Literatura del Perú

Literatura del Perú

Literatura peruana es un término que se refiere a las manifestaciones literarias producidas en el territorio del Perú desde las tradiciones prehispánicas hasta la actualidad, en diversas lenguas y soportes.

Aunque existen distintas periodizaciones, en la actualidad la más aceptada es la realizada por Carlos García-Bedoya Maguiña,[1] que establece dos grandes etapas, una de autonomía andina (hasta 1530), y otra de dependencia externa (de 1530 hasta la actualidad). En esta segunda etapa, el corpus más abundante y difundido se encuentra en español y ha sido escrito, generalmente, por miembros de las élites.


Contenido

Tradición andina prehispánica

Artículo principal: Literatura quechua

Largamente desconocida, la producción artística del período prehispánico (especialmente vinculada con el Imperio de los Incas), en el territorio centro-andino (correspondiente a Perú, Ecuador, Bolivia y Chile) tuvo manifestaciones en formas poéticas (en lengua quechua o runa simi) denominadas harawis (poesía lírica) y hayllis (poesía épica), a cargo de un aeda, denomidado harawec. Estas manifestaciones formaban parte del quehacer cotidiano. Funerales, fiestas, parrandas nupcias, peleas, guerras, etc. estaban enmarcadas en una ritualización expresada a través del arte.

Adolfo Vienrich, autor de Azucenas quechuas.

Junto a la poesía también existieron relatos orales (véase Tradición oral) que expresaban la cosmología del mundo andino (mitos de creación, diluvio, etc.). Muchos de estos relatos (y poesías) han llegado a nuestros días de forma diferida, plasmados en los trabajos de los primeros cronistas (el Inca Garcilaso recupera poesía quechua, mientras que Guamán Poma de Ayala relata el mito de las cinco edades del mundo).

Esta, fue largamente desconocida hasta el siglo XX. Su inclusión en el 'canon' oficial es lenta. Ya en su tesis: El de la literatura del Perú Independiente (1905), José de la Riva Agüero considera "insuficiente" la tradición quechua como para ser un factor predominante en la formación de la nueva tradición literaria (peruana). Posteriormente Luis Alberto Sánchez reconoce ciertos elementos de tradición y su influencia en la tradición posterior (en autores como Melgar) para dar base a su idea de literatura mestiza o criolla (hija de dos fuentes, una indígena y otra española), para esto consulta fuentes en las crónicas (Cieza, Betanzos y Garcilaso).

La apertura real a la tradición prehispánica surge en las primeras décadas del siglo XX gracias al trabajo de estudiosos literarios y antropólogos que recopilaron y rescataron mitos y leyendas orales. Entre ellos se destacan Adolfo Vienrich con Tarmap pacha huaray (Azucenas quechuas, 1905) y Tarmapap pachahuarainin (Fábulas quechuas, 1906), Jorge Basadre en La literatura inca (1938) y En torno a la literatura quechua (1939) y los estudios antropológicos y folclóricos de José María Arguedas (en particular su traducción de Dioses y hombres de Huarochirí). Los trabajos más contemporáneos incluyen a Martin Lienhard (La voz y su huella. Escritura y conflicto étnico-cultural en América Latina. 1492-1988, 1992), Antonio Cornejo Polar (Escribir en el aire. Escribir en el aire: ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural en las literaturas andinas. 1994), Edmundo Bendezú (Literatura Quechua, 1980 y La otra literatura, 1986) y Gerard Taylor (Ritos y tradiciones de Huarochirí. Manuscrito quechua del siglo XVII, 1987; Relatos quechuas de la Jalca, 2003).

Precisamente es Bendezú quien afirma que la otra literatura (hecha o escrita en quechua) se constituye, desde la conquista, en un sistema marginal opuesto al dominante (de vena hispánica) y postula la existencia permanente y cubierta de una tradición de cuatro siglos. Habla de una gran tradición ("enorme masa textual") marginada y dejada de lado por el sistema escritural occidental, ya que esta "otra" literatura es, como el quechua, plenamente oral.

Véase también: Letras cusqueñas

Colonia

Artículo principal: Literatura peruana colonial

El término 'literatura colonial' (o 'literatura de la Colonia') hace referencia al estado del territorio del Perú, durante los siglos XVI al XIX (1821 marca la fecha de independencia), conocido como Virreinato del Perú, cuya extensión cubría toda Sudamérica, con la excepción de Caracas (pertenecía a Nueva España, México) y la mitad del Brasil actual (dominio de Portugal). Resultado de la fundación de la Real y Pontificia Universidad de San Marcos de Lima el 12 de mayo de 1551 por Real Provisión de Carlos I de España y V de Alemania, primera en América, y la instalación en Lima de la primera imprenta de Sudamérica, la del turinés Antonio Ricardo en 1583, instituciones que impulsaron el temprano desarrollo intelectual de los peruanos.

Es indispensable señalar, que el virreinato de Nueva Granada (Colombia, Venezuela, Ecuador) se instaló en 1740, y el virreinato del Río de la Plata (Argentina, Paraguay, Uruguay y parte de Bolivia) lo fue en 1776. En suma, se podría decir que el virreinato de Nueva Granada duró 70 años, el del Río de la Plata, 33 años y el del Perú, 300 años.

