplatense de Ituzaingó y temiendo por la estabilidad de su imperio en esas circunstancias, había jurado ante el Senado brasileño no tratar la paz ante las Provincias Unidas y continuar la guerra hasta obligarlas a aceptar su soberanía sobre la Provincia Cisplatina. García decidió regresar a Buenos Aires.

No obstante, el embajador Gordon lo convenció de entrevistarse con el ministro de relaciones exteriores imperial, el Marqués de Queluz. Tras tres reuniones infructuosas, insólitamente el enviado rioplatense terminó por firmar una Convención Preliminar de Paz el 24 de mayo de 1827. Por la misma, García reconocía la soberanía del Imperio sobre la Banda Oriental, comprometía a las Provincias Unidas a desarmar la isla Martín García y a pagar una indemnización por cada presa que hubiesen hecho los buques corsarios a su servicio, cuyos actos calificaba de «piratería».[135]

A su regreso a Buenos Aires, el 20 de junio, García presentó la Convención al Presidente y al Congreso. La opinión pública en Buenos Aires reaccionó indignada, se publicaron artículos muy violentos contra el gobierno en los periódicos, y la ciudad se cubrió de panfletos ofensivos contra García, Rivadavia y Ponsonby. De modo que Rivadavia, a quien se suponía partidario de aceptar el acuerdo, se presentó ante el Congreso con un virulento discurso exigiendo su rechazo.

La Convención fue rechazada, pero Rivadavia no logró salvar su gobierno: la opinión pública no le perdonaba su actuación, y simultáneamente se denunciaban en la prensa su participación en negociados mineros en Famatina. El día 26 de junio Rivadavia presentaba su renuncia irrevocable a la presidencia.[136]

Dorrego y el aumento de la presión económica

El gobernador Manuel Dorrego intentó continuar la guerra, pero la presión económica terminó por obligarlo al reconocimiento de la independencia del Estado Oriental del Uruguay en la Convención Preliminar de Paz de 1828.

Tras la caída de Rivadavia fue suprimida la presidencia y clausurado el Congreso. La provincia de Buenos Aires reasumió su soberanía y para gobernarla fue elegido el líder de la oposición federal porteña, Manuel Dorrego, que asumió el 13 de agosto de 1827. Desde el principio, éste declaró que estaba dispuesto a continuar la guerra.

El triunfo de la facción federal en Buenos Aires, que además estuvo acompañado de la victoria federal en varias provincias del interior que hasta entonces habían sido bastiones del partido unitario – como Tucumán, Catamarca, San Juan y Mendoza – tuvo su correlato en la Provincia Oriental. Allí, el gobernador Lavalleja se había visto obligado a ceder el gobierno a la legislatura provincial, controlada por orientales aliados de los unitarios – como una concesión del propio Lavalleja para obtener la ayuda del gobierno unitario – y ésta había nombrado gobernador provisorio a Joaquín Suárez, partidario de Rivadavia. Viéndose apoyado por Dorrego, que lo nombró comandante del Ejército Republicano, Lavalleja regresó del frente de combate y exigió la devolución del cargo; por pedido de los comandantes de la mayor parte de los departamentos de la Provincia, y ante la negativa de la legislatura y del propio Suárez, el 12 de octubre, Lavalleja disolvió la sala y asumió la gobernación.[137]

No obstante la favorable situación política, la economía de Buenos Aires estaba cada vez en peor estado, lo mismo que las finanzas de esa provincia, que cargaba con todo el costo de la guerra. Si bien en menor medida, también la economía del Brasil estaba pasando por un mal momento, debido a la crisis económica inglesa de los años 1827-1828, que redundó en la caída de los precios de los productos exportables brasileños. Por otro lado, una escuadra francesa bloqueó brevemente el puerto de Recife, exigiendo el cese del bloque a Buenos Aires, que perjudicaba sus negocios en esa plaza.

