Monarquía

Monarquía
     Monarquía constitucional / parlamentaria.      Monarquía de la Mancomunidad Británica de Naciones (Commonwealth)      Monarquía semi-constitucional      Monarquía absoluta      Entidad monárquica a nivel sub-estatal

La monarquía es una forma de gobierno de un Estado (aunque en muchas ocasiones es definida como forma de Estado en contraposición a la República) en la que la jefatura del Estado o cargo supremo es:

El término monarquía proviene del griego μονος (mónos): ‘uno’, y αρχειν (arjéin): ‘gobierno’, traducible por gobierno de uno solo. A ese único gobernante se le denomina monarca o rey (del latín rex) aunque las denominaciones utilizadas para este cargo y su tratamiento protocolario varían según la tradición local, la religión o la estructura jurídica o territorial del Gobierno (véase sección correspondiente).

El Estado regido por un monarca también recibe el nombre de monarquía o reino.

El poder del rey puede identificarse o no con la soberanía; ser absoluto o estar muy limitado (como es usual en la mayoría de los casos de las monarquías actuales, sometidas a regulación constitucional).

Sistemas de gobierno en la Unión Europea:      Monarquía      República
Fecha: 2006

Contenido

Evolución de la monarquía en la Historia

La monarquía en distintas civilizaciones

A través de la historia muchos monarcas han ostentado poder absoluto, sirve para guardar el linaje real, a veces sobre la base de la supuesta divinidad. En el antiguo Egipto, por ejemplo, el faraón era una deidad, al igual que algunos gobernantes orientales (despotismo oriental). En otras civilizaciones, la dualidad de poderes poder temporal y poder espiritual, hacía surgir un rey civil, como el en sumerio, mientras que los templos eran controlados por una casta sacerdotal. La incorporación de funciones religiosas a ese dirigente temporal terminó produciendo la figura del ensi.

En Egipto y Mesopotamia aparecen los primeros registros de nombres de reyes que constituyen algunos de los primeros documentos históricos: Menes que unificó el Alto y el Bajo Egipto en torno al siglo XXXI a. C. y encabeza las Listas Reales de Egipto (aunque hay un periodo protodinástico o dinastía 0 anterior a la unificación, del que se han conservado nombres de reyes y reinos de menor escala desde el siglo XXXII a. C.); y los míticos Alulim de Eridú y los reyes de Kish, Uruk y Ur, aunque no es hasta Mebagaresi (el vigésimosegundo de Kish, que utiliza el título real de lugal u hombre grande, en torno al siglo XXVII a. C.) cuando se tiene más constancia histórica, aunque fuera considerado contemporáneo del mítico Gilgamesh. Otro de los primeros nombres de la Lista Real Sumeria a los que se suele dar crédito es Lugalzagesi de Uruk (siglo XXIV a. C.).

El sistema imperial en China, desde la Dinastía Xia (siglo XXI a. C.) que siguió a los míticos tres augustos y cinco emperadores primigenios, otorgaba al emperador el poder supremo bajo el Mandato del Cielo. Mucho más tarde, los kanatos mongoles, sucesores de Gengis Khan, extendieron ese concepto de poder universal por toda Asia.

Tras la inicial cultura del valle del Indo, las invasiones indoeuropeas o arias (un concepto filológico de debatidas implicaciones históricas) impusieron la civilización védica y formas de organización política y social de rasgos comparables a sus correspondientes entre los pueblos indoeuropeos de Europa (griegos, latinos, celtas, germanos). La mayoría de los estados de la antigua India que se repartían el norte del subcontinente hacia el [[siglo VII a. C. eran monarquías hereditarias (Magadha, Kosala, Kuru, Gandhara y otras, hasta un número de dieciséis), aunque el derecho al trono, sin importar la forma de acceso, era legitimado por genealogías ficticias de orígenes divinos compuestas convenientemente por la casta sacerdotal (brahmanes). El rey debía pertenecer a la casta chatría (de los guerreros).

El reino de Siam y el Imperio del Japón fueron los ejemplos más destacados de monarquías de Extremo Oriente.

La América precolombina contó con instituciones similares a la monarquía, que según los distintos grados de desarrollo cultural, consistía en jefaturas como los cacicazgos antillanos o en verdaderos imperios de rango continental como el Tahuantinsuyo de los incas o el Imperio azteca, pasando por entidades medias como los reinos mayas.

