Miguel Mañara

Miguel Mañara
Estatua de Miguel de Mañara, en los jardines del Hospital de Caridad, en Sevilla, obra del escultor Antonio Susillo, realizada en el año 1902, con posterioridad a la muerte del escultor, a partir de la figura que había realizado Susillo en 1895, para la fachada del Palacio de San Telmo.

Miguel Mañara Vicentelo de Leca (Sevilla, 3 de marzo de 1627 – ibídem, 9 de mayo de 1679) fue el gran impulsor de la Santa Caridad de Sevilla.

Contenido

Nacimiento

Nació Miguel Mañara en Sevilla, el 3 de marzo de 1627, hijo de una destacada familia, constituida por oriundos de Córcega.

Ascendencia

Su padre, Tomás Mañara Leca y Colona, nació en Calvi, perteneciente a la Señoría de Génova, hacia 1574 en el seno de una familia noble aunque venida a menos. Don Tomás había conseguido labrar una sólida fortuna dedicándose al comercio con América, en cuyas tierras pasó la etapa de juventud. Una vez de regreso en Sevilla ocupó destacados cargos y se convirtió en un hombre público ocupando altas magistraturas en la ciudad. Su madre, Jerónima Anfriano Vicentelo, también de familia oriunda de Córcega, nació en Sevilla hacia 1590. Sus padres contrajeron matrimonio a finales de 1611 o principios de 1612 en la sevillana parroquia de San Bartolomé. Vivieron en las collaciones de Santa María la Blanca y Santa Cruz. En 1616 pasaron a vivir a la de San Nicolás y en 1623 compraron la casa palacio de la calle Levíes, en San Bartolomé, donde nació Miguel Mañara y que llegaría a ser la mansión de la familia una vez encumbrada económica y socialmente. Esta casa ha sido propiedad de la Hermandad de la Santa Caridad hasta hace algunos años, siendo actualmente propiedad de la Junta de Andalucía.

Infancia

La infancia de Miguel Mañara es la propia de un niño que pertenece a una familia sevillana tocada por la fortuna, pues su padre llegó a desempeñar cargos como consiliario del consulado de Cargadores a Indias, familiar del Santo Oficio y hermano mayor de San Pedro Mártir, hermandad creada por miembros del Santo Oficio y que salía del convento dominico de San Pablo. En la procesión llevaba don Tomás el estandarte, como hermano mayor.

Desde muy niño recibió Miguel Mañara una educación propia del estado de caballero, pues su progenitor había logrado para él el hábito de caballero de la Orden de Calatrava, cuando contaba ocho años, siendo investido tras cumplir los diez. Debido al fallecimiento de sus dos hermanos varones mayores se vio con trece años como heredero del importante patrimonio que llevaba aparejado el mayorazgo conseguido por su padre en 1633. Estos años transcurrieron entre la educación que se debía inculcar a un miembro de la baja nobleza y la desgracia de contemplar el cerco de la muerte en su propia familia.

Los historiadores que se han aproximado al personaje insisten en que Mañara creció en un ambiente de fe, como muestran los datos conocidos de su familia. En la casa paterna se contaba con un oratorio y con capellán. El entorno familiar era profundamente religioso, y sus padres tenían contacto con miembros del clero, especialmente de la Compañía de Jesús. Su madre, Doña Jerónima, tenía dos hermanas que habían profesado en el convento de Santa Clara.

Refiere el padre Cárdenas que no acudió a estudiar a lugar alguno, y que no aprendió latín, aunque su formación era sólida. No obstante, lo común en familias como la de Mañara era contar con preceptores o profesores en la propia casa, quienes velaban por la formación instrumental básica en un ambiente en el que se procuraba inculcar un conjunto de valores cristianos, de una moral propia de quienes habían de blandir el honor como uno de los bastiones del comportamiento.

