Protoindustria

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Introducción

Antes del siglo XV, la economía de toda Europa estaba basada en la agricultura, bajo el régimen feudal, el cual caracterizó toda la Edad Media. La vida de los campesinos era muy dura, ya que estaban adscritos a la tierra algunos siendo siervos de ella, a cambio de pagar tributos y depender de su señor en todos los aspectos económicos, sociales y políticos de la vida cotidiana. Este nivel de vida no permitía ahorrar para casos de urgencia: enfermedad, defunción, etc.,[1] por lo que, a veces, tenían que pedir préstamos al señor y endeudarse, quedando, así, dependientes de éste.

Contexto

A nivel demográfico, entre siglos XVII y XVIII hubo un aumento de la población considerable, como consecuencia de una época de prosperidad económica; y con ello los grandes latifundios se dividieron en parcelas más pequeñas destinadas a un número creciente de vassallos. Estas pequeñas explotaciones no eran lo suficientemente productivas para alimentar una familia y tampoco había posibilidades de incrementar la productividad porqué la mano de obra era barata y simplemente, para producir más, los señores empleaban más trabajadores, ya que los salarios no subían en la misma medida en qué lo hacían los precios, entre otras cosas porque había muchos campesinos para trabajar las tierras.

Referente al comercio, éste se concentraba en la zona del mediterráneo, a finales de la era medieval la actividad mercantil estaba en plena expansión, siendo la Corona de Aragón una de las principales competidoras, junto con Venecia y Génova. El mar Mediterráneo representaba el núcleo de diversos flujos mercantiles, ya que conectaba con los países orientales y occidente disfrutaba de diversos productos exóticos fruto de la demanda de bienes de lujo de las clases acomodadas. No obstante, el descubrimiento del nuevo continente supuso un cambio en los centros de intercambio mercantil, el cual se trasladó al mar Atlántico, ofreciendo un comercio triangular entre América, Europa y África, y generando demanda de productos manufacturados europeos enviados a América a cambio de primeras materias y metales preciosos, cuya llegada masiva provocó una inflación considerable llevando a la metrópolis hispánica a la crisis económica.

Respecto a la producción manufacturera medieval, ésta básicamente estaba controlada por los gremios, situados en los núcleos urbanos. Cada ciudad era un microcosmos y la disponibilidad de productos dependía de la magnitud de la misma; cada una cubría su demanda, teniendo un perfil especializado según las características de ella y teniendo un entorno de desarrollo, más avanzado, como fue el caso de los Países Bajos, el norte de Italia, algunas zonas de Alemania, etc. Los gremios consistían en sociedades corporativas que regulaban su organización interna (número máximo de trabajadores y maestros en cada taller, las categorías profesionales, pruebas de acceso, control de salarios máximos, calendario laboral, etc.); las condiciones de producción (materias primas, el modelo de los artículos, control de la calidad, etc.); y controlaban la comercialización de sus productos (distribución en la ciudad, fijación de precios, control de la competencia, etc.). Esta monopolización de los talleres reflejada en la oligarquización de los maestros, provocó la aparición de organizaciones paralelas de oficiales artesanos descontentos de la rigidez del sistema, el cual era un freno a las novedades de producción y tecnología.

Paulatinamente las nuevas necesidades de consumo de la población creciente del siglo XVI multiplicaron los oficios, y también el número de artesanos, los cuales se empezaron a concentrar en talleres especializados más grandes, empezando, así, el trabajo en serie; aunque lo que marcará la crisis del sistema de talleres tradicionales será la separación de las etapas productivas[2]

Otro tipo de producción manufacturera eran las fábricas reales, montadas y controladas por el estado para proveerse de productos de lujo y armamento. La organización de la producción era muy rígida y no se adaptaba al mercado. Según John M. Keynes, esta demanda en lujo y ostentación procedente de las clases adineradas generaba más renta y producción de las industrias suntuarias, activando el bienestar general: los gustos de las clases altas llegaban a las clases populares (libros, relojes, vestimenta,…) lo que producía una variedad de producción, perfección técnica, disminución de costes y mejoras en la comercialización. En cuanto a la producción de armamento, está estaba en auge, ya que en estos momentos Europa estaba dividida en campos religiosos (protestantes y católicos) a causa de las guerras de religión, a lo que se añadía la lucha por el control marítimo del la zona de mediterráneo y la hegemonía del continente.