Siglo XVI

El primer libro publicado en la ciudad de Lima es la Doctrina Christiana y Cathecismo para la Instrucción de los Indios (1584) de Antonio Ricardo, con lo que se inaugura propiamente la idea de literatura peruana. Este primer catecismo, es publicado en castellano, quechua y aymara. Durante las décadas anteriores, ya se había establecido el sistema de reducciones producto de las reformas del virrey Francisco de Toledo (1569-1581) que han separado la sociedad colonial en dos repúblicas, república de Indios y republica de Españoles (período en el que se realiza la mayor cantidad de extirpación de idolatrías). También se han promulgado las Leyes de Indias que establecen:

“[q]ue no se imprima, ni vse Arte, ni Vocabulario de la lengua de los Indios, sin estar aprobado conforma á esta ley”; “[q]ue no se consientan en las Indias libros profanos y fabulosos. Porque de llevarse á las Indias libros de Romance, que traten de materias profanas, y fabulosas y historias fingidas se siguen muchos inconvenientes (…) que ningun Español, ni Indio los lea”; “[q]ue se recojan los libros de Hereges, y impida su comunicación. Porqve los Hereges Piratas con ocasion de las presas y rescates han tenido alguna comunicacion en los Puertos de Indias, y esta es muy dañosa á la pureza con que nuestros vasallos creen y tienen a la Santa Fé Catolica por los libros hereticos y proposiciones falsas, que esparcen y comunican á gente ignorante.”
Leyes de Indias, Libro I, título XXIVcolor
Primera página de la Historia natural y moral de las Indias del padre jesuita José de Acosta.

Estos dos factores determinarán que la inicial producción literaria en la Colonia se limite a círculos de influencia principalmente hispánica, producida en las grandes ciudades por hijos de españoles (españoles americanos). La literatura se cultiva en círculos ilustrados, estrechamente vinculados con la Iglesia (que imparte la educación entre las élites sociales, ya que todos los colegios y convictorios estaban dirigidos por órdenes religiosas). De la Iglesia es precisamente el padre José de Acosta quién presta mayor atención al mundo americano ya que junto a sus reflexiones religiosas y teológicas, encontramos una clara preocupación por la geografía y fisiología de los pueblos naturales del Perú. Acosta representa un momento en el que los estándares estéticos renacentistas están aún presentes en la escena literaria. En 1586 publica Peregrinación de Bartolomé Lorenzo, en 1588 De Natura Novi Orbis et De Promulgation Evangelii apud barbaros, sive de Procuranda indorum salute (De la naturaleza del nuevo mundo...) y en 1590 su obra más conocida Historia natural y moral de las Indias.

Entre los escritores más relevantes, está Diego de Hojeda (¿1571?-1615, autor de la Cristiada, -1611-, primer poema épico - místico escrito en América, en octavas, poeta sevillano, ordenado sacerdote en el Perú en 1591).

Clarinda (seudónimo de la autora o autor del Discurso en loor de poesía, poema en tercetos, que apareció en el Parnaso Antártico- 1608- de Diego Mexía de Fernangil), Amarilis (seudónimo de la autora o autor de la Epístola a Belardo, escrita en silva, dirigida a Lope de Vega y que éste reprodujo en La filomena-1621-). Juan del Valle y Caviedes (1652 o 1654-después de 1696), autor del Diente del parnaso-1689-, poeta satírico y costumbrista. Juan de Espinoza Medrano llamado "El Lunarejo", estudioso y dramaturgo, hacia 1629-1688, autor de piezas dramáticas religiosas, sermones y del Apologético en favor de D. Luis de Góngora, príncipe de los poetas líricos de España-1662- y La Novena maravilla...'-1695-.

Diego Mexía de Fernangil (¿1565?- después de 1617), es autor de la primera parte del Parnaso Antártico (1608), la segunda parte no llegó a publicarse y permaneció inédita hasta el siglo XX. P. Bernabé Cobo S.J. (1580-1657), escribió la crónica Historia del nuevo mundo, en 4 volúmenes (1890-1893), y la Historia de la fundación de Lima (1882). Luis Antonio de Oviedo y Herrera, Conde de la Granja (1636-1717), poeta y autor teatral, miembro de la Academia Literaria fundada por el virrey Castell dos Rius, autor de los libros poemáticos: La vida de Santa Rosa... (1711) y Poema sacro de la pasión... (1717).

Siglo XVII

A fines del siglo XVII aparece la actividad literaria de Lorenzo de las Llamosas (c.1665-c.1705) quien después de unos pocos años de permanencia en el Virreinato del Perú, viaja a España donde desarrolla actividades en la Corte del Rey , como militar y al mismo tiempo como autor de obras de teatro y didácticas.

A caballo entre la segunda mitad del Siglo XVII y la primera del XVIII desarrolla su actividad el limeño José Bermúdez de la Torre y Solier (1661-1746) poeta, autor del poema Telémaco en la isla de Calipso, fue jurisconsulto, así como también rector de la Universidad de San Marcos de Lima.