Juventud

Con poco más de veinte años le vemos como miembro de la junta de gobierno de La Hermandad de La Soledad de San Lorenzo (Sevilla), lo cual habla por si de un comportamiento acorde con la moral católica, dado lo estricto que era figurar en tal oficio y las condiciones de buena vida cristiana exigidas. A los cuatro meses de la muerte de su padre, con veintiún años, contrajo matrimonio por poderes, en agosto de 1648, con Doña Jerónima María Antonia Carrillo de Mendoza y Castrillo, nacida en Guadix en 1628, a quien se dedicó por entero, en total felicidad, al tiempo que ocupaba notables cargos en la municipalidad, el Concejo y la Universidad de Mercaderes. Aquí vemos a un Miguel Mañara dedicado a asuntos públicos y con un alto grado de compromiso con la ciudad de Sevilla y con la Iglesia. Tras el motín de la Feria, de 1652, no aparece su nombre entre los de los caballeros que intervinieron en el control del suceso. Mañara ocupaba desde el año anterior (1651) el cargo de provincial de la Santa Hermandad y era uno de los alcaldes mayores de Sevilla, por lo que cabría verle en la sofocación del motín. Sin embargo, hacía unos meses que su madre había fallecido y tal vez esto le llevó a ausentarse de Sevilla, pudiendo ser Montejaque el lugar de duelo.

A partir de 1649 -tenía Mañara 22 años-, aparece Don Miguel en diferentes documentos recogidos en los Archivos Municipal y de Protocolos Notariales de Sevilla, como persona pública, de autoridad, en negocios del Concejo y de la Universidad de Mercaderes, elegido diputado de la defensa de la tierra de Sevilla, de la Casa de la Moneda, de la visita de boticas, de las llaves del Archivo y del agua, de la Cárcel Real y de la Casa de Inocentes, y diputado de los gremios de chapineros, guarnicioneros, roperos, olleros y peineros. Le encontramos como miembro en las juntas del Consulado de 1655 a 1666. En 1656 viajó a Madrid comisionado por el Consulado para realizar gestiones en la corte. En 1657, dio el pésame a la familia del duque de Osuna, muerto siendo virrey de Sicilia, en nombre de la ciudad. En enero de 1658 vuelve a Madrid como caballero veinticuatro de Sevilla, con otro tal y dos jurados para felicitar a los reyes por el nacimiento de Felipe Próspero, hijo de Felipe IV de España.

Muerte de su esposa

Al morir su esposa en Montejaque, el 17 de septiembre de 1661, sin haber tenido hijos, entró en un período de honda reflexión personal, planteándose incluso entrar en el estado religioso. Miguel Mañara se retiró, por espacio de cinco meses, al eremitorio carmelita del desierto de las Nieves. Nuestra Señora de las Nieves estaba dedicado a la contemplación pura. Los carmelitas descalzos denominaban desiertos a sus casas destinadas a tal fin, y en este caso se trataba de una fundación en un valle escondido en la serranía de Ronda, a dos leguas de Montejaque. Allí practicó Mañara la oración y la penitencia, y se produjo lo que se ha venido a llamar su conversión, es decir, orientar su vida hacia la entrega total a Jesucristo. No estando totalmente resuelto a entrar en religión y de vuelta a Sevilla, pasó varios meses en una completa desolación, intentando buscar un camino personal a seguir. Nada le consolaba y, a pesar de su posición y su riqueza, era un hombre sobre el que se cernía una abrumadora soledad.

Según su primer biógrafo, el padre Juan de Cárdenas, paseaba Miguel Mañara a caballo por las orillas del río Guadalquivir en una calurosa tarde del verano de 1662, cuando fue a encontrarse en las proximidades del actual emplazamiento de la iglesia del Señor San Jorge con un grupo de hombres, a cuyo frente se hallaba el entonces hermano mayor de la Hermandad de la Santa Caridad, don Diego de Mirafuentes, con quien entabló un diálogo que le llevaría a su ingreso como hermano en la misma. La corporación se dedicaba a enterrar a los ahogados que devolvía el río, los muertos que aparecían por las calles y a los ajusticiados. Mirafuentes sería un gran valedor de Miguel Mañara a partir de entonces.

Mañara y la Hermandad de la Santa Caridad

Comienzos

En la Hermandad de la Santa Caridad empezó ejerciendo el cargo de diputado de entierros y de limosnas, lo cual le dio la oportunidad de apreciar las terribles condiciones de vida de los pobres que morían en la calle, y esta contemplación de las miserias humanas debió llevar al Venerable a tomar posiciones a favor de ampliar las actividades de la Hermandad. Al año de hacer su prometimiento como hermano, propuso en el cabildo del 9 de diciembre de 1663 un conjunto de ideas para afrontar estas situaciones y recoger por las noches en un local a los pobres que vagaban por las calles de Sevilla. Ello equivalía a formular la creación del hospicio y, aunque tuvo eco la propuesta entre los hermanos, se salía de los fines y recursos de la corporación, por lo que recibió ánimos y estímulos pero no el beneplácito para que la Hermandad se hiciera cargo de tan importante empresa.