La monarquía en la civilización occidental

Edad Antigua

La Antigüedad clásica, posteriormente a los reyes míticos (Minos, Agamenón, Príamo) que podían corresponder al wánax micénico (o anax homérico), desarrolló la figura del basileus griego: primero un arconte con funciones limitadas en la polis, a la que se añadieron en los reinos helenísticos surgidos tras la división del imperio de Alejandro Magno los rasgos simbólicos y efectivos del poder asiático del Imperio persa. Los rituales orientales, como la proskinesis o inclinación ante el rey, eran extraños tanto al espíritu democrático como al aristocrático de las poleis griegas, donde sólo la ley era rey (nomos basileus)[1] pero fueron adoptados. La concepción de la ciudad como espacio público, y de la política como la ciencia del gobierno, sujeta a escrutinio y debate público (el ágora), aunque fuera el basileus quien la ejerciera, sí que se mantuvo. La clave era la consideración del ciudadano como hombre libre, mantenido por la reducción de gran parte de la población a la esclavitud (modo de producción esclavista). Por su parte, el rex romano, profundamente desprestigiado por la República, fue siempre tenido como referencia -a evitar- por el emperador romano, de estirpe republicana durante el principado de Augusto, y ya con menos complejos con el dominado de Diocleciano y con la conversión al cristianismo.[2]

En la Península Ibérica, el denominado reino de Tartessos conservó nombres de reyes respaldados por fuentes griegas, unos míticos (Gárgoris y Habis) y otros más verosímiles (Argantonio), aunque el primer nombre identificable con un rico y poderoso personaje situado en las tierras del occidente mediterráneo sería el gigante Gerión, vinculado a los trabajos de Hércules.

Edad Media

En la edad media europea, la descomposición del Imperio romano conllevó el establecimiento de las monarquías germánicas, fundamentadas en la necesidad de un dirigente militar con autoridad en la época de las invasiones, mientras la civilización urbana clásica se veía sometida a un fuerte proceso de ruralización y descentralización, y el modo de producción esclavista se sustituía por el modo de producción feudal.

La posterior descomposición del Imperio carolingio propició en buena parte de Europa Occidental distintas formas de monarquía feudal, mientras que en otras zonas surgían repúblicas en ciudades libres o estados eclesiásticos. En Europa Central una serie de dinastías germánicas recreaban sucesivas versiones del Imperio, al tiempo que en Europa Oriental pervivía el Imperio bizantino, ambos oscilantes entre la teocracia y el cesaropapismo; mientras que el asentamiento de los pueblos eslavos concluyó en la formación de otros reinos.[2]

La civilización islámica comenzó con un poder político y religioso concentrado en el califato que, después de la unidad inicial, mantenida hasta el califato omeya se disgregó espacialmente originando una pluralidad de estados que buscaron su legitimación en distintas formas de monarquías, con estructuras, según su amplitud, más o menos tribales, nacionales o imperiales, ligadas o no en cuanto a la sucesión a una teórica vinculación familiar con el profeta Mahoma.

Esas monarquías islámicas a veces aspiraron a la denominación de califato, de implicación religiosa (califa significa sucesor de Mahoma), consideración que hasta el siglo VIII mantuvo como exclusiva el califato omeya de Damasco y hasta el X el califato abasí en Bagdad, para ser luego desafiada por el califato de Córdoba (de ascendencia omeya) y el califato fatimí en Egipto, y más tarde por otros, como los almohades y los otomanos. Cuando no, se conformaban con el título más civil de emirato. La sucesión en estas monarquías, fueran califatos, emiratos u otras denominaciones, no se codificó con líneas sucesorias estrictas de primogenitura (la sucesión femenina, al contrario que en algunos reinos cristianos, no se consideraba), y solía complicarse en varios casos por las violentas intrigas del harén y los numerosos pretendientes al trono que la poligamia proporcionaba. El sistema demostró ser lo suficientemente flexible como para permitir la ascensión a los más altos cargos de personajes sin origen social nobiliario, incluso ex-esclavos (en algunas taifas andalusíes), así como sostener, sobre todo en el caso del califato otomano, el gobierno sobre una población marcadamente pluricultural y plurireligiosa.