Siglo XVIII

En el siglo XVIII está el humanista Pedro Peralta y Barnuevo (1664-1743), con una obra que abarcó diversos campos del saber y siendo autor de tragedias y sainetes que pueden considerarse precursores del costumbrismo, entre ellas Lima fundada (1732), Lima triunfante (1728), El cielo en el Parnaso.

Fray Francisco del Castillo O. M. (1716-1770), conocido como "El ciego de La Merced", fraile, dramaturgo y poeta, sin duda el mejor autor teatral de la colonia y entre cuyas obras descollan La conquista del Perú, una de las primeras en ofrecer una perspectiva crítica de la conquista del Perú, Todo el ingenio lo allana, Mitridates, rey del Ponto, el entremés Del justicia y litigantes. Este fraile pertenecía a la Orden de la Merced y no debe ser confundido con el sacerdote jesuita Francisco del Castillo S.J. (1615-1673), quien vivió y trabajó en la misma Ciudad de los Reyes (hoy Lima), pero un siglo antes, es decir a principios del siglo XVII.

Sobresale también Alonso Carrió de la Vandera (1714 o 1716-1783), que bajo el seudónimo de Concolorcorvo, escribió el Lazarillo de ciegos caminantes, libro que durante bastante tiempo fue erróneamente atribuido a Calixto Bustamante Carlos Inca y que trata de un viaje realizado entre Lima y Buenos Aires.

A fines del siglo XVIII y coincidiendo con el fin del mandato del Virrey don Manuel Amat y Juniet, se representó en las gradas de la catedral de Lima un drama, el Drama de los palanganas: veterano y bisoño, que es una crítica despiadada contra el gobierno y la persona de este virrey, en particular sus amoríos con La Perricholi. El texto ha sido rescatado por el crítico literario don Luis Alberto Sánchez.

Esteban Terralla y Landa, un poeta satírico, usó también el seudónimo de Simón Ayanque para publicar su libro Lima por dentro y fuera (1797).

La época colonial concluye con la obra poética del arequipeño Mariano Melgar (1791-1815), en cuyos versos se prefigura el romanticismo y muestra un mestizaje entre la poesía culta y las canciones populares indígenas. Su obra se enmarca más dentro de la época republicana que de la anterior, y consta de Carta a Silvia (1827) y Poesías (1878).

República

Siglo XIX

Artículo principal: Literatura peruana del siglo XIX
Ricardo Palma, creador de un género

Las primeras corrientes literarias del Perú independiente fueron el costumbrismo y el romanticismo. Al primer período pertenecen los dramaturgos cómicos y poetas satíricos Felipe Pardo y Aliaga (1806-1868), autor de Un viaje, Frutos de la educación; y Manuel Ascencio Segura (1805-1871), autor de La Pepa, El sargento Canuto, La saya y el manto, Lances de Amancaes, Ña Catita, etc., y quien retrata mejor los tipos populares de Lima y es considerado el mayor dramaturgo nacional de este siglo. Narciso Aréstegui (1818 o 1820-1869), autor de la novela El padre Horán. Flora Tristán (1803-1844), autora de Peregrinaciones de una paria, y Mephis, que es una novela. Manuel Atanasio Fuentes, conocido como El murciélago (1820-1889), autor de Aletazos del murciélago (3 vols., 1866) y Lima: apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres (1867, en ediciones española, francesa e inglesa).

Cercana al costumbrismo está la obra de Ricardo Palma (1833-1912) autor de las Tradiciones Peruanas, la obra más conocida del siglo, en la que a través de una serie de tradiciones, género inventado por él, que combina elementos de historia con fabulaciones propias, narra la historia de Lima y del Perú durante las épocas incaica, colonial y republicana; además de La bohemia de mi tiempo, Papeletas lexicográficas y Tradiciones en salsa verde.

Al romanticismo pertenecen los poetas y dramaturgos Carlos Augusto Salaverry, José Arnaldo Márquez, Luis Benjamín Cisneros, Clemente Althaus, Acisclo Villarán y Pedro Paz Soldán y Unanue, conocido por su seudónimo Juan de Arona. Sus obras, por lo general fueron artificiales y abusaron del sentimentalismo. Las obras de teatro, frecuentemente cultivaron el mismo sentimiento y exageraron los enredos de modo inverosímil, ejemplo de ello es el drama El poeta cruzado del poeta Manuel Nicolás Corpancho, alabado en su tiempo y olvidado actualmente.

Tras la guerra del Pacífico hay una reacción contra el romanticismo, liderada por el intelectual Manuel González Prada, quien cultivó una poesía que por su temática estetizante y la introducción de nuevas formas métricas, fue un claro precursor del modernismo. En este período se cultivó, de un modo bastante tenue, el realismo en la novela, que toma desarrollo a partir de entonces en el Perú.

Una característica resaltante en este período, es el surgimiento de un grupo de escritoras. Muchas de ellas —habiendo perdido a sus cónyuges e hijos mayores en la guerra con Chile— tuvieron que ganarse la vida por sí mismas, y cultivaron su vocación literaria a través de tertulias, la principal de las cuales fue la de la argentina Juana Manuela Gorriti, en las que se discutía sobre los problemas sociales y sobre la influencia de las formas europeas. Escribieron novelas que en cierto modo pueden calificarse como realistas. Tal es el caso de Mercedes Cabello de Carbonera, con su novela El conspirador y Clorinda Matto de Turner, con su novela Aves sin nido. Otra escritora que se destacó fue María Nieves y Bustamante con su novela Jorge, el hijo del pueblo.