Pese a la intención de Dorrego de enviar recursos al ejército en operaciones, no podía adquirir armas suficientes para que éste tomara nuevamente la ofensiva, y los sueldos impagos se acumulaban. De modo que Dorrego prefirió apoyarse en milicias, más económicas, ya que se sostenían en la misma campaña y prácticamente no exigían sueldos. Apoyó entonces el proyecto del gobernador de la provincia de Santa Fe, Estanislao López, de invadir las Misiones Orientales. El plan fue muy exitoso en lo militar, pero como quien lo llevó adelante fue Fructuoso Rivera, enemigo personal de Lavalleja, la alianza de éste con Dorrego se debilitó. Los orientales, tanto partidarios de Lavalleja como de Rivera, terminaron por creer que cualquier cosa que hicieran los gobiernos porteños era para someterlos a su dominio.[138]

Ponsonby comenzó entonces a influir sobre Lavalleja a través de su amigo Pedro Trápani, quien lo convenció de que el único resultado posible era la independencia nacional de la Banda Oriental.[139]

Ponsonby también presionó económicamente a Dorrego: faltándole los ingresos de la aduana, la única otra fuente de financiación disponible para el gobierno eran los préstamos del Banco Nacional; a pesar de su nombre, éste era un banco privado, cuyo directorio estaba formado casi exclusivamente por comerciantes ingleses. Ponsonby pidió a estos comerciantes «no facilitarle crédito sino por pequeñas sumas para pagos mensuales» a fin de «hacerlo trabajar para la paz» En carta a Lord Dudley el 2 de diciembre de 1827, le decía que «mi propósito es conseguir medios de impugnar al coronel Dorrego si llega a la temeridad de insistir sobre la continuación de la guerra»; y el 1 de enero siguiente, que «veré su caída con placer».[140]

Un último recurso fue intentado por Dorrego, tratando con los caudillos gaúchos Bento Gonçalves da Silva y Bento Manuel Ribeiro, con el objetivo de crear la República de San Pedro del Río Grande – antecedente de la República Riograndense – e incluso logró que dos de los jefes –Friedrich Bauer y Anton Martin Thym– de las tropas mercenarias alemanas que servían al Brasil intentaran la creación de una república en Santa Catarina. Las derivaciones de estos hechos son conocidas en Brasil como la Revuelta de los Mercenarios.[141]

La Convención de paz

El Emperador Pedro I.

Falto de opciones, Dorrego utilizó la única carta en su favor que le quedaba: la invasión de Rivera a las Misiones Orientales podía ser utilizada como moneda de cambio para una negociación exitosa. Envió a Río de Janeiro a dos diplomáticos, los generales Tomás Guido y Juan Ramón Balcarce, con la propuesta de reconocer una independencia temporaria de la Banda Oriental durante cinco o diez años, tras los cuales sus habitantes decidirían si querían seguir siendo independientes, o incorporarse a las Provincias Unidas o al Brasil. No obstante, antes de partir, Dorrego terminó por ceder a la realidad de su situación: les dio instrucciones de negociar la independencia absoluta de la Banda Oriental. Cuando estaban en Río, les escribió insistiendo sobre la insistencia temporaria, pero los diplomáticos le respondieron que el Emperador no aceptaría esas bases de ninguna manera.

Entre el 11 y el 27 de agosto, los generales argentinos negociaron con los ministros del Emperador, llegando en esa última fecha a convenir en la llamada Convención Preliminar de Paz. Por la misma se reconocía la independencia absoluta de la «Provincia de Montevideo, llamada hoy Cisplatina»; se detallaba el proceso de elecciones del nuevo Gobierno Provisorio de la misma y de la sanción de una Constitución; los dos estados beligerantes garantizaban la independencia del nuevo estado y su paz interior; la paz entre los dos países, la retirada de las tropas argentinas y brasileñas del territorio y el intercambio de prisioneros; el final del bloqueo y el cese de la guerra de corso.[142]

Por un artículo adicional, agregado a último momento, se convenía que

«Ambas Altas Partes contratantes se comprometen a emplear los medios que estén a su alcance a fin de que la navegación del Río de la Plata y de todos los otros que desaguan en él, se conserve libre para el uso de los súbditos de una y otra nación por el término de quince años, en la forma que se ajustare en el Tratado definitivo de paz.»[143]

Las ratificaciones por el Senado y el Emperador por un lado, y por la Sala de Representantes de la provincia de Buenos Aires y el gobernador Dorrego por el otro, fueron intercambiadas en Montevideo en el mes de octubre. Nunca hubo un Tratado de paz definitivo, especialmente debido a la caída de Dorrego y la guerra civil subsiguiente.

