Urbano II

Urbano II
Beato Urbano II
Papa de la Iglesia católica
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12 de marzo de 1088 – 29 de julio de 1099
Proclamación cardenalicia 1078
por Gregorio VII
Predecesor Víctor III
Sucesor Pascual II

Beatificación 14 de julio de 1881
por León XIII
Festividad 29 de julio
Información personal
Nombre Odón de Chantillón
Nacimiento 1042, Lagery (Francia)

Urbano II (de nombre Odón de Chantillon) (Lagery, 1042Roma, 29 de julio de 1099). Papa nº 159 de la Iglesia católica de 1088 a 1099.

Es conocido por predicar la Primera Cruzada en Oriente Próximo, aunque murió antes de la culminación de ésta con la toma de Jerusalén. También estableció la Curia Romana en su forma actual.

Contenido

Primeros años

Nacido con el nombre de Odo (también escrito Eudes, Otto, Otho u Odón) en Lagery, cerca de Châtillon-sur-Marne (Francia) en 1042, era de ascendencia noble. Cursó educación eclesiástica e ingresó en la Orden Benedictina, desempeñando su primer cargo como archidiácono de Reims. Bajo la influencia de su maestro, Bruno de Colonia, ingresó en el monasterio de Cluny, del que llegó a ser prior. En 1078, el Papa Gregorio VII le llamó a Italia, donde fue nombrado cardenal obispo de Ostia. También se convirtió entonces en asistente y principal consejero del papa.

El entonces Odo de Lagery se destacó desde el primer momento como uno de los más firmes defensores de la reforma gregoriana, especialmente desde los puestos como diplomático de Roma en Francia y Alemania que desempeñó entre 1083 y 1085. Su primer choque con el emperador de Alemania se produjo en 1083, cuando Enrique IV le mandó encarcelar durante un breve periodo de tiempo. Destacado en Sajonia en 1085, se encargó de que la mayoría de las sedes fueran ocupadas por clérigos partidarios de Gregorio.

Ya entonces se le comenzó a considerar uno de los posibles sucesores de Gregorio VII, aunque a la muerte de éste, en 1086, el elegido para sucederle fue Desiderio, abad de Montecassino, que dirigió la Iglesia de Roma bajo el nombre de Víctor III durante los dos años siguientes y con quien Odo de Lagery se había enfrentado en un principio. Finalmente, Odo fue elegido papa por unanimidad el 12 de marzo de 1088, tras un pequeño concilio celebrado en Terracina, una montañosa región situada a poca distancia de Roma. Se dice que tanto Gregorio VII como Víctor III, con el que se había reconciliado, le propusieron como su sucesor antes de morir. En su proclamación eligió el nombre de Urbano II.

Papa de Roma

Conflictos por el poder

Desde el primer momento, Urbano II se manifestó como un estricto continuador de la política llevada a cabo por Gregorio VII, llegando a decir en su primer acto como Pontífice que "todo lo que él rechazaba, yo lo rechazo, lo que él condenaba, yo lo condeno, lo que él amaba, yo lo abrazo, lo que él consideraba como verdadero, yo lo confirmo y apruebo". Su llegada a Roma se vio complicada por la fuerte oposición del emperador de Alemania y el antipapa Clemente III, que había ocupado la ciudad. Sin embargo, consiguió el apoyo de los normandos de Roger I tras una visita relámpago a Sicilia, lo que le permitió entrar definitivamente en Roma, aunque debió combatir durante tres días con las tropas del antipapa antes de poder llegar a la Iglesia de San Pedro. Durante este difícil acceso al solio, Urbano excomulgó a Clemente III y al emperador Enrique IV, que se había aliado con él.

En los años siguientes trató de recuperar su antigua esfera de influencia en Alemania, en clara confrontación con el emperador. Para ello, casó a la anciana condesa viuda Matilde de Toscana con el conde Welf de Baviera, de apenas 18 años, con el fin de que unieran sus fuerzas en la guerra contra Enrique IV en el norte de Italia. También sancionó que no se podía obligar a los eclesiásticos a jurar fidelidad a autoridades laicas, lo que tendría grandes consecuencias en siglos posteriores. A pesar de estos esfuerzos, en 1089 se vio obligado a abandonar Roma, que volvió a ser ocupada por Clemente III, y pasó los tres años siguientes convocando diversos sínodos en Amalfi, Benevento y Troia, en los que adoptó medidas contra la simonía, la ley de las investiduras y el matrimonio de eclesiásticos. En 1093 se unió a la Liga Lombarda en su apoyo a la coronación como Rey de los Romanos de Conrado, hijo de Enrique IV, mediante la que éste trataba de arrebatar el gobierno de Italia a su padre.

En 1095, Urbano II excomulgó también al rey Felipe I de Francia, debido a que éste había abandonado a su esposa Berta de Holanda para casarse a continuación con Bertrada de Monfort. El papa quedaba enfrentado así a los dos monarcas más poderosos de Europa en ese momento.

La cruzada

Prédica de la Primera Cruzada por Urbano II en el Concilio de Clermont, según una ilustración de Gustave Doré.

La idea de una alianza militar entre todos los países de la Europa cristiana con el fin de atacar a un enemigo común, hasta entonces inaudita, comenzó a gestarse en marzo de 1095, durante el Concilio de Piacenza. Ante una nutrida concentración de obispos franceses, borgoñones e italianos (su número era tal que la reunión tuvo que realizarse a las afueras de la ciudad), Urbano II recibió la visita de un embajador del emperador bizantino Alejo I Comneno, que pidió ayuda contra los turcos selyúcidas. Éstos habían derrotado estrepitosamente a los bizantinos en la Batalla de Manzikert (1071) y a partir de 1073 se habían hecho con el control del interior de Anatolia, que hasta entonces había sido la principal área de producción de cereales, caballos y jinetes del Imperio. Desde allí amenazaban con expulsar a los bizantinos de sus escasas posesiones restantes en las costas de la península.

Sin embargo, Urbano no se limitó a garantizar su apoyo a los bizantinos y pronto concibió la idea de arrebatar Jerusalén y el resto de Tierra Santa a los selyúcidas, poniéndolos bajo el mando de europeos occidentales. En noviembre de 1095 convocó el Concilio de Clermont, al que acudieron en su mayor parte clérigos de origen francés, con el fin de dar a conocer su proyecto. Los asistentes se dejaron seducir por las arengas de Urbano, que postulaba entre otras cosas que Dios había elegido a Francia como guía de la Cristiandad para liberar Tierra Santa del yugo de los infieles musulmanes, en un proceso en el que todo aquel que participase vería perdonados sus pecados y sería recompensado a su llegada a Palestina con las fértiles tierras de ésta, ricas en leche y miel. Cuando preguntó a los asistentes si pondrían su espada al servicio de Dios, toda la audiencia contestó con un sonoro Dieu le veut! ("¡Dios lo quiere!") que a partir de entonces se convertiría en el grito de guerra de los cruzados.

Al año siguiente partió una nutrida expedición de caballeros, soldados, clérigos y campesinos europeos hacia Oriente. La mayoría eran franceses (razón por la cual el francés se convertiría en la lingua franca de los cruzados y sus futuros estados en Oriente Próximo), aunque también había normandos, loreneses y flamencos en gran número. Dirigidos por Godofredo de Bouillón, Balduino de Flandes, Roberto I de Normandía y Raimundo de Tolosa entre otros, los cruzados llegaron a Constantinopla, tomaron Nicea, expulsaron lentamente a los turcos de Anatolia (que fue devuelta a los bizantinos) hasta llegar a Antioquía y una vez conquistada ésta, se dirigieron hacia el sur para poner sitio a Jerusalén, la meta de la aventura. Urbano II procuró mantenerse informado de los avances de la empresa tan pronto como fuera posible, pero murió finalmente en Roma el 29 de julio de 1099, 14 días antes de que los cruzados pudieran superar las defensas musulmanas y tomaran definitivamente Jerusalén. Su sucesor en el trono pontificio fue Pascual II.

La "Cristianización" de Sicilia y Campania

Casi tan ambiciosa como la proclamación de la Primera Cruzada en Oriente fue la política de Urbano II de cristianizar el sur de la Península Itálica y Sicilia. Esta cristianización no fue tal en la realidad, puesto que la mayoría de los habitantes de estas regiones ya eran cristianos, si bien no reconocían al Patriarca de Roma sino al de Constantinopla y seguían el rito griego en lugar del latino. En Sicilia, tras varios siglos de dominación musulmana hasta su conquista por los normandos en 1061, existía también una pequeña comunidad islámica.

El proceso consistió en su mayor parte, por tanto, en una sustitución de la influencia de la Iglesia Ortodoxa en la zona por la de la Iglesia Romana, objetivo que Urbano II consiguió gracias a sus buenas relaciones con los normandos que administraban el país. Éstas se reforzaron a partir de 1098 con la concesión de varias prerrogativas extraordinarias al rey Roger I, que lo capacitaron entre otras cosas para nombrar obispos y cobrar las rentas de las iglesias construidas en la región. Este poder convirtió a Roger en una especie de legado del papa en sus tierras, y con el tiempo llegaría a considerarse a los reyes de Nápoles y Sicilia casi como feudatarios del Papa (lo que influiría fuertemente en los posteriores enfrentamientos entre Francia y Aragón por el dominio del territorio).

En Sicilia se construyeron varias iglesias, se delimitaron nuevas diócesis y se definió una nueva jerarquía eclesiástica local desde cero. Por su parte, Adelaida de Montferrato, la esposa lombarda de Roger I, dirigió personalmente la emigración de campesinos del valle del Po a la zona este de la isla, hasta entonces poco poblada.

Beatificación

Existen ciertos indicios de la existencia de culto a la figura de Urbano II desde poco después de su muerte. Así, por ejemplo, entre las figuras dibujadas en el ábside del oratorio del Palacio de Letrán, construido por Calixto II, puede verse un retrato de Urbano bajo el que se incluye el rótulo de Sanctus Urbanus Secundus ("San Urbano II"). Dicha figura aparece coronada por una nube cuadrada y situada a los pies de la Virgen María.

A pesar de esto, la beatificación no fue propuesta formalmente hasta que el arzobispo de Reims presentó la causa correspondiente en 1878. El 14 de julio de 1881, el Papa León XIII dio su aprobación a la propuesta y beatificó a Urbano II.

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