Nombramiento como hermano mayor

Unos días más tarde, en el cabildo de 27 de diciembre de 1663 fue elegido hermano mayor, responsabilidad que desempeñó hasta su muerte.

En el tercer cabildo que presidiera como hermano mayor, el 17 de febrero de 1664, planteó de nuevo su idea, ahora ya como algo que saldría adelante con su trabajo y el apoyo de los hermanos. A partir de ese momento llevará a cabo una gran obra en cuanto crea el Hospicio primero, y más tarde lo transformará en Hospital de la Santa Caridad, construyendo un amplio edificio, al igual que la iglesia anexa.

El Hospital de la Caridad

Los inicios del Hospicio fueron humildes, como su persona, y con el propósito de salvar de las crudas noches en la calle a tantos pobres que vagaban por Sevilla, arrendó una dependencia de las antiguas atarazanas reales y en ella se dispuso un hogar donde calentarse. Se prestaba servicio solo por las noches y desde el día 14 de septiembre, festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, hasta el 23 de abril, festividad de San Jorge, recogiéndose allí a un notable número de menesterosos. Posteriormente se ampliaría el concepto de Hospicio, con la fundación del Hospital, la construcción de las actuales edificaciones, y la fijación en la Regla de la Hermandad de unas pautas por las cuales se obligaban los hermanos a organizar y sostener la asistencia a los desvalidos.

Dándose cuenta de lo mucho que le exigía su dedicación a la Hermandad de la Santa Caridad, presentó su renuncia a los cargos públicos que ocupaba. Así lo haría, en 1666, con los de alcalde mayor y provincial de la Santa Hermandad, unas funciones de la máxima responsabilidad en la estructura administrativa del momento. Mañara se dispone a sufragar gran cantidad de los gastos generados en el Hospicio aportando de su propia fortuna. Contemplamos al caballero que ante la necesidad de los más pobres no duda en recurrir a su patrimonio personal, en un gesto de auténtica raíz evangélica. La Santa Caridad progresa y acomete tareas de caridad para con los enfermos e indefensos, aparte de enterrar a los pobres desamparados fallecidos: trasladar a los hospitales a los pobres enfermos en sillas de mano (dedicó a ello dos sillas y cuatro hombres, quienes trabajaban sin cesar); sustentar a los menesterosos en las riadas ocasionadas por el Guadalquivir; dar limosnas a los conventos pobres, hospitales, niños expósitos y presos de la cárcel; dádivas de ropas y dineros a los más necesitados, etc.

La obra de Mañara

En los primeros años de la obra de Miguel Mañara, hubo una intensa dedicación de la Hermandad a socorrer al pueblo de Sevilla ante las muchas calamidades que en aquella época le acechaban. Mañara, al frente de la Santa Caridad, se hizo conocido como personaje entrañable y caritativo para las gentes más sencillas. Acudía a sofocar los estragos de los desbordamientos del Guadalquivir, repartiendo toda clase de limosnas. Lo mismo se puede decir de las épocas en que, por diferentes causas, la ciudad y sus alrededores sufrían las embestidas de las crisis de subsistencias, epidemias, etc. La Hermandad recibía un importante flujo de limosnas que, a tenor de las necesidades más perentorias de los pobres, seguían el curso de la caridad. Así, fueron incluso llamativas las limosnas de pan, contándose por miles las personas socorridas en los momentos de mayor necesidad.

En distintas ocasiones se planteó, una vez realizada la gran obra de la reforma de la Regla de la Hermandad y la construcción del Hospital y la iglesia del Señor San Jorge, dejar su cargo desde una postura de absoluta humildad. Siempre fue disuadido por los hermanos, su confesor y por otros religiosos de sabio y recto proceder. Así, con la obra emprendida ya en marcha, sintió Miguel Mañara unos deseos intensos de buscar la soledad y dedicarse así a alabar a Dios. En 1668 experimentó tal inclinación y, según relata el padre Cárdenas, fue aconsejado por su confesor, el mercedario descalzo fray Juan de la Presentación, quien le instó a que siguiese su labor, y que para seguridad de la decisión a tomar, lo consultase con tres sacerdotes experimentados y prudentes. Todos mostraron a Mañara el camino de continuar al frente de la Hermandad de la Santa Caridad y de seguir siendo el modelo que había ejemplificado.