Siglo XX

Artículo principal: Literatura peruana del siglo XX

El modernismo y las vanguardias

El modernismo se desarrolla en el Perú a partir del poema «Al amor» de Manuel Gonzáles Prada, publicado en el diario El Comercio en 1867, donde el poeta fusiona un conjunto de géneros poéticos provenientes de Europa, dando como resultado el triolet. Esta tendencia, resultado del cosmopolitismo que vivía el Perú, pronto se desarrolló en otras partes de América Latina, tal es el caso de Cuba mediante la poesía de José Martí, Nicaragua en la voz de Rubén Darío, Argentina mediante Leopoldo Lugones, Uruguay a través de Julio Herrera y Reissig, México en la obra de Manuel Gutiérrez Nájera. A pesar de sus tempranos antecedentes con Manuel Gonzáles Prada, el modernismo alcanzará en el Perú un pleno desarrollo tardíamente, a inicios del siglo XX. Descolló José Santos Chocano, cuya obra grandilocuente que gusta de la retórica y de la descripción de paisajes está en realidad más próxima a Walt Whitman y al romanticismo; Alberto Ureta, cuyos poemas, de tono reflexivo y melancólico poseen mayor calidad y Enrique Bustamante y Ballivián.

Vallejo, modernista en Los Heraldos Negros y vanguardista en Trilce

José María Eguren abrió el camino de la innovación en la poesía peruana con sus poemarios La Canción de las figuras 1916 y Simbólicas 1911, próximos al simbolismo y que reflejaban su mundo interior mediante imágenes oníricas, con las que reacciona contra la retórica y el formalismo modernistas.

Hasta 1920 el modernismo era la tendencia dominante en el cuento y la poesía, pero desde 1915 la vanguardia literaria hizo tímidamente su entrada en la musa nacional. César Vallejo, con sus obras fuertemente innovadoras en el lenguaje centradas en la angustia y en la condición humana, pertenece a este período, en el que también aparecieron los poetas Alberto Hidalgo, Alberto Guillén, Xavier Abril, Carlos Oquendo de Amat, Luis Valle Goicochea, Magda Portal y los surrealistas César Moro y Emilio Adolfo Westphalen.

El escritor más importante del momento es Abraham Valdelomar, quien en su breve vida cultivó el cuento, la novela, el teatro, la poesía, el periodismo y el ensayo. Sobresalen sobre todo sus cuentos, que narran con bastante ternura historias de las ciudades provincianas y, en menor medida, relatos de Lima o cosmopolitas. En 1916 fundó la revista Colónida que agrupó a varios jóvenes escritores y que, a pesar de su breve existencia (tan sólo se publicaron cuatro números) abrió el camino para la entrada de nuevos movimientos como la vanguardia en la literatura peruana.

Otros autores, que junto con Valdelomar inauguran el cuento en el Perú fueron Clemente Palma, que escribió cuentos decadentes, psicológicos y de terror, influido por el realismo ruso y por Edgar Allan Poe; y Ventura García Calderón, quien mayormente escribió cuentos exóticos sobre el Perú. También se encuentran Manuel Beingolea, Manuel Moncloa y Covarrubias, "Cloamón" y Fausto Gastañeta

En el plano del teatro, con escasas obras de valor en éste período, figuran las comedias del poeta festivo Leonidas Yerovi y, posteriormente las obras de denuncia social y cariz político de César Vallejo, que pasaron mucho tiempo antes de ser publicadas o representadas. Ya en los años '40 la influencia tardía del modernismo y del teatro poético se reflejará en las obras de Juan Ríos, a las que se les ha criticado su excesiva retórica poética, generalmente ambientadas en tiempos remotos o en leyendas y que buscan ser un referente general del hombre.

Indigenismo

En el Perú el tema principal de la literatura indigenista era el indio, cuyo predominio en la literatura se había iniciado en los años 1920 y 1930, primero con los cuentos de Enrique López Albújar y más tarde con las novelas de Ciro Alegría: La serpiente de oro (1935), Los perros hambrientos (1939) y El mundo es ancho y ajeno (1941). Así empezó la interesante controversia sobre indigenismo e indianismo, vale decir, sobre la cuestión de que no sean los mismos indios quienes escriban sobre su problemática. Esta corriente literaria alcanzó su máxima expresión en la obra de José María Arguedas, autor de Agua, Yawar Fiesta, Diamantes y pedernales, Los ríos profundos, El Sexto, La agonía de Rasu Ñiti, Todas las sangres y El zorro de arriba y el zorro de abajo, y quien debido a su contacto con los indígenas en la infancia, pudo asimilar como propias su concepción del mundo y experiencias.

Generación del cincuenta

La modernización de la narrativa peruana comienza con la Generación de 1950, enmarcada políticamente con el golpe del General Manuel A. Odría en 1948 y las elecciones de 1950 en las que se autoelige Presidente de la República. Durante la década anterior había comenzado un movimiento migratorio del campo a la ciudad (preferentemente a la capital), que durante los años cincuenta se potencializa al máximo y resulta en la formación de barriadas y pueblos jóvenes, la aparición de sujetos marginales y desplazados socialmente. La literatura producida en este período estuvo influida notablemente por las vanguardias europeas; en particular, el llamado modernismo anglosajón de Joyce y en el ambiente norteamericano la obra novelística de Faulkner y la Generación Perdida. También influyó notablemente la literatura fantástica de Borges y Kafka. A esta generación pertenecen Julio Ramón Ribeyro, Carlos Eduardo Zavaleta, Eleodoro Vargas Vicuña, Mario Vargas Llosa, entre otros.

La generación del cincuenta es un momento en el que la narrativa se vincula de forma muy fuerte con el tema del desarrollo urbano, la experiencia de la migración andina hacia Lima (un incremento drástico de la población a partir de finales de la década del 40). Muy relacionada con el cine neorrealista italiano, presenta la realidad de la urbe cambiante, la aparición de personajes marginales y problemáticos. Entre los narradores más representativos resaltan Julio Ramón Ribeyro con Los gallinazos sin plumas (1955); Enrique Congrains con las novelas Lima, hora cero (1954) y No una, sino muchas muertes (1957); Luis Loayza, cuya obra es obra es breve y poco conocida; y Mario Vargas Llosa, quien a fines de la década del 50 empezó a publicar sus cuentos, aunque su mayor producción narrativa, sus magistrales novelas, las publicaría a partir de la década de 1960.

Junto a los narradores, surge un grupo de poetas entre los que se destacan Alejandro Romualdo, Washington Delgado, Carlos Germán Belli, Francisco Bendezú, Juan Gonzalo Rose, Pablo Guevara. Estos poetas comenzaron a publicar su obra a partir de fines del 40, tal es el caso de Romualdo, luego lo harían Rose, Delgado, Bendezú, Belli. Guevara. Además, este comjunto se vinculó entre sí no sólo por las relaciones interpersonales, sino que desde el punto de vista ideológico se relacionaron por el marxismo y el existencialismo. Los poemas, desde una visión general, que escribieron adoptaron un tono protestatario y de compromiso social. Por ello, se reconoce al poema A otra cosa de Alejandro Romualdo en el arte poética de la generación del cincuenta. Esta generación reinvindicó a César Vallejo como paradigma estético y asumió el pensamiento de José Carlos Mariátegui en calidad de guía intelectual. Los poetas Javier Sologuren, Sebastián Salazar Bondy, Jorge Eduardo Eielson, Antenor Samaniego, Blanca Varela, fueron conocidos como el grupo neo vanguardista, que comenzó a publicar sus poemas a fines de los años treinta, tal es el caso de Sologuren, luego vendrían los poemas de Salazar Bondy, Samaniego, Eielson, Varela, quienes mantuevieron una relación interpersonal en la revista Mar del Sur, dirigida por Aurelio Miró Quesada de clara tendencia conservadora; además, este grupo de poetas designó a Emilio Adolfo Westphalen como guía poético. A esta situación histórico - literaria, habría que añadir a los llamados Poetas del pueblo, vinculados al partido aprista fundado por Victor Raúl Haya de la Torre. Estos poetas, militantes del aprismo a inicio de los cuarenta, fueron Gustavo Valcárcel, Manuel Scorza, Mario Florián, Ignacio Campos, Ricardo Tello, Julio Garrido Malaver, quienes reivindicaron como paradigma poético a César Vallejo.

Durante ese decenio y el siguiente el teatro experimenta un período de renovación, inicialmente con las piezas de Sebastián Salazar Bondy (generalmente comedias de contenido social) y más tarde con Juan Rivera Saavedra, con obras con fuerte denuncia social, influidas por el expresionismo y el teatro del absurdo. Durante estos años penetrará fuertemente la influencia de Brecht entre los dramaturgos.

Generación del sesenta

La Generación del 60 en Poesía tuvo a representantes del calibre de Luis Hernández, Javier Heraud y Antonio Cisneros, laureado con el Premio de Poesía Casa de las Américas, otorgado por Cuba. No podemos olvidar en este acápite a los talentosos vates César Calvo, Rodolfo Hinostroza y Marco Martos. Cabe señalar, para evitar errores de interpretación, que Javier Heraud fue el verdadero paradigma generacional, vinculado a la doctrina marxista y a la militancia política, mientras que Hernández y Cisneros, no. Como es fácil advertir, los coetáneos no constituyen movimiento generacional.

A esta generación en calidad de narradores pertenecen Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez, Eduardo González Viaña, Jorge Díaz Herrera, Alfredo Bryce Echenique

Mario Vargas Llosa en el acto fundacional de Unión, Progreso y Democracia.

La narrativa y la poesía peruanas de fines de la década de 1960 no tuvieron tanto un carácter generacional cuanto sí ideológico. Era un tiempo en que la literatura era vista como un medio, como un instrumento, para crear una conciencia de clase. Eran los años del auge de la revolución en Cuba y en el Perú la mayoría de intelectuales ansiaban una revolución marxista que rompiera el viejo orden oligárquico y feudal. Algunos escritores aspiraban a un proceso como el cubano (el poeta Javier Heraud, por ejemplo, murió en mayo de 1963, en la selva peruana, integrando una columna que pensaba lanzar la lucha guerrillera), otros tenían sus propios modelos. En este periodo de intenso compromiso social al escritor le queda poco espacio para el compromiso con su propia obra. A fines de esta década surge el Grupo Narración, influido por el maoísmo y liderado por Miguel Gutiérrez y Oswaldo Reynoso. Publicaron una revista con el mismo nombre, aunque tenían pensando llamarla "Agua", evocando a Arguedas y las tensiones sociales que muestra ese libro.

Generación del setenta

También a fines de la década del '60 surgen en la escena poética limeña los movimientos literarios Gleba (Ricardo Falla, Manuel Morales, Jorge Pimentel Jorge Ovidio Vega y otros), Estación Reunida (José Rosas Ribeyro, Elqui Burgos, Tulio Mora, Oscar Málaga, Ana María Mur y otros) y Hora Zero (Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruiz, Jorge Nájar, José Carlos Rodríguez, Feliciano Mejía entre otros). Estos grupos, que se decantarán luego en lo que se ha dado en llamar la Generación del 70, se caracterizaron por el tono protestatario e iconoclasta del yo poético que se evidencia más en textos y manifiestos de marcado acento ideológico en pro del socialismo que en sus expresiones estéticas. A raíz de una supuesta falta de compromiso social, se producen altercados entre uno de los líderes de Hora Zero, Jorge Pimentel, y el poeta, ya consagrado, Antonio Cisneros. En este marco se produce el curioso reto de Pimentel a un "duelo poético" a Cisneros (declamar ambos ante un público casual para que espontáneamente los circunstantes determinen al vencedor), pero éste no aceptó el desafío. "Han empezado con el píe derecho, camaradas. Ahora falta que escriban con la mano...", les dijo a sus jóvenes colegas. Cabe señalar, también, que en este periodo del proceso de la literatura peruana hicieron su aparición como poetas Rosina Valcárcel, Sonia Luz Carrillo, Enrique Verástegui, Carmen Ollé, María Emilia Cornejo, Alfredo Pita, Patrick Rosas, Abelardo Sánchez León, Omar Aramayo y -ya en la segunda mitad de dicha década- Enrique Sánchez Hernani, Luis Alberto Castillo, Juan Carlos Lázaro, Bernardo Rafael Álvarez, Luis La Hoz, Armando Arteaga, entre otros. Algunos como Ollé, Pita, Rosas, Sánchez León y Aramayo harían luego una importante obra narrativa. También aparecen los primeros ensayos narrativos de Fernando Ampuero.

En el teatro hace irrupción la creación colectiva frente a las obras de autor. El movimiento fue liderado por varios grupos teatrales surgidos en estos años, entre los que descollan Cuatrotablas, encabezado por Mario Delgado, y Yuyachkani, por Miguel Rubio Zapata, ambos creados en 1971.

Décadas de 1980 y 1990

Con la década de 1980 viene el desencanto, el pesimismo: la llegada de una revolución comunista deja de ser una utopía, pero ya no se la espera con ilusión, es casi una amenaza. Es tiempo de la Perestroika y los últimos años de la Guerra Fría. Además, la crisis económica, la violencia terrorista y el deterioro de las condiciones de vida en una Lima caótica y superpoblada contribuyeron al desánimo colectivo. En el plano de la narrativa aparecen los primeros libros de cuentos de Alfredo Pita, Y de pronto anochece; de Guillermo Niño de Guzmán, Caballos de medianoche; y de Alonso Cueto, Las batallas del pasado;autores cuya obra literaria sólo se desarrollará plenamente en años posteriores. Asimismo, en los ochenta, aparecen las dos primeras novelas de Aída Balta Campbell:" Sodoma Santos y Gomorra" y "El Legado de Caìn". En 1990 aparece, editado en España y con escasa circulación en el Perú, un libro de cuentos de Pita que lleva un título negro como la década que se cerraba en su país: Morituri. En cuanto a la poesía, surgen en este periodo movimientos marginales, que ahondan la vertiente rebelde de la década anterior, como el movimiento Kloaka, liderado por Roger Santiváñez. Con motivo de la disolución del grupo se editó La última cena, una "autoantología". En contraste con las propuestas colectivas de aliento neovanguardistas (en general, de ruptura con el sistema político y el estético), surgen individualidades notables vinculadas en su orígenes con estos, pero que rápidamente transitan a una poesía serena, de ritmos equilibrados y que se nutre de tradiciones artísticas fuertemente codificadas. El caso más notable es el del poeta José Watanabe, cuya mejor obra se corresponde a este decenio, y que será revalorada recién con el nuevo siglo. Otros poetas notables dentro de esta apuesta individualizadora de vertiente tradicional, en el marco de necesarias puestas al día, fueron Eduardo Chirinos y Magdalena Chocano. En el mismo decenio afloran también los primeros y diversificados movimientos de poesía de mujeres. La línea feminista dentro de la cual se destacan Carmen Ollé, Giovanna Pollarollo y Rocío Silva Santisteban, otra más lírica, donde sobresale Rosella Di Paolo, además del intimismo irónico de Milka Rabasa. Cabe mencionar también a Patricia Alba, Mariela Dreyfus y Dalmacia Ruiz-Rosas.