Las monarquías cristianas europeas eran dinásticas: el hijo mayor o el descendiente varón más próximo heredaban el trono, aunque la dinámica expansiva y agresiva del feudalismo las hacía enormemente cambiantes por las continuas guerras de conquista. Obtenían su capacidad militar de los soldados y armas de los señores feudales, con lo que dependían de la lealtad de la nobleza para mantener su poder; y su legitimidad del clero (particularmente la orden de Cluny) encabezado por el Papa, que no desaprovechó las ocasiones que se presentaron para propiciar el establecimiento de monarquías independientes eximiéndolas del vasallaje debido al Sacro Imperio Romano Germánico o al reino del que se desgajaran (caso de varios reinos peninsulares, como el reino de Portugal frente al reino de León). La patrimonialización de la monarquía permitía la división del territorio en caso de herencias y su fusión en caso de enlaces matrimoniales (sometidos a especiales codificaciones -Ley Sálica- y escándalos en caso de disolución o matrimonio morganático), con toda la complejidad institucional y territorial que de ello resultaba, así como los conflictos sucesorios que podían suscitarse con cualquier excusa a poco bien que se argumentara. En algunos casos condujo a la aceptación de reinas que ocupan el trono por derecho propio (los reinos cristianos de la Península Ibérica), o reinas regentes durante la minoría de edad de los reyes. Otro resultado trascendente fue el alejamiento de las casas reales de los pueblos sobre los que reinaban: tales extremos alimentaban la idea de la diferencia sustancial entre los reyes y el resto de los mortales, y el prestigio de su sangre azul, junto con sus cualidades taumatúrgicas exhibidas ritualmente (unción real, establecimiento del protocolo de la corte, uso del plural mayestático, administración arbitraria de la merced y la gracia y justicia real, espectáculos multitudinarios como los besamanos o el toque real para la cura de la escrófula, etc.).

Toque real de Enrique IV de Francia a enfermos de escrófula (1609).

En los últimos siglos de la Baja Edad Media, con el declive del feudalismo y la aparición de los Estados nacionales en torno a las monarquías autoritarias, el poder territorial ejercido a escala de los nacientes mercados nacionales se fue centralizado en la figura del Soberano, que no reconocía poderes superiores como habían sido los poderes universales medievales (Papa y Emperador). En principio estos gobernantes eran apoyados por la naciente clase media o burguesía, que se beneficiaba de la existencia de un gobierno central fuerte que mantuviese el orden y una situación estable para el desarrollo del comercio en el naciente capitalismo; lo que no es contradictorio con que al mismo tiempo garantizaran el predominio social de nobleza y clero, los estamentos privilegiados del Antiguo Régimen.[3]

Edades moderna y contemporánea

Entre los siglos XVI y XVII, las monarquías aumentaron sus pretensiones de concentración de poder para convertirse en monarquía absoluta: aumentando la centralización, suprimiendo intermediarios entre monarca y súbditos e intentando el ejercicio de un poder sin limitaciones teóricas, con mayores o menores posibilidades de lograrlo. Modelo histórico de ello fue la monarquía borbónica de Luis XIV de Francia, mientras que la monarquía católica de los Habsburgo españoles quedó como modelo de monarquía autoritaria, con pretensiones más limitadas y más consideración a todo tipo de particularismos y límites ideológicos.[3]

Tanto los abusos de poder como la inadecuación de esas pretensiones a la dinámica económica y social, llevaron al estallido de la contestación a esas concentraciones de poder en forma de revueltas antifiscales, particularismos regionales y estamentales, o bien la insatisfacción creciente de la burguesía. Todo ello contribuyó a la caída de las monarquías absolutas de Europa Occidental tras sucesivos ciclos de revoluciones burguesas o revoluciones liberales (el primero de ellos denominado atlántico): la Revolución inglesa en el siglo XVII (1640-1688, con un intermedio de Restauración), la Revolución francesa y las guerras de la independencia americana desde el último cuarto del XVIII hasta el primero del XIX (1776 Estados Unidos, 1789 Francia, la América continental española hasta la Batalla de Ayacucho, 1824), y los ciclos revolucionarios denominados revolución de 1820, revolución de 1830 y revolución de 1848.

Estos procesos revolucionarios marcaron hitos en la limitación del poder de los reyes, que ya desde la segunda mitad del siglo XVIII procuraba revestir al absolutismo de una justificación ideológica que superaba el derecho divino de los reyes mediante lo que se denominó despotismo ilustrado, vinculado a la ilustrada idea de progreso. En cambio, esa misma forma en Europa Oriental coincidía con el momento de mayor concentración del poder en los reyes, simultáneo a un proceso económico y social de refeudalización, que llevó a la autocracia zarista en Rusia y a la expansión del Imperio austrohúngaro.[4]