Las obras emprendidas exigían tanta dedicación que decidió solicitar permiso a la Hermandad para pasar a residir en la misma, en unas dependencias sencillas y de una rotunda austeridad, por las que cambió su anterior vivienda palaciega. Ese pequeño entorno muestra parte de los rasgos de personalidad de Mañara, ahora ya desprendido de todo lo materialmente prescindible.

En 1673 se instituyó en la Santa Caridad la figura de los Hermanos de Penitencia, que no eran sino hermanos de la corporación que se dedicaban por completo a los pobres, vistiendo un sayal pardo y una cruz. Fue aprobada esta innovación por el arzobispo Spínola, y no se trataba de religiosos ni de congregantes, sino de personas libres que optaban por el servicio a los pobres de esta manera.

El funcionamiento del Hospicio puso de manifiesto lo preciso que resultaba la atención a los pobres enfermos, lo cual derivó en la conversión en Hospital. Muchos indigentes enfermos eran rechazados en los hospitales por ser incurables, contagiosos o por otras causas, lo cual sugirió a Mañara la gran obra de amor de curar a los enfermos en la propia Hermandad de la Santa Caridad. Se inauguró la primera enfermería del Hospital en junio de 1674, contando con veinticuatro camas, que fueron ampliadas a cincuenta. Una segunda enfermería fue inaugurada en septiembre de 1677, y aún tuvo el fundador el firme propósito de continuar con esta obra, pues en el momento de su fallecimiento se labraba la tercera.

Se dedicó tanto a los pobres que puso su fortuna y sus recursos a disposición de la obra. Este ejemplo atrajo a una apreciable cantidad de caballeros y miembros de la aristocracia sevillana, que secundaron su labor. La Santa Caridad acudía no sólo a enterrar a los pobres difuntos y a acoger a los desheredados de la fortuna, sino que se distinguió también por las abundantes limosnas de pan, ropas y recursos económicos en momentos de gran desolación para la ciudad, como eran las riadas. El ejemplo que suponía Miguel Mañara era una guía para muchos sevillanos de las capas privilegiadas, si bien la Hermandad también estuvo abierta a honrados artesanos y hombres de bien que deseaban seguir un modelo de perfección espiritual. En el seno de la corporación impuso la igualdad entre los hermanos, con independencia de su ubicación social y de los cargos y honores que desempeñasen o de que fueran acreedores.

En la obra de Mañara destaca el tratamiento hacia los pobres, considerados como los amos y señores de la Casa que instauró, e imágenes vivas de Jesucristo, al tiempo que establecía un modo de ser de los hermanos de la Santa Caridad, caracterizado por el servicio a los más necesitados, la humildad en el comportamiento, la perseverancia en la vida de piedad, la discreción y la elevación al más alto grado de la caridad y el amor con que debían realizarse todas las labores en la Hermandad y fuera de ella. El estilo de búsqueda de perfección espiritual de Miguel Mañara fue imbuido a sus hermanos y, a través de la Hermandad de la Santa Caridad, a los sucesores en la ejecutoria por él comenzada.

La obra de Mañara se completó preparando a la Hermandad de la Santa Caridad para los fines que dictaba su Regla, escrita de nuevo de su mano. Junto a ésta, sobresale el Discurso de la Verdad (recientemente reeditado en edición facsímil, de la de 1778 en Sevilla en la imprenta de Don Luis Bexínez y Castilla, Mairena del Aljarafe, 2007, Extramuros Edición), considerado como su obra más conocida y que constituye un breve, aunque profundo, tratado de espiritualidad y reflexión del hombre ante la realidad de la vida y la muerte. El modelo de perfección espiritual caló tan hondo que surgieron distintas hermandades que tomaron el nombre y las Reglas de la de Sevilla, por toda Andalucía, en ciudades y pueblos. Algunas de éstas mantuvieron durante siglos el espíritu de la Regla del Venerable Miguel Mañara.