En el último decenio del siglo XX, en los 90, aparece en la literatura peruana una tendencia individualista. Ya no se trata de conformar grupos con un pensamiento político, ni de poner el acento en el compromiso social, sino de ahondar en la intención estética. Pero, es en la poesía donde aparecen dos grupos importantes: Noble Katerba y Neón. En la narrativa, la fórmula que se impone es la denominada Joven-Urbano-Marginal. En este campo, además de Jaime Bayly, que tiene preferencia por lo sensacionalista, sobresalen Óscar Malca con Al final de la calle (1993), Sergio Galarza con Matacabros (1996), Rilo con Contraeltráfico (1997), autores que cultivan el realismo sucio. Por otra parte, aparecen algunos escritores que cultivan el esteticismo y cuya obra escapa a los moldes de su generación, entre ellos Iván Thays, con Las fotografías de Frances Farmer, y Patricia De Souza, con Cuando llegue la noche. En la poesía se destacan Montserrat Álvarez con Zona dark (1991), Xavier Echarri con Las quebradas experiencias, Domingo de Ramos con Ósmosis (1996), Doris Moromisato, Odi González, Ana Varela, Rodrigo Quijano, Jorge Frisancho, Gonzalo Portals, Rafael Espinosa, entre otros antologados en la polémica antología Poesía peruana Siglo XX (2000) de Ricardo González Vigil (Pontificia Universidad Católica del Perú). Hacia el 2000, como señala la Enciclopedia Temática-Literatura de El Comercio, muestran un trabajo poético importante Lorenzo Helguero, Miguel Ildefonso, Selenco Vega, José Carlos Yrigoyen, Alberto Valdivia Baselli, Rubén Quiroz, entre otros. En el campo dramático descollan Enrique Mávila y Mariana de Althaus, que se han caracterizado por la asimilación de diferentes tendencias teatrales contemporáneas.

Simultáneamente, dos escritores del grupo Narración alcanzan su madurez durante este decenio: Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez, quienes regresan al Perú luego de una larga estadía en la China comunista, que los desengaña de sus aventuras políticas juveniles. Reynoso, autor del memorable libro de cuentos "Los inocentes", pública sucesivamente la nouvelle "En busca de Aladino" y la novela "Los eunucos inmortales", obras de prosa musical en las que se descarta el ideal de la lucha social de clase por la búsqueda de una utopía de belleza juvenil que resulte, no obstante, justiciera con los humildes. Gutiérrez, por su lado, sorprende a los lectores con una novela de más de mil páginas, "La violencia del tiempo", saga familiar de la familia Villar, que se inicia con el primer Villar, desertor del ejército español que combatió contra los patriotas en la guerra de independencia, y termina con Martín Villar, narrador de la novela, que en los años sesenta ha optado por ser un profesor rural, tras estudiar en la oligárquica Universidad Católica. Novela histórica, de crecimiento, ensayo de crítica social y de interpretación histórica, "La violencia del tiempo" acusa el influjo de los grandes narradores latinoamericanos del siglo XX (Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa), así como de los maestros de la novela del siglo XIX, en especial de Balzac, cuyo intenso y torvo cronicón de familia, La Comedia Humana, evoca con maestría singular.

Siglo XXI

Artículo principal: Literatura peruana del siglo XXI
Santiago Roncagliolo firmando un autógrafo

Con el cambio de siglo y en los primeros años de la década se da un fenómeno singular, inesperado para algunos. Varios de los premios internacionales más importantes son entregados a escritores peruanos, algunos de ellos desconocidos hasta ese momento en el extranjero. De hecho, este repunte de las letras peruanas empieza en 1999, cuando la novela El cazador ausente, de Alfredo Pita, gana el Premio Internacional de Novela Las dos orillas, concedido por el Salón del Libro Iberoamericano de Gijón (España). El libro de Pita fue de inmediato traducido y publicado en cinco países europeos: Métailié, París; Seix Barral, Barcelona; Guanda, Milán; Asa, Lisboa; y Ópera, Atenas. Tres años después, en 2002, un narrador ya consagrado, Alfredo Bryce Echenique, obtiene con El huerto de mi amada el Premio Planeta, otorgado por Planeta, la editorial más poderosa de España y una de las mayores del mundo. El año siguiente, en 2003, Pudor, segunda novela de Santiago Roncagliolo, queda entre las cuatro finalistas del Premio Herralde y es luego publicada por Alfaguara en 2004 con una audaz operación de márketing. En 2005, Jaime Bayly, criticado por sus detractores por el supuesto carácter comercial y por los estereotipos sociales que vehiculizaría en sus novelas, es único finalista del Premio Planeta. Ese mismo año Alonso Cueto logra el Premio Herralde con La hora azul. En 2006, Roncagliolo, con Abril rojo, obtiene el premio de novela otorgado por su casa editora, Alfaguara, que publica de inmediato el libro y lo convierte en uno de los escritores más exitosos del momento. En 2007 la novela El susurro de la mujer ballena, de Cueto, queda finalista en la primera edición del Premio Planeta Casa de América. Ese mismo año un nuevo sello español, 451 Editores, publica la novela Casa del escritor Enrique Prochazka. Iván Thays, que ya fue finalista del Premio Rómulo Gallegos en 2001, es finalista en 2008 del Premio Herralde de novela con Un lugar llamado Oreja de Perro. El escritor peruano-estadounidense Daniel Alarcón fue considerado uno de los escritores más importante de la última generación en la literatura estadounidense, en tanto Carlos Yushimito y Santiago Roncagliolo fueron considerados entre los 22 escritores menores de 35 más importantes en español. Finalmente, el Premio Nobel de Literatura es entregado a Mario Vargas Llosa en año 2010.