La idea moderna de una monarquía limitada constitucionalmente (monarquía constitucional) se consolidó con lentitud en la mayor parte de Europa, al tiempo que aparecían las primeras repúblicas europeas modernas. Durante el siglo XIX el poder de los parlamentos (elegidos por cuerpos electorales progresivamente ampliados) crecía al mismo ritmo que disminuía el poder de los monarcas, que se acomodaban a un papel de espejo de virtudes sociales mitad aristocráticas, mitad mesocráticas o burguesas, como el que ejemplificaba la Reina Victoria (matriarca que emparentó a toda la realeza europea), incluyendo la doble moral que ha pasado a ser sinónimo de época victoriana. Hubo incluso tronos que se pusieron a subasta y recayeron en el candidato que demostró mayor sensibilidad liberal, como el español durante la revolución de 1868 (en Amadeo de Saboya). Otros se escindieron pacíficamente, a iniciativa de sus propios súbditos: el reino de Noruega y el reino de Suecia en 1905. Alguna, como la belga, escindida revolucionariamente en 1830 de la holandesa, se definió como monarquía popular. El caso de disolución más clara fue el de la monarquía francesa, cuyos partidarios, enfrentados y escindidos en orleanistas y legitimistas, fueron incapaces de aprovechar su victoria electoral tras la caída del imperialismo bonapartista (1871), lo que consolidó la III República.

Entre tanto, la expansión imperialista de las potencias europeas por África, Asia y el Pacífico, fue haciendo desaparecer (o reduciendo a un papel inoperante) las monarquías tradicionales de esos pueblos; mientras que la Independencia de Latinoamérica permitió en algunos casos la experimentación de sistemas monárquicos de alguna duración.

Monarquías latinoamericanas del siglo XIX

México al independizarse del reino de España, se consolida como la segunda monarquía latinoamericana después de Haití; Agustín de Iturbide es proclamado emperador de México en mayo de 1822, y coronado dos meses más tarde con el nombre de Agustín I de México. En diciembre de 1822, Antonio López de Santa Anna proclamó el Plan de Veracruz, provocando que los antiguos insurgentes de ideas republicanas e inconformes con el régimen imperial se levantaran en armas. En febrero de 1823, se firmó el Plan de Casa Mata, como resultado, los borbonistas y republicanos unieron sus fuerzas para apoyar el derrocamiento de Iturbide.

La independencia de Brasil fue proclamada el 7 de septiembre de 1822 por el hijo del rey de Portugal. Don Pedro I estableció el Imperio del Brasil, una monarquía constitucional, de economía basada en el trabajo esclavista. Durante el siglo la mano de obra esclava fue gradualmente sustituida por inmigrantes europeos, sobre todo italianos.[5]

Quilapán permitió el ingreso de Tounens a sus tierras, cuyo paso estaba prohibido para los huincas (chilenos) y el 17 de noviembre de 1860 fundó el Reino de la Araucanía y se proclamó rey bajo el título de Orélie Antoine I. En los días siguientes, Tounens promulgó la constitución del reino y el 20 de noviembre del mismo año, declaró la anexión de la Patagonia, estableciendo como límites el río Biobío en Chile por el norte, el Océano Pacífico por el oeste, el Océano Atlántico por el este desde el río Negro en la actual Argentina hasta el estrecho de Magallanes, límite austral continental del Reino.

Desaparición de monarquías europeas en el siglo XX

Seculares monarquías europeas, como el Imperio ruso, el II Imperio alemán y el Imperio austrohúngaro, dejaron de existir después de la I Guerra Mundial, cuando el Tratado de Versalles y la Revolución soviética cambiaron la faz de Europa. El fin de la Segunda Guerra Mundial y la caída de los fascismos, con los que se habían vinculado la monarquía italiana y -de grado o por fuerza- las balcánicas (Albania, Yugoslavia, Hungría, Rumanía y Bulgaria), supuso una nueva y masiva desaparición de tronos.[6]

Situación actual de las monarquías

Suele insistirse en la idea de que el mantenimiento de la monarquía en la actualidad obedece a su papel como símbolo de la unidad nacional frente a la división territorial y su poder arbitral frente a los distintos partidos políticos. Cuando es el caso que el régimen político es democrático, reconociéndose la soberanía popular, el monarca pasa a ser la figura en la que se encarna el cargo de Jefe del Estado de forma vitalicia y hereditaria, con lo que su papel es fundamentalmente simbólico y representativo.