Implícitamente, la Convención disponía la retirada de Rivera de las Misiones Orientales, que seguirían perteneciendo al Brasil.[144]

El tratado adolecía de varias falencias evidentes, sobre todo en que no fijaba los límites del nuevo estado; esta indefinición sería aprovechada por el Brasil para imponer los límites que le convinieron.[145] Las tropas argentinas regresaron a Buenos Aires en dos grupos, en noviembre y diciembre de 1828, bajo el mando de los generales Lavalle y Paz.[146]

Consecuencias

Como consecuencia principal de la guerra, Brasil perdió la Provincia Cisplatina con la que había nacido a la vida independiente al tenerla incorporada desde tiempos del dominio portugués. Junto con ella perdió también el dominio sobre el Río de la Plata, los ríos interiores Uruguay y Paraná y un amplio sector sobre el Atlántico Sur meridional que hubieran hecho de él una superpotencia mundial. Como consecuencia de ello, Estado Oriental del Uruguay, que venía luchando contra el centralismo porteño desde los tiempos de la emancipación de España, obtuvo su independencia, condicionado por las ambiciones de sus poderosos vecinos (Argentina y Brasil).

Tras los gobiernos provisorios de Joaquín Suárez, José Rondeau y Lavalleja, una asamblea de representantes sancionó una constitución que fue jurada por el pueblo el 18 de julio de 1830. tras la misma fue elegido primer presidente constitucional Fructuoso Rivera. El enfrentamiento entre Lavalleja y Rivera se prolongó durante más de cuatro décadas, en la Guerra Grande, un conflicto en el que Buenos Aires intentó someter a su control a la naciente república apoyando al bando encabezado por el general Manuel Oribe; la revolución de 1858 y la Guerra Chiquita, dos guerras civiles que asolaron al país.

El Emperador Pedro I quedó muy desprestigiado y la guerra inició un proceso que — aunque su culminación se debería a razones de política europea — terminaría con su abdicación en su hijo Pedro II. La influencia de las vecinas repúblicas, y el prestigio adquirido por los líderes gaúchos llevó a varios procesos independentistas y republicanos en el sur del Imperio. La República Riograndense lograría sostener una inestable independencia del mismo desde 1835 a 1845. El Imperio del Brasil logró retener las Misiones Orientales.[147]

En Buenos Aires, la crítica situación financiera llevó a los comerciantes y estancieros a abandonar su simpatía inicial por Dorrego, y la firma de la Convención Preliminar de Paz puso en su contra al ejército que había luchado en la campaña del Brasil. Sus jefes se pusieron a disposición de los líderes del Partido Unitario, alejado del poder desde la caída de Rivadavia, y el general Lavalle lo derrocó el 1 de diciembre de 1828, fusilándolo pocos días más tarde. Este hecho hizo renacer la guerra civil entre federales y unitarios, teniendo su correlato uruguayo en la guerra entre nacionales y colorados.[148] El fracaso unitario en la guerra civil llevaría al partido federal al poder en todas las provincias, de modo que el país se organizó como Confederación Argentina; pero la organización constitucional del país quedó postergada durante más de veinte años.[149]