Protoindustria

Con el aumento de población del siglo XVI citado previamente, creció también el área de explotación agraria para alimentar el nuevo contingente demográfico. Las ciudades fueron focos de atracción para la emigración rural, que buscaba mejores posibilidades económicas; este suceso coincidió con la expansión de los núcleos urbanos y la necesidad de nuevos servicios, más viviendas, remodelaciones urbanísticas y nuevas construcciones siguiendo los principios de las tendencias urbanísticas del momento: el Renacimiento.

Los propietarios de las tierras obtuvieron más ingresos para poder gastar en productos manufacturados, la inflación disminuyó el poder adquisitivo, es decir, los precios aumentaron considerablemente mientras los salarios se mantenían prácticamente estancados, lo que ocasionó la disminución del consumo. Por lo tanto, en el siglo XVII se vivió una crisis: la gente no podía comprar los productos porque, en muchas ocasiones, eran demasiado caros.

Dentro de todo este contexto, fue cómo surgió la protoindustria:[3] intentando escapar del sistema gremial (en las zonas rurales no tenia jurisdicción) y aprovechando esta prosperidad económica, los comerciantes entregaban materias primas a las familias campesinas, ya que la producción agrária era insufuciente para su manutención y por eso decidían emplearse en actividades complementarias:.[4] Con estas materias primas, los campesinos realizaban manufacturas, que luego entregaban a los empresarios (a cambio de un pago por cada pieza hecha) para que las vendiesen en mercados. Dado que estos campesinos se regían por reglas socioculturales todavía no infuenciadas por la lógica capitalista, no producían según la necesidad del mercado, sino que complementaban su escasa producción agrária con estas actividades, siendo éstas un extra a su economía y no su principal fuente ingreso. Por lo que, cuando la demanda aumentaba, los comerciantes en vez de exigir más trabajo, debían expandir la zona protoindustrializada. Este modelo productivo en algunas regiones evolucionó hacia manufacturas centralizadas (que tenían una mayor producción), y en otros se fue debilitando hasta desaparecer.

La importancia general de la protoindustrialización reside en el hecho de que nos permite comprender en profundidad la forma en que el capital entra en la esfera de la producción. Este suceso supone la descentralización de la producción y de las diferentes fases de elaboración en zonas rurales dispersas, creando más productos aunque de menor calidad, pero favoreciendo la introducción de innovaciones a la industria téxtil para mejorar el proceso (mecanizado con fuerza hidráulica) y superar las dificultades existentes. La aportación de novedades tecnológicas no sólo se dio en la fabricación textil, sino también en la producción de armamento, cerámica, siderurgia, etc., y al mismo tiempo, incentivó la explotación minera de metales. No obstante, C. Cipolla considera el contexto bélico del momento como factor causante del desarrollo tecnológico armamentístico, y a su vez, de la metalúrgia.[5]

Los productos en seguida aumentaron su demanda en detrimento de las manufacturas artesanales, aunque este sistema de fabricación doméstica estaba alejada de los centros comerciales y se interrumpía en las épocas del año en qué había faena en el campo; pero con todo, al empresario le era más rentable porque pagaba menos impuestos y los campesinos cobraban menos que los artesanos. Con el crecimiento abundante de la demanda, el comerciante aumentó, también, su producción instaurando nueva maquinaria (que los agricultores no podían costearse) en centros urbanos aportando riqueza y la crisis de los gremios. En resumen, el comerciante aportaba todo el capital (materia prima y maquinaria) para poder obtener beneficio y controlar el valor añadido.

Debate historiográfico

Esta evolución en la esfera de la producción y de la comercialización coincide con el fin del Feudalismo y los inicios del Capitalismo. Esta afirmación aportó a la historiografía, una importante controversia protagonizada básicamente por Maurice Herbert Dobb y Paul M. Sweezy. Este debate trata sobre las causas de la transición del sistema de producción feudal al modo de producción capitalista. Según M. H. Dobb, es la propia evolución del feudalismo el qué desemboca en su decadencia y la aparición del capitalismo, mientras que P. Sweezy considera que el factor de la protoindustria, concretamente, la acumulación de excedentes y el aumento de la demanda del mercado, fueron determinantes para la aparición del capitalismo.

Bibliografía

Referencias

  1. Koenigsberger, H. G.; El mundo Moderno, 1500-1789; Critica, 1991, Barcelona.
  2. Berg, M.; La era de las manufacturas, 1700-1820; Critica, 1987, Barcelona.
  3. Berg, M.; La era de las manufacturas, 1700-1820; Critica, 1987, Barcelona
  4. Thompson, E. P.; Tradición, Revuelta y consciencia de clase; Critica, 1979, Barcelona.
  5. Cipolla, C.; Historia económica de Europa; Ariel, 1983, Barcelona.
Obtenido de "Protoindustria"

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