Esta definición es la que se suele identificar con las monarquías europeas, entre las que están las monarquías parlamentarias del Reino Unido, España, Noruega, Suecia, Dinamarca, los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. También existen tres microestados con monarquía (Liechtenstein, Mónaco y Andorra) y una monarquía electiva teocrática (Ciudad del Vaticano). Entre los países árabes las monarquías tienen distintos grados de apertura a la representación popular, mayor en Marruecos o Jordania y muy restringida en Arabia Saudita o los emiratos del Golfo Pérsico (Kuwait, Baréin, Catar, Emiratos Árabes Unidos y Omán), Malasia (con monarquía rotatoria entre los diferentes sultanes) y Brunéi; excepto los dos primeros, todos ellos países que pueden calificarse de petroestados,[7] y muchas veces tildados de plutocracias. Bután es la única monarquía del Subcontinente Indio, tras la reciente abolición de la monarquía en Nepal (2008); Japón (equiparable a las monarquías europeas), Tailandia y Camboya son las restantes monarquías de Extremo Oriente. En algunos pequeños estados africanos (Lesoto y Suazilandia, enclavados en la República Sudafricana) siguen manteniéndose monarquías tradicionales.

Un papel especial en las relaciones internacionales es el que cumple la monarquía británica, que mantiene un vínculo personal con la Commonwealth, de varios de cuyos estados miembros continúa siendo el jefe de estado titular a pesar de que sean estados independientes. El papel del rey de España en la Comunidad Iberoamericana de Naciones y las periódicas reuniones denominadas Cumbre Iberoamericana no es comparable, pues en rango protocolario es equivalente a los demás jefes de estado.

Un rasgo de las monarquías europeas (a veces considerado como una actualización o búsqueda de legitimación popular) ha sido la incorporación de plebeyos a las familias reales, y la continuada presencia en los medios de comunicación de masas, incluyendo los escándalos propios de la prensa del corazón, desde la glamurosa boda de Grace Kelly con Raniero III de Mónaco (1956) y los espectaculares matrimonio, divorcio y muerte de Lady Di (1981-1997). Otro ha sido la reconsideración del papel de la mujer en la monarquía, para equipararla con el varón en la sucesión, reforma que han iniciado las monarquías nórdicas. En España se ha llegado a consultar al Consejo de Estado la conveniencia de alterar la línea de sucesión al trono regulada por la Constitución de 1978.

Dictaduras familiares

En algunas repúblicas sometidas a regímenes dictatoriales se han producido transferencias dinásticas del poder de padres a hijos, estableciendo prácticas muy similares a las de las monarquías, que se suelen denominar dictaduras familiares.[8] Ejemplos de ello han sido el Haití de los Duvalier, la Nicaragua de los Somoza o la Siria de los Assad.

Un caso particular es la dinastía comunista de Corea del Norte. La sustitución en 2006, en Cuba de Fidel Castro por su hermano Raúl Castro se ha interpretado en el mismo sentido por parte de la oposición.[9] Aunque dicha sucesión estuvo amparada constitucionalmente, puesto que Raúl era el Primer Vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros, y está previsto en la carta magna que la persona que ostenta este cargo asuma la presidencia interina en caso de muerte o enfermedad del jefe de Estado como ocurrió en está ocasión.[10] Luego en 2008, Raúl Castro fue elegido presidente por el parlamento cubano.

Monarquía y religión

George Bush y Mohammed VI, rey de Marruecos, se considera descendiente del profeta Mahoma (23 de abril de 2002).

En algunas monarquías, sobre todo en las antiguas, dotaban al monarca (y también a su dinastía) de carácter divino, por ejemplo, los faraones de Egipto o los emperadores romanos. Lejos de esta concepción del rey como dios, incluso hoy (2007), aunque los Estados sean aconfesionales, algunas monarquías parlamentarias, siguen vinculadas a una determinada religión. Por ejemplo, España y Bélgica al Catolicismo, Reino Unido y Países Bajos al Protestantismo. Hay otros muchos ejemplos, actuales e históricos, como el de los zares, que hasta antes de la Revolución rusa que acabó con la dinastía Románov, estaban ligados a la Iglesia Ortodoxa. En el Islam, el Califato otomano constituyó una monarquía sustentada socio-políticamente en el Islam, al igual que las actuales monarquías de Arabia Saudita y Marruecos. A diferencia de otros casos de monarquías, aún hoy en día existen sectores que defienden la idea de un retorno al califato, lo que abre la posibilidad y discusión acerca del restablecimiento de las monarquías en el Medio Oriente.[11]

En la Antigüedad, el cambio de una monarquía a una república poco tenía que ver con el aspecto religioso, o el cambio de religión oficial con el cambio de forma de gobierno. Ni siquiera en la edad moderna con todos los movimientos en el terreno religioso: reforma, contrarreforma (protestantismo), luteranismo, calvinismo, etc.