Notas y referencias

  1. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la república caudillesca, pág. 73-77.
  2. Nahum, Benjamín (1994). Manual de Historia del Uruguay 1830-1903. Montevideo. Editorial De la Banda Oriental.
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  4. Lima, Manuel de Oliveira. O Império brasileiro. Belo Horizonte: Itatiaia, 1989. ISBN 85-319-0517-6 p. 24, 56, 97
  5. Doratioto, Francisco. Maldita Guerra: Nova história da Guerra do Paraguai. São Paulo: Companhia das Letras, 2002. ISBN 85-359-0224-4. Pg 24.
  6. Barman, Roderick J. Citizen Emperor: Pedro II and the Making of Brazil, 1825–1891. Stanford: Stanford University Press, 1999. ISBN 0-8047-3510-7 Pg. 112, 124, 125.
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  19. Raúl Scalabrini Ortiz, Historia de la segregación del Uruguay, en Política británica en el Río de la Plata, Ed. Plus Ultra, Bs. As., 1973, pág. 117-136.
  20. Esa sería la razón por la cual durante la Guerra del Brasil la corona consideró más o menos seriamente la ocupación de toda la Mesopotamia argentina y el Paraguay, la cual permitiría asegurar toda la cuenca de los ríos Paraná y Paraguay. Véase el «Novo Mappa Geographico que contém as Províncias de S. Pedro, Cisplatina, Entre Rios, Paraguai e paises adjacentes»; citado por Ariadna Islas, en Límites para un Estado , figura 15 y pág. 193-194, en Frega, Historia regional e independencia del Uruguay .
  21. Se han calculado arreos hacia Río Grande del Sur del orden de los 14 millones de cabezas durante la ocupación luso-brasileña. Véase Creación del Estado Oriental (I), en Historia Nacional, página del Movimiento Revolucionario Oriental. Consultado en agosto de 2010.
  22. a b Washington Reyes Abadie, Oscar H. Bruschera y Tabaré Melogno, El Ciclo Artiguista, Tomo II, Ed. Cordón, Montevideo, 1975.
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  24. Alfredo Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la República Caudillesca (1820-1838), tomo 3 de la Historia Uruguaya, Ed. de la Banda Oriental, Montevideo, 2007, pág. 5. ISBN 978-9974-4-0454-9
  25. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la República Caudillesca (1820-1838), pág. 17-21.
  26. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la República Caudillesca (1820-1838), pág. 21-24.
  27. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la República Caudillesca (1820-1838), pág. 24-28.
  28. El admirable Trápani’’, de Walter Rela, artículo en el sitio de CX4 Radio Rural, del 31 de mayo de 2010. Consultado en agosto de 2010.
  29. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la República Caudillesca (1820-1838), pág. 33-34.
  30. Desembarco de los 33, en Historia del Uruguay. Consultado el 17 de agosto de 2010.
  31. Existe una controversia no resuelta entre los historiadores sobre el episodio del paso de Rivera a las fuerzas revolucionarias: mientras historiadores simpatizantes del Partido Colorado relatan que el abrazo fue real, y que la supuesta prisión de Rivera era para justificarse ante el Imperio, los historiadores de tendencia Blanca afirman que Rivera se negó a colaborar y sólo se unió a Lavalleja ante la amenaza de ser fusilado. Una carta de Lavalleja a su esposa y las memorias de José Brito del Pino parecen respaldar esta última afirmación.
  32. Actos por el 185º aniversario del Abrazo del Monzón, en el Diario La República del 3 de mayo de 2010.
  33. Ulisses Brendão, A confederação do Equador, Ed. del Instituto Arqueológico, Histórico e Geográfico Pernambucano, Recife, 1924.
  34. a b c Batalla de Sarandí, en Escuela Digital. Consultado en agosto de 2010.
  35. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la República Caudillesca (1820-1838), pág. 35.
  36. a b c d e f g Luis Edelmiro Chelle, Los principales hechos históricos de 1825, Ed. de la Comisión Nacional de Homenaje del Sesquicentenario de los hechos históricos de 1825, Montevideo, 1875.
  37. Isidoro J. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, Ed. Emecé, Bs. As., 2004, pág. 372-373. ISBN 950-04-2675-7
  38. Su jefe de estado mayor era el coronel Manuel Patricio Rojas, el comandante de la caballería era el mayor Paulino Rojas, de la infantería el capitán Bernardo Henestrosa, el secretario militar Tomás de Iriarte y su comisario de guerra Dionisio Quesada. Véase Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 373.
  39. Vicente D. Sierra, Historia de la Argentina, Ed. Garriga, Bs. As., 1973.
  40. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la República Caudillesca (1820-1838), pág. 35-56.