Como no podía ser de otro modo, mientras algunos en el Perú se congratulan de este fenónomeno, otros lo critican. Son los que piensan que la internacionalización de estos escritores y su premiación en este ámbito debe entenderse no sólo como producto de su calidad, sino también de su integración al mercado internacional. Desde esta perspectiva, las trasnacionales de la literatura, que en los primeros años del siglo XXI asientan sus filiales en Lima, estarían exigiendo a los escritores mejor conectados con el mercado editorial local una mayor profesionalización.

En paralelo al resurgimiento internacional y al reconocimiento de autores como los mencionados, en Perú en los últimos años también insurge, como parte de la dinámica propia de un país multicultural, el proceso literario protagonizado por autores que sitúan su obra en los linderos de la cultura andina, rescatándola como forma artística producto de la especificidad de la nación peruana y su drama. Los escritores que se reconocen en esta tendencia reclaman, por un lado, la herencia de la obra de José María Arguedas y, por otro, denuncian la discriminación de su obra por parte de críticos y medios de comunicación de orientación "criolla", o culturalmente más afines con el sistema económico globalizado, que rige la administración de los llamados "bienes culturales". La disputa entre "andinos" y criollos se hizo patentes a raíz de de una serie de artículos sucesivos, y sobre todo agresivos, publicados en diarios peruanos por los denominados escritores 'criollos' y por los 'andinos', luego de una primera descalificación mutua cuando se vieron las caras en un congreso de escritores peruanos en Madrid. El debate, que no pasó de lo adjetivo, permitió la difusión de una nueva generación de escritores provincianos que continúa, en clave contemporánea e incluso posmoderna, la narrativa indigenísta (y regionalista) de los años 40 (en particular surgen lazos con Alegría y Arguedas), con la obra de Manuel Scorza y con la narrativa regionalista y de ruptura de los años 70 (Eleodoro Vargas Vicuña, Carlos Eduardo Zavaleta, Edgardo Rivera Martínez, el grupo Narración. Se deja de lado la idea de 'compromiso' de Narración por ejemplo, y se privilegia una reconstrucción del pasado a través de un proceso de ficcionalización de la historia, retomando aquí, un punto explotado por la nueva narrativa hispanoamericana y el Boom. Así, si no son los primeros, son los que más ahondan en el tratamiento literario del proceso de la guerra interna (1980-1993). Un libro que ha contado con el elogio merecido de la crítica ha sido "Retablo" de Julián Pérez. La inserción en el mercado literario nacional de estos escritores es, además, distinta a los narradores capitalinos, ya que la difusión de sus obras se realiza principalmente en provincias y a través de formas alternativas (ferias regionales, conciertos folclóricos, periódicos o revistas de tiraje limitado). Fuertemente marcados por la oralidad y tradiciones andinas, los nombres más conocidos, además de Colchado, son Dante Castro, Félix Huamán Cabrera y Zein Zorrilla.

Es importante señalar, asimismo, el significativo crecimiento que ha experimentado el mercado editorial peruano en la primera década del siglo XXI, debido a la reducción de costos que ha significado la introducción de tecnología digital en el ámbito editorial, la vigencia de la Ley del Libro y el impulso del Plan Lector de Ministerio de Educación. Por un lado, han aparecido diversas editoriales independientes como Estruendomudo, Matalamanga, Sarita Cartonera, Bizarro, Borrador Editores, [sic] libros, Mundo Ajeno, Tranvías, Lustra, Mesa Redonda, Casatomada, Editorial Arkabas, Gaviota Azul Editores, entre otras. Estas editoriales impulsaron la creación de la Alianza Peruana de Editores, gremio de editores independientes afiliado a un movimiento global por la defensa de la bibliodiversidad. Entre las nuevas editoriales Estruendomudo, en especial, es responsable de la aparición y difusión de nuevos narradores elogiados por la crítica. Por el otro, uno de los mayores grupos editoriales del mundo de habla hispana, Planeta, inauguró en 2006 su filial en el Perú, dando un ulterior impulso a un mercado editorial en el que ya operaban otros dos grandes grupos internacionales: Santillana (España) y Norma (Colombia). Este pequeño boom editorial ha permitido que un número elevado de escritores nuevos publique sus primeros trabajos durante esta década.

Bibliografía

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Véase también

Referencias

  1. cf. Para una periodización de la literatura peruana

Enlaces externos


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