Tipos de monarquía

Según la teoría política se pueden entender varios tipos de regímenes monárquicos:

Monarquía absoluta

Artículo principal: Monarquía absoluta

La monarquía absoluta es una forma de gobierno en la que es el monarca quien ejerce el poder sin restricciones en términos políticos, y en la mayor parte de los casos, también en los aspectos religiosos, o al menos con un gran componente espiritual. El lugar y el periodo histórico en que surge el modelo que se designa con ese nombre (Europa Occidental durante el Antiguo Régimen, particularmente la monarquía francesa de Luis XIV en torno a 1700) no impide que puedan considerarse rasgos muy similares en otros momentos y lugares, y con otros títulos de realeza (emperador en distintas entidades políticas, basileus en el Imperio bizantino, zar en Imperio ruso, etc.).

Rasgo distintivo de la monarquía absoluta es la no existencia de división de poderes: el Soberano es a la vez cabeza del gobierno, principal órgano legislativo (su voluntad es ley) y cúspide del poder judicial ante el cual se puede solicitar la revisión de los jueces inferiores. Como justificación ideológica, se entiende que la fuente de todo poder (Dios, según la teoría del derecho divino de los reyes) se lo transmite de forma completa. Sin embargo, en términos prácticos, no significaba realmente que un rey absoluto pudiera ejercer un poder absoluto entendido como ejercicio total del poder en toda circunstancia y sin intermediación.

Ejemplo de corona real, uno de los símbolos de monarquías europeas.

Monarquía constitucional y monarquía parlamentaria

Artículo principal: Monarquía constitucional
Artículo principal: Monarquía parlamentaria

Históricamente, las limitaciones al poder de los monarcas surgen en Europa a partir de la crisis del Antiguo Régimen, que en algunos casos condujo a la supresión de la monarquía y la constitución de repúblicas (caso de Francia durante la Revolución francesa entre 1791 y 1804 o de Inglaterra durante la Revolución Inglesa entre 1649 y 1660) mientras que en otros el rey acepta ceder parte de su poder y compartirlo con representantes elegidos. Si la cesión es por la mera voluntad del rey, no se considera una verdadera constitución, sino una carta otorgada (caso de Francia en la Restauración entre 1814 y 1830). Las verdaderas monarquías constitucionales son aquellas en que se define el principio de soberanía nacional, aunque se la haga residir no el pueblo (soberanía popular) sino, por ejemplo en las Cortes con el Rey (constitución española de 1845 y de 1876). El rey retiene así gran parte del poder, determinando un reparto de funciones en las que, principalmente, controla el poder ejecutivo.

En la monarquía parlamentaria, el gobierno es responsable ante el Parlamento, que es inequívocamente el depositario de la soberanía nacional. Aunque el rey mantenga algunas competencias (más bien formales), como la capacidad de designar un candidato a la presidencia del gobierno, que no obstante no alcanzará el nombramiento hasta no obtener la confianza del parlamento. El rey sigue siendo el jefe de estado, inviolable e irresponsable en el ejercicio de su cargo, y ostenta la más alta representación de la nación en las relaciones internacionales, aunque sus poderes son prácticamente simbólicos. Suele resumirse en la expresión el rey reina, pero no gobierna (expresión debida a Adolphe Thiers).[12] Cualquiera de sus actos oficiales ha de ser respaldado por el gobierno, sin cuyo consentimiento no puede efectuarlos. El ejemplo clásico de monarquía parlamentaria es el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte (desde la Revolución Gloriosa de 1688), que además no posee una constitución codificada sino un corpus de leyes y prácticas políticas que conforman su constitución. Se han dado algunos casos que comprometen las funciones de un rey en una monarquía parlamentaria, como fue la objeción de conciencia de Balduino I de Bélgica (que suspendió temporalmente sus funciones para no firmar la ley del aborto en 1990), o la intervención de Juan Carlos I para impedir que la mayoría del ejército se sumase al Golpe de Estado en España de 1981 (en un momento en que tanto el Gobierno como el Congreso de los Diputados estaban secuestrados). La Constitución Española de 1978 (que define el sistema político como monarquía parlamentaria) reserva al rey la jefatura suprema de las Fuerzas Armadas de España. En algunos textos se habla de la existencia de un poder arbitral que sería el que ejercería el rey.[13]

Monarquías híbridas

A lo largo de la historia han existido sistemas de gobierno a medio camino entre la monarquía absoluta y la constitucional, en donde el monarca se ve obligado a ceder parte de su poder a un gobierno en ocasiones democrático, pero sigue manteniendo una importante influencia política. La evolución ha sido muy diferente según los países, y depende del derecho comparado. Sin embargo, los monarcas de países árabes tales como Marruecos siguen ostentando casi todo el poder en sus manos.