  41. Batalla del Rincón, en Escuela Digital. Consultado en agosto de 2010.
  42. Fábio Ferreira, Breves consideracoes acerca da Provincia Cisplatina: 1821-1828, en el sitio de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul. Consultado en agosto de 2010.
  43. David Carneiro, História da Guerra Cisplatina.
  44. Decreto de Reincorporación de la Provincia Oriental a las Provincias Unidas del Río de la Plata.
  45. El Congreso de las Provincias Unidas acepta la reincorporación de la Banda Oriental, en la página de Historia de las Relaciones Exteriores Argentinas, del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Argentina. Consultado en agosto de 2010.
  46. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 381-382.
  47. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 376.
  48. Decreto de habilitación de gastos para la Guerra del Brasil emitido por el Congreso General Constituyente.
  49. John Armitage, Historia do Brazil, desde a chegada da real família de Bragança, em 1808, até a abdicação do imperador D. Pedro I, em 1831, trad. al portugués de Joaquim Teixeira de Macedo, Ed. de la Typ. Imp. e Const. de Villeneuve e Comp., Río de Janeiro, 1837, pág. 173.
  50. Boris Fausto y Fernando J. Devoto, Brasil e Argentina: Um ensaio de história comparada (1850-2002), 2da. ed., Editoria 34, São Paulo, 2005, pág. 26-37
  51. Tomás de Iriarte repetidamente da cuenta de esa diferencia de carácter de los militares de ambos bandos en La Campaña del Brasil, fragmentos seleccionados de sus Memorias, en que Ed. Hyspamérica, Bs. As., 1988. ISBN 950-614-728-0
  52. David Carneiro, História da Guerra Cisplatina, Companhia Editora Nacional, São Paulo, 1946.
  53. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 373.
  54. Véase David Peña, Juan Facundo Quiroga, Ed. Hyspamérica, Bs. As., 1986.
  55. Busaniche, Historia Argentina, pág. 458.
  56. Las operaciones terrestres, en la Historia de las Relaciones Exteriores argentinas, del Ministerio de Relaciones Exteriores. Consultado en agosto de 2010.
  57. Sierra, Historia de la Argentina.
  58. «....ya habrá sabido la renuncia de Rivadavia. Su administración ha sido desastrosa y solo ha contribuido a dividir los ánimos. Yo he rechazado tanto sus groseras imposturas como su innoble persona. Con un hombre como este al frente de la administración no creí necesario ofrecer mis servicios en la actual guerra con el Brasil, por el convencimiento en que estaba, de que hubieran sido despreciados.»
    Carta de San Martín a Bernardo O'Higgins del 20 de octubre de 1827.
    Citado por Héctor Juan Piccinali, Vida de San Martín en España, Ediciones Argentinas, Bs. As., 1977.
  59. Pocos años más tarde, el buque francés que transportaba a San Martín desde Europa hasta Buenos Aires debió hacer una etapa en Río de Janeiro; al ser inspeccionado el pasaje por los brasileños, San Martín debió ocultar su apellido y declarar llamarse José Matorras –usando el apellido materno– y ser oriundo de España. Véase Bartolomé Mitre, Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana. Ed. Eudeba, Bs. As., 1968.
  60. Iriarte, La Campaña del Brasil, pág. 73-77.
  61. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 385 y 388.
  62. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 388.
  63. Citado por Juan Beverina, La guerra contra el Imperio del Brasil, Ed. de la Biblioteca del Oficial, Bs. As., 1927, pág. 255-257.
  64. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 394.
  65. Ángel Justiniano Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Vol. II, Tomo 4, Guerra contra el Brasil, Ed. de la Secretaría de Estado de Marina, Bs. As., 1962, pág. 253.
  66. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 249, nota 142.
  67. El frente marítimo: un enfrentamiento entre británicos «argentinos» y británicos «brasileños». Consultado el 29 de septiembre de 2010.
  68. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 253-256.
  69. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 253-256. Carranza opina que el castigo fue injusto, y que los oficiales no faltaron a su deber.
  70. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 277-295.
  71. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 295-307.
  72. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 309-311.
  73. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 312-320.
  74. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 341-359.
  75. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 403-422.
