Julio Valdeón Blanco

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Julio Valdeón Blanco (Valladolid 1976) escribe de forma profesional desde hace más de una década. Licenciado en Historia. Con la narración Erzsebet Bathory obtuvo en 1997 el Premio de Relatos Argaya , de la Diputación de Valladolid. Ayer Cuando éramos piratas (1998) mereció un accésit en el Concurso Internacional de Cuentos Miguel de Unamuno.

Ha publicado las novelas:

Los fuegos rojos (Finalista del Premio Ateneo Ciudad de Valladolid, en 1998)

El fulgor y los cuerpos (2002)

Palomas eléctricas (Premio Ciudad de Salamanca en 2006)

Verónica (2008)

En la actualidad Julio Valdeón Blanco ejerce como enviado de El Mundo en Nueva York, donde reside desde 2005. Aunque sigue presente en Castilla y León con una columna semanal que publican los diarios del Grupo Promecal

Contenido

Obra literaria

Los fuegos rojos

Su primera novela, Los fuegos rojos, fue finalista del Premio Ateneo Ciudad de Valladolid en 1999. Desde el punto de vista de la mujer de un escritor recientemente fallecido, destacado hombre de la lucha antifranquista en la Facultad de Filosofía y Letras, la obra entroncaba con libros como El buque fantasma, de Andrés Trapiello, y recibió una acogida esperanzada de la crítica. En 2001 publicó La melancolía del plantador de árboles, junto al fotógrafo Miguel Martín, y en 2002 colaboró en Días de Gloria, 17 relatos deportivos, antología en la que también figuraban Gustavo Martín Garzo y Gonzalo Suárez.

El fulgor y los cuerpos

En El fulgor y los cuerpos (2003) Valdeón Blanco buceaba en una memoria sentimental fabricada con jirones. Antonio Jesús Luna, en la revista Proscritos, señaló que “evidencia el andamiaje que la sostiene, la juventud arrogante de su autor (25 años) pero, sobre todo, la fiereza literaria de una prosa rotunda, barroca y contundente”. “Metaliteratura punk y sexual”, afirmó. Para Ángel Basanta, crítico de El Cultural, “el joven autor ha acertado en lo sustancial con una novela lírica de alto mérito literario, enriquecida por el aliento poético de una prosa pergeñada con indudable imaginación verbal y por la hondura humana de su creativa relación de unos años decisivos en la formación del hombre y del escritor”.

Palomas eléctricas

En 2006 Valdeón Blanco ganó el X Premio Internacional de Novela Ciudad de Salamanca con su libro Palomas eléctricas. Definida por Antonio Lucas en El Mundo como “Una historia plural, coral, escrita con las chispas de un cortocircuito, a un ritmo desenfrenado”. Raúl del Pozo, que presentó el libro junto a César Alonso de los Ríos, escribió que “Valdeón tiene una prosa refulgente y poderosa, con una pluma capaz de arrancarle los ojos a los cocodrilos. Estamos ante un escritor de la generación perdida que ha nacido tarde y que como tenía prisa con este libro no lo ha sintetizado. La de Valdeón es una escritura caótica y hermosa que desemboca en una prosa malvada” (El Mundo, edición impresa, 10/06/2006). Según Eduardo Martínez Rico, de Literaturas.com “llama la atención en este libro las ideas sobre el oficio periodístico, bien disueltas, el espectacular lenguaje que es marca de la casa (…)”, mientras Pilar Castro señalaba en El Cultural que “Palomas eléctricas es la propuesta que lo confirma, la tercera de sus novelas, la más valorada y reconocida por exhibir sin pudor, con empuje y valentía, la ¿abrumadora?, ¿esperanzadora? condición humana; provista de un armazón acorde con la complejidad y el caos del mundo actual y un estilo armado con recursos que demuestran más que oficio. Con intención de registrar los entresijos que retratan duelos humanos siempre repetidos: íntimos y colectivos, personales, laborales, generacionales. De ahí que su autor parezca deudor de quienes tomaron la palabra en nombre de su generación para ofrecer un manifiesto literario de verdades y mentiras. Algo de aquella generación beat agresiva en sus formas, y mucho de nuestros clásicos, del estilo conceptista y barroco, y del realismo poético, atrincherado tras una voz que recorre el ir y venir de tantas vidas por las que hablan muchas voces perfectamente empastadas”.