Además de eso, existen monarquías de otros momentos históricos como la de los regímenes feudales, en las cuales el monarca es un señor feudal más. Su poder se limita a su feudo y a las relaciones de vasallaje existentes con nobles inferiores. En estos casos la monarquía se asemeja a una aristocracia, por la disolución del poder entre la nobleza.

Tratamiento protocolario

El cargo de monarca se denomina rey (o reina si el cargo lo ocupa una mujer). Reina también se llama a la esposa del rey (la reina consorte), mientras que el esposo de una reina que sea reina por derecho propio no suele recibir el tratamiento de rey, sino el de consorte de la reina.[14] La palabra rey es la propia del idioma español, pero se suele aplicar de forma general a cualquier monarquía, aunque es muy habitual que se utilice, en vez de rey, el nombre original de ese título, castellanizado o no, sobre todo para los de culturas lejanas. En cambio, no se suele utilizar el nombre del título en otras lenguas romances o en las germánicas. La denominación del título que ostenta un rey (cuyo valor protocolario suele ser considerado muy importante a efectos políticos y sociales) tiene una gran variación en el tiempo y en el espacio; utilizándose denominaciones muy diversas según la tradición local, la religión o la estructura jurídica o territorial del gobierno. Estos son los títulos regios más utilizados históricamente en distintas partes del mundo:

En Europa:

  • rex (en latín, del que derivan rei en portugués o catalán, rey en castellano, roi en francés, re en italiano, rege en rumano)
  • kuningaz (en protogermánico, del que derivan cyning en anglo-sajón, king en inglés, könig en alemán, király en húngaro, kung o konge en las lenguas escandinavas)
  • basileus (en griego, que pasó a ser una magistratura con funciones predominantemente religiosas en las poleis clásicas)
  • emperador (o emperatriz), del latín imperator (el máximo poder militar en la República romana, que pasó a ser función propia y esencial del emperador romano). El título se utilizaba de forma conjunta, y en la práctica equivalente, con los de Princeps, Augusto y César. De este último (el cognomen de Gaius Iulius Caesar -Julio César-, que significa cabellera, irónicamente, por ser calvo) derivan fonéticamente los de:

Por regla general, se considera que un emperador o rey de reyes es un monarca de un imperio, es decir, de una estructura política de gran extensión; que, o bien es supraestatal (por encima de varios estados, cada uno de los cuales puede tener su propio rey, que en algunos casos, como era corriente en el feudalismo, son vasallos del emperador), o bien es supranacional, es decir, que extiende su soberanía sobre varias naciones. No obstante en las relaciones internacionales modernas (desde los Tratados de Westfalia, 1648) es muy habitual que el título imperial, vacío de la mayor parte de su contenido antiguo o medieval, se utilice simplemente como un título pretencioso, que la cortesía diplomática consiente en utilizar, pero sin que implique un mayor poder (véase Poderes universales).

En el mundo islámico:

  • malik (en árabe, equivalente a rey)
  • califa (en árabe, con el significado de sucesor -del profeta Mahoma-, máximo líder político y religioso)
  • emir (en árabe, que comenzó siendo un gobernador provincial para pasar a designar a un gobernante independiente en la práctica véase emirato de Córdoba, primero dependiente y luego independiente, hasta que se convirtió en Califato de Córdoba)
  • sultán (en árabe, aplicado sobre todo en el Imperio otomano, donde el gobierno efectivo se ejercía por un visir)

En África:

En Asia:

  • wang (en chino, equivalente a rey)
  • tianzi (en chino)
  • huangdi (en chino, equivalente a emperador)
  • tennō (en japonés, equivalente a emperador -antiguamente, mikado; aunque el gobierno efectivo se ejercía por un shōgun, que en sus relaciones con el Imperio chino se aplicaba a sí mismo el título chino de wang -rey- lo que al mismo tiempo le proporcionaba al shogun un rango regio y preservaba la superioridad e independencia protocolaria del tenno y el imperio japonés frente a China -'véase sinocentrismo-)
  • gran khan (en el Imperio mongol)
  • gran mogol (en la India)
  • majarash o rash (en sánscrito e hindi)
  • sah (en farsi, los emperadores de Persia se denominaban shāhān shāh -rey de reyes-)

En Canarias y América prehispánica:

Otros títulos nobiliarios, pueden a veces, según la circunstancia histórica, llevar consigo la consideración de soberanía y equipararse a la realeza:

Los tratamientos protocolarios de la monarquía suelen incluir distintas variantes del término majestad, y en algunas ocasiones el de alteza, aunque este último suele aplicarse a los miembros de la familia real.