  76. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 341-402.
  77. El comienzo de la guerra entre las Provincias Unidas del Riio de la Plata y el Imperio del Brasil. Consultado el 29 de septiembre de 2010.
  78. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 426-432.
  79. Nuevo aniversario de la gesta del 7 de marzo de 1827.
  80. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 437-447.
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  84. Horacio Rodríguez y Pablo Arguindeguy, Nómina de oficiales navales argentinos, 1810-1900, Ed. Instituto Nacional Browniano, Bs. As., 1998. ISBN 987-95160-7-9
  85. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 461-474.
  86. Carranza, Campañas navales de la República Argentina, Tomo 4, pág. 477-494.
  87. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 385 y 393.
  88. José de Torres Wilson, Oribe: el Uruguay en la lucha de los Imperios, Ed. de la Banda Oriental, Montevideo, 1976.
  89. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 385.
  90. Iriarte cuenta en sus Memorias que la llegada de Alvear causó la deserción del coronel Escalada, enemigo personal de aquél. En su reemplazo, asumió el mando del Regimiento Nro. 3 el teniente coronel Ángel Pacheco.
  91. En reemplazo de Alvear, asumió el Ministerio de Guerra el general Francisco Fernández de la Cruz.
  92. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 387-389.
  93. Véanse las Memorias de Iriarte (La Guerra del Brasil, pág. 121-135) y el Diario de Marcha del coronel Brandsen.
  94. En sus Memorias, Iriarte llega a afirmar que la intención de Alvear era destruir su propio ejército. La Guerra del Brasil, pág. 151-161
  95. Iriarte, Memorias. La Guerra del Brasil, pág. 147-148.
  96. Iriarte refiere en sus Memorias que vio cómo eran quemadas las cureñas que había guardado para reemplazar las que se estaban arruinando por la larga marcha. La Guerra del Brasil, pág. 155-161.
  97. Iriarte cuenta que Alvear se limitó a dormir la siesta, esperando que el río bajara. El teniente coronel Eugenio Garzón lo habría despertado a los gritos, exigiéndole que tomara alguna decisión, a lo que Alvear reaccionó ordenando un retroceso a marchas forzadas hacia un lugar en que había decidido presentar batalla. La Guerra del Brasil, pág. 170-177
  98. Paz y Lavalle fueron ascendidos al grado de brigadier después de la batalla; otro oficial que fue ascendido fue Pacheco. Iriarte, que creía haber hecho méritos para obtener un ascenso, fue postergado, lo cual le valió a Alvear el odio de por vida del jefe de su artillería, que en sus monumentales Memorias no ahorraría epítetos en su contra.
  99. Entre los muertos figuró el mariscal Abreu, muerto por fuego de su propio bando. Véase Achylles Porto-Alegre, Homens Illustres do Rio Grande do Sul, Livraria Selbach, Porto Alegre, 1917.
  100. No solamente Iriarte, sino también Paz y Lamadrid adjudicarían en sus respectivas Memorias el mérito de la batalla a sus oficiales, todos ellos con mucha mayor experiencia bélica que su jefe; casi todos ellos eran veteranos de la guerra de Independencia Argentina. Los tres destacan también el coraje, la destreza y la frugalidad de los gauchos rioplatenses como ventajas del Ejército Republicano.
  101. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 411-414.
  102. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 411-414.
  103. Como curiosidad, algunos de los descendientes de estos soldados alemanes llegaron a ser miembros destacados de la aristocracia porteña, como es el caso de la familia Bullrich. Véase Jauretche, Arturo, El medio pelo en la sociedad argentina, Ed. A. Peña Lillo, Bs. As., 1966.
  104. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 387-389.
  105. Iriarte, La Guerra del Brasil, pág. 261-262.
  106. Iriarte, La Guerra del Brasil, pág. 254-256.
  107. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, Tomo I, pág. 429.
  108. Iriarte, La Guerra del Brasil, pág. 268.
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  110. Baldrich, Juan Amadeo, Historia de la Guerra del Brasil, EUDEBA, Buenos Aires, 1974.
  111. Busaniche, Historia Argentina, pág. 473.
  112. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, tomo I, pág. 429.
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  114. Ruiz Moreno, Campañas militares argentinas, tomo I, pág. 431.
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  117. El «tratado de la Farola», firmado en 1819 entre las fuerzas de ocupación portuguesas y el Cabildo de Montevideo, fijaba el límite norte de la Provincia Cisplatina en el río Daymán. No obstante, las autoridades rioplatenses siempre rechazaron la pretensión brasileña de utilizar ese tratado en favor de sus pretensiones, ya que el cabildo montevideano jamás había tenido jurisdicción más allá de los límites de la ciudad. Véase Ariadna Islas, Límites para un estado, en Frega, Historia regional e independencia del Uruguay, pág. 158-160.
  118. Ariadna Islas, Límites para un estado, en Frega, Historia regional e independencia del Uruguay, pág. 159-161.
  119. Ariadna Islas, Límites para un estado, en Frega, Historia regional e independencia del Uruguay, pág. 162-167.
  120. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la república caudillesca, pág. 57-59.
  121. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la república caudillesca, pág. 59-60.
  122. Aparentemente, la razón por la que Ponsonby, que no tenía ninguna experiencia diplomática, fue enviado tan lejos era por pedido del rey Jorge IV, para sacarse de encima un competidor por los favores de su amante.
  123. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la república caudillesca, pág. 62-63.
  124. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la república caudillesca, pág. 63-64.
  125. Carta de Ponsonby a Lord Dudley, citado por José María Rosa en Rivadavia y el imperialismo financiero, Ed. Peña Lillo, Bs. As.,1964. Consultado en agosto de 2010.
  126. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la república caudillesca, pág. 64-65.
  127. José María Rosa, Rivadavia y el imperialismo financiero, Ed. Peña Lillo, Bs. As.,1964. Consultado en agosto de 2010.
  128. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la república caudillesca, pág. 65.
  129. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la república caudillesca, pág. 65.
  130. La expresión «feliz experiencia», utilizada por el gobernador Las Heras en su discurso de asunción del cargo de gobernador, pasó a la historia como una acertada descripción del bienestar y optimismo reinante en la capital después de la experiencia de la guerra de independencia y de la Anarquía del Año XX. Véase Luis Alberto Romero, La feliz experiencia, Memorial de la Patria, tomo IV, Ed. La Bastilla, Bs. As., 1983. ISBN 950-508-073-5
  131. Carta de Ponsonby a Canning, Buenos Aires, 20 de octubre de 1826, citada en Luis Alberto de Herrera La Misión Ponsonby, Tomo II, pág. 71-72.
  132. Bernardino Rivadavia, en Historia Argentina, por Raúl Celso. Consultado en agosto de 2010.
  133. José María Rosa, Rivadavia y el imperialismo financiero, Ed. Peña Lillo, Bs. As.,1964. Consultado en agosto de 2010.
  134. Luis C. Alén Lascano, Manuel José García, Revista Todo es Historia, Nro. 40, agosto de 1970.
  135. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la república caudillesca, pág. 66.
  136. José María Rosa, Rivadavia y el imperialismo financiero, Ed. Peña Lillo, Bs. As.,1964. Consultado en agosto de 2010.
  137. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la república caudillesca, pág. 40.
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  139. La segunda etapa de la misión Ponsonby, en la Historia de las Relaciones Exteriores Argentinas, página del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Argentina. Consultado el 20 de agosto de 2010.
  140. Raúl Scalabrini Ortiz, Política Británica en el Río de la Plata, Ed. Reconquista, Bs. As., 1940, pág. 113.
  141. Sergio Corrêa da Costa, Brasil, segredo de Estado: incursão descontraída pela história do país, 5ta. ed., Ed. Record, Río de Janeiro, 2002. ISBN 85-01-06182-4
  142. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la república caudillesca, pág. 73-77.
  143. Castellanos, La Cisplatina, la Independencia y la república caudillesca, pág. 77.
  144. Alejandro Larguía, Misiones Orientales, la provincia perdida, Ed. Corregidor, Bs. As., 2000.
  145. Rivera logró que no ceder a todas las pretensiones del Brasil, que exigía llevar su límite sur hasta el río Daymán actualmente límite entre los departamentos de Salto y Paysandú. Véase Ariadna Islas, Límites para un Estado, en Ana Frega (coord.), Historia regional e independencia del Uruguay, Ed. de la Banda Oriental, Montevideo, 2009. ISBN 978-9974-1-0629-1
  146. Lily Sosa de Newton, Lavalle, Ed. Plus Ultra, Bs. As., 1973.
  147. Larguía, Misiones Orientales, la provincia perdida.
  148. Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina, Ed. Hyspamérica, Bs. As., 1987.
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