Verónica

Un amor suicida y un crimen monstruoso marcan la trama de Verónica, ambientada entre el sur de España y Marruecos, su protagonista, un joven como tantos, laca su destino al de una misteriosa mujer. Especuladores, policías, camellos, realizadores de cine porno, peleles varios y tarántulas camufladas acompañan su peregrinaje hacia el infierno. Novela negra con el visor en los grandes del género, cargada de alto voltaje sexual y violencia sin depurar, Verónica marca un salto en la producción narrativa de Julio Valdeón Blanco. Escrita, como sus anteriores obras, «con las chispas de un cortocircuito, a un ritmo desenfrenado» (Antonio Lucas, El Mundo), apuesta por la orfebrería de una trama cerrada hasta la último escalofrío. A ratos irónica, incluso cómica, y a veces terrible, Verónica radiografía algunos de nuestros demonios íntimos a golpe de soplete. Mezcla alcohol con pólvora. Sabe a carmín con sangre. Supone, en definitiva, el insolente aldabonazo de un joven escritor ya maduro, dueño de sus recursos y convencido de que el noir es uno de los géneros que mejor radiografían nuestro mundo, tan actual, urgente y contemporáneo que permite bucear en las pesadillas del nuevo siglo hasta su tuétano de podredumbre. Julio, calificado recientemente por Arcadi Espada en su blog El Mundo por dentro como «bright of brightest», entrega con Verónica un relato atroz, maligno y quemante, que lo mismo bebe del cine (desde In a lonely place hasta Pulp fiction) que homenajea a escritores como Mohamed Chukri o novelas como La dalia negra (James Ellroy). Según confiesa el propio autor, «la idea inicial nació en un viaje en tren entre Valladolid y Burgos, a las seis de la mañana de un lunes, donde garabeteé un sucinto guión en el mismo billete, el único papel que tenía a mano... A veces las mejores ideas llegan de golpe, en el lugar más inesperado. Posiblemente ya estén ahí, esperándote. Como dice Kiko Veneno, debes estar atento y atraparlas» o deglute, transforma y distorsiona memorias personales (conoce bien, por haber verneado allí durante su infancia y juventud, Marbella y alrededores). Respecto a la supuesta malignidad del libro, no la niega, pero aclara que «no está ahí para provocar el morbo o la condena, qué va. Me limito a exponer la violencia, el lado oscuro, pero de una forma casi quirúrgica, sin aspavientos morales, en un territorio donde la luz y el mal copulan con tal pasión que resulta difícil separarlos... En el fondo Verónica constituye un poema de amor y una oración fúnebre, una interesante mezcla de desesperación, fatalidad, necrofilia y erotismo, y también de heroísmo desquiciado y, de forma menos acusada, la crónica en blanco y negro, o mejor rojo y negro, de nuestra opulencia y sus demonios».


Periodismo

Valdeón Blanco arrancó en el periodismo en El Mundo de Valladolid en 1996. De la mano de entonces director del diario, Félix Lázaro, inició una colaboración como columnista que duraría una década. También realizó semblanzas literarias, reportajes y entrevistas. Columnista en los diarios del Grupo Promecal en Castilla y León (Día de Valladolid, Diario de Burgos, etc.), escribe asiduamente como free-lance para el El Mundo en su edición nacional. Uno de sus primeros reportajes para El Mundo nacional fue una crónica del fusilamiento de su abuelo, Julio Valdeón Díaz, maestro republicano afiliado al PSOE y cercano a los ideales de la Institución Libre de Enseñanza asesinado en el otoño de 1936. La labor periodística de Valdeón Blanco, no exenta de controversias (en diciembre de 2006 fue acusado de vender como propio un artículo del New York Times al periódico El Mundo), fue reconocida en 2003 por la Fundación Duques de Soria en las “Jornadas de periodismo y literatura”, siendo el escritor más joven en recibir dicho homenaje hasta la fecha.


Biografía

Julio Valdeón Blanco nació en Valladolid en 1976. Hijo del prestigioso historiador Julio Valdeón Baruque, su contacto con los libros fue prematuro y fecundo. Tras estudiar bachillerato en el instituto Zorrilla se matriculó en Historia, donde se licenció.

Para entonces ya tenía muy claro que lo suyo era la escritura, estimulada desde muy pronto por la compañía de Julio Verne, Horacio Quiroga o Conan Doyle y, a partir de la adolescencia, por la lectura de Francisco Umbral. Como aquel, un día descubrió los periódicos, «esa mezcla de mentira y metáfora, de información y sorpresa, de noticia y erudición, de imagen y sueño, de tinta y de sangre». El flechazo fue definitivo.