Cronologías de monarquías

África

América

Asia

Europa

Oceanía

Monarquías actuales en Europa (10)

Reino de Bélgica

Monarca: Alberto II

Consorte: Paola

Heredero: Felipe

Reino de Dinamarca

Monarca: Margarita II

Consorte: Enrique

Heredero: Federico

Reino de España

Monarca: Juan Carlos I

Consorte: Sofía

Heredero: Felipe

Reino de Noruega

Monarca: Haroldo V

Consorte: Sonia

Heredero: Haakón Magno

Reino de los Países Bajos

Monarca: Beatriz I

Consorte: Nicolás (fallecido)

Heredero: Guillermo

Reino de Suecia

Monarca: Carlos XVI Gustavo

Consorte: Silvia

Heredero: Victoria

Reino Unido

Monarca: Isabel II

Consorte: Felipe

Heredero: Carlos

Principado de Liechtenstein

Monarca: Juan Adán II

Consorte: María

Heredero: Luis

Principado de Mónaco

Monarca: Alberto II

Consorte: Charlene

Heredero: —

Gran Ducado de Luxemburgo

Monarca: Enrique I

Consorte: María Teresa

Heredero: Guillermo

Véase también

Otros subtipos de Monarquía

Referencias

  1. Montesquieu cita a Plutarco, quien afirma que la ley es reina de todos, mortales e inmortales, o dicho de manera semejante que la ley es una relación universal o que la ley es lo común. Es un antiguo concepto, aparece en los orígenes de la civilización. Platón lo recuerda en el Gorgias, citando a Píndaro.Ensayo sobre "El espíritu de las leyes", José Edgar Morales Chávez
  2. a b Perry Anderson Transiciones de la Antigüedad al Feudalismo
  3. a b Perry Anderson El Estado absoluto; Manuel Fernández Álvarez «Los Austrias mayores, ¿monarquía autoritaria o absoluta?», en Revista Studia Historica (vol. III, n.º 3). Salamanca: Historia Moderna, 1985.
  4. Perry Anderson El estado absoluto; Eric Hobsbawm Las revoluciones burguesas
  5. Entrada de estrangeiros no Brasil
  6. Eric Hobsbawm Las revoluciones burguesas, La era del capitalismo, La Era del Imperio
  7. EEUU ya no es el gigante imprescindible, en Negocios.com, 02/04/2008, consultado el 11 de junio de 2008: El autoritarismo parece inherente a los “petroestados”, que se independizan económicamente de sus ciudadanos al no necesitar de sus impuestos para financiarse... A 100 dólares el barril, el valor de las reservas probadas de crudo de los países exportadores de petróleo es de 104 billones de dólares, una cifra equivalente al valor conjunto de todas las acciones y bonos cotizados en las bolsas del mundo. Unos 48 billones pertenecen a los países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudí, Qatar, Omán, Kuwait, Bahrein y Emiratos Árabes Unidos).
  8. Alain Rouquié (1989) América Latina: Introducción al extremo Occidente Siglo XXI, ISBN 968-23-1522-0. Sergio RamírezCuentas pendientes, La Insignia, 4 de septiembre de 2007.
  9. Carlos Alberto Montaner: Castro contra sus herederos. De la sucesión pragmática a la transición convulsa, 26 de octubre de 2005.
  10. []
  11. Shaij Nazim al-Qubrusi: Sultanes, Reyes, Monarquía y Democracia Monarquismo e Islam.
  12. Thiers en artehistoria
  13. El poder del Rey • ELPAÍS.com
  14. Por ejemplo, en la Constitución española de 1978, artículo 58.
  15. El Papado desde el reconocimiento "de las donaciones Constantinas" y sigue siendo la unica monarquía absoluta en Europa ya que todos los miembros de la jerarquía le deben voto de obediencia al Papa y el es quien crea comisiones y secretariados sin que medie un cuerpo que legisle a tal efecto

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