Acción social

El modelo de la acción social que impulsó Mañara y el ejercicio de la caridad, a través de la Hermandad, nos sugiere que en él prevalecían unos rasgos de personalidad muy sólidos acompañados de una humildad y un amor casi desmedidos hacia los pobres, desvalidos o caídos en desgracia. No es ya sólo el tratamiento a los pobres lo que nos habla de la profundidad de su mensaje, amparado siempre en el Evangelio y las Sagradas Escrituras, sino cómo abordaba situaciones poco comunes en las cuales no ejerció ninguna posición de dominio. Así se cuentan los casos de su influencia en la conversión de musulmanes o de corsarios ingleses, vencidos y ganados por el catolicismo a través del amor y del ejemplo de Don Miguel. Nunca se había negado a atender a quienes se acercaban al Hospital de la Santa Caridad a implorar una ayuda o a solicitar consejo, y esa disposición hacia los demás ta tuvo sin dejar de vivenciar una religiosidad de durísima mortificación personal y un hondo discurrir por el camino de una piedad tal vez demasiado compleja para las simplezas a que estaban acostumbrados los hombres de su tiempo.

Muerte

Murió Mañara el 9 de mayo de 1679, habiendo manifestado días antes su felicidad por saber que iba a ver a Dios. La noticia de su fallecimiento generó en Sevilla una verdadera conmoción, especialmente entre las personas más sencillas y los pobres, quienes perdían a una especie de padre en quien buscaban amparo en los momentos más difíciles. Para los sevillanos de entonces y los seguidores de la Regla en las diferentes Hermandades de la Santa Caridad que la adoptaron, Miguel Mañara era un santo. Declarado Venerable, se le puede considerar como un seglar de honda espiritualidad, y gran baluarte de la caridad y la acción social de la Iglesia. En este sentido, se trata de un adelantado en obras que darían cuerpo a la doctrina social de la Iglesia, encarnando los valores que hoy son asumidos ecuménicamente. El proceso seguido para su causa de beatificación se encuentra en curso, y su figura y ejemplo cuentan con gran número devotos, hijos y seguidores.

La fama errónea de seductor

Aunque no hay ningún testimonio contemporáneo de tal actitud en él, el nombre de Mañara ha pasado a ser sinónimo de seductor, como recogen los versos de Antonio Machado ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido / ya conocéis mi torpe aliño indumentario (Retrato, en Campos de Castilla) en que lo compara con el valleinclanesco marqués de Bradomín. La razón de ello procede de una campaña difamatoria que se suscitó como consecuencia del proceso de beatificación a comienzos del siglo XIX,[1] explicable por el anticlericalismo de los ambientes liberales, que se cebaron en la barroca confesión que representa el testimonio del propio Miguel de Mañara (y que no deja de ser una autoflagelación tópica, no necesariamente una descripción de comportamientos concretos):

Yo, don Miguel Mañara, ceniza y polvo, pecador desdichado, pues lo más de mis logrados días ofendí a la Majestad altísima de Dios, mi Padre, cuya criatura y esclavo vil me confieso. Servía a Babilonia y al demonio, su príncipe, con mil abominaciones, soberbias, adulterios, juramentos, escándalos y latrocinios; cuyos pecados y maldades no tienen número y sólo la gran sabiduría de Dios puede numerarlos, y su infinita paciencia sufrirlos, y su infinita misericordia perdonarlos.

Y yo que escribo esto (con dolor de mi corazón y lágrimas en mis ojos confieso), más de treinta años dejé el monte santo de Jesucristo y serví loco y ciego a Babilonia y su vicios. Bebí el sucio cáliz de sus deleites e ingrato a mi señor a su enemiga, no hartándome de beber en los sucios charcos de sus abominaciones.[2]

Se llegó a comparar la conversión de Mañara con el arrepentimiento final de Don Juan, el también sevillano personaje de Tirso de Molina (El Burlador de Sevilla) y José Zorrilla (Don Juan Tenorio). El ambiente del siglo XIX era muy propicio para ese tipo de ironía (por ejemplo, estos versos de Ramón de Campoamor: pues, después que se extinguen las pasiones, / yo he visto sorprendentes conversiones[3] ). El mismo Machado retomó el tema en Don Guido: ese trueno / vestido de Nazareno.

Recreaciones literarias

Bibliografía

  • Discurso de la verdad, Sevilla, 1778, en la imprenta de Don Luis Bexinez y Castilla, Impresor Mayor de la Ciudad, edición facsímil, Mairena del Aljarafe, 2007, Extramuros Edición.

Notas

  1. Francisco Martín Hernández Miguel Mañara, Universidad de Sevilla, 1981, ISBN 8474051843.
  2. Testamento y Discurso de la verdad, citados por Martín Hernández, op. cit.
  3. «Amorprivado - Antología de la poesía castellana».

Véase también

Enlaces externos


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