Gracias a Félix Lázaro, entonces director de las páginas de Castilla y León del diario El Mundo, inició una colaboración prolongada durante casi diez años. Reportajes, entrevistas, crónicas y, sobre todo, columnas, lo bautizaron en el latido de la imprenta. Su labor periodística le valió ser homenajeado en 2003 en las Jornadas de Periodismo y Literatura que organiza la Fundación Duques de Soria.

Entre artículo y artículo comenzó a enviar relatos a diversos premios (fue galardonado, entre otros, en el Premio Miguel de Unamuno) y en 1998 publicó su primera novela, Los fuegos rojos (Algaida), finalista del Premio Ateneo/Ciudad de Valladolid. Desde las páginas de El Cultural, Care Santos saludaba la irrupción de un joven y prometedor novelista al que situaba en la órbita barroca de Camilo José Cela. Ambientada durante los años de la transición en Valladolid, Los fuegos rojos entregaba un daguerrotipo de la reciente historia de nuestro país y, al mismo tiempo, una ácida vivisección del mundo literario.

En 2002 la editorial Espasa editó su segunda novela, El fulgor y los cuerpos, libro iniciático, memorias falsas, dietario sexual y lírico de prosa violenta y mirada compasiva, un artefacto que afianzaba a su autor como dueño de un mundo propio y un lenguaje mágico. Deslumbrado, Raúl del Pozo, otro de sus maestros, no dudo en comparar al autor con Henry Miller, un Miller todavía embrionario, sí, pero capaz de volarte la sesera o arrullarte con una simple frase. Poco después saldría a la luz un libro conjunto, realizado junto al fotógrafo Miguel Martín y titulado La melancolía del plantador de árboles. De 2003 y hasta abril de 2005 fue coordinador de literatura del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua. Por aquel entonces participa en diversos libros colectivos, Días de gloria, etc., junto a escritores y amigos como Gustavo Martín Garzo, Juan Manuel de Prada, etc.

En septiembre de 2005 Julio abandona España para instalarse en Nueva York, donde reside desde entonces (en el legendario barrio de Harlem). Ese mismo año obtuvo el Premio Internacional de Novela Ciudad de Salamanca con Palomas eléctricas. Publicada en el verano de 2006, confirmaba a un escritor ya maduro, que a lo largo de casi 500 páginas auscultaba con impertinencia y dulzura la vida en provincias, el oficio del periodismo, la eclosión de una generación, la suya, y la desesperada nausea que ahogaba a unos jóvenes sedientos de vida.

2005 también certificó su paso de El Mundo de Castilla y León a las páginas de los ocho diarios del Grupo Promecal (Día de Valladolid, Diario de Burgos, etc), donde publica de forma ininterrumpida una columna semanal. Con su dedicación al género de la columna prolonga una tradición muy arraigada en la literatura española, aquella que arranca con Valle Inclán u Ortega, se prolonga con César González Ruano y, pasando por escritores como Manuel Vázquez Montalbán o Manuel Vicent, llega hasta hoy.

Así mismo en 2005 comienza a colaborar como enviado especial en la edición nacional de El Mundo.

Junto a Carlos Fresneda, corresponsal del diario en Estados Unidos, mantiene desde entonces una briosa producción en las páginas de Cultura, Obituarios, Comunicación, Ciencia, etc.. Revistas como Yo Dona, Magazine, etc., también reciben con frecuencia sus piezas, así como elmundo.es, donde reseña la actualidad cultural del gigante americano, con especial atención a la creación artística, y donde mantiene un blog junto a sus compañeros en la corresponsalía.


Influencias, estilo y compañeros de generación

Francisco Umbral ha influido mucho en Valdeón Blanco, así como Charles Bukowski, Norman Mailer, Camilo José Cela, Allen Ginsberg o Pablo Neruda. La escritura de Valdeón Blanco se distingue por su barroquismo, incluso en sus artículos periodísticos. Entre sus compañeros de generación cabe citar al núcleo de autores castellano y leoneses que arrancan a publicar a finales de los años noventa, entre otros José Ángel Barrueco, José Manuel de la Huerga, Alejandro Cuevas y Óscar Esquivias, siendo Juan Manuel de Prada, un autor por el que Valdeón Blanco ha demostrado admiración en numerosas piezas y al que incluso presentó su novela La vida invisible en Zamora, el mayor y más conocido de todos.

Bibliografía

  • Los fuegos rojos (1998), Algaida Editores.
  • El fulgor y los cuerpos (2001), Espasa-Calpe.
  • Palomas eléctricas (2006), Algaida Editores, Premio de Novela Ciudad de Salamanca.
  • Verónica (2008), Algaida